El proceso de formación de la novela europea 
va ligado estrechamente, hasta la publicación 
de Don Quijote, a la literatura de caballerías, 
pero resulta prácticamente imposible hoy, al 
menos para la Edad Media, desgajar o diferenciar netamente 
esa literatura del resto de la prosa de ficción. 
No podemos identificar, así, la literatura de 
caballerías exclusivamente con la de procedencia 
artúrica, la llamada materia de Bretaña, 
y dejar de lado las materias clásica, carolingia, 
troyana y hagiográfica, como si nada hubiese 
tenido que ver su concurso con el largo camino de aclimatación 
o "desviación" histórica (por 
utilizar el concepto de Northrop Frye) que sufrió 
toda la prosa europea a partir de los siglos XII y 
XIII.
	Sin embargo, como dice Edwin Williamson(1), pese a que 
 o precisamente porque  declara Cervantes, en el Prólogo 
de la Parte I del Quijote, que la escritura de su obra 
no tiene otro objetivo que el de destruir "la 
máquina mal fundada destos caballerescos libros", 
se puede demostrar que la novela artúrica es 
patrón y fuente de la ficción caballeresca, 
luego explicar como evoluciona el género hasta 
el punto de convertirse en objeto merecedor de la parodia 
de Cervantes, y entre tanto dejar patente que "hay 
una línea que vincula la obra de Chrétien 
con los libros de caballerías españoles", 
cuyos autores, paradójicamente, no conocieron 
directamente los poemas narrativos de Chrétien 
de Troyes, como tampoco las versiones originales del 
Tristán e Iseo.
	No deja de ser extraño que a lo largo de esa 
línea de la ficción peninsular caballeresca, 
que todos de algún modo nos vemos obligados 
a trazar de manera canónica o imaginaria -tanto 
si aplicamos el concepto de continuidad genérica 
como si sostenemos la validez de una historia de la 
prosa literaria-, en el justo medio de esa zona tan 
oscura que representa la tradición artúrica 
hispánica de los siglos XIV y XV, suma de fragmentos 
y conjeturas que constituyen todo un género 
perdido, como ha señalado Alan Deyermond(2), se 
levanten dos mojones difícilmente clasificables, 
y en principio tan distantes el uno del otro como "raros 
y curiosos" dentro de las tramas genéricas 
de sus respectivas tradiciones lingüísticas 
(la castellana y la catalana) y de su misma tradición 
 literaria (la románica). Al primero de ellos, 
El libro del caballero Zifar, un texto que hace apenas 
veinte años era prácticamente imposible 
leer al gran público en edición española, 
pero al que se ha rescatado con todas las de la ley 
de ese injusto lugar secundario(3), le dedica un artículo 
en este volumen M(a) Luzdivina Cuesta. El segundo, 
Tirant lo Blanc, merece desde la Universitat de València 
una atención prioritaria, que intentamos prestar 
desde otros ámbitos(4). 
	A no ser que los apartemos con rotunda decisión 
del grupo de los libros de caballerías (y esa 
recobrada autonomía contaría ya con más 
defensores en el primero que en el segundo de los dos 
casos), hay que aceptar un hecho: ni El libro del caballero 
Zifar, pese a su edición temprana, ni Tirant 
lo Blanc, pese a su traducción al castellano 
en 1511, multiplicaron su influencia ni la proyectaron 
hacia los lectores españoles del siglo XVI; 
fueron efímeros, o "esporádicos", 
como decía del segundo Marcelino Menéndez 
Pelayo. Da la impresión de que se perdieron 
-dicho de manera menos contundente, perdieron la carrera 
frente a otros competidores más jóvenes- 
en la marasma de las dos primeras décadas del 
siglo XVI. Y no resulta difícil reconocer quién 
la ganó, como participante más joven 
y de más temple, resistencia y aliento: Amadís 
de Gaula. En la etapa fundacional del fenómeno 
editorial de los libros de caballerías -reduzcámosla 
al período que va desde 1503 hasta 1512- nos 
encontramos en una mayoría de casos con reconstrucciones 
novelescas o traducciones: dejando de lado la edición 
de la Gran conquista de Ultramar, en 1503, hallamos 
los cuatro libros de Amadís de Gaula (1508), 
basados en una anterior versión en tres libros; 
la traducción de Tirante el Blanco (Valladolid, 
1511), traducido del original en catalán (1(a) 
ed., Valencia, 1490); El libro del caballero Zifar, 
remozado de un texto escrito alrededor de dos siglos 
antes. Luego vendrán los textos auténticamente 
originales: las Sergas de Esplandián (1510), 
el Florisando (1510) y el Palmerín de Olivia 
(1511). Y ese hibridismo habrá de continuar 
a lo largo de todo el siglo: así, las prosificaciones 
de poemas épico-novelescos italianos, fundamentalmente 
el Orlando Innamorato, pero también el Morgante, 
la Trabisonda, el Baldus..., encajarán perfectamente 
dentro de un panorama de avidez lectora y ambición 
editorial, escaso de argumentos originales y enriquecido 
por materiales tan heterogéneos.
************
	La idea de publicar el presente volumen, en el que 
se recogen catorce artículos que giran en torno 
a la literatura de caballerías europea, y especialmente 
hispánica, nace de la celebración de 
unas Jornadas sobre literatura de caballerías 
y orígenes de la novela, organizadas por la 
Facultat de Filologia y el Departament de Filologia 
Espanyola de la Universitat de València, entre 
el 18 y el 20 de diciembre de 1996. Los textos de la 
mayor parte de conferencias han sido incorporados, 
tras su revisión y obligada anotación 
bibliográfica. Un grupo de seis trabajos nuevos 
(los de J. Acebrón, M(a) L. Cuesta, C. Domínguez, 
J. Guijarro, R. Mérida, S. Requena) ha sido 
añadido y otro (el de C. Alvar) ha cambiado 
respecto al contenido de la conferencia. 	
	Sería ingenuo -y caeríamos en los tópicos 
de prólogos a conjuntos de artículos 
muy diversos- pretender imponer a la fuerza una falsa 
cohesión a una serie de trabajos pautados por 
la heterogeneidad de temas, métodos y conclusiones. 
La libertad y la pluralidad de enfoques permitió 
la presentación de algunos de los resultados 
que ahora ven la luz. Gracias a esa misma libérrima 
selección de temas, dentro de un campo que se 
podía haber prestado en otras voces y plumas 
a deslindes peregrinos, resultan sintomáticas 
las líneas de prioridad en el análisis 
que ofrecen los trabajos que componen el presente libro. 
Esas líneas se trenzan en torno a cinco bloques 
temáticos: los orígenes y los mitos de 
la literatura de caballerías románica, 
el protagonismo del caballero cristiano y el papel 
de la mujer, el tratamiento de los sueños, las 
relaciones con las materias clásica y sentimental 
y, finalmente, la fortuna de la imprenta.
	El volumen comienza con una sección dedicada 
a Los orígenes y los mitos. El artículo 
de Carlos Alvar, "El Tristán en prosa del 
ms. 527 de la Bibliothèque Municipale de Dijon", 
supone un inmejorable acercamiento a las dos ramas 
más frondosas de la materia de Bretaña 
(cada una de estas dos ramas será tratada a 
continuación en las aportaciones respectivas 
de Paloma Gracia y Elena Moltó). Estamos en 
los primeros años del despegue -poético 
primero, prosístico a continuación- de 
la ficción europea romance. Descubrimos que 
la rama referida al rey Arturo y los caballeros de 
la Mesa Redonda y la centrada en los amores de Tristán 
e Iseo, nacidas totalmente independientes, se encuentran 
en la primera mitad del siglo XIII, cuando Tristán 
se hace amigo de Lanzarote y Galván, se convierte 
en un miembro más de los selectos en la Mesa 
Redonda, y se une a Galaz, Perceval y Boores en la 
Demanda del Santo Graal, mientras Iseo -aunque la historia 
de amor pasional quede en segundo plano- rivaliza en 
belleza con la reina Ginebra. El ms. de Dijon que estudia 
Alvar, uno de los muchos que conservan un relato de 
la historia tristaniana, es sin duda, con sus 46 miniaturas, 
uno de los más hermosos. Alvar examina con minuciosidad 
las correspondencias del texto con La búsqueda 
del Santo Grial (traducida por el propio Alvar, en 
Madrid, Alianza, 1987), que es incorporada completa; 
se analiza asimismo el papel de las miniaturas, la 
situación del ms. de Dijon en el conjunto de 
la tradición del Tristan en prosa y, teniendo 
en cuenta esa posición genealógica, la 
fecha de redacción de la obra (entre 1240 y 
1300). Como concluye Alvar, la obra (texto e imagen) 
"puede servir como ejemplo de lo que un lector 
medieval iba buscando al acercarse a las larguísimas 
recopilaciones en prosa: acceder a la aventuras más 
destadas de sus caballeros preferidos". ?Qué 
mejor combinación que la que encarna un Tristán, 
modelo de amante, convertido por sus compañeros 
en refuerzo para la empresa de Demanda más excelsa 
y dificultosa?
	El trabajo de Paloma Gracia, "El mito del Graal", 
está en perfecta consonancia con la presentación 
por parte de Alvar de ese delicado fruto granado dentro 
de la vastedad de un campo textual tan rico como el 
de la materia de Bretaña. La autora nos sitúa 
con claridad frente a la obligación que tenemos 
de entender la literatura de caballerías como 
fenómeno que implica una serie de virtualidades 
para sugerir múltiples lecturas y, consecuentemente, 
discusiones y análisis. Esas potencialidades 
se aprecian mejor que en ningún otro tema en 
el mito fundador del Graal. La utilización de 
elementos referidos a la alimentación y al sexo, 
articulados en el relato original del Perceval, cobran 
una relevante significación y proyectan miríadas 
de iluminaciones sobre lectores y críticos de 
todos los tiempos. Paloma Gracia repasa las teorías 
naturalista, céltica y cristiana sobre los orígenes 
del Graal y lo hace desde una atalaya, el hoy mismo, 
que ya ha enfriado en gran parte los rescoldos de la 
fogosa polémica que sostuvieron los grandes 
romanistas en los años 50, desplazándola 
hacia aspectos que enriquecen la interpretación 
desde terrenos que van desde el sicoanálisis 
a la antropología social. 
	El mito de Tristán e Iseo es capítulo 
aparte. Aunque María de Francia, en el Lai de 
la Madreselva, diga que "su amor fue tan puro 
(...) que recibieron abundantes dolores y después 
murieron en un sólo día", Elena 
Moltó, en "Tristán y el amor cortés", 
aduce textos poéticos trovadorescos que ejemplifican 
suficientemente la amplia variedad de figuras femeninas 
presentadas en la producción occitana. Textos, 
algunos de ellos escritos por trobairitz,  muy explícitos 
en su "tensión sensual". Considerar 
los relatos de Béroul y Thomas -dice Moltó- 
como contrarios o al margen de la influencia de la 
poesía de los trovadores, por el hecho de que 
Chrétien de Troyes, en boca de personajes como 
la Fenice del Cligés, sí que censure 
como desleal, deshonesto y culpable el amor de Tristán 
e Iseo, significaría negar la evidencia de que 
ambas obras  "representan, en forma novelada, 
una ilustración acorde con los presupuestos 
más queridos de los trovadores".
	Bajo el epígrafe que enmarca la segunda sección 
o bloque temático, El caballero cristiano, los 
trabajos de M(a) Luzdivina Cuesta y Javier Guijarro 
coinciden en interesarse por la ética bélica 
que translucen los libros analizados. El autor del 
Zifar, como destaca Cuesta en "Ética de 
la guerra en el Libro del caballero Zifar", despliega 
no sólo un conocimiento de los aspectos prácticos 
de la milicia (estrategias y tácticas bélicas, 
composición y jerarquías), sino una preocupación 
por aspectos legales, morales y religiosos, que afectan 
al tema de la justicia o injusticia de las distintas 
etapas del proceso bélico, desde las causas 
de la guerra hasta el trato de prisioneros. El realismo 
del Zifar tiene unas razones y unos objetivos(5). El 
comportamiento militar de Zifar y de su hijo Roboán, 
por antiguos que sean los orígenes de sus peripecias, 
siguen pautas perfectamente válidas en la historia 
castellana de la primera mitad del siglo XIV, en ese 
período crucial que va desde la etapa de definición 
de las ideas de caballería a los intentos de 
sujeción de la anarquía nobiliaria con 
ordenamientos -como el de la Orden de la Banda- dirigidos 
desde la cámara regia. 
	Javier Guijarro, en "Notas sobre las comparaciones 
animalísticas en la descripción del combate 
de los libros de caballerías. La ira del caballero 
cristiano", no se limita a la simple taxonomía 
descriptiva del uso de una amplificación retórica 
frecuente, la comparación del caballero cristiano 
con el león, el lobo, el perro, el toro, el 
jabalí, en algunos libros de caballerías 
de principios del siglo XVI. A Guijarro, en la línea 
del trabajo anterior de Cuesta, le interesa descubrir 
cómo esa descripción perfila una etopeya 
del caballero cristiano airado, que entraría 
en la palestra de un debate ético sobre la guerra 
justa o el ejercicio de la violencia. Etopeya, de otra 
parte, en absoluto monolítica, pues no está 
exenta, como se analiza con perspicacia, de desviaciones 
ideológicas importantes, gratas a la mentalidad 
popular, como las de la asociación de los mismos 
atributos animalísticos de fuerza y bravura 
con la figura del diablo. Por tanto, es más 
que curiosa la aproximación a la figuración 
demoníaca del estereotipo del caballero que, 
aunque cristiano, se comporta como violento, individualista, 
rebelde o anárquico.
	Emilio Sales, en "El Florisando: libro "sexto" 
de la familia del Amadís", analiza el sustrato 
ideológico que subyace a la propuesta del mismo 
ideal caballeresco cristiano comentado por Guijarro 
en su artículo, pero en esta ocasión 
en el seno de "una trama tan simple como monótona 
y reiterativa", la que se da en la continuación 
a los cuatro libros de Amadís y a las Sergas 
de Esplandián, es decir, en el sexto libro, 
llamado Florisando y escrito por Páez de Ribera. 
La pobre acogida que tuvo el libro, al que no cabe 
el discutible honor de aparecer presente -siquiera 
para mal, como tantos otros- en la expurga cervantina 
del Quijote, estaría prevista y anunciada, desde 
el momento en que su autor se propuso reescribir las 
Sergas en clave clerical, educativa y dogmática, 
forjando así "un texto convertido por momentos 
en una caza de brujas contra magos, encantadores, caballeros 
y doncellas andantes, un libro que buscando la ejemplaridad 
de los doctrinales de príncipes y caballeros 
pudo sucumbir a la rigidez de unas normas que encorsetaban 
la imaginación". 
	Abriendo la sección de La mujer en los libros 
de caballerías, César Domínguez, 
en su trabajo "<<Poner consejo a los tuertos 
de las viudas e duennas e donzellas>>: acerca 
de reinas falsamente acusadas", pasa revista a 
secuencias difamatorias por falsa acusación 
que se dan en las narraciones -intercalada la primera, 
autónomas las restantes- de El caballero del 
Cisne, Otas de Roma, Una santa Enperatrís y 
Carlos Maynes. Frente a un mismo elemento de acusación 
(siempre el adulterio), motor de la acción argumental, 
que supone en todos los casos un exilio de las heroínas, 
la trayectoria de éstas será un camino 
de recuperación de identidad, de reivindicación 
ante sus comunidades respectivas, y de corrección 
y regulación contra elementos nocivos que las 
falsas acusadas -como reactivos en las catálisis 
químicas- han hecho salir a la luz. Tiene especial 
interés, en la primera parte del artículo 
de Domínguez, la tipología de secuencias 
que se propone: la clara distinción entre secuencias 
órficas, edípicas, odiseicas, maléficas, 
enéidicas, oresteicas y mesiánicas, ha 
de resultar sin duda enormemente productiva, en especial 
-aunque no en exclusiva- aplicada a la literatura de 
caballerías.
	Habrá que interrogarse sobre los movimientos 
de un azar que conduce a que los dos únicos 
trabajos centrados en los libros de Garci Rodríguez 
de Montalvo (aunque alrededor de los libros de Amadís, 
siempre en la edición de Juan Manuel Cacho Blecua, 
giran, como era lógico esperar, muchas de las 
referencias de casi todos los trabajos del volumen) 
vuelquen su interés sobre los personajes femeninos 
de la obra, despreciando, consecuentemente, o desplazando 
su objetivo de la diana de exultante virilidad del 
protagonista. Marta Haro, en "Mujer en la aventura 
caballeresca: dueñas y doncellas en el Amadís 
de Gaula", sistematiza la tipología femenina 
en la obra, ordenando y explicando las funciones que 
realizan las dueñas adúlteras, las doncellas 
o dueñas bravas, las que buscan a su enamorado, 
las dueñas casadas (con las distintas variantes 
matrimoniales), las doncellas o dueñas celosas, 
las que ciñen armas a los caballeros, las muchas 
cuitadas o necesitadas, las desconsoladas, las enamoradas, 
las espectadoras de batallas, la incestuosa (sólo 
una), las remediadoras, las mensajeras y un largo etcétera. 
Todo un universo rico de acciones, sobre las que pivotan 
los trabajos y los días del caballero de ficción. 
Porque, como dice Haro, "es en la figura femenina 
donde se dan cita los dos ámbitos propios del 
héroe: las armas y el amor; es más, prodría 
decirse que la plasmación literaria del entrelazamiento 
entre la aventura caballeresca y la amorosa lo personifica 
la mujer". Los dos apéndices del artículo 
serán de gran utilidad. El primero recoge esos 
tipos femeninos más relevantes como actantes, 
con la anotación de los momentos de los libros 
en que se producen sus acciones. El segundo ordena 
alfabéticamente los nombres de las protagonistas 
con el modelo o modelos de acción que les corresponden. 
Contamos, por tanto, gracias al trabajo de Haro, con 
un repertorio clasificado de mujeres y actantes en 
el principal de los libros de caballerías del 
siglo XVI que, además de su importancia intrínseca 
para el texto amadisiano, podrá servir como 
utilísimo modelo de aplicación abierto 
a otros textos.
	El artículo de Rafael Mérida, "Tres 
gigantas sin piedad: Gromadaça, Andandona y 
Bandaguida", acota y explora las posibilidades 
de un determinado atributo dentro de esa tipología 
femenina. La suma de dos elementos negativos, la condición 
femenina y la monstruosa, llevan a una manipulación 
especial, dentro del proceso de asimilación 
-racionalización y cristianización- que 
efectúa Montalvo. Como recuerda el autor, a 
partir de Le Goff, "los gigantes y los enanos 
forman una pareja entrañable". Tan entrañable 
que el lector llega a agradecer -sugiere Ramos- la 
coherencia monstruosa de una Gromadaça, y a 
preferirla a los encantos de Madasima, hija de la giganta 
y de Famongomadán, mujer bella y cortés, 
con varios nobles enamorados, que acaba casando con 
don Galvanes sin Tierra, caballero del rey Lisuarte: 
"uno se pregunta si, en efecto, aquellos padres 
se merecían una hija como ésta, que había 
corrompido los más elementales principios de 
la ética y de la estética gigantesca". 
	Para cerrar las aportaciones de esta sección, 
Susana Requena, en "La pareja Partinuplés-Melior 
y la doble perspectiva en El conde Partinuplés", 
estudia las implicaciones a las que conduce la alternancia 
de protagonismo femenino-masculino en un relato francés 
muy bien transmitido -por sendas casi paralelas- por 
las tradiciones catalana y castellana. Melior pertenece 
al grupo de hadas morganianas, que atraen al hombre 
hacia su mundo mágico, y no al de las melusinianas, 
que se integran en la cotidianeidad de los seres mortales. 
Sin embargo, el comprensible error o falta del héroe 
la convierte de Sujeto, en la primera parte del relato, 
en Objeto de la acción principal, que pasa a 
estar protagonizada por Partinuplés en toda 
su parte segunda y desenlace. Partinuplés toma 
el testigo y emprende en solitario una carrera que 
le conduce hacia derroteros imprevistos por el esquema 
de la narración inicial.
	La cuarta sección del volumen lleva por título 
Los sueños de la historia fingida: ficción 
sentimental y materia clásica. El epígrafe 
de esta sección está tomado parcialmente 
del título del artículo de Julián 
Acebrón, "<<No entendades que es 
sueño, mas vissyón çierta>>. 
De las visiones medievales a la revitalización 
de los sueños en las historias fingidas". 
Esta cita está, a su vez, extraída de 
La leyenda del Caballero del Cisne: "E esto no 
entendades que es sueño, mas vissyón 
çierta que vos Dios quiso dar e mostrar". 
El autor parte de la separación clásica 
de los dos fenómenos oníricos principales, 
el ensueño o sueño (en la dormición) 
y visión (en la vigilia), y de la ambigüedad 
a la que se presta esta distinción, como testimonia 
toda la tradición bíblica y hagiográfica 
de sueños y visiones verídicos. Para 
evitar confusiones, el cristianismo medieval estableció 
una discriminación entre el ensueño relevante, 
trascendente o de origen divino, que habría 
de ser un ensueño revelador, admonitorio o premonitorio, 
y el resto de experiencias oníricas, intrascendentes, 
cuando no negativas, perversas o demoníacas. 
Una amplia serie de ejemplos aportados sirve para demostrar 
cómo en la literatura medieval, "el sueño 
o ensueño, degradado bajo sospecha de amparar 
supersticiones paganas, cede terreno y cohabita con 
la visión, un término cuyo uso rebasa 
los límites del mundo diurno y de la vigilia 
para designar también los sueños verdaderos". 
Así, una vez "desactivado" el peligro, 
las ficciones medievales y del siglo XVI se moverán 
con total libertad dentro de un universo rico en prodigios, 
donde los sueños laicizados, convertidos en 
mero artificio retórico o estrategia narrativa, 
"con ser verosímiles, no tienen por qué 
ser verdaderos".  
	Vicenta Blay estudia "La convergencia de lo caballeresco 
y lo sentimental en los siglos XV y XVI". Pese 
a la diferencia de partida entre los mundos de lo caballeresco 
y lo sentimental, en efecto, "los umbrales que 
los separan a menudo se desvanecen y, llegados a los 
siglos XV y XVI, el trasvase genérico resulta 
tan frecuente como mutuamente enriquecedor". Blay 
trabaja tres aspectos: el trasvase literario de la 
ficción artúrica a la sentimental de 
los siglos XIV y XV, los vínculos genéricos, 
incluyendo proximidad ideológica, motivos argumentales, 
tópicos y recursos comunes, y el ingrediente 
caballeresco de la ficción sentimental. Si los 
dos primeros apartados contaban ya con determinadas 
aproximaciones especializadas, que Blay sintetiza, 
comenta y valora, el tercero supone un repaso novedoso 
al recoger, ordenar y calibrar algunos de los principales 
ingredientes caballerescos presentes en nada menos 
que quince ficciones sentimentales. El elemento caballeresco 
se subordinará en ellas siempre, claro está, 
al sentimental: "el protagonista sentimental recurre 
a las armas no para encumbrarse como caballero, sino 
guiado por necesidades amorosas". 
	M(a) Carmen Pina, en "Metamorfosis caballeresca 
de Píramo y Tisbe en el Clarisel de las Flores 
de Jerónimo de Urrea", nos enseña 
cómo los temas clásicos, al amparo de 
cuyas adaptaciones nacen las primeras novelas europeas 
(Roman de Thèbes, Roman de Troie, Roman d'Eneas), 
pueden ser recuperados, en el Renacimiento, también 
por la literatura más popular, y lo demuestra 
con el ejemplo de un libro de caballerías castellano 
que no gozó en su tiempo de la fortuna de la 
imprenta. Una vez más, el texto salta por encima 
del género. Materiales en principio poco familiares 
a los libros de caballerías del siglo XVI, aunque 
sí propios del contexto renacentista, insuflan 
nuevos alientos a rancios temas de origen artúrico. 
Aquí, el mito de Píramo se reencarna 
en la figura de Clarisel, que a su vez se incorpora 
al mito. A través y gracias a un gradual y completísimo 
despliegue bibliográfico, la autora del trabajo 
constata que, en contra del tópico de la total 
ignorancia o desprecio del autor de libros de caballerías 
hacia la antigüedad, se daba la realidad de la 
influencia clásica -a través de los italianos 
Ariosto y Boiardo, en gran medida-, no sólo 
en éste, sino en otros textos de caballerías 
hispánicos, muchas veces, eso sí, no 
como recuperación cultista de un legado olvidado, 
sino gracias a la rica corriente de difusión 
medieval de la materia troyana en la Península. 
Urrea, hombre renacentista (traductor de Ariosto) opera 
-concluye Pina- como otros autores que intentaron revitalizar 
el género de la literatura de caballerías: 
"abriéndolo a las restantes modalidades 
de la prosa áurea, incluyendo escenas pastoriles, 
breves relatos de cautivos, pequeñas adaptaciones 
de novelas bizantinas..."; en su caso, y no sin 
mérito y acierto, "convirtiendo la fábula 
mitológica en una aventura caballeresca".
	La quinta y última sección del libro 
lleva por título La fortuna de la imprenta. 
Bajo ese epígrafe se incluye un solo trabajo, 
que sirve como colofón al volumen, el artículo 
de José Manuel Lucía, "Libros de 
caballerías impresos, libros de caballerías 
manuscritos (observaciones sobre la recepción 
del género editorial caballeresco)". El 
primer retoño del fértil matrimonio entre 
imprenta y literatura de caballerías nace en 
España un 12 de febrero de 1501, fecha de impresión 
en Valladolid de la prínceps del Tristán 
de Leonís, y el último nace en 1623, 
cuando se imprime en Zaragoza, como tercera reedición, 
la Tercera y cuarta parte del Espejo de príncipes 
y caballeros de Marcos Martínez. En ese tiempo, 
nada menos que cincuenta y seis textos diferentes, 
varios ciclos (Amadís de Gaula, Clarián 
de Landanís, Palmerín de Olivia, Espejo 
de caballerías...), doscientas ediciones..., 
todo un género editorial caballeresco, como 
asume Lucía. El autor introduce, con todo su 
conocimiento del tema y nuevas pruebas fehacientes, 
un decisivo argumento en la liza de la discusión 
sobre la decadencia de la literatura de caballerías 
peninsular durante la segunda mitad del siglo XVI: 
el de los dieciséis libros de caballerías 
manuscritos, conservados en veintidós códices. 
Pero no sólo cuentan éstos. Tanto la 
evidencia de escritura manuscrita de estos libros, 
como los testimonios de transmisión oral de 
algunos textos (el increíble caso del morisco 
Román Ramírez), de pervivencia en el 
mundo de las fiestas y teatro, de anotaciones marginales 
en ejemplares conservados, etc., demuestran una vigencia 
plena del libro de caballerías en esa segunda 
mitad del siglo XVI, y hasta entrado el siglo XVII, 
que no se contradice, por paradójico que parezca, 
con el paulatino decrecimiento de ediciones. Los editores 
han de presentar a sus lectores, cada vez con mayor 
variedad de oferta, otras modalidades de ficción. 
Los libros de caballerías habrán de aceptar 
esa competencia y acatar las servidumbres del mercado. 
Pero sería ciego identificar literatura con 
imprenta e ignorar esas muestras de difusión 
oral y éxito social para textos con sitio cada 
vez más reducido en las prensas. Tras el artículo 
de Lucía resulta imposible fijar los límites 
de recepción del género caballeresco 
con la ayuda exclusiva de cifras de ediciones.  
Rafael Beltrán
Universitat de València