Cristina de Pizán (1364-1430) 

No sólo fue la primera escritora feminista sino que, para muchos estudiosos, también representó "el primer escritor profesional", ya que, enviudada joven, la autora veneciana mantuvo con su escritura a madre, hermanos e hijos en pleno siglo XV. Siruela recupera su libro más famoso, "La ciudad de las damas", en edición de Marie-José Lemarchand, un retablo de reconocidas mujeres ejemplares, reales o míticas, cuyas virtudes no habían sido superadas por ningún varón. Un texto que, rompiendo con los tabúes de la época, toma por primera vez la palabra en nombre de todas las mujeres para defenderlas de las continuas invectivas que los hombres les dedican.

Que no eran pocas. Las acusaban de escasa capacidad intelectual, debilidad, avaricia o infidelidad; de causarles placer la violación y de hacer insoportable el matrimonio con su amargura y rencor. Les impedían estudiar alegando que el conocimiento corrompería sus costumbres. Y los predicadores llegaban a decir que si Dios se había aparecido a una mujer era porque sabía que no podría callarse y antes se conocería la noticia de su resurrección. Del mismo modo, prohibían el púlpito a las abadesas porque sus labios "llevan el estigma de Eva, cuyas palabras han sellado el destino del hombre".

Eva, pecado, mal, mujer

La identificación cristiana entre Eva, pecado, mal y mujer estaba muy presente y se extendía a campos como la medicina, que consideraba que los órganos femeninos eran inversiones, que la mujer era un ente por defecto o invertido, una ‘virago’ o falso ‘vir’ (hombre). Que Cristina de Pizán se sustrajera a este ambiente y lo atacara se explica porque creció en la corte renacentista de Carlos V de Valois y porque era hija del físico real, el sabio Tommaso da Pizzano, procedente de la Universidad de Bolonia, una de las más avanzadas y la más laica de Europa.

La obra literaria de Cristina estuvo centrada en la mujer durante más de tres décadas. Sus duros ataques al misógino autor que terminó el entonces popular "Roman de la Rose" fueron el origen de la "Querella de las mujeres" ("Querelle des femmes"), una disputa entre escritoras y escritores sobre la dignidad de las mujeres que se prolongaría el siglo siguiente y que tendría entre sus representantes a Margarita de Navarra, con su "Heptameron", o a sor Isabel de Villena, con su libro contra "L'espill" de Jaume Roig, quien acusaba a las mujeres hasta de haber provocado el diluvio. La última obra de Cristina, "El dechado de Juana de Arco", una coetánea suya, fue la culminación de su carrera y sus ideas, puesto que veía aunadas en la ‘pucelle’ todas las virtudes posibles.

Para la medievalista Blanca Garí, Pizán es la primera escritora feminista porque, frente al discurso de los doctos de la época, la autora escribió a partir de su experiencia, de la experiencia que tenía de su cuerpo de mujer. "Es la primera que afirma que todo lo que se dice sobre la maldad de las mujeres no se debe a ninguna característica intrínseca, sino a las circunstancias, que no es natural, sino social. Y que repasa lo que los hombres han dicho de las mujeres y lo rebate desde su propia experiencia", explica.

De Pentesilea a la Virgen

En "La ciudad de las damas", la autora recurre a tres figuras alegóricas que se le aparecen en su estudio, Razón, Derechura y Justicia -tres virtudes laicas frente a las teologales Fe, Esperanza y Caridad-, para rehabilitar a las mujeres construyendo una ciudad cuyos cimientos, piedras y acabados son los ejemplos de mujeres virtuosas y cuya argamasa es la tinta. Guerreras valerosas como Semíramis o Pentesilea, sabias como Circe o Safo, profetisas como las sibilas o la reina de Saba, amantísimas esposas como Artemisa o Agripina, mujeres beneficiosas para el mundo como Judith o las sabinas, mujeres castas como Sarah o Rebeca, santas como María Magdalena o Lucía, e incluso la Virgen María, conforman una historia de las mujeres y un alegato en su defensa.

Una defensa que queda patente al escrutar la principal fuente del libro: sus protagonistas salen del "De claris mulieribus" de Boccaccio, que trata a las mujeres como inferiores, sólo buenas cuando imitan al hombre. La otra gran fuente es "La ciudad de Dios" de san Agustín, quien "la construye en cierta forma para defender a los cristianos de las acusaciones de haber acabado con el imperio romano, aparte de recobrar la idea grecorromana de ciudad como entidad política unitaria", recuerda Garí, quien añade que la veneciana es la primera que piensa en un espacio definitivamente diferenciado para las mujeres. De hecho, el estudio de Cristina donde la obra transcurre es un primer paso en la conquista de un espacio femenino propio para una sociedad que empezaba a valorar la privacidad. "Es ‘La habitación propia’ reclamada por Virginia Woolf ‘avant la lettre’", concluye Garí.

(Justo Barranco)