I.S.S.N.: 1138-9877
Cuadernos Electrónicos de Filosofía del Derecho. núm. 5-2002
MULTICULTURALISMO E
INMIGRACIÓN: Retos Ideológicos del siglo XXI
[1]
NORBERO ALVAREZ GONZALEZ
(Universidad de Alcalá)
Escribir sobre multiculturalismo está de
moda: Es como una imposición ideológica de los tiempos, debido a
la llegada masiva de inmigrantes, exigida por la economía del
macrodesarrollo, y la microprogramación familiar europea. Parecido a lo
que ocurrió, ya, por ejemplo, desde hace siglos, en los UUEE, que los
importaron, incluso, como esclavos; pues constituían una fuerza de
producción necesaria, como lo habían sido, ya, los esclavos por ley, en la edad antigua, cuando con los esclavos
por naturaleza ya no
bastaba, para cubrir las necesidades de la población.
Cualquier
modo de producción, pues, necesitó/necesita de la
explotación e, incluso, de la esclavitud. Lo que diferencia a tales
formas de relación social, hoy,
de las con el mismo nombre de otras épocas, es, sólo, la
forma accidental de darse éstas; pues, aunque hoy, ya, no se habla de esclavos,
sino, sólo, de explotados, en rigor, aun, los hay. En tal sentido,
cuando la explotación de ciertas capas sociales supera mucho a la media,
el dueño de los medios de producción lo es, también, el
del trabajador. Cierto que el esclavo clásico era, jurídicamente,
un semoviente, mientras que el trabajador sobrexplotado actual, para el
derecho, es un ser “libre”, pero también es verdad que, con
frecuencia, aquel esclavo clásico, por su mayor proximidad con el señor
(eran, incluso, su familia heril), disfrutaba de un gran afecto de éste,
lo que le permitía realizar, mejor que el sobrexplotado actual (con esas
relaciones con el patrono tan distantes que impone la macroempresa moderna)
muchos contenidos de la Libertad. Y, aunque el sobreexplotado de hoy deja, al
amo, cuando quiere, su dependencia de la clase que le explota es tan
inevitable, como la del esclavo clásico a su señor.
Y
¿cuál es el papel, de las instituciones humanitarias
–ONGs., organizaciones de derechos humanos, Iglesia,..- y de la misma Ley,
en su aspecto humano?
1.Frenar
el instinto insurreccional, que podría ser aprovechado por
organizaciones extrasistema,
haciéndoles creer, a los explotados, que el sistema cuenta con
sólidos apoyos, y eficaces vías de liberación, para ellos.
2.Evitar
algunos supraexcesos del egoísmo capitalista, que podrían llegar,
incluso, a hacer peligrar su propio sistema[2].
Pero
este estudio mío se refiere, sólo, una específica forma de
explotación actual: la de los inmigrantes, de hoy, a Europa. A una
explotación, por lo demás, necesaria, desde la lógica
interna del desarrollo capitalista, pues, sin explotación, no
habría progreso –ni económico, ni cultural- [3],
y, así, tampoco, proletariado (la clase que transformará al
Capitalismo en Socialismo, como ya demostró Marx). Y digo que la
explotación es, económica, e históricamente, necesaria
–y no, éticamente, justa- porque el enriquecimiento social, como
ya dije en nota, no es posible, sin una explotación, que permita la obtención
de plusvalía, a partir de la existencia de un amplio lumpemproletariat, que abarate el trabajo[4].
A pesar de lo cual, la moral, incluso burguesa, (¿sinceramente?) la
prohibe. ¿Qué principios triunfarán, los económicos
o los morales? Antes de continuar, permítaseme una aclaración: La
actual crítica moral al maltrato del inmigrante, en los medios, la
inspira –más que el humanismo intelectual o afectivo- el
interés de los grupos políticos, y sus satélites
culturales, en dificultar la política de inmigración de los
gobiernos. Y sospecho, incluso, que, a ciertas ONGs, les pagan mafias de color;
a las que les importa muy poco la infrasituación económica de sus
conciudadanos (verdadera causa de su marginación, pues la raza es un
signo externo, aquí, de infrapobreza), sino su desprecio como gente de color,
que es lo que les perjudica, también, a ellos.
Contra
esta marginación, pues, no se lucha, más que destruyendo la causa
real de la misma: las relaciones sociales capitalistas; pues, de liberarse los
negros, sudacas y
moros[5]
de aquella explotación, otras capas débiles de la sociedad
ocuparían, entonces, su lugar de explotados, como exigen las leyes
económicas del capitalismo[6].
Y, si en un momento dado la explotación ya no fuera posible, se
atisbarían, entonces, esperanzas de libertad (¡menudo
sueño!), pero, quizás, también, del fin del progreso.
¿Es esto posible? ¿Compensa, realmente, a los promotores del
antirracismo la destrucción de las actuales estructuras
económicas?.
¿Conflicto
xenófobo hoy?
Centrémonos,
pues, en el problema. Situémonos aquí, y ahora, (siglo XXI y en
España): ¿No vemos nuestras calles llenas de una masa de
inmigrantes del cono sur del planeta? ¿Qué nos suscitan
éstos?. Pese a lo que se diga, normalmente, la realidad es ésta:
Son pobres, pertenecientes a infraculturas del tercer mundo (“extranjeros”, en el sentido
peyorativo), por lo que nos suscitan distancia y deseo de explotarlos. Y es que
la compasión que limita esos excesos es, directamente, proporcional a la
similitud que tenemos con el prójimo (que con el
“extranjero”, obviamente, es menor)[7].
Me hago yo, a partir de aquí, estas preguntas:
¿Aceptaremos,
a aquéllos, algún día, como conciudadanos?
¿Les
aceptaremos, incluso, como compatriotas?
¿Será
posible el respeto a sus culturas, con todo lo que ello conlleva: desde aguantar
la higiene de muchos árabes de base, hasta ciertas prácticas
religiosas –espeluznantes, desde nuestra óptica cultural, como la
ablación, por ejemplo- lo mismo que respetamos que cierta
institución católica aconseje, a sus fieles, la práctica
del cilicio, y evitar el placer sexual, incluso en el ejercicio del
legítimo matrimonio?.
En
síntesis: ¿hay aquí, y ahora, racismo o/y xenofobia?
Antes
de responder a esta pregunta, me referiré a la realidad social que ya
muchos califican así: de racista y xenófoba. Como quiera que sea,
viven hoy, en Europa, como dije, “extranjeros”, que llegan, a ella,
empujados por su precaria situación económica. La
hipocresía terminológica de nuestra sociedad opulenta los llama “extranjeros”,
ciertamente, pero los trata como a moros, sudacas, y negros. Y es tal el desprecio que el
término “extranjero” suscita, ya, entre nuestra
población, que aplicarlo, por ejemplo, a un turista con medios
(alemán, francés o canadiense), o aun residente, aquí, con
carrera y bien pagado, de los mismos países, resulta casi una
imprecisión.[8]
¿Son/serán parte aquéllos, algún día, de la
realidad sociológica de nuestra nación? ¿o
constituyen/constituirán, indefinidamente, una causa más de su
desintegración?. No hace falta aclarar, ya, que un pueblo, del que su
sangre y su cultura, se mezclan con otras, no será ya nunca el mismo.
Que esto sea bueno, o sea malo, no me toca, a mí, decirlo aquí.
Depende de la ética y de la escala de valores, e ideales, que se
mantengan.
De
momento, a esos colectivos de “extranjeros”, nuestra sociedad
los siente como un cuerpo
extraño. Y, aunque los únicos conflictos –nacidos,
más que nada, de la hipocresía moral y del conflicto de intereses
políticos con el gobierno- los protagonizan organizaciones humanitarias,
religiosas y política, no hay que menospreciar, aquí, tampoco, su
posible transcendencia. En tal sentido, los que hubo entre la clase reinante
visigótica, por ejemplo, contribuyeron a la conquista árabe de la
península. Y estos tira y afloja, hoy, aquí, dificultan una política
coherente de inmigración del gobierno, en beneficio de la arribada
masiva de ilegales. Pero téngase presente, además, que, pocas
veces, en la historia, el amor motivó el progreso; y muchas veces, en
cambio, lo motivó el odio y la envidia.[9]
Pero
volvamos al comienzo: ¿Hay, aquí y ahora, un conflicto racial o/y
xenófobo? Conflicto, estrictamente, poco; mientras que los extranjeros
trabajen, sólo, en lo que la población autóctona no quiere
para ella. Pero ¿cuánto tardará el capitalismo en extender
la semiesclavitud de color a otros sectores de la producción,
enmascarándola de igualdad y tolerancia racial. Lo que más peligra hoy,
aquí, es la F.P., nutrida por hijos de obreros. Respecto a la
universidad, ya es menos fácil la arribada prelaboral de “inmigrantes”
(¿quedan, aun, en ella, muchos hijos de la clase dominante, o se han ido
todos, ya, a la privada?). No obstante, la necesidad de crear puestos docentes,
y el descenso de la población estudiantil autóctona, podrían
configurar un alumnado público, preferentemente de color y blancos
pobres, para justificar, así, nuestros sueldos y crear más plazas
para amigos.
Pero lo que yo creo tener más claro,
aquí, es que las capas dirigentes jamás tolerarán, a las
inferiores, adquirir la preparación suficiente para gobernar, ni para
adquirir autoridad –ser un buen médico o abogado, por ejemplo-
ante la masa; pues ello atentaría, como es obvio, contra el estau quo, del que son sus beneficiarias[10]en
régimen de privilegio La hipócritamente llamada democratización
de la escuela pública
responde, sólo, a esto:
1º.
A la necesidad de la producción moderna de tener un proletariado,
técnicamente, preparado.
2º.A
la necesidad de la sociedad –y en ella de las capas dirigentes- de
educarlo para la convivencia cívica: educación homologable, con
frecuencia, al domesticamiento de animales[11]
3ºIdeologizar,
al ciudadano, haciéndole creer que existe igualdad social real de
oportunidades. Esta función ideologizadora la ejerce la escuela, por
igual, con inmigrantes y autóctonos. [12]
Infracultura y xenofobia
En el párrafo
anterior, me he referido, sólo, al conflicto laboral, como generador de
un conflicto racial y xenófobo. Otro importante motivo de este conflicto
es el cultural: Se repele su cultura, porque es una cultura de pobres. Y los
primeros en hipovalorarla, además, son ellos mismos. Obsérvese,
así, por ejemplo, cómo imitan los inmigrantes las costumbres de
los europeos –en el hacer y el vestir, por ejemplo- y lo, exquisitamente,
bien vestidos que van los árabes y sudamericanos ricos (a los que el
color de su piel acusa de ser conciudadanos de los sudacas y moros que vemos, a diario) para diferenciarse,
así, de ellos.
Y es de hacer mención,
aquí, también, al rechazo cultural de muchos ciudadanos europeos
a la educación integrada (de inmigrantes y autóctonos), que,
paradójicamente, podría constituir un derecho suyo, pues, al
menos, lo tienen a escoger, la educación que ellos crean mejor para sus
hijos. Por lo que, al influir en la educación del discente, no
sólo la figura del maestro, sino, también, la del
condiscípulo –a través de la panda de amigos, del
compañero de juego, o de pupitre, etc.- evitar los presupuestos de esa
educación indeseada (y en ellos, ciertas compañías), para
sus hijos, podría ser, también, contenido de su derecho[13]
a educarles según su criterio[14].
Este es un racismo,
psicológicamente, tan fuerte, como el norteamericano de mediados del
siglo XX, aunque con ciertos frenos: Jurídicomorales (hay una Declaración
Universal de los Derechos del Hombre); no está bien visto el racismo porque nuestra cultura lo
rechaza –sentimiento cultural forjado, más que por nuestros
principios humanistas, por nuestra visceralidad antiyanki[15]-)
que aquél no tenía. Todo lo cual no evitará los desmanes
económicos de las clases pudientes, sobre un proletariado de color[16],
y desorganizado, cuya suerte depende, sólo, de la compasión que
suscita en el observador.
Este neorracismo, sin
embargo, no pretende, sólo, expulsar al inmigrante. Se le quiere, aquí, pero
humillado. Y no sólo por razones económicas, sino,
también, psicológicas y sociales: Al obrero, por ejemplo, le
agrada no verse, ya, en el peldaño social más bajo: está
encima, ya, de los sudacas,
negros y moros. Y, a las amas de casa (tantos años sin criada a quien pisar, ¿no les viene,
también, bien, la sufrida sudaca , o la esclavoide dominicana, para que las sirva,
las aguante, y las adorne junto al perro?.
Todo lo cual contribuye a la
“integración” del extranjero en nuestra sociedad “tolerante”. Una
integración, por lo demás, como apunté ya, parecida a la
de los perros y gatos, tan queridos, como despreciados, por sus amos. Pues la
nivelación social, nunca, se ha conseguido desde los consejos de bien
pagados doctrinarios (el de la tolerancia es el que más mola hoy), ni desde la compasión de los
fuertes, ni desde las “buenas” artes de los políticos
(administradores de sus amos), sino desde la lucha social
–pacífica o violenta- para la que esta nueva fuerza laboral
inmigrante no se encuentra, ni remotamente, preparada[17].
Pues, aunque hay precedentes
de movilizaciones de parias
triunfantes -el de los negros, en Norteamérica, en los años
sesenta, es el más conocido- las circunstancias, allí, entonces,
eran muy distintas a las de, aquí, hoy: Aquéllas se daban, junto
a las contra la guerra de Vietnam, y las del movimiento contraculturalista, por
lo que, movilizados todos (negros y jóvenes, pacifistas y
contraculturalistas), a la vez, existía, incluso, el riesgo de que todos
se solidarizaran, y saliera un nuevo partido institucional, de centroizquierda,
inimaginable, aun hoy, en Norteamérica. Lo que forzó el relativo
reconocimiento de los derechos de los negros que ya conocemos[18].
Razones
psicológicas de la xenofobia
Pero, junto a las causas
económicas del racismo, ya, vistas, hay, también, otras. Por
ejemplo, la necesidad psicológica de agredir: Muchos ciudadanos (como
los skingers, pero, no
sólo ellos) sienten esa necesidad. Y hay quien, incluso, se hizo
policía, en una dictadura, para disfrutar torturando. Y, hasta el
voluntariado de una guerra se explica, muchas veces, desde esta siniestra
óptica. Pero, junto a estas agresiones activas, hay muchos ciudadanos,
también, a los que, sin agredir ellos mismos, disfrutan, viendo que
otros agreden. Lo que, ya, explico Erich Fromm, en El Miedo a la Libertad, al sostener que el liderazgo de Hitler y
Stalin no se explican, sin la necesidad de sus fans de agredir y matar, a través de ellos. Y
hasta Augusto decía que “la masa no esclava tenía que ser
satisfecha con espectáculos crueles”[19]
Hoy la agresión al
inmigrante –que no se ve tan grave como la al europeo, porque la moral
vigente les protege menos- serviría como una válvula de escape de
muchos desaprensivos, necesitados de blancos humanos para realizar su
agresividad. Pues, cuando ya, ni por razones de sexo se puede zurrar (como hace
décadas) al homosexual, ni por razones ideológicas al rojo, ni por razones de género a la
mujer, ni por razones de especie al animal; ni marginar al rojo, ni al maricón, ni al contrahecho,
etc. ¿de qué válvulas de escape dispone, hoy, el homo
agresivus para liberar su
agresividad congénita?. Yo lo veo claro: Busca otros blancos, entre los
que vuelven a estar, ya, los clásicos de nuestras invasiones: sudacas y negros; y los de nuestra Reconquista:
los moros. Y, si la humanidad, en un ejercicio de civismo, intentara acabar con
la violencia, sólo, desde la reeducación del hombre en el
humanismo, una vez más erraría, por confiar en la
educación ideológica mucho más de lo que, en realidad,
puede darle. En síntesis: Para que el hombre sea pacífico, ha de
dar salida, antes, a su agresividad. ¿Contra quien/es?. Recordemos lo
que ocurre (que, aunque repruebo, lo explica): Si es malo agredir al
conciudadano, hay que agredir al extranjero. Y ¿si lo es, también,
a éste?. Freud nos da la respuesta: “El cristianismo, que
inventó lo del amor entre todos los hombres, hubo de inventar,
también, la intransigencia con el hereje”. Pero una sociedad que,
ni a conciudadanos, ni a extranjeros, ni a herejes, ni a animales, permite
tocar, no tiene, en realidad, un proyecto de paz eficaz, sino de ingenua
utopía.
¿Y no hay,
también, gente buena?. Si. Pues, junto al instinto de muerte (zanatos), hay un instinto de vida (eros). Más desarrollado, en unos, el
primero; en otros, en cambio, el segundo. ¿Porqué, entonces este
pesimismo xenófobo-racial que yo, aquí, mantengo, si los efectos
nefandos de la agresividad de unos se compensarían con la
filantropía visceral de otros? Porque la realización de la agresividad padece serias
limitaciones culturales (no hay instituciones legítimas –salvo la
consabida propaganda antiterrorista, y casos asimilables, incluso de enemigos
fantasma, que, de forma esporádica, e insuficiente, se lanzan a la
población), mientras que la necesidad de ser amados se sacia,
normalmente, en la familia y las amistades[20]
Bien es verdad,
también, sin embargo, que nos compadecemos, también, a veces, de
personas de otras razas y culturas; pero esta compasión suele ser
superficial y tibia. Y ¿no hay, también, ideólogos e
ideologías filantrópicas?. Sí. Pero ¿las motiva,
sólo, el amor, ¿o también, (y sobre todo) el deseo de
protagonismo y la envidia? En el mejor de los casos también éstos. Es por lo que yo abrigo,
aquí, mis sospechas de que el motor psicológico de la Teología
de la Liberación –de tan encomiable contenido- no siempre es la Caridad, sino la
envidia, de esos teólogos, a los jerarcas, a los teólogos
oficiales, y a los escribanos de curia, como llamó Congar a esa elite clerical
que colabora con la jerarquía en el gobierno de la Iglesia
En
síntesis: ¿Es, hoy posible el multiculturalismo? En
términos absolutos, no: Es, sólo, una bonita expresión,
porque la oímos de boca, o la leemos de la pluma, de gente educada, y bien situada en el estatu quo. Pues lo problemático de este
pluralismo no es saber si yo debo consentir que, junto a mi domicilio, haya un
restaurante chino, o una sala de conciertos orientales, o un centro de yoga
hindú, o de folklore centroafricano, o una iglesia coreana; sino saber
si yo debo tolerar ciertas prácticas que, desde mi cultura, resultan
repugnantes: ¿Debe tolerar, por ejemplo un europeo, con un sentido,
aquí, normal de la higiene y de la educación (y desde luego
diferentes a los de ellos) los hábitos –desde su cultura, también
normales- de varios nigerianos que viven en un apartamento contiguo al suyo?.
Lo mismo me pregunto, respecto de quienes, en una lujosa cafetería de
Madrid, les toca sentarse junto a cinco magrebíes, cuyo olor (para su
cultura, normal o incluso atrayente) les atufa, desde su cívico[21]
sentido de la higiene; o respecto de quienes contemplan (lo que yo mismo
viví en un hotel del Magreb) que un camarero de aquellas acogedoras tierras, se corte las
uñas de los pies en el comedor, con un cuchillo de mesa y con ostentosa
publicidad.
Estos
son, en realidad, los verdaderos problemas del multiculturalismo. Y es, a
partir de aquí, donde debemos preguntarnos: ¿Pluralismo
sí? o ¿pluralismo no?. Pues, en cualquier comportamiento social,
la norma debe limitar un interés, a favor de otro/s. Por lo que lo que
tiene que hacer, aquí, el derecho, una vez más, es, previo ver
cual es el interés más alto –si que el árabe se
realice en su cultura de la antihigiene, y yo no, en la mía de la
higiene; y así, que el europeo aguante los, para él, antiaromas,
o el africano las, para él, cursilerías del civismo- prohibir los
comportamientos, axiológicamente, más bajos, protegiendo,
así, los mas altos.
Dejemos,
pues, las abstracciones de cátedra y bajemos a la arena. Me pregunto yo,
aquí, ahora: Si muchos árabes, de por ahí, huelen y
berrean, como a los europeos les disgusta, y a ellos les agrada, es porque su
comportamiento antihigiénico e incívico es una
manifestación más de su cultura[22].
Ante lo que hay tres opciones: Imponerles que no entren en lugares
públicos (marginante). Imponerles que se laven y hablen bajo (atentado
contra su libertad y cultura). O exigir, al europeo, tolerancia, aunque le
repugne todo aquello. ¿Cuál es la solución mejor?. Ninguna
es buena. Porque, al europeo, le disgusta mucho esa cultura africana; y al
africano podría suponerle, incluso, una gran molestia lavarse a diario.
¿Qué aconseja el multiculturalismo de moda? Nada. Caxigalines: Tolerancia. Pero ya vemos sus contenidos
aquí: De taparse la nariz, unos; o de sentirse coaccionados, otros. Con
lo que la respuesta correcta a la pregunta “¿Tolerancia sí
o no?”, me temo que es la siguiente: En Marrakech o Larache, la cultura
árabe; en Abuja, la nigeriana; y, en Madrid, la española.
La
realidad es bien distinta, analizada con una metodología marxista: La
cultura de la población –sus sentimientos y saber- es el producto
de la realidad en la que los sujetos viven. Los gustos del moro, los del
nigeriano, berlinés, parisino, o madrileño, son distintos, porque
su situación, en el proceso de producción, también, es
distinta. La que nunca se arreglará con los consejos y prédicas
de bien pagados doctrinarios. ¿Quiérese, en realidad, una
transformación social real, y que el negro no se sienta, así,
infradiferente en Europa? Ayúdesele a organizarse para la lucha social
–único método de salir de sus ínfimas miseria y cultura, y ser capaz,
así, de convivir con los europeos bien situados, con agrado- porque, ni
yo tengo porqué aguantar las prácticas, educación, y
hábitos de muchos negros y moros[23],
ni ellos porqué aguantarme, a mí, las, para ellos,
cursilerías de mi educación e higiene.
Los
doctrinarios ejercen, aquí, una vez más, de templagaitas del statu
quo. Que no se
arreglará, nunca, como dije, sin una transformación
económica previa; que, tampoco, se producirá, nunca, sin una
lucha social –acaso cruenta- protagonizada por las actuales
víctimas.
Debo
señalar, aquí, también, que la defensa del
multiculturalismo la motiva –más que una exigencia ética en
la línea de defender los derechos humanos de los explotados- la
necesidad de buscar la legitimación de las nuevas formas de
explotación en la sociedad globalizada. A la que no podría faltar
-¿cuándo ha sido así- una ideología que la
legitime. Y esto es tanto más comprensible, cuanto que el choque
“cultural” de nuestros ciudadanos con las etnias de la
inmigración, van a sufrirla, sólo, los barrios de clase media
baja, adonde acuden a vivir –cuatro familias por vivienda- los
inmigrantes en busca de vivienda barata.
Pero,
aparte de esto, y refiriéndonos, ya, a la ideología de la
tolerancia racial misma, encuentro, en ella, incluso, contradicciones internas.
Por ejemplo, exigir la prohibición de ciertas prácticas
religiosas –como la ablación- valoradas altamente por la cultura
de sus practicantes, y no mencionar, siquiera, la práctica del cilicio
(aconsejado, incluso, a adolescentes) desde la moral de ciertos colectivos
católicos, no me resulta coherente. Esta contundente prohibición
de la ablación es, moralmente, pertinente, como es obvio, juzgada desde
nuestra cultura, pero es una evidente represión, juzgada desde la suya.
Por lo que una tal imposición moral se entiende legítima,
sólo, previo considerar como inferior la cultura que se pretende
corregir. Lo que presupone unos criterios racistas y xenófobos.
Conclusiones
1.La eliminación de los conflictos
xenoculturales y raciales –lejos de contribuir a la paz social,
empujaría a la humanidad hacia otro tipo de conflictos, a través
de los que el homo agresivus daría salida a
su impulso vital. Y es que el racismo y la xenofobia son, sólo, formas
históricas de dar salida la agresividad consustancial al ser humano.
2.Racismo y xenofobia, antes que una base
cultural, tienen una determinante socioeconómica: la posición de
ciertas razas y culturas en el infralumpemproletariado del desarrollo. Lo que,
al generar, también, degradación moral, estética, y
delincuencia, aumenta su desprecio social.
3. La progresía ideológica ofrece una solución al problema desde la literatura moralizante. Pero éste, sólo, tendría solución (hoy impensable) desde la superación de las estructuras capitalistas, que, sin la explotación económica, no podrían subsistir. Y, a partir de cuya explotación progresa la economía, gracias a la reinversión de la plusvalía.
4. Aunque la integración del extranjero es
buena, hiere, también, los sentimientos nacionales de quienes integran
la nación de acogida, y se sienten unidos en una tradición,
costumbres, ideales, y sangre, comunes. Por lo que desean un territorio propio
y excluyente, donde puedan vivir estas específicas relaciones suyas, lo
mismo que los colectivos religiosos, la peña de amigos, la familia, el
club de los de la ópera, viven sus relaciones específicas en
determinados sitios, exclusivamente, para ellos: el templo, la sinagoga, la
mezquita, el hogar, el club, etc.
Esto
no supone una defensa de los nacionalismos de viejo cuño, pero invita a
tener en cuenta la realidad sociológica de la nación, antes de
pasar al superestado, o a la miscelánea pluriracial.
5. Para mí -positivista moral, y con una
metodología de análisis, de los fenómenos
históricos, marxista- la ideología del multiculturalismo
pluriracial la explica, sólo, el que la economía globalizada
exige neoesclavos, importados del tercer mundo
6.La respuesta, racista y xenófoba, a la
actual situación de miscelánea, de culturas y razas, será
inevitable[24]. Y, aunque
nuestra nación española es el resultado de una miscelánea
de razas y culturas, de fenicios, griegos, íberos, romanos,
árabes, etc., el choque con –y la resistencia frente a- los
pueblos invasores, fueron hechos determinantes de la unión de las
culturas hasta entonces en conflicto. Pues, lo mismo que un organismo
biológico rechaza un cuerpo extraño, al que, de no poder
eliminar, acaba asumiéndolo, así también el cuerpo social
rechazará otros grupos diferentes en raza o/y cultura, hasta que
aparezcan circunstancias (un enemigo común, por ejemplo) que los acabe
uniendo.
Madrid, 5 de septiembre del 2002
[1] Este es un estudio psicológico; y, como tal, ideológicamente, aséptico. Por lo que el autor no se pronuncia, moralmente , respecto al racismo y la xenofobia.
[2] No se olvide que la financiación de tales instituciones y sus campañas, cuesta mucho dinero, y que no son los pobres los que pueden dárselo, sino los ricos, ¿para liberar a los pobres en detrimento de sus propios intereses?
[3] Obvio resulta que, si se le diera al trabajador, todo lo que produce, lo gastaría, íntegramente, en saciar sus necesidades, con lo que la acumulación de dinero –presupuesto de la capitalización- sería imposible.
¿Y cómo incide la explotación en el desarrollo cultural?
1º. Desde la necesidad del Capitalismo de desarrollar el conocimiento técnico para hacer avanzar sus estructuras.
2º Desde el estímulo que da a los oprimidos su situación de tales, para leer y desarrollar las filosofías que anuncian su liberación social. Y, como reacción contra esto, la insistencia de las capas dominantes en sus filosofías conservadoras, a cuyos argumentos se agarran, y desarrollan, en su propia defensa teórica.
[4] Para una mejor comprensión de esto, reléase la obra económica de K.Marx. Y, en especial, Das Capital.
[5] Esta semántica con la que designo a los inmigrantes de aquí y ahora, para nada supone un desprecio mío hacia los mismos. Todo lo contrario: indican la manera de verlos de la población autóctona, bajo el sentimiento de desprecio que el lector ya conoce bien.
[6] Es algo muy sabido, ya, que cualquier moral social carece de fuerza vinculante si no tiene un poder detrás. Con convicciones no apoyadas por el poder, en unos casos iremos de utópicos ridículos, en otros de extravagantes y antisociales, pero nunca se tomará en consideración a quienes sólo piensan y programan una forma de entender lo ético, pero no tienen poder alguno que les apoye. Por todo lo cual, son los detentadores del poder social los que, a través de sus aparatos –docencia, investigación, prensa, cine, etc- cultiva esa escala de valores sociológica, “seria y convincente”, y, desde luego, también, necesaria para, a partir de lograr el consenso social, facilitar la producción económica.
[7] Obsérvese, en esta misma línea, que, también en nuestra sensibilidad hacia el dolor animal, ocurre algo similar: ¿Quién se encariña con un pez, por ejemplo? Es raro. ¿Quién, con una gallina?. Tampoco es corriente. ¿Y, con una lombriz, o una lagartija, o una araña?. Esto es, casi, imposible. Pero sí es muy posible, en cambio, hacerlo con un perro, con un gato, o con un caballo, que parece que nos comprenden y cosienten con nosotros.
[8] Este desprecio no lo ha sufrido, nunca, nuestra emigración a Sudamérica y Centroamérica, porque viajaban reclamados por algún pariente enriquecido, que les daba un buen trabajo, evitando, también, así el darlo a un nativo, que no tenía preparación alguna, lo que contribuía a perpetuar esa especie de colonialismo protector en ultramar.
[9] Sospecho, además, que ciertas ONGs. las pagan mafias, para reivindicar su propio derecho a ser distintos en la raza, ciertamente, pero, también, para traer ilegales, necesariamente destinados, a “trabajar” en sus “empresas” levantadas sobre un soporte laboral ilegal, e, incluso, delictivo.
[10] La clase dominante puede consentir el ascenso de individualidades de la inmigración concretas –lo que, incluso, la favorece, al dar la imagen de que, en el sistema, hay igualdad de oportunidades- pero nunca un ascenso y preparación técnica, e intelectual, generalizado. Pues, además de la expuesta razón, no olvidemos que el neocolonialismo económico, en el tercer mundo, sigue siendo un hecho, gracias a que las grandes empresas, allí, pertenecen al capital extranjero (europeo, americano, etc.) entre otras razones porque los indígenas no sabrían administrarlo.
[11] El ciudadano “bien educado”, con frecuencia, es un ciudadano cuya educación se manifiesta en saber manifestar ese respeto por el poderoso, en forma de obediencia, subordinación, manifiesta y resignada convicción de la superioridad del otro. El contestón, en cambio, o que, con facilidad se enfrenta, verbalmente, al biensituado, o que sencillamente pasa de él, olímpicamente, etc, es un maleducado
[12] Todos recordamos el engaño programático de aquellos soflamáticos “principios”, del tipo de “la universidad para el hijo del obrero”. Lo que, como puede suponerse –como es obvio- no es posible en una sociedad Capitalista. Pues ¿se arriesgaría la clase dominante a preparar, masivamente, para las altas funciones de gobierno, a hijos de las clases, económicamente, bajas?. Esto supondría una real alternativa de cambio de régimen, político y económico.
Es por lo que, también, nos hace sonreír eso de que los hijos de los pobres sudacas de la inmigración se preparan, aquí, para alcanzar cualquier grado de preparación, intelectual y técnica, para volver a sus países bien formados. Esto es casi cómico, pues ¿iban a consentir los americanos que, al servicio de cualquier posible golpista nacionalista –y aunque no fuera un revolucionario- hubiera administradores autóctonos, con el riesgo, así, de que sus empresas en Latinoamérica fueran nacionalizadas, al disponer esos países, ya, de administradores suficientes para romper la dependencia económica neocolonial en que viven?.
[13] No me refiero yo, aquí, a un derecho natural, sino a un derecho constitucional, por lo que, de lo que aquí escribo, no puede desprenderse que yo sea contrario a la integración racial en la escuela, sino más bien que soy partidario de una reforma de la legislación vigente al respecto, que no marca debidamente los límites del derecho de los padres a escoger la educación que creen mejor para sus hijos
[14] Una vez más, la explicación oficial de la necesidad de integración escolar es falaz, pues dice que procede por razones humanitarias, cuando lo que se busca, primordialmente, es evitar el rechazo entre los futuros explotados de color, por los actuales asalariados autóctonos, facilitando así, el aumento de la oferta de trabajo y la correspondiente bajada de salarios.
[15] Es por lo que yo barrunto, ya un nacimiento xenófobo-racista, en España, explicable en un contexto de miscelánea cultural, algunas propias de países muy pobres.
[16] El racismo es un fenómeno cultural, propio de países, técnicamente, desarrollados, que se ven obligados, así, a importar mano de obra tercermundista. Empieza siendo, sólo, una actitud visceral, de difícil justificación, desde la cultura del país de acogida, pero que acabará siendo avalada por importantes doctrinarios, dado que la inhumana actitud a la que me refiero es necesaria, hoy, para un más efectivo desarrollo económico capitalista.
[17] A esto se debe, también, el cuidado de nuestra clase reinante en no reconocer derechos políticos –ni de asociación, ni de sufragio, sobre todo- a los inmigrantes
[18] Si no fuera así, ni la estrategia pacifista de M.L.King, ni la violenta de Malcom x, y Carmichael, hubieran podido movilizar, eficazmente, aquella masa, ni, menos aún, vencer al gigante americano.
[19] Vid. Salvador Giner La Sociedad Masa: Ideología y Conflicto Social. Edit hora h. 1971. Pág.30
[20] Vid.mi libro Hacia una Teoría Crítica de los Valores. Editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá. 1999.
[21] Lo de cívico lo utilizo, aquí, en sentido estricto y descriptivo, para referirme a los hábitos propios de lo que podemos entender como civilizaciones más avanzadas. Por lo que el llamar cívico a la higiene propia de nuestra civilización europea, e incívico a la propia de culturas atrasadas, para nada supone un desprecio de las personas que viven (o padecen) esa cultura, con frecuencia por culpa nuestra.
[22] No se olvide la incidencia que tiene siempre la pertenencia a una clase social en el mantenimiento de una cultura determinada. Por lo que resulta muy errado pensar que hay una cultura árabe de la que participan, en principio, por igual, todos los árabes. Hay muchas culturas árabes, a veces profundamente diferentes, en función de la pertenencia a una u otra clase social. Y tal es así, que, incluso, en ocasiones, los árabes de ciertas clases se parecen más a los europeos que a otros árabes de su propio estado
[23] Insisto en que la dura terminología, aquí, utilizada para designar a estos dignos seres humanos, muy lejos de indicar desprecio hacia ellos, quieren expresar el tipo de sentimientos que suscitan en muchos europeos –quizás demasiados- a partir de la convivencia con ellos.
[24] Ya decían los yankis hace tiempo que los europeos seríamos, también, racista, cuando una tal miscelánea de razas se diera aquí.
I.S.S.N.: 1138-9877
Déposito Legal: en trámite
Fecha de publicación: septiembre de 2002