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Nosotros

NOSOTROS

Os propongo, como ejercicio de escritura/lectura hipertextual colaborativa, trabajar con el texto de la primera antiutopia del siglo XX: NOSOTROS del escritor ruso Yevgeni Zamyatin. Antecesora del Brave New World de Aldous Huxley y modelo para la famosa 1984 de George Orwell, esta novela, escrita como si fuera un "blog", nos llevará hasta la sociedad de finales del siglo XXIX.

Anotación: Una reseña periodística. El escrito más inteligente. Un poema.

Dentro de ciento veinte días quedará totalmente terminado nuestro primer avión-cohete Integral. Pronto llegará la magna hora histórica en que el Integral se remontará al espacio sideral. Un milenio atrás, vuestros heroicos antepasados supieron conquistar este planeta para someterlo al dominio del Estado único. Vuestro Integral, vítreo, eléctrico y vomitador de fuego, integrará la infinita ecuación del Universo. Y vuestra misión es la de someter al bendito yugo de la razón todos aquellos seres desconocidos que pueblen los demás planetas y que tal vez se encuentren en el incivil estado de la libertad. Y si estos seres no comprendieran por las buenas que les aportamos una dicha matemáticamente perfecta, deberemos y debemos obligarles a esta vida feliz. Pero antes de empuñar las armas, intentaremos lograrlo con el verbo. En nombre del Bienhechor, se pone en conocimiento de todos los números del Estado único: Que todo aquel que se sienta capacitado para ello, viene obligado a redactar tratados, poemas, manifiestos y otros escritos que reflejen la hermosura y la magnificencia del Estado único.

Estas obras serán las primeras misivas que llevará el Integral al Universo. ¡Estado único, salve! ¡Salve, Bienhechor!... ¡Salve, números! Con las mejillas encendidas escribo estas palabras. Sí, integraremos esta igualdad, esta ecuación magnífica, que abarca todo el cosmos. Enderezaremos esta línea torcida, bárbara, convirtiéndola en tangente, en asíntota. Pues la línea del Estado único es la recta. La recta magnífica, sublime, sabia, la más sabia de todas las líneas. Yo, el número D-503, el constructor del Integral, soy tan sólo uno de los muchos matemáticos del Estado único. Mi pluma, habituada a los números, no es capaz de crear una melodía de asonancias y ritmos. Solamente puedo reproducir lo que veo, lo que pienso y, decirlo más exactamente, lo que pensamos NOSOTROS, ésta es la palabra acertada, la palabra adecuada, y por esta razón quiero que mis anotaciones lleven por título NOSOTROS. Estas palabras son parte de la magnitud derivada de nuestras vidas, de la existencia matemáticamente perfecta del Estado único. Siendo así, ¿no han de trocarse por sí solas en un poema? Sí han de trocarse en un poema. Lo creo. lo pienso y lo sé. Escribo estas líneas y las mejillas me arden. Experimento con toda claridad un sentimiento acaso análogo al que debe de invadir a una mujer cuando se da cuenta, por primera vez, del latido cardíaco de un nuevo y aún pequeñísimo ser en su vientre. Esta obra - que forma parte de mí, y sin embargo yo no soy ella - durante muchos meses habré de nutrirla con la sangre de mis venas, hasta que pueda darla a luz entre dolores y brindarla luego al Estado único.

Pero estoy dispuesto, como cualquiera de nosotros, o casi cada uno de nosotros.

Dos veces Dos Dos veces dos en eternos amores
son cuatro, enlazados por viva pasión.
los más ardorosos amantes del mundo
fundidos por siempre, dos veces dos.

Límite de la función Soy una máquina obligada a una cantidad de revoluciones excesivas. Los cojinetes se han quemado, calentado demasiado, y sólo falta un poco para que llegue el punto de fusión y se convierta todo en un lingote goteante; todo se disolverá en la nada. ¡De prisa, agua fría, lógica..., que la necesito! Así procuro enfriar la máquina caliente con cubos de agua fría, pero la lógica se convierte, de puro hirviente, en otra substancia, en otros cojinetes demasiado ardientes, y se esfuma convertida en un vapor blanquecino, que no puedo retener con las manos. Cuando se quiere determinar la importancia real de una función, hay que llegar hasta su valor y resistencia límite; esto es absolutamente evidente. De modo que mi ridículo «disolverse en el cosmos» del que hablé ayer no es otra cosa, cuando se le quiere captar en una línea, que la muerte. Pues la muerte es la disolución total del yo en el cosmos. De ello se deduce: si el amor es designado con la letra L, la muerte con T, entonces L = f (T), lo cual significa que el amor es una función de la muerte...

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