"Quisiera escribir una novela, cuyo protagonista fuese un hombre que había recibido unas lentes, en la que uno de sus cristales reducía las cosas con tanta intensidad como el mejor microscopio, mientras que el otro las aumentaba en idéntica medida. Dicho protagonista interpretaba todo relativamente".
Rafael Larrañeta Olleta
nació en Pamplona (Navarra) el 14 de febrero de 1945, y
falleció en Madrid el día 14 de diciembre de 2002.
Doctor en Filosofía y Teología. En el momento de
su fallecimiento era profesor titular de Filosofía Política
en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense
de Madrid. En su historia de vida, Salamanca fue un lugar de referencia
ineludible; y en su tarea filosófica, la obra de S. Kierkegaard,
su preocupación académica por excelencia. Si bien
se mira, curiosamente, datos que muestran una asombrosa coincidencia
con el pensador de Bilbao, vasco afincado en Salamanca, que aprende
el danés para poder leer en su lengua original al mismo
autor. Al estudio de Kierkegaard dedica varios libros sobre aspectos
de su obra y adquiere un compromiso editorial para traducirla
y hacerla asequible al público hispano. Pero Rafael era
más que un excelente conocedor de Kierkegaard, como se
refleja en varios libros publicados Una moral de la felicidad
(1979), La preocupación ética (1986), Lecciones
para la clase de Utopía (2000) y en el que, a
la postre, iba a ser su testamento filosófico, La lupa
de Kierkegaard. Su afán investigador le llevó,
durante más de diez años, a centros universitarios
de París, Roma, Münster (Alemania) y Copenhague; y
su compromiso, a la amazonía peruana y a la defensa de
los débiles. Fue un gran profesor y un investigador que
pasó a nuestro lado con la actitud comprensiva, que él
entendía como «conocimiento y conciencia de la bondad
original de todos y de cada uno», pese a las apariencias
creadas por uno mismo o por la mordacidad social. En los últimos
años de su vida entre nosotros, pese a su grave enfermedad
de la que siempre fue muy consciente, vivió con intensidad
la quietud del alma que da sosiego a la vida. Pasó de prisa
a nuestro lado, y del encuentro surgió la amistad que siempre
hemos mantenido con él, en la libertad y en la recíproca
deferencia que hacia él siempre tuvimos y él nos
ofreció. Como él mismo escribió en La lupa
de Kierkegaard (2002), «tan sólo ansiaba llegar a
ser él mismo entre muchos». Al marcharse, nos dejó
su recuerdo imborrable; recuerdo de unos años cortos pero
densos. Rafael pertenece a una saga familiar de hombres y mujeres
robustos en sus creencias y comprometidos, como señalaba
su hermano Juan José, a la sazón obispo en la amazonia
de Perú. En el recuerdo, Dolores, su esposa; sus hijos
y quienes le conocimos, le despedimos una tarde clara de diciembre,
conscientes de la fecundidad de una vida intelectual y humana,
hecha al calor de los suyos que somos todos.