UNA MUJER SE LLAMA CELIA Y REMEDIOS MONTERO

 

A Fernanda Romeu, que escribió antes que nadie.

 

Hay viajes y viajes. Y a mí me gusta eso que hemos escuchado tantas veces de que los mejores son los que hacemos sin movernos del sitio. Por eso disfruto cantidad abriendo un mapa, o la guía de hoteles que tengo más a mano, para señalar los caminos de un viaje irrepetible. Los sitios no se mueven de donde están y nosotros menos. Todo lo demás son ganas de gastar dinero en balde y de creernos a pies juntillas lo que dicen las oficinas de turismo. En nuestro país se está poniendo de moda viajar al pasado sin ninguna máquina como la que se inventó H. G. Wells. El pasado. El lugar común donde nos encontramos para descubrir en sus luces y sombras algunas claves que nos expliquen lo que somos, el tiempo que vivimos, el rincón oscuro que sigue ahí porque nadie abrió nunca una brecha que nos desvelara sus misterios. El viaje a la memoria. Los artefactos del recuerdo. El viaje inacabable por los territorios nunca hollados de un tiempo que siempre se ha contado a medias. Hace pocos años ese viaje no interesaba a nadie. A unos pocos locos que hacíamos del pasado más inmediato la obsesión de una búsqueda entonces inaudita. La batallita del abuelo, decían los acusicas. Ahora ese pasado interesa incluso a los bucaneros de la literatura, del cine, de la historia. Pero siempre hay un margen para la dignidad en esa búsqueda. Algunos lo intentamos. Que no se muera el recuerdo de quienes se dejaron la piel por las trochas indigestas de la guerra, de la dictadura franquista, del exilio, de un regreso donde pudieron comprobar que no les esperaba nadie. Ni siquiera ahora los espera casi nadie. Los del gobierno socialista tampoco los esperan. A estas alturas. Ya ven qué cosas. Ellos y ellas, los hombres y mujeres del exilio y la pelea constante por la dignidad republicana, han sido una vez más menospreciados por la Ley de la Memoria que nos acaba de ofrecer el gobierno de Rodríguez Zapatero. Otra vez el miedo a esa derecha montaraz que no se contenta con nada. Otra vez el abandono de la memoria en manos de una cautela impresentable. Luchar por la libertad no es lo mismo que luchar por liquidarla. Pero la nueva Ley se resiste a admitir esa obviedad. Hay que ir más allá del miedo que no se acaba nunca. Por eso, desde la posibilidad mínima de hacer lo que se pueda, no paramos de fabricar alambiques donde mezclar el presente y ese pasado que encierra las claves para reconocernos en unos valores u otros. Una mujer que se llama Remedios Montero se llamaba Celia en el monte, cuando se sumó a la guerrilla antifascista de Levante y Aragón y se mamó después ocho años y medio de cárcel donde le rompieron todo menos las ganas de seguir dejando su huella de incansable luchadora allá donde se encontrara. El exilio de Praga no le torció esa voluntad de hierro y ahora Pau Vergara ha recuperado su historia para urdir “Memorias de una guerrillera”, una película que acaba de dar sus coletazos últimos. Yo ayudo en lo que puedo, desde una escritura compartida con el propio realizador y una idea que compartí antes con mi querido Jorge Juan Martínez y ahora entra por el ojo mágico que en las últimas semanas han abierto y cerrado con mano maestra Federico Ribes (¡joder, tío, cuánto sabes!) y ese personaje entrañable y sabio que es Agustín Rovatti como ayudante de cámara. Lo mismo que ejerce su autoridad con un permanente y eficaz “sí, acción”, la ayudante de dirección Nuria de la Torre. Y en la parte de ficción que completa la documental no vean ustedes la emoción que supone encontrar a Pati Martínez y Anna Marí haciendo de Celia y Sole, que en la vida real se llama Esperanza Martínez. Y un poco más allá y lo mismo de cercanos el joven Javier Galván y el padre de la guerrillera que interpreta con unas ganas de la hostia Pau Esteve. Y más: un equipo técnico y de producción, de actores, actrices, figurantes que están haciendo de la historia de Remedios Montero un viaje a una dignidad que tanta falta nos hace. Sin movernos casi del sitio. Sin máquinas del tiempo. Aquí estamos. Un verano de cine. A ver qué sale en la sala de montaje. Pero ese viaje ya serán ustedes quienes puedan realizarlo si quieren y decidir, tras la palabra fin, si quedan contentos o exigen la devolución del dinero de la entrada. Ojalá que lo primero. Ojalá.