William Shakespeare

Notas temerosas sobre The Tempest





1. El título de esta obra de Shakespeare no puede ser más adecuado como para simbolizar los sucesos que España vive ahora mismo. Estamos en plena tempestad –corrupción y terrorismo- y sólo deseamos que pronto llegue la calma. Fervientemente deseamos volver a otro título de Cátedra, Las Olas de V.Woolf –magníficamente editado por  Marichu Lozano- y volver a mares pacíficos. La Tempestad es la última obra de Shakespeare pero él no sabía que era la última. Pese a estar pensativo y amargado en Stratfod viviendo un matrimonio desecho y relaciones familiares difíciles, en su corazón surge el sueño de “recuperar lo perdido”, ese hijo, Hamlet, que murió a los once años y que le acompaña siempre. Lo mismo que en The Winter’s Tale, como en Pericles o Cymbeline, en sus últimas obras el dramaturgo ansía que lo que pensábamos perdido vuelva, que los muertos resuciten, que el cosmos viva una sublime ceremonia de “Rebirth”. Y en The Tempest lo perdido resucita, no sólo las personas, sino las creencias, los amores. Todo lo que se mueve en aquella isla, como en otra nueva Utopía de Moro, renace y alcanza una nueva lectura. Dice Heidegger “El hombre es el guardián de la nada” y en esta isla Próspero debe también recuperar su dignidad perdida, su prestigio humillado. Éste es el eje del texto, un diálogo inicial entre Próspero, Duque legítimo de Milán y su hija Miranda: “Hija mía, tú que no sabes quién eres, tú que no sabes quién soy” y este dilema acerca a Rousseau y el consejo de “vivir felices en el fondo del abismo” e incluso a Nietzsche: “la verdad es un tormento absoluto”. Una obra para saber quiénes somos, de parte de quién estamos, en qué partido político nos imaginamos. No tener miedo de confesar la verdad: éste puede ser el enigma descifrado. Como dirá en King Lear los labios de Kent “ocuparnos en no ser menos de lo que parecemos”. Hacer nuestras las palabras de Hamlet “Que la acción corresponda a la palabra y la palabra a la acción”. Pero dice Rilke que “lo bello no es más que el comienzo de lo terrible”. Y en esta isla –cada cual que la vea como quiera, como cualquier recinto cerrado- van a ocurrir momentos tensos y patéticos, que terminarán con la magia del perdón. No pensemos ahora como Sartre “el infierno son los demás” sino más bien como Calderón y su Segismundo “Fue mi maestro un sueño”.
2.  Éste es el mayor mérito de la obra que ahora aparece merced al esfuerzo del Dr. Conejero y su equipo de Valencia, y con un memorable prólogo de Giorgio Melchiori. Una obra que desdice a Derrida cuando afirma que “el dios de la escritura es el dios de la muerte”, y que nos acompaña de nuevo a Nietzsche al pensar “si hubiera dioses yo sería uno de ellos”. Todo lo que pase en la isla nos debe ser familiar y tenemos que acercarlo a la España actual. Ariel y Caliban. Unos pocos seres difamando a otros, pero también, al final, un egregio momento de perdón. Saber quiénes somos, discutir las conveniencias de esta actitud española de “no meterse en líos, eludir el diálogo político”. Buscar la discusión y el diálogo. Dudar con Antígona si debemos enterrar o no los cuerpos de los muertos. Reflexionar la idea íntima que se esconde en The Tempest con apoyo de Derrida: “Autor es a texto como padre es a hijo”. Pensar en otros momentos de Shakespeare. Pensamos en Ricardo II y la idea de “por qué guardar oro en este jardín si Inglaterra y el mundo entero es un caos” o de Enrique IV: “He abusado del tiempo  y ahora el tiempo abusa de mí”. Y cuando se nos pide que lo expliquemos mejor, responder como Cordelia, la hija predilecta, a su padre el Rey Lear: “To love and be silent” y ese “Nothing, my Lord”. Obediencia, amor, idolatría. Confianza en que no se confundan: “Presume not that I am the thing I was”. No te imagines que soy el que fui. Volver a Wittgenstein “hay imágenes falsas que nos tienen cautivos”. Ayudar a Próspero a imponer un nuevo orden. Alejarnos todo lo posible de su hermano, el indigno Alonso Rey de Nápoles y de Antonio, otro usurpador, que en la isla han querido dominar sin razones.
3. The Tempest como apoyo moral. Como partido político. Como toma de conciencia. Bien y mal compiten en la isla e interesa saber de parte de quién estamos, pues podemos equivocarnos y elegir la injusticia y la corrupción. Y pensemos como Próspero en la escena final, una vez concedido el perdón, como haría Segismundo comentando: “Ya no tengo espíritus que me obedezcan, ni artes para encantar/ La desesperación será mi fin/ si no tengo el consuelo de una plegaria”. Poco antes ese ha hablado de “Sentado en la orilla una música se desliza sobre las aguas trayéndome la imagen de mi padre muerto”. Lo muerto regresa, el bien augura “mares en calma y vientos favorables”.



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