Cualquiera de nosotros abandonamos al levantarnos un
lecho confortable, probablemente en el entorno de una
habitación templada. Abrimos un grifo, saciamos nuestra
sed. Seguramente nos duchamos mientras se prepara el
desayuno que nos reconfortará antes de acudir al
trabajo.
El esfuerzo, la cantidad de energía que un ciudadano
medio del llamado mundo en vías de desarrollo
debe emplear para acumular esta cantidad de bienestar
que hemos conseguido aquí en una escasa media hora, es
posible que le ocupe gran parte del día.
También es probable que en toda una jornada no consuma
alimentos equivalentes en calorías a los que nosotros
hemos despachado antes de salir de casa.
Vivimos en un mundo de desequilibrios. |
Un mundo que pretendemos entender reduciéndolo a
términos antagónicos. Norte frente a Sur. Mundo rico
frente a mundo pobre. La forma de interpretar una
realidad que supera nuestras posibilidades de abarcarla.
Eufemismos que no pueden disfrazar un hecho, algo de lo
que disfrutamos no nos pertenece del todo. O, al menos,
no debe pertenecernos en exclusiva.
Y siempre presente, la desigualdad. Una asimetría
constante. En cualquier parte, un pequeño grupo acapara
siempre más de lo que disfruta el resto y mucho más de
lo que ellos mismos precisan.
Desigualdad en un mundo de desigualdades.
E imágenes. |
La forma en que un mundo se asoma al otro. Para los que
poco tienen, imágenes de nuestra opulencia. Para los que
nada nos falta, imágenes de la pobreza. Imágenes que
integramos como algo ajeno a nuestra realidad. Imágenes
que viajan saltando fronteras con más facilidad que las
personas a las que representan.
Imágenes de dos realidades.
Como si lo que a unos nos sucede en una parte del mundo
fuera ajeno a lo que a otros les sucede en otra parte
del mismo mundo. Como si dos mundos habitaran el planeta
en momentos diferentes.
Imágenes que confundimos con información. Información
que pretendemos conocimiento desde nuestra limitada
experiencia.
Viajar a casi cualquier país de África supone dar el
paso de abandonar nuestro entorno de abundancia y
adentrarnos en un mundo de escasez.
Antananarivo. Madagascar.
Imágenes de personas viviendo en un basurero de un país
del Tercer Mundo.
Una realidad. |
Personas trabajando cada día. Hora a hora. Seleccionando
entre desperdicios cualquier objeto que haga posible su
subsistencia. Personas que allí donde ninguno de
nosotros hubiéramos imaginado posible comenzar un nuevo
día, construyen sus ilusiones sobre despojos.
Imágenes de Angeline, Cecile, Vola, Novo, Riina, Josiane,
Albert o Sarline que como centenares de familias en los
poblados de Andralanitra, Ambatomaro, Bibilova,
alrededor del basurero de Antananarivo, buscan cada día
la forma de continuar una vida que desde aquí sólo
podemos imaginar.
Rodrigo Mascarell Iranzo
Valencia, febrero del 2005 |