REFLEXIONES SOBRE EL TRABAJO DE UN INVESTIGADOR EN HISTORIA

En numerosas ocasiones nos encontramos ante la necesidad de recurrir al estudio del pasado “a tientas” y en parte esto se debe a la escasez de documentación existente cuanto más alejado se encuentra el hecho que estudiamos. Si a eso le añadimos la intención de hacer un estudio local o de microhistoria -tan en boga, en la actualidad- la cosa se complica mucho más por la falta de fuentes documentales directas e incluso indirectas para dar una respuesta lo más acertada y acercada posible a la realidad del hecho estudiado.

Muchas veces el trabajo de documentalista requiere unas grandes dosis de paciencia, tesón, generosidad, gratuidad, esfuerzo, además de conformismo pues generalmente el trabajo nunca se ve recompensado al llegar al fatídico final de la investigación cuando queda la triste sensación de no haber concluído del todo, lo esperado.

Sin embargo, el estudio de los hechos del pasado requiere tener una gran capacidad de resignación para reconocer expresamente la imposibilidad de responder con total certeza a nuestras preguntas de investigador además se necesita contar con una gran capacidad de abstracción para saber en todo momento que camino tomar y que pistas elegir para no perder la senda de la búsqueda originaria.

Sin duda, el maremagnum arhivístico, lejos de constituir una gran ayuda para solucionar los interrogantes no hace sino más que complicar la tarea del investigador, quizás por la forma actual de organizar los archivos o por las trabas -horarios restringidos, difícil localización- para su reconocimiento. Este grave problema supone un gran handicap para el estudioso y no hace otra cosa que contribuir a enmarañar la búsqueda además de entorpecer los pasos de felino que hay que realizar en el inmenso oceano bibliográfico.

Sin embargo, las tremendas dificultades encontradas se suplen en multitud de ocasiones con el testimonio afable de numerosas personas que han vivido los hechos o que han recibido las reminiscencias o enseñanzas de los cronistas del pasado. Y aquí reside el quid de la cuestión. Es necesario realizar historia oral, bajar al ruedo, escuchar las diferentes opiniones de los “terceros” protagonistas de los hechos estudiados -ante la imposibilidad de conocer de forma directa los acontecimientos-, sin duda esto contribuye a hacer más creíble lo que se cuenta, lo que se quiere decir y esto es debido a que no se debe creer con una fe ciega en la veracidad del documento sino que se debe primar al estudio de lo acaecido por el que lo cuenta, intentando encontrar puntos de encuentro y desencuentro entre diferentes personas implicadas directa o indirectamente en el hecho estudiado.

De esta forma, recorrer nuestras tierras como viajero supone el reencontrarse con el pasado más inmediato y con el recuerdo de una historia vivida muy de cerca por sus moradores. Los hechos relatados en su mayor parte son expresados con un gran sentimiento e implicación -que el investigador debe saber depurar- por las personas que intervienen en la puesta en conocimiento de nuestra historia como pueblo además de mostrar todo un compendio de anécdotas y leyendas, muchas veces escondidas detrás de las puertas del pasado y jamás contadas en los libros. Son personas muy unidas a sus pueblos con una actitud critica a todo lo que signifique la distorsión o intromisión exterior en lo que consideran una historia propia “forjada a hierro”. La riqueza de lo visto hasta el momento -con todos sus matices- nos motiva a seguir trabajando para conocer más y mejor nuestra historia y redescubrir la belleza oculta en los rincones de nuestra geografía.

* La presente columna de opinión fue publicada en en la Revista Crónicas de Castilla La Mancha CDR, en el año 1998-1999.

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