Muchos expertos tachan la
geoingeniería de sueño irresponsable
Se estudia fertilizar el mar para
generar floraciones de plantas que engullan CO2
En las últimas décadas, un puñado de científicos ha ideado grandes
sistemas futuristas para combatir el calentamiento global: construir
sombrillas en órbita para enfriar el planeta, juguetear con las nubes para
que reflejen más luz solar al espacio o engañar a los océanos para que
absorban más gases invernadero. Sus propuestas quedaron relegadas a los
márgenes de la ciencia del clima; pocas revistas las publicaron; pocos
organismos gubernamentales financiaron estudios de viabilidad. Los
ecologistas y muchos científicos afirmaban que, para empezar, había que
centrarse en reducir los gases invernadero y prevenir el calentamiento
global. Pero ahora, algunos científicos destacados dicen que las
propuestas merecen un estudio serio debido a la creciente inquietud por el
calentamiento global.
Preocupados por una posible crisis planetaria, estos científicos están
alentando a los Gobiernos y grupos de investigación a que estudien formas
inusuales de mitigar el calentamiento global, y las conciben como posibles
recursos de repuesto en caso de que el planeta necesite una dosis de
enfriamiento urgente. "Deberíamos tratar estas ideas como cualquier otra
investigación y tomárnoslas en serio", señala Ralph J. Cicerone,
presidente de la National Academy of Sciences (Washington).
Los planes y estudios propuestos forman parte de un controvertido campo
llamado geoingeniería, es decir, la reorganización a gran escala del medio
ambiente terráqueo para adecuarlo a las necesidades humanas y fomentar la
habitabilidad. Cicerone, químico atmosférico, ha detallado sus argumentos
a favor de los estudios de geoingeniería en la edición de agosto de la
revista Climatic Change. Por invitación suya, Roger P. Angel,
astrónomo de la Universidad de Arizona, habló en la reunión anual de la
academia esbozando un plan para poner en órbita pequeñas lentes que
desviarían la luz solar de la Tierra. Calcula que serían billones de
lentes de unos 60 centímetros de ancho cada una, muy delgadas y con un
peso poco mayor que el de una mariposa.
Además, Cicerone participó recientemente en una disputa sobre si debían
darse a conocer las ideas de geoingeniería de un premio Nobel, Paul J.
Crutzen, del Instituto Mack Planck de Química (Alemania), que recibió el
galardón en 1995 por demostrar cómo perjudican los gases industriales a la
capa de ozono de la Tierra. En su artículo evalúa los riesgos y ventajas
de intentar enfriar el planeta inyectando sulfuro en la estratosfera. El
trabajo "no debería interpretarse como una licencia para salir a
contaminar", declaró Cicerone, insistiendo en que la mayoría de los
científicos creen que poner freno a los gases invernadero debería ser la
máxima prioridad; pero añadió: "En mi opinión, es un artículo
brillante".
La geoingeniería no es la panacea, comenta Cicerone. Pero si se realiza
correctamente, dice, actuará como una póliza de seguros en caso de que el
mundo algún día afronte una crisis de sobrecalentamiento, con
repercusiones como el derretimiento de los casquetes glaciares, sequías,
hambrunas, un aumento del nivel del mar e inundaciones costeras. "Muchos
hemos manifestado que no nos gusta la idea" de la geoingeniería, pero
"debemos pensar en ella" y aprender, entre otras cosas, a distinguir entre
las propuestas seguras y las ineficaces o peligrosas.
Muchos científicos todavía se mofan de la geoingeniería tachándola de
sueño irresponsable con más riesgos y posibles efectos secundarios
negativos que beneficios; definen sus remedios extremos como un buen
motivo para redoblar esfuerzos en la reducción de gases que retienen el
calor, como el dióxido de carbono. Los escépticos del calentamiento global
provocado por el ser humano desestiman la geoingeniería porque la
consideran un esfuerzo costoso para combatir un espejismo.
El estudio de medidas futuristas empezó discretamente en los años
sesenta, cuando los científicos postulaban que el calentamiento global
provocado por emisiones generadas por los humanos podría suponer algún día
una grave amenaza. Pero casi pasó inadvertido hasta los años ochenta,
cuando las temperaturas globales empezaron a ascender. Algunos científicos
señalaron que la Tierra reflejaba al espacio aproximadamente un 30% de la
luz solar entrante y absorbía el resto; un ligero incremento en el índice
de reflexión, pensaron, podrían contraatacar a los gases que retienen el
calor y enfriar así el planeta.
Wallace S. Broecker (Universidad de Columbia), propuso hacerlo rociando
la estratosfera con toneladas de dióxido sulfúrico, como hacen de vez en
cuando los volcanes en erupción. Pero las inyecciones, calculó en los años
ochenta, requerirían una flota de cientos de aviones, que aumentarían la
lluvia ácida. En 1997, esas visiones futuristas hallaron a un defensor en
Edward Teller, uno de los padres de la bomba de hidrógeno. "La inyección
de partículas que disgregan la luz solar en la estratosfera parece un
planteamiento prometedor", escribía en The Wall Street Journal.
"¿Por qué no hacerlo?".
Pero los organismos oficiales normalmente rehusaban pagar la
investigación de ideas tan extravagantes. John Latham, físico atmosférico
del National Center for Atmospheric Research, y sus colegas intentaron
durante años, sin éxito, probar si el rociado de vapor de agua salada en
nubes oceánicas bajas podía aumentar su índice de reflexión. No lograron
financiación gubernamental.
Otros planes requerían la colocación de películas reflectantes sobre
desiertos o el lanzamiento al océano de islas de plástico blanco, en ambos
casos para reflejar más luz solar al espacio. Otra idea era fertilizar el
mar con hierro, generando grandes floraciones de plantas que engullirían
toneladas de dióxido de carbono y, cuando las plantas murieran,
arrastrarían el carbono al abismo.
La reacción general a esas ideas, señala Alvia Gaskill, presidenta de
Environmental Reference Materials Inc., asesoría de Carolina del Norte que
aboga por la geoingeniería, "ha sido de desdén y en ocasiones miedo, un
temor a que no sepamos cuáles serán las consecuencias si realizamos
cambios a gran escala en el medio ambiente". Gaskill afirma que unos
pequeños experimentos permitirían a los investigadores echar rápidamente
el freno si esa manipulación fuera mal.
Los detractores de la geoingeniería sostienen que tiene más sentido
evitar el calentamiento global que apostar por soluciones arriesgadas.
Instan a reducir el consumo energético, a desarrollar fuentes de energía
alternativas y a frenar los gases invernadero. Pero las iniciativas
internacionales como el Protocolo de Kioto no han logrado mitigar la
amenaza y los científicos calculan que la temperatura de la superficie
terráquea puede aumentar hasta 5,5 grados centígrados en este siglo. Los
partidarios de la geoingeniería afirman que la humanidad ya está alterando
mucho el medio ambiente global y sencillamente debe hacerlo con más
inteligencia.
Angel explicó su idea de sombrilla espacial. "Esto podría animar a toda
una generación", declaró. "Empecemos a pensar en este tipo de cosas por si
algún día las necesitamos". Esos planes visionarios todavía están lejos de
ganarse el aplauso general. James E. Hansen, del NASA Goddard Institute
for Space Studies, que defiende con firmeza la reducción de las emisiones,
menosprecia el parasol orbital por considerarlo algo "increíblemente
difícil y poco práctico".
Crutzen también ha sido objeto de críticas por su artículo sobre la
inyección de sulfuro en la estratosfera. "Hubo una apasionada protesta de
varios científicos importantes que afirmaban que es irresponsable", dice
Mark G. Lawrence (Instituto Max Planck).
El plan estratosférico llamaba a combatir un tipo de contaminación
(exceso de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono) con
otra (dióxido de sulfuro), aunque parecía que cualquier incremento de
sulfuro en la superficie de la Tierra sería pequeño en comparación con las
toneladas que ya emiten las chimeneas de las centrales alimentadas con
carbón. Crutzen calcula que el coste anual de su propuesta del sulfuro
ascendería como máximo a 40.000 millones de euros, o aproximadamente un 5%
del gasto militar anual en el mundo. "La ingeniería climática es la única
opción de que disponemos para reducir rápidamente el aumento de la
temperatura" si los esfuerzos internacionales no consiguen poner freno a
los gases invernadero, escribe. "Hasta ahora", añade, "hay pocas razones
para ser optimistas".
Esta información se ha elaborado con la colaboración
de Andre C. Revkin. © The New York Times