El arte de la caza con liga era una forma muy extendida de pillar pájaros,  fundamentalmente de los que cantan bien. Al igual que en otras muchas actividades, había que seguir todo un proceso para preparar una buena jornada de liga. Lo primero de todo era tener preparado el esparto que luego había que untar con la liga. El esparto se solía tener ya en casa o si no quedaba, en un momento se cogía en cualquiera de los cerros de los alrededores. Los espartos tenían que ser flexibles y debían medir algo más de un palmo; se quemaba por las puntas porque si se cortaba con tijeras se podía "esgarrar". Siempre había alguien que era más experto en estas lides y que se encargaba de todos los preparativos.

Una parte muy importante y esencial era la preparación de la liga. Un proceso muy sencillo pero que requería todo un ritual. Se hacía un pequeño fuego y sobre él se colocaba un bote viejo. Dentro del bote se colocaba crepé (suela de zapato) a trozos y aceite de oliva viejo o rancio y se removía lentamente hasta que todo estaba deshecho. A continuación se le añadía "pedriega" machacada y echa polvo. Había que esperar hasta que se conseguía una masa oscura y pegajosa: era la liga. Pero había que probar si era buena o no. La calidad, consistencia y efectividad de la liga se probaba con plumas sueltas de alguna gallina vieja (y en casos más extremos directamente sobre la gallina).

Una vez elaborada la materia prima fundamental, sólo faltaba decidir qué día y a qué lugar se iba a ir a poner la liga: el toyo, la cantera, la charca de Juan Pascual, el calderón, las fuentecillas o cualquier otro lugar apto par tal menester. Era necesario llegar pronto, por lo que era conveniente madrugar y prepararlo todo (almuerzo, agua fresca, el jaulón, …).

Una vez llegados al sitio se construía "el puesto". Con la ayuda de piedras, ramas secas, hojarascas y broza de cualquier índole, o simplemente escondiéndose detrás de un atocha, se preparaba el sitio desde donde observar la entrada de los pájaros. Era ya la hora de untar el esparto con la liga y colocarlo clavado en tierra húmeda en la orilla, o en pequeños puñados de barro que se hacían para tal fin (dependiendo de si el lugar estaba rodeado o no de cingla), de forma que al entrar a beber, el pájaro se posase en el esparto. Tocaba esperar, de 9´30 a 11´30 era cuando los pájaros mejor entraban. No había que moverse en el puesto ni hacer ruido.

Los pájaros que solían cogerse eran los jilgueros o colorines, verderones y pardillos, incluso gorriones y totovías. Pero un buen "pillador" de pájaros no podía llevarse todo lo que se cogía. Se soltaban los menos adecuados, las hembras, los viejos y algunos machos jóvenes para favorecer su reproducción, dejando sólo los buenos, generalmente los machos adultos, ya que su cante es superior y poderoso. Una vez en casa, se dejaban en el jaulón durante 4 ó 5 días para que aprendiesen a comer y beber solos y en cautividad. No era conveniente separarlos ya que alguno podía morir.

Los mejores para el canto eran los pardillos, que hilaban fino en el cante. La mayoría de casas del pueblo amanecían con el canto de estas pequeñas y maravillosas aves.

Hoy en día, este arte de caza ha desaparecido afortunada o desgraciadamente según se mire, en parte debido a la gran sequía que padecemos y a los pesticidas agrícolas que han hecho mella en esta delicada cabaña de aves de nuestro entorno. No obstante, se aprecia en estas últimas fechas una ligera recuperación de estas especies.