Acceder a la página principal de la UniversitatImagen decorativa
Vicerrectorado de Cultura

Viajar para saber: movilidad y comunicación entre universidades europeas

Viajar para saber: Movilidad y Comunicación en las Universidades Europeas

Del 5 de octubre al 14 de noviembre de 2004.

Sala Estudi General. La Nau

Visita visual

Viajar para saber: movilidad académica, comunicación y viaje en Europa

La conmemoración del aniversario de la firma de un acuerdo de colaboración entre dos instituciones y dos comunidades, como son nuestras universidades, en el marco del espacio cultural europeo, de alguna forma impone reflexionar sobre la importancia del viaje; el viaje de los individuos (profesores y estudiantes), la experiencia de los viajeros, la comunicación científica, el intercambio entre culturas. Probablemente, las reflexiones que guiaron nuestros primeros pasos en el diseño de esta exposición fueron similares a los que han llevado al jurado del 2004 a otorgar el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional al programa de movilidad universitaria Erasmus, y a afirmar que este programa es “uno de los más importantes proyectos de cooperación internacional en la historia de la Humanidad”. En cierta manera, el convenio entre la Johannes Gutenberg-Universität Mainz y la Universitat de València es también, si no el más importante, sí uno de los más significativos hitos en la colaboración científica y académica europea de la historia de ambas universidades. El origen del programa Erasmus se remonta a junio de 1987, y su objetivo era ayudar a la construcción de la Unión Europea a través de la recuperación de las redes de comunicación entre universidades mediante el intercambio de estudiantes y profesores universitarios. Sin embargo, en Valencia y en Maguncia, este programa tenía un importante precedente en un convenio que varios años antes, en abril de 1979, habían firmado sus respectivas universidades. Tampoco era nuevo para las universidades el espíritu del proyecto europeo; la idea de la comunicación cultural y de conocimiento en Europa estaba en el pasado y en los cinco siglos de la historia de ambas.

Esta fue la idea germinal que impulsó el presente proyecto de conmemoración. Se trataba de recuperar, de entre la historia de las dos universidades hermanadas, momentos y personas que influyeron en el flujo de conocimientos y de cultura en la vieja Europa; ello nos permite constatar y recuperar algo que estaba ya en el mismo origen de las universidades en la Edad Media: el espíritu europeo y viajero. En este contexto es en el que hay que entender el peso que este convenio ha tenido y sigue teniendo para ambas universidades. Después de estos años, se puede decir que un convenio que surgió de la mano y en paralelo al hermanamiento de las ciudades ha sido uno de los principales responsables de la comunicación cultural entre Valencia y Alemania, y ha servido para actualizar y revitalizar un contacto que se puede remontar cinco siglos atrás en el viaje de los impresores alemanes y maguntinos a la Valencia del siglo xv, o en el de los viajeros centroeuropeos que buscaban en el Mediterráneo las esencias de la cultura clásica.

Con este punto de partida, la exposición trata de revisar y plantear esta larga historia de viajes entre universidades y entre espacios de cultura en Europa a través de personajes ligados a las universidades de Maguncia y Valencia. Dentro de ese marco histórico, hemos situado, reflejado en documentos y en los testimonios de los propios viajeros este periodo de 25 años (1979-2004), que ha sido, sin duda, uno de los más importantes para la apertura a Europa de la Johannes Gutenberg-Universität y de la Universitat de València y que, sumado a otros muchos convenios que le siguieron, ha hecho que las redes de comunicación interuniversitaria crecieran. Desde esta perspectiva, la idea que subyace en la exposición es la de ser testigos de esa curiosidad que debió de mover a valencianos y maguntinos que decidieron superar las fronteras que encuentra el saber.

Peregrinatio academica

Un repaso a la historia de la comunicación universitaria y cultural en Europa nos lleva a observar el conocido fenómeno de la peregrinatio academica, referido a la experiencia que adquiría el viajero que erraba entre universidades, desde el siglo xi, en el que aparecen las primeras universidades, hasta principios del siglo xv. El hecho de que hasta bien entrado el siglo xvii todas las universidades enseñaran en latín y los títulos que se impartían fueran similares y comunes en toda Europa, propició que la formación de los estudiantes implicara el paso por diversas universidades. La afluencia de estudiantes extranjeros a una universidad imponía la necesidad de formar asociaciones entre los que hablaban la misma lengua o tenían un mismo lugar de origen. Arropados por estos grupos, los estudiantes afrontaban y sorteaban mejor las dificultades y los problemas de la vida en solitario lejos de la ciudad de origen. Estas asociaciones acabaron teniendo un reconocimiento institucional en las universidades bajo el nombre de nationes, y se convirtieron en los pilares de la estructura de las primeras universidades.

Durante la Edad Media, y antes de que Maguncia y Valencia fundaran sus universidades (1477 y 1499 respectivamente), los destinos de los estudiantes de estas dos ciudades fuera de sus fronteras eran muy similares. Por una parte, París y, por otra, las universidades italianas, tales como Bolonia, Padua, Ferrara, Pavía y Pisa, eran los destinos más comunes para los estudiantes que provenían del Sacro Imperio Romano o de los reinos de la península Ibérica con el fin de realizar estudios de leyes, medicina, teología o artes. De todos los destinos, Bolonia fue, con toda seguridad, la universidad que mayor número de estudiantes alemanes y españoles acogió, fundamentalmente para el estudio de leyes. Entre los años 1289 y 1499, 3.230 estudiantes de leyes aparecen registrados en la Universidad de Bolonia como miembros de la natio germana. La importante presencia de valencianos y españoles durante la Edad Media en Bolonia se refleja, por una parte, en la existencia de una natio catalana, que agrupaba a la gran cantidad de estudiantes procedentes de los territorios que hablaban esta lengua, y, por otra, en la fundación en 1364 del Collegio di Spagna, que todavía hoy sigue en funcionamiento y que sirvió de modelo para la creación de otros similares en los siglos xv y xvi.

La peregrinatio academica cruzaba Europa en la Edad Media paralelamente a las rutas de los peregrinos que viajaban hacia los santos lugares. Estudiantes y profesores compartían los caminos junto con los fieles y creyentes que partían hacia Jerusalén, Roma o Santiago de Compostela. Tanto los peregrinos como los universitarios eran un paisaje familiar en los caminos europeos. Aunque la peregrinatio academica no tenía una finalidad religiosa, guardaba muchos paralelismos con la experiencia de los peregrinos religiosos. Todos ellos, estudiantes, profesores y peregrinos, viajaban con la pretensión de acceder a un conocimiento intelectual o religioso que diera un nuevo impulso a su vida, pero también con la esperanza de disfrutar de la experiencia cosmopolita que suponía la visita de los santos lugares y las ciudades universitarias. Esta experiencia marcaba las vidas de quienes realizaban el viaje y les ponía en contacto con nuevas lenguas, nuevas relaciones personales y, en definitiva, con otras perspectivas de la realidad.

La creación de nuevas universidades

La creación de nuevas universidades en las ciudades de Europa entre los siglos xiv y xv, entre ellas en Maguncia (1477) y en Valencia (1499), determinó una clara preferencia de los estudiantes por cursar estudios en las universidades más cercanas a sus lugares de origen. Cada estado, o cada unidad política o eclesiástica en Europa, trataba de fundar su propio studium en el que sus ciudadanos pudieran formarse sin recurrir a viajar a otras ciudades, lejos de sus países de origen, lo cual permitirá que la formación universitaria sea algo más accesible. Sin embargo, tras el impulso de su creación también se esconde el deseo de ejercer un control intelectual e ideológico más directo sobre la formación de los jóvenes, y la necesidad de impedir su “fuga” y la salida de fuertes cantidades económicas que iban destinadas a financiar estos estudios. Esta proliferación de universidades trajo como consecuencia inmediata un notable descenso en el número de estudiantes y profesores que se desplazaban fuera de sus ciudades y regiones; los que viajaban lo hacían para adquirir sus títulos en universidades de prestigio internacional o para cursar estudios que no se impartían en sus lugares de origen.

El viaje como parte de la formación humanista en el siglo xvi

La curiosidad y el afán por acceder a la cultura clásica y a nuevas formas de conocimiento impulsaron de nuevo el viaje académico y la peregrinatio de los humanistas durante el Renacimiento a partir del siglo xvi. Se puede afirmar que las primeras décadas del siglo xvi fueron la edad de oro de los estudiantes viajeros, que llega a su punto de inflexión en la segunda mitad del siglo xvi.

En este sentido, el iter italicum se convierte en esencial para cualquier “aspirante a humanista”; los jóvenes ingleses, alemanes, holandeses, españoles y portugueses realizaban la peregrinación académica e intelectual hacia las fuentes del humanismo en la universidades italianas (Bolonia, Padua, Pavía, Siena y Pisa, y en menor número a Ferrara y Perugia). De hecho, los estudiantes procedentes de los reinos de la península Ibérica y el Sacro Imperio tenían un punto de encuentro en las universidades italianas y compartieron pupitres, con toda seguridad, en este iter italicum. Ejemplo de lo que decimos es el hecho de que en las universidades de Pisa y Florencia cerca del 40% de los estudiantes extranjeros eran españoles y portugueses, y el siguiente grupo en importancia eran los estudiantes de origen alemán, que suponían el 23%.

Los viajes de estudios seguían itinerarios estandarizados. Los estudios previos en artes se realizaban en el lugar de origen. Luego se viajaba, a través de Francia, hacia Italia recorriendo las universidades de referencia: París, Orleans, Montpellier y Estrasburgo. Muchos estudiantes procedentes de Europa central se desplazaban directamente a Italia sin pasar previamente por Francia. En cualquier caso, era muy común recorrer tres, cuatro y hasta ocho universidades hasta conseguir el grado de doctor. Además, un doctorado o una titulación en medicina por Montpellier, o en leyes por una universidad italiana, garantizaba prestigio y proyección profesional, y esta era una de la principales razones para el viaje.

Fronteras al saber: la Reforma y la Contrarreforma

El modelo de viaje académico que supuso el humanismo en Europa no tardó en romperse en pedazos a partir de mediados del siglo xvi como consecuencia de las tensiones políticas que generó la Reforma luterana y la Contrarreforma católica. El enfrentamiento entre luteranos, calvinistas y católicos afectó también a las universidades europeas y ello tuvo su repercusión en la elección de universidades y disciplinas por parte de los estudiantes. Fruto de esta nueva situación, los gobernantes promulgaron legislaciones que prohibían o limitaban los viajes de estudio y que trataban de mantener a los jóvenes dentro de las fronteras de cada estado. Tras esta medida se escondía un doble objetivo; por una parte, impedir el contacto de los estudiantes con ideas políticas y religiosas que contaminaran el dogma imperante en los respectivos estados y, por otra, evitar las pérdidas económicas que suponía para las universidades y para las ciudades la emigración de estudiantes. El objetivo de los estados era controlar sus propias universidades y garantizar en ellas la formación de sus clérigos y profesionales de acuerdo con sus particulares intereses políticos y religiosos. Esta nueva política educativa comenzó a surtir efecto de manera perceptible a finales del siglo xvi y principios del xvii.

Estas medidas restrictivas afectaban no sólo a los estudiantes y a los profesores, sino a otras formas de circulación de conocimiento, como el viaje de los libros, su intercambio y su comercio. Los Habsburgo fueron particularmente restrictivos: en 1555 Carlos V promulga una ley que obliga a que todos los asesores y funcionarios del Reichskammergericht tuvieran una formación en leyes de, al menos, cinco años en una universidad designada por el propio emperador. En 1559, su hijo, Felipe II, prohíbe a los castellanos cursar estudios en universidades distintas a las de la propia Castilla, la Corona de Aragón o las de Coimbra, Roma, Nápoles y Bolonia. En la mayoría de los estados de Europa, protestantes y católicos, se promulgaron legislaciones similares para proteger las universidades locales de ideología afín. La consecuencia fue la división de las universidades de Europa occidental y central en cuatro grupos religiosos: las católicas (como París, Lovaina, Ingolstadt, Viena, Colonia, Maguncia, Praga y todas las de la Corona de Castilla y Aragón), las luteranas (como Wittenberg, Marburg, Tübingen o Estrasburgo), las calvinistas (como Heidelberg, Ginebra o Herborn) y un cuarto grupo de universidades que adoptó una postura más tolerante con las diferencias religiosas y que admitía estudiantes de cualquier procedencia (como Padua y Siena, Orleans, Erfurt o Montpellier). La existencia de este cuarto grupo de universidades hará posible en la Edad Moderna que se mantengan un conjunto de destinos abiertos a los estudiantes independientemente de su ideología y su condición religiosa.

Las universidades de Valencia y Maguncia quedaron incardinadas entre las universidades marcadas por la Contrarreforma, en cuyo desarrollo cultural y educativo jugaron un papel muy importante los jesuitas, responsables de la reorganización de la educación universitaria en la mayoría de los estados católicos. Esta orden marcó muy especialmente la evolución de la Universidad de Maguncia hasta finales del siglo xviii, y se dejó sentir su influencia en la Universitat de Valencia entre 1720 y 1761 en el conocido conflicto por el control de las aulas de gramática.

El viaje como experiencia formativa: el Grand Tour

A partir del 1600 las elites aristocráticas y las clases nobles acceden a las universidades, y esto obliga a los centros de enseñanza superior a adaptarse a esta nueva demanda y al perfil de los nuevos estudiantes viajeros. Sin duda, éste fue un hecho determinante en el cambio del modelo de viaje académico, y fruto de esta especialización y adaptación fue la aparición del fenómeno del Grand Tour. Mientras que a lo largo del siglo xvi los estudiantes que viajaban eran hijos principalmente de las clases burguesas adineradas y de los profesionales liberales, durante los siglos xvii y xviii los estudiantes que se podían permitir el lujo de acceder al viaje como experiencia formativa eran, en mayor medida, los jóvenes aristócratas y los pertenecientes a las elites sociales. Estos jóvenes toman al pie de la letra el consejo humanista de completar la educación viajando por Europa, y buscan en el viaje una experiencia cultural y juvenil que les permita la adquisición de amistades, modales y habilidades sociales que complementen su formación académica o profesional.

Este hecho cambió, en parte, la vida académica en algunas universidades y su relación con los estudiantes extranjeros. Así, muchas universidades moldearon su misión para poder captar el mayor número posible de estudiantes extranjeros y, por tanto, de ingresos. De esta forma, las universidades se adaptaron a la demanda de los estudiantes, con pocas intenciones de pasar por un largo proceso de aprendizaje para obtener un título, y entraron en una competencia por ofrecer la emisión de diplomas a cambio de cantidades económicas variables, lo que generó que el precio de un título tuviera muchas veces una relación directa con el prestigio de la universidad.

En este contexto, el ideal de universitario considerado como homo universalis fue sustituido, en cierto sentido, por el del “perfecto caballero”, en el que los modales, las apariencias y la adecuación a las modas eran los valores y los conocimientos que se buscaban. Las universidades se ofrecían como atracciones turísticas integradas en viajes académicos en los que el disfrute cultural y ocioso del viaje era el principal objetivo. La imagen del estudiante comprometido con sus estudios se solapó con la imagen del estudiante preocupado por adquirir las habilidades y amistades necesarias para moverse con destreza en ambientes influyentes. Precisamente, los jóvenes de las clases altas alemanas y británicas fueron los más fervientes practicantes de esta experiencia viajera. Menor impacto tuvo este modo de viaje entre los universitarios españoles, que continuaron con dificultades políticas y sociales para romper con el aislamiento que se había iniciado con la Contrarreforma. El interés por obtener un título universitario en una universidad extranjera entrará en regresión en el siglo xviii; el Grand Tour perderá progresivamente su carácter de culminación del proceso educativo de la clase alta y se prolongará a lo largo del xix reducido a un viaje turístico y de placer de la aristocracia y la alta burguesía por Europa.

El viaje de la razón

En el contexto de la Ilustración, se sigue considerando intelectualmente beneficioso estudiar fuera del lugar de origen, aunque la movilidad se adapta a criterios pragmáticos de cercanía. Se viaja sólo si se carece en la propia ciudad o en el propio estado de instituciones de formación superior. En el conjunto de Europa se da una regionalización de la formación, las áreas de influencia de las universidades se reducen mucho y el número de estudiantes extranjeros desciende considerablemente.

Aunque poco a poco las tensiones religiosas pierden importancia y aumenta el intercambio entre las universidades independientemente de la confesión religiosa, los estados siguen tratando de impedir los viajes de estudio. El miedo a la contaminación ideológica y política de sus jóvenes y a las cuantiosas pérdidas económicas que suponían para las universidades las migraciones académicas provocará que se dificulte cada vez más la validez de los diplomas obtenidos en universidades foráneas.

Tanto la aristocracia como las universidades se distancian de las nuevas elites profesionales vinculadas a la ciencia y la técnica que están surgiendo paralelamente al desarrollo de los estados modernos. La formación de comerciantes, ingenieros y científicos queda, en muchas ocasiones, fuera del ámbito universitario. Especialmente, el desarrollo tecnológico-militar exige un conjunto de nuevos profesionales y el desarrollo de una ciencia aplicada para el que las universidades no están preparadas. Frente a las viejas y anquilosadas universidades, que no terminan de afrontar las necesarias y profundas reformas que se les requiere, los estados habilitan nuevas instituciones de formación e investigación para dar respuesta a las necesidades, cada vez más complejas, de sus administraciones y para participar en la carrera tecnológica que imponen los retos comerciales y militares y la competencia por el dominio y la explotación de los territorios lejanos a Europa. Instituciones pioneras y modelo para otras iniciativas similares fueron la Académie Royal des Sciences en Francia y la Royal Society en Gran Bretaña.

En el caso de la Universidad de Maguncia y la Universidad de Valencia, se produjo un momento de esplendor coincidiendo con los esfuerzos reformistas ilustrados de finales del xvii, protagonizados por el elector Friedrich Karl von Erthal y el rector Vicente Blasco respectivamente; ambos trataban de sacar a las universidades de su inoperancia y aislamiento científico. En estos casos, la reforma implicó la incorporación de profesores en cuya formación y prestigio había influido decisivamente el viaje fuera de las fronteras de sus países de origen; ejemplo de ello fueron dos insignes botánicos, Georg Forster y Antonio José Cavanilles.

Conflictos y esperanzas en el siglo xx

En la historia más reciente de ambas instituciones hemos destacado dos hechos como representativos de su espíritu europeo. Un momento cargado de sentido para la vida universitaria de Maguncia fue su reapertura en 1946. La Universidad de Maguncia permaneció cerrada desde 1800, cuando las guerras napoleónicas hicieron imposible continuar con la docencia, y sus profesores y alumnos acabaron dispersándose. Paradójicamente, la reapertura de la Universidad en 1946 estuvo ligada al final de otro conflicto que, como las guerras de los siglos xvii y xviii, asoló Europa. El gesto de reabrir la Universidad por parte de las tropas de ocupación francesas en los primeros meses posteriores al final de la guerra y gracias al impulso del general francés Dr. Raymond Schmittlein, responsable de educación en el cuartel general francés en Baden-Baden, fue el primer signo de lo que iba a ser el “milagro maguntino”, una pequeña parte del conocido “milagro alemán”. En una ciudad devastada por los bombardeos aliados, que había padecido de manera muy contundente las guerras en el seno de Europa desde hacía varios siglos, la reapertura de su universidad bajo el nombre de Johannes Gutenberg-Universität significaba el reconocimiento del papel que las instituciones universitarias iban a tener en la recuperación de la paz y de la futura reunificación de los pueblos de Europa.

En paralelo, el final del siglo xix y el principio del xx supone para las universidades españolas un momento de revitalización y recuperación, en parte gracias a la regeneración que impulsa la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), cuya principal herramienta fue precisamente la política de becas para facilitar la formación de estudiantes y profesores en centros de investigación y estudio fuera de las fronteras españolas.

La situación de la ciencia y de las universidades españolas no fue muy boyante a lo largo del siglo xix. La falta de inversiones y las influencias dogmáticas, tanto políticas como religiosas, provocaron el mantenimiento de una situación de aislamiento que había estado presente en la sociedad española desde la Contrarreforma y que había determinado numerosas carencias en el desarrollo en la investigación universitaria y en la apertura a Europa de sus instituciones. A lo largo del xix este aislamiento se había intensificado y había llevado a las universidades en el Estado español a una cierta decadencia.

La creación de la JAE (1907-1934) en el marco del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes (Real Decreto de 11 de enero de 1907) representa un hito fundamental en el impulso de las relaciones de la ciencia y las universidades españolas con Europa y supone un esfuerzo por incentivar y promover los viajes académicos y de investigación a otras universidades europeas. La iniciativa de la JAE fue continuadora del impulso de regeneración educativa de espíritu krausista iniciado por la Institución Libre de Enseñanza (1898-1936), significó un profundo cambio en el panorama científico y universitario y permitió que un buen número de profesores e investigadores viajaran a universidades europeas, especialmente en Inglaterra y Alemania, a través de las becas de estudio en el extranjero. Santiago Ramón y Cajal, como presidente, y el valenciano Luis Simarro, como vocal, formaron parte de la junta fundacional de la JAE.

El objetivo central de los promotores de la Junta para Ampliación de Estudios era la reforma cultural del sistema educativo superior, y para ello se trazó un plan de formación del profesorado cuya herramienta fundamental era la adquisición de conocimientos fuera de las fronteras españolas. Por ello, el principal programa de la JAE fue el de becar a profesores e investigadores para que completaran su formación en los centros universitarios y científicos mas relevantes en Europa.

Hasta su disolución con la contienda civil en 1939, la JAE tuvo un protagonismo central en el impulso de la ciencia y la apertura de los círculos académicos y universitarios ligados a Europa. Fue un vehículo de conexión entre las universidades españolas y europeas y rompió la dinámica de aislamiento y de falta de comunicación. Las universidades y centros de investigación alemanes fueron uno de los principales destinos de los becados o pensionados por la JAE. Ejemplo de lo que decimos es el hecho de que, aproximadamente, de las 1.700 pensiones que se concedieron a lo largo de su breve historia, Alemania fue uno de los principales destinos solicitados por profesores e investigadores, con un 22% de las becas, sólo por detrás del país más visitado, que fue Francia con un 29%. Como ejemplo de ello, entre los muchos valencianos que disfrutaron de estas becas se encontraba Juan Peset Aleixandre, que fue pensionado por la JAE en noviembre de 1907 para ampliar estudios en unos laboratorios en Wiesbaden, bajo la tutoría del Dr. Fresenius, a orillas del Rin y a escasos kilómetros de Maguncia.

Gonzalo Montiel Roig y Elena Martínez García

Universitat de València

 

 

Más información: cultura@uv.es