ELPAIS.es > el archivo > Hemeroteca > Edición impresa > Autonomías > C. Valenciana
TRIBUNA:
ADELA GARZÓN ADELA GARZÓN
EL PAÍS
- C. Valenciana - 04-11-2001 Hasta hace
muy poco, políticos, intelectuales y ciudadanos compartían grandes
do-sis de confianza, de tolerancia y, como valor
en alza, el optimismo invadía la escena pública y privada. Tal era el
optimismo que el adjetivo 'nuevo' acompañaba cualquier retórica y proyecto
político. Lo nuevo y lo post adornaban nuestras vidas: se hablaba de nueva
política, de nuevo ciudadano, de postmodernidad, de nueva
educación. Los
reiterados acontecimientos de septiembre nos sorprendieron a todos,
ciudadanos y políticos, con el paso cambiado. Así, de golpe y porrazo,
pasamos de la confianza a la incertidumbre, de la tolerancia al choque de
culturas, del optimismo social al pánico colectivo. Y ahora, lo nuevo es
sustituido por el cambio. Las políticas nacionales e internacionales ya no
son nuevas, simplemente se han visto obligadas a cambiar, de un día para
otro, por sorpresa, como burda reacción. Claro que, entre lo nuevo y el
cambio hay un salto de ánimo. Pasamos del espacio al tiempo. Lo nuevo nos
proyectaba al exterior, al espacio, el cambio nos enfrenta a tiempos
pasados. La crisis económica, los despidos masivos, el cierre de empresas,
la desconfianza inversora... vuelven todos ellos con más fuerza y
virulencia y, encima, nos coge desprevenidos. Los
políticos estaban tan despreocupados que nos decían cosas como 'lo mejor
está por llegar' a lo Blair, y ya ven el cambio
que ha experimentado el líder británico; o el 'cambio tranquilo' que
nuestro dirigente socialista nos prometía, por no mencionar el 'vamos a
más' del partido en el Gobierno. Y el ciudadano, que ya se había aprendido
la lección de la tolerancia, del pluralismo cultural, de la tranquilidad
que da confiar en el otro, ahora se enfrenta a culturas irreconciliables,
a la intranquilidad de la sospecha generalizada, a la necesidad de perder
libertades para ganar seguridad. Los expertos
dicen que las situaciones traumáticas tienden a producir inicialmente un
estado de perplejidad que impide a las personas reaccionar ante los
acontecimientos, que pasa un tiempo hasta que nos hacemos cargo de la
situación y que sólo entonces se producen las primeras acciones dirigidas
a enfrentarnos fría y racionalmente con los hechos. Si tienen razón los
expertos, habría que decir que nos encontramos todavía en estado de
perplejidad. Un estado que lleva a la paralización y también a respuestas
elementales, rápidas, reactivas, es decir, de simple supervivencia.
Medidas de seguridad, control de finanzas, listas de sospechosos,
políticas restrictivas de inmigración y también mucho desconcierto, falsas
alarmas y sobresaltos fundamentados, pero sin saber en
qué. Solapadamente,
bajo la apariencia de ese estado de perplejidad, se van fraguando cambios
importantes, menos reactivos y más a largo plazo. Las respuestas
defensivas que estamos viviendo en la política nacional e internacional
pueden ser pasajeras, pero también pueden consolidarse y marcar una agenda
política muy distinta a la de la globalización: volvemos a los viejos
temas de orden, control y seguridad. Más importantes aún son los efectos
que los acontecimientos de septiembre y las respuestas defensivas de los
estados llegarán a tener en los sentimientos, en las creencias sociales y
políticas de los ciudadanos. Estos efectos en la población son los que
deben cuidar los políticos, porque se están fraguando ahora pero se
desarrollarán pasados unos cuantos años. Tres conjuntos de sentimientos
pueden estar cambiando de forma silenciosa, lenta pero progresivamente,
sin enterarnos, al menos por ahora. Del primer
conjunto de sentimientos, ya tenemos algunos indicadores. Me refiero a la
aceptación, cada vez mayor, por los ciudadanos de que deben dejarse
orientar y guiar por las autoridades. Son los dirigentes políticos los que
saben lo que conviene al ciudadano. El estado ya no se limita a ofrecer
oportunidades a las personas. Se acabo la corresponsabilidad que inició,
entre otros, la tercera vía. El estado adquiere el protagonismo que había
perdido y toma las riendas de la vida social y política. Las formas y
estilos democráticos de vida dominantes al comienzo de las sociedades
postmodernas están ahora en baja. Algunas encuestas ya ponen de manifiesto
que los ciudadanos aceptan de buen grado una revitalización de la
autoridad, todavía no autoritarismo, frente a la autonomía individual de
la satisfacción de necesidades. Frente a la necesidad personal, las
obligaciones colectivas. El segundo
conjunto de sentimientos se mueve en el ámbito de las ideas y creencias
sobre la historia, el conocimiento y la técnica. Los acontecimientos que
los ciudadanos están viviendo le descubren aspectos opuestos y
contradictorios de los avances tecnológicos. Las tecnologías de la
información y la comunicación nos han mostrado su lado más poderoso, pero
también su lado más perverso. Su gran poder y también su ineficacia. La
confianza exagerada en los avances tecnológicos para resolver los
problemas sociales está en entredicho. La técnica ya no es sinónimo de
bienestar y solución de problemas. Renace así el protagonismo que en otros
tiempos tuvo la voluntad y aspiraciones de los pueblos. La técnica no lo
es todo y, a veces, es lo peor. De esto no tenemos indicadores, tenemos la
realidad del pánico colectivo ante los efectos de las innovaciones
tecnológicas. No aprendimos la vieja lección de que todo lo que se
inventa, más pronto o más tarde, acaba utilizándose. El tercer
conjunto de sentimientos que está empezando a cambiar es el que tiene que
ver con las relaciones sociales. El optimismo de las sociedades
postmodernas había situado la confianza social en la cúspide de los
valores en alza. Hasta hace muy poco, la necesidad de conocer otras
personas y culturas, el consumo de relaciones sociales, la ruptura de toda
frontera entre las personas marcaron la concepción de las relaciones
humanas: espontáneas, abiertas y muy diversas. Ni siquiera enfermedades
como el SIDA, lograron minar esa necesidad imparable de relación y
confianza en los otros. Hoy afloran sentimientos que hasta hace muy poco
eran políticamente incorrectos, las circunstancias favorecen la
desconfianza social. Hace muy poco, unos pasajeros escucharon una
conversación, vieron rasgos árabes en los interlocutores desconocidos y
anticiparon estereotipos. El resultado fue la paralización de un vuelo.
Una anécdota, como muchas otras, que puede dejar de
serlo. Son tiempos
de cambio que nos han cogido con el paso cambiado. Nos movemos entre
opciones contradictorias como si estuviéramos borrachos y, con frecuencia,
entonamos canciones que suenan a viejos tiempos políticos y sociales. Pero
esta borrachera contra el terror no puede durar mucho más. Necesitamos
serenarnos, enfocar con mayor sobriedad el futuro y volver a marcar el
paso que llevábamos, porque hasta el momento nadie ha demostrado que nos
llevara por mal camino. Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política. |