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Vicerrectorado de Artes, Cultura y Patrimonio

Niños de la calle en la Estación Victoria (Bombay)

Niños de la calle en la Estación Victoria (Bombay)

Fotografías de Benito Pajares

Del 17 junio al 29 de agosto de 2010

Sala Oberta – La Nau

 

Horari: de lunes a sábado de 10 a 14 horas  y de 16 a 20 horas. Domingos y festivos de 10 a 14 horas. ENTRADA LIBRE

 

Horario de agosto: de lunes a domingo, de 10 a 14 horas

Visita visual

 

 

Organiza y produce :   Universidad de Valencia 

Colabora: Bancaixa

Proyecto:   Benito Pajares, fotógrafo de prensa

 

Vivir la infancia en la Estación Victoria de Bombay 

La primera vez que visité Bombay, o Mumbai como ahora se llama, fue en 2004. A pesar de que era mi tercer viaje a la India no había tenido oportunidad de conocer esta ciudad, ya que las dos veces anteriores había preferido el Norte, desde Jaisalmer —en el Rajastán— hasta Calcuta, pasando por Nepal, y alguna zona del Himalaya como Sikkin.

En esta ocasión me había propuesto recorrer parte del país en tren, saliendo precisamente de Bombay hacia el Norte, para pasar a Orissa, en el Este; bajar hacia el Sureste y cruzar después a la capital para regresar a España.

Llegué de madrugada y, tras mi primera noche de hotel, estaba impaciente por emprender cuanto antes mi aventura, así que me dirigí a la estación Victoria para averiguar los horarios de trenes. Ya en la puerta llamó poderosamente mi atención la cantidad de niños de aspecto sucio y empobrecido que vagaban en grupos por los alrededores; aunque lo cierto es que no fue una sorpresa porque, en mis experiencias anteriores por el país, había podido constatar que era una triste estampa demasiado habitual prácticamente en la mayoría de lugares. Pero, no obstante, no dejó de llamar mi atención que también el interior estuviera casi invadido por una chiquillería que superaba con creces cualquier referencia a la horda de hampones del patio de Monipodio y la España de los albores del siglo XVII. Niños mendigando por las taquillas o en la zona de bares; niños que bajaban de los atestados trenes de cercanías a los que se habían subido con la esperanza de conseguir algo de comida o unas monedas; niños que dormitaban echados en los bancos o en el suelo en la zona interior, donde se retiraban los trenes que no estaban de servicio y podían pasar más desapercibidos; niños fumando crack o inhalando col… Y todo esto a la vista de cientos de pasajeros que andaban presurosos de acá para allá sin prestar la más mínima atención a un drama, seguramente, demasiado visto.

 

 

¿Qué viajero occidental, del primer mundo, no hubiera sentido el impulso irrefrenable, o mejor, la necesidad imperiosa de hacer algo ante una tragedia tan desgarradora? Yo sentía que lo único que podía —y debía hacer— era difundir esta terrible realidad. Me quedaría unos días más en Mumbai, aunque tuviera que acortar mi recorrido, para pasar en esta ciudad cinco o seis días antes de volver a España.

No era ajeno a las dificultades de mi proyecto, principalmente porque está prohibido hacer ningún tipo de fotografía dentro de la estación, y por la notoria presencia policial. Iba a ser complejo que un turista, cámara en ristre, pasara desapercibido en el recinto, por lo que decidí permanecer el menor tiempo posible en el interior, procurar que no se notara mi presencia y evitar cualquier situación que pudiera comprometer tanto mi propósito como mi estancia o vuelta posterior al país.

Pasaba ratos merodeando, acercándome a algún grupo de estos niños para hablar con ellos y provocar que me contaran sus historias y, sobre todo, acostumbrándolos a mi presencia. Compartí bastante tiempo con algunos de ellos durante esos días, y cuando volví después, e incluso compartimos banco y suelo alguna noche. Cuando en el año 2009 me surgió la oportunidad de volver a la India y pasar una semana en Mumbai no la desaproveché, bien al contrario, preparé mi partida concienzudamente haciendo acopio de un buen número de fotografías con la intención de volver a ver a aquellos muchachos y podérselas entregar.

 

 

Pero no tuve mucha suerte en mis pesquisas para dar con ellos, y mi peregrinaje por las calles mostrando las imágenes de los niños, apenas dio resultado: eran desconocidos para la mayoría. Entonces recordé a una mujer que, desde una chabola, solía vender los frasquitos de cola, y sin dudarlo fui a verla para enseñarle las fotos. Y sí, ella los reconoció prácticamente a todos; la mayor parte de los cuales habían muerto o desaparecido, según sus noticias.

Los días siguientes pude por fin localizar a dos de ellos; el más mayor había tenido cierta suerte y se ganaba la vida como limpiabotas por la estación de Chargate; el otro, aún vivía solo en la calle y su estado era notablemente peor que unos años atrás.

Ahora, la Universitat de València organiza  el montaje de una exposición fotográfica del material que conseguí durante las horas vividas en la estación Victoria y sus alrededores. Con esta exposición siento que, de alguna manera, cobra sentido, no sólo el tiempo, el esfuerzo y los desvelos, sino que, además, empiezan a cobrar sentido las razones que me movieron a plasmar esta historia, y que nunca han sido otras que las de sensibilizar a todas las personas que se acerquen a ver la muestra. Soy consciente, sin embargo, de que poco se puede hacer ya ni por estos niños retratados ni por los que en estos momentos deben pulular por las miles de estaciones victoria del mundo pero, quizá consigamos sensibilizar, aunque sea a una pequeña parte de la sociedad, para que se puedan emprender acciones conjuntas de denuncia y reivindicación de la mejora de vida de los millones de seres que, como los desarrapados de la estación Victoria de Bombay, sólo cuentan con un presente de miseria y un futuro, de más miseria, y a corto plazo.

Benito Pajares

www.benitopajares.com

 

 

 

 


Más información: cultura@uv.es