Información, el nuevo objeto de la física
- (Traducción y adaptación de "Aux limites de la matière,
la realité n'est plus une certitude", Hervé Poirier.
Science & Vie, Nro. 1057, Octubre 2005, pp.70-83)
El concepto clásico de la física empieza a deshilacharse.
La erosión comenzó, de hecho, a principios del siglo XX, cuando los
físicos empezaron a sondear la intimidad de nuestro mundo material.
Estaban acostumbrados a representar los objetos como ondas o párticulas
desplazándose en el espacio y en el tiempo, como olas en la superficie
del mar o bolas en un tapete de billar. Pero una vez observados
de muy de cerca, la luz, los átomos o los electrones, ninguno de ellos
parece comportarse de forma tan simple. Por poner un ejemplo, la
luz, considerada hasta entonces como una onda, muestra descaradamente
un comportamiento digno de una partícula; y, a la inversa, el electrón
que no parecía poder ser otra cosa que una partícula se comporta a
menudo como una onda !?.
En unos pocos años, gracias a un esfuerzo conceptual único en la
historia, los teóricos consiguieron levantar de manera totalmente
EMPÍRICA un arsenal matemático capaz de describir todos estos
comportamientos "abracadabrantes": en 1925 la mecánica cuántica
nace oficialmente, para mantenerse inmutable desde entonces.
Pero ¡a qué precio!. Con ella tenemos que aceptar que los objetos
-electrones, átomos, moléculas, ... piedras incluso- son
representados por un concepto algebraico extremadamente complejo
(un "vector de estado en un espacio de Hilbert") y muy alejado
de las olas o de las bolas de billar. Tenemos que aceptar que las
leyes que rigen la evolución de estos objetos les permiten
estar relacionados más allá del espacio y del tiempo, estar
en varios estados a la vez y reducirse aleatoriamente a uno
cuando se les trata de observar, siguiendo leyes de probabilidad
muy precisas... Todas ellas "aberraciones" con las cuales los
físicos deben ahora bregar, pues estre extraño mundo cuántico
es, en efecto el nuestro.
La mecánica cuántica, nunca pillada en falta, ha permitido
con total éxito predecir las propiedades de los elementos
químicos, el comportamiento de los lásers y los chips electrónicos,
la estabilidad del ADN o la "explosividad" de las reacciones
nucleares... sin duda, la mecánica cuántica está destinada a
describirnos el comportamiento íntimo de toda la materia que
nos rodea y nos constituye
Todo esto plantea evidentemente un molesto problema. ¿Cómo aceptar
que la teoría más perfeccionada de la física está hasta ese
punto alejada de nuestros conceptos clásicos? ¿Es apropiado
que su mensaje más fundamental sea tan poco aprehensible?
¿Cómo la realidad puede superar hasta este punto nuestra
imaginación?. Desde hace treinta años, no ha pasado un año sin
que una gran conferencia internacional intente desbrozar la decena
de pistas que actualmente se consideran con el fin de recontruir una
"imagen intuitiva" del mundo real que esté de acuerdo con los
datos de la física moderna. El problema es que cada una
de estas interpretaciones "realistas" es más surrealista
que la anterior. Por ejemplo, una de las más conocidas, es la
propuesta en 1957 por el físico americano Hugh Everett: para
explicar que un objeto cuántico puede estar en varios estados a
la vez y realizar sólo uno cuando se le observa, postula que
todos los demás estados se relizan... en universos paralelos.
Para el físico americano Christopher Fuchs, estos trabajos no van
en la buena dirección: "Nuestra labor no consiste en dar sentido a
los axiomas cuánticos añadiendo por encima más estructuras, más
definiciones y más imágenes de ciencia-ficción, sino en
descartar todo esto y volver a empezar desde cero. Y para
ello no veo otra alternativa que sumergirse en los trabajos,
técnicas e implicaciones de la teoría cuántica de la
INFORMACIÓN.
La información conquista la física
¡La información!. Famosa palabra. Pero ¿qué tiene que
ver con todo esto?. Esta noción no es fácil de definir con
precisión, pero todo el mundo sabe intuitivamente de qué va:
la información es un elemento de conocimiento sobre un
suceso y puede ser codificada por una serie de unos y ceros,
como en informática. Nada que ver "a priori" con la mecánica
cuántica.
Y eso, aunque que los físicos se dieran cuenta, a
mediados de los años 80, de que las leyes cuánticas permiten manipular
la información de una manera totalmente nueva. Las correlaciones
a distancia entre dos objetos autorizadas por dichas leyes
pueden ser vistas como un nuevo canal de información que
permitiría, por ejemplo, "teleportar" información de un lugar
a otro, asegurarse de que un mensaje no ha sido interceptado
o efectuar cálculos masivamente paralelos. Impulsados por
todas estas posibilidades, los teóricos y experimentadores
han elaborado un nuevo lenguaje y una nueva especialidad
de la física -la "teoría cuántica de la información", aún
en mantillas-.
Pero, a finales de los 80, empezó a surgir en la mente de
los físicos la idea de que la información se podía utilizar como
una herramienta para comprender la misma mecánica cuántica. ¿Y
si la información cuántica no fuera una aplicación de la teoría,
sino su fundamento?.
Esta es la idea que está actualemente en el meollo de los debates:
afirmar que la mecánica cuántica no habla del objeto en sí mismo,
sino de lo que se sabe sobre él (!). Que no es el protón, la
molécula o la piedra lo que está representado por el "vector de
estado en el espacio de Hilbert", sino la información que puede
tenerse de él.
A primera vista, esto puede parecer una idea muy banal, hasta
una perogullada: es evidente que no tenemos acceso al mundo
más que a través de las informciones que extraemos de él a través
de nuestras sensaciones, mas bien pobres y simplificantes: de
Demócrito a Kant, los filósofos nos han avisado de este velo
inevitable que nos separa de la realidad. Pero al prolongar el
pensamiento de los grades fundadores de la físca moderna como
Niels Bohr, Ervin Schrödinger o Wolfrang Pauli, esta idea se
revela de hecho como extraordinariamente adecuada para
interpretar la mecánica cuántica. Y esto debido a que la
información no se comporta en absoluto como la materia: a
diferencia de una piedra, no tiene posición espacial ni
temporal y se la puede duplicar, partir, resumir, suprimir
a gusto... basta entonces retomar uno a uno todos los fenómenos
cuánticos que, atribuidos a la materia, parecían tan extraños
para darse cuenta que son clarísimos cuando se les atribuye
a la información.
Algunos ejemplos: ¿como puede un sistema estar en varios estados
a la vez?. Sencillamente porque las informaciones disponibles
no permiten saber más exactamente en cuál estado se encuentra.
¿Porqué una medida hace que el sistema se colapse bruscamente
en un determinado estado? Porque la medida ha hecho evolucionar
nuestro conocimiento, el cual ha sido bruscamente actualizado por
la nueva información. ¿Cómo pueden dos sistemas estar correlacionados
en el espacio y el tiempo? Pues porque estos dos sistemas tienen
características comunes y lo que descubrimos sobre uno nos
informa automáticamente sobre el otro. ¿El azar presente en el
mundo cuántico? La manifestación de una falta de información que
nos obliga a responder al azar a una pregunta que se nos hace.
¿El hecho de que la energía no sea continua, sino necesariamente
cuantificada? Una consecuencia de al cuantificación de la misma
información, que se reduce a respuestas binarias 0 o 1... en
resumidas cuentas, tal como explicaba Anton Zeilinger hace
algunos años, "si se parte del principio de que la noción
fundamental de la mecánica cuántica es la información, emerge
una conprensión muy natural de los fenómenos cuánticos". Un
gran alivio para nuestro sentido común.
Pero más allá de esta elegancia pedagógica, esta idea no ha
cesado de tomar amplitud en los últimos años. Es ahora a golpe
de teoremas que la nueva interpretación de la mecánica cuántica
espera "cambiar el curso de la física". El objetivo ya no es
interpretar el corpus cuántico, pero reinventarlo. No tomar
ya como por dadas esas leyes empíricas "bricoleadas" a pricipios
del siglo XX, sino demostrar que son las consecuencias de
restricciones ligadas a la adquisición, representación y
transmisión de la información. ¡Una postura extraodinariamente
fecunda!. Suponiendo que, en nuestro mundo, la información
sufre ciertas restricciones e intentando deducir qué aspecto
tendría una teoría que no describa la realidad, sino nuestro
acceso a esta información, Jeffrey Bub, Alexei Grinbaum,
Lucien Hardy y Christopher Fuchs han, cada uno de ellos
por separado, conseguido ¡generar toda o parte de la teoría
cuántica!.
- (Ver "Mecánica cuántica, una teoría..." más
abajo...)
Cuatro trabajos tan turbadores como racionales que merecen una
atención particular. Sus principios de partida difieren: para
algunos, la información es subjetiva y depende del que plantea
la cuestión; para otros, es objetiva, como una especie de nueva
substancia que existe independientemente del observador.
Pero todos están de acuerdo en una cosa: la facilidad con la
cual la teoría cuántica se genera partir de esta noción de la
información milita fuertemente para no verla ya como una mecánica
realista que describe el comportamiento de las ondas, de las
partículas o de los campos, sino únicamente como una teoría
que describe EL COMPORTAMIENTO DE LA INFORMACIÓN.
El mundo a través de la pantalla
Lo que es más que suficiente para zarandear nuestro concepto
de la realidad. Ya que lo que creíamos hasta ahora asociado
a esta realidad estaría de hecho principalmente asociado a
nuestra mirada. Un poco como alguien que no viera el mundo
más que a través de la pantalla del ordenador: !y dedujera
que el mundo está pixelizado!. Para Christopher Fuchs,
hay que diferenciar entre lo que es información... y el resto.
Hay que expurgar de los datos todas las características de
la pantalla hasta que no quede más que lo que pertenece
propiamente al mundo. "El destilado puro que quedará -por
minúsculo que sea respecto al conjunto de la teoría-
será entonces el primer indicio que tendremos de lo que la
mecánica cuántica intenta decirnos sobre la naturaleza en
sí misma"... auque es muy pronto aún para saber a qué puede
parecerse ese "destilado".
Para Jeffrey Bubb, por el contrario, "No es pertinente
preguntarse sobre aquello de lo que habla la información.
Imagina que quieres enviar un mensaje de tu ordenador al
mío. Poco importa que ese mensaje contenga una imagen,
un artículo en español o en japonés: lo que hay que hacer
es comprimir, transferir y decodificar ese mensaje sin
preocuparse de aquello a lo que hace referencia. Describir
los intercambios de información, esto es lo que, a mi
entender, es el nuevo y único objetivo de la física
fundamental" (!!!).
Alexei Grinbaum muestra una posición igual de radical: según
él la física ya no debe ocuparse de la realidad, de lo
que se esconde detrás de la pantalla. ¿Tiene algún
sentido de hablar de un "detrás de la pantalla" si nunca
lo podremos ver sin la pantalla?. "La cuestión de lo que
existe realmente es una creencia de los físicos; y la
ciencia no debe depender de creencias -manifista cortante-
La tarea de la física es justamente el estudiar las
descripciones, sin pronunciarse sobre la realidad del
objeto descrito, dicha realidad puede o no existir".
A veces acusados de no reconocer otra realidad que ellos
mismos (solipsismo) o de ver las teorías nada más que como
medios de acción (instrumentalismo), el centenar de
físicos que proclaman este vuelco de perspectiva empiezan
a encontrar eco en el seno de la comunidad científica. Para
Guido Bacciagaluppi, del Instituto de historia de la
filosofía de las ciencias y de las técnicas de Paris, "si
estos trabajos muestran claramente que ciertos aspectos
de la información nos llevan directamente a una estructura
cuántica, ninguno de ellos es decisivo aún, ya que ciertas
hipótesis matemáticas utilizadas son aún poco claras". Michel
Bitbol, del Centro de Investigación en epistemiología avanzada
de la Escuela Politécnica de París se alegra por su parte
de "este reflujo de la ola realista que a sumergido a la
física desde los años 70. Estos trabajos confirman y
actualizan la fuerza del razonamiento trascendental
propuesto por Emmanuel Kant: para dar forma al conocimiento
hay que partir de la formalización de los límites de
ese conocimiento".
La idea, de todas formas, no está terminada. En efecto, aunque
todo o parte de todo lo que creíamos era realidad no
sea más que alucinación, queda explicar porqué tiene esta
apariencia y no otra. Reconstruir a partir de la noción
primaria de información el tiempo, el espacio y la materia
se convierte así en la tarea, gigantesca y vertiginosa de la
nueva física.
Mecánica cuántica, una teoría...
Y si la mecánica cuántica no fuera más que una teoría...
Sobre transferencia de información
Para Jeffrey Bub, la mecánica cuántica puede verse como
"una teoría sobre la representación y la manipulación
de la información en un mundo que constriñe las
transferencias de la misma".
Este teórico canadiense de origen sudafricano explica su
aproximación tomando como ejemplo el trabajo de Einstein
en 1905: Para la relatividad restringida, en vez de intentar
construir una imagen de los fenómenos partiendo de esquemas
elementales (aproximación constructiva), Einstein
partió de dos principios empíricos (principio de
"relatividad" y de "constancia de la velocidad de la
luz en el vacío"). "Esta distinción formulada por
Einstein entre la teoría constructiva y teoría de
principios es muy importante, explica el físico. Hay
que hacer el mismo trabajo con la mecánica cuántica".
"Este trabajo partió de una conjetura formulada por
Christopher Fuchs y Giles Brassard en 1997, que decía
que debía ser posible reconstruir la mecánica cuántica
a partir de principios de ... criptografía, el arte
de los mensajes secretos. Al principio esta idea
me pareció una locura, pero reflexionando sobre ella
empecé a ver que ello generaba, en efecto una cierta cantidad
de efectos cuánticos".
Con los americanos Hans Halvorson y Rob Clifton, generalizando
la idea de Fuchs y Brassard, y después de muchos años de
un trabajo "difícil y lleno de callejones sin salida",
publicó en 2003 este asombroso resultado: la forma de la
teoría cuántica se genera a partir de tres principios que
restringen la transferencia de la información: "la imposibilidad
de enviar una información más deprisa que la luz", "la
imposibilidad de clonar la información de un sistema cuyo
estado se desconoce" y "la imposibilidad de asegurarse de
la seguridad incondicional del procedimiento criptológico
de 'empeño'" (?!).
Del conocimiento
El trabajo de Alexei Grinbaum, cercano del de Jeffrey Bub,
invita a representarse la mecánica cuántica como "una
teoría del conocimiento".
Este ruso de 26 años, que defendió su tesis de filosofía de las
ciencias en la escuela politécnica de París, partió del postulado que,
para elaborar una teoría que describa un sistema, hay
necesariamente que separar el objeto de esta teoría de las
presuposiciones de la misma. Lo que le dejaba dos posibilidades:
o bien partir del principio de que el sistema está regido por
leyes físicas y el objetivo es describir la información que
contiene; o bien concentrarse exclusivamente en la información
de la que se dispone sobre el sistema, y el objetivo es entonces
describir las leyes físicas que lo rigen.
Apoyándose en esta segunda aproximación e inspirándose en las
pistas abocetadas por el teórico italiano Carlo Roveli, Alexei
partió de algunos axiomas que constriñen la información que
se puede extraer de un sistema (dos de los principales, sólo
contradictorios en apariencia son: "existe una cantidad máxima
de información pertinente extraíble" y "siempre es posible
conseguir una nueva información"), axiomas que, al contrario
de los de Jeffrey Bub, NO presuponen la existencia de un
espacio o de un tiempo.
Gracias a algunas hipótesis matemáticas suplementarias, demostró
entonces que una teoría restringida por estos axiomas toma
necesariamente la forma de la mecánica cuántica. La cual se convierte
entonces en una epistemología pura, que ya no se ocupa de describir el
sistema en sí, sino las condiciones impuestas a esta descripcción.
De probabilidades generalizadas
Para Lucien Hardy, la mecánica cuántica es ante todo "una teoría
de probabilidades generalizadas".
Este investigador parte de una definición mínima del trabajo de
un físico: debe correlacionar los datos con el fin de determinar
las probabilidades asociadas a todos los resultados posibles de
las medidas que puede realizar sobre un sistema. "No he encontrado
nunca nadie que no estuviera de acuerdo con esta definición", asegura.
Imagina por ejemplo que buscas una pelota, con dos cajas cerradas
frente a tí. El trabajo del físico consiste entonces en
recoger todas las informaciones con el fin de calcular las
probabilidades de que la pelota se encuentre en una u
otra caja o en ninguna. Las probabilidades se organizan en un
triángulo en el que las esquinas corresponden a los tres estados
de conocimiento dichos "puros", en los que el físico sabe con
certeza que la pelota están en la primera caja, en la segunda o
en ninguna. Los puntos interiores corresponden a los estados
de conocimiento "impuros" (como "una posibilidad sobre dos de que
la pelota esté en la primera). A partir de ahí, Lucien demostró
primero que si los estados "puros" están, como aquí, separados
("discretos") entonces, añadiendo unos pocos axiomas "razonables"
(como "para dos preparados experimentales idénticos, las
probabilidades son idénticas") se genera la teoría clásica de
probabilidades.
Pero, sobre todo, segundo, demostró que si, por el contrario, los
estados "puros" son continuos (como los puntos en la superficie
de una esfera), entonces !esta nueva teoría de probabilidades se
convierte en la mecánica cuántica!. "Es bastante chocante el que la
difrencia entre la teoría de probabilidades clásica y la teoría
cuántica se limite a una única palabra" (continuo en lugar de discreto).
"Un físico del siglo XIX hubiera podido desarrollar la teoría
cuántica sin ninguna referencia a datos experimentales".
Del pensamiento
Para Christopher Fuchs, la mecánica cuántica consiste principalmente
en una descripción de "las leyes del pensamiento", que "formalizan
las apuestas que se pueden hacer sobre las consecuencias potenciales
de nuestras intervenciones experimentales sobre la naturaleza", pero
nos dice también algo en particular sobre la misma naturaleza.
Una aproximación empezada en 1998, cuando consagró su tesis al
estudio de la relación entre una característica cuántica
crucial (el colapso brusco del estado del sistema cuando se lo
mide) y una fórmula de probabilidades clásicas (la de Bayes,
establecida en el siglo XVIII para describir la evolución de
una probabilidad tras una información). Las analogías profundas
entre estas dos estructuras le llevaron, diez años más tarde,
a proponer un vasto programa que enlaza con la tradición de "los
filósofos pragmáticos americanos como Charles Pierce o William
james". Al contrario que Lucien Hardy, no piensa que las
probabilidades se puedan generalizar "es una especie de a
priori, algo así como la aritmética".
Su programa consiste en interpretar todos los elementos posibles
de la mecánica cuántica como conscuencia de las probabilidades
clásicas. Los elementos restantes "tan pequeños como puedan ser",
deberán entonces pertener a la realidad. Un programa que podría
ser acabado en unos pocos años pues hay ahora mucha gente interesada.
"Ser bayesiano en un mundo cuántico", tal es el resumen de esta
aproximación.
La información lo es todo
Un gran videojuego
Matrix. La idea de que no seríamos más que las criaturas virtuales
de un inmenso videojuego no tiene nada de absurdo. Aunque es más
ficción que ciencia porque no podemos realizar ningún experimento
que la refute. Contrariamente a los héroes de Matrix, no disponemos
de una píldora roja que nos haga pasar al otro lado de la pantalla.
Entonces ¿Porqué preocuparse en construir meta-universos que quedarán
para siempre hipotéticos?.
Sin embargo... La ola informática que está rompiendo desde hace
unos años sobre la física lleva a algunos a jugar con dicho
escenario. Es que la idea resulta fecunda si se la toma
acertadamente: no para llevarnos a una realidad más allá de las
apariencias donde desenmascarar un eventual "Gran Programador", pero,
al contrario, para reconcentrarse en nuestro mundo y redefinir
la relación física que mantenemos con él.
Basta partir de una observación, casi de una tautología: no tenemos
acceso a la realidad más que a través de las informaciones que
tenemos sobre ella. "La información es el mediador entre lo material
y lo abstracto, entre lo real y lo ideal" subraya el físico
americano Hans Christian von Baeyer. Es esa extraña substancia
compresible que surge de los objetos tangibles, ya sea de un
átomo, de una molécula de ADN, de un libro o de un piano, y que,
después de una serie de transformaciones complejas en las que
intervienen los sentidos, termina alojándose en nuestro cerebro
consciente".
Un debate que data del siglo XIX
Antes de esperar fijarse en el mismo mundo real, la objetividad
a la que aspiran los físicos debe pues primero ocuparse de esta
famosa "información". Antes de ser una ontología -una ciencia
de las esencias-, la física debe ser una epistemiología -el
estudio de la forma como sabemos lo que sabemos y de los límites
ligados a este conocimiento-.
Para Hans Christian von Baeyer, "si podemos comprender la naturaleza
de la información e incorporarla en nuestro modelo del mundo físico,
entonces habremos dado el primer paso en el camnio que nos lleva hacia
la comprehensión de la realidad objetiva". "It from bit?", el
slogan propuesto por el físico americano John Wheeler en 1989,
resume bellamente la ambición de la que se trata. ¿Es posible
que todo lo que nos rodea no sea más que las manifestaciones de
un vasto maelstrom de 0s y 1s?. ¿Es posible reconstruir
las leyes de la física, el espacio, el tiempo, la materia
en términos puramente informáticos?.
Por intranquilizadora que sea, esta idea no hace más que recoger
los términos de un agitado debate abierto durante la segunda parte
del siglo XIX, cuando se realizaron los trabajos sobre los
fundamentos de la termodinámica. Desarrollada para describir
el flujo de calor en el interior de las máquinas de vapor, la
termodinámica estaba, en aquella época, solidamente basada en
conceptos físicos medibles (la energía, el calor, la temperatura
o la entropía), en leyes simples y precisas ("la energía se
conserva" o "la entropía sólo puede crecer") y en una eficacidad
probada cuando se trataba de mejorar el rendimiento de las
máquinas.
El ejemplo termodinámico
La cuestión que agitaba entonces a la comunidad de los físicos
era comprender como estas leyes de la materia macroscópica
estaban relacionadas con los comportamientos microscópicos de
las moléculas. Fue el físico austriáco Ludwig Bolztmann el que,
el primero, rompió el debate defendiendo una postura epistemiológica:
apoyándose en trabajos estadísticos, demostro en 1875 que la
noción de entropía -central en la termodinámica- podía
interpretarse como una medida del desorden, de la confusión,
de la cantidad de información DESCONOCIDA sobre las posiciones
y las velocidades de cada una de las moléculas del sistema. Y
como subrayó el escocés James Clerk Maxwell, "la confusión,
así como su correlativo, el orden, no es una propiedad de las
cosas materiales en sí mismas, es algo relativo al espíritu
que las percibe". Una entidad supra-humana dotada de una
percepción, de una memoria y de una potencia de cálculo
demoníaca podría, efectivamente, conocer todo sobre las
moléculas y, por lo tanto, atribuir a la entropia un valor
nulo... A pesar de los gritos de los defensores de las
definiciones realistas, estos físicos pioneros de la edad de
la información se atrevieron a afirmar que los conceptos
termodinámicos son "relativos a la extensión de nuestro
conocimiento" y que no existen más que "para un ser de nivel
intermedio, que puede percibir ciertas formas de energía
mientras otras se le escapan totalmente".
Este debate no ha sido nunca decidido. Y algunos decenios más
tarde, un segundo frente entre esta batalla entre "ontologistas"
y "epistemologistas" se abrió cuando nació la mecánica cuántica.
Arrinconados por los extraños descubrimientos ocurridos en los
rincones últimos de la materia, muchos físicos presintieron
pronto la necesidad de pasar al otro lado del espejo. Pero hubo
que esperar al desarrolo de la teoría matemática de la información
por Claude Shannon a principios de los años 50 y su encuentro
con la teoría cuántica a mediados de los 80 para que esta "postura
informática" empieze a convertirse en un programa científico.
Un programa seductor a la vista de que la teoría de Shannon y
la física comparten un mismo objetivo: comprimir al máximo la
información. De hecho, esta compresión es, para Shannon, el
único medio de evaluar la cantidad de información contenida en
un mensaje, mientras que, para los físicos, es la exigencia de
encontrar leyes y conceptros sificientemente generales para
abarcar la mayor cantidad de fenómenos posibles. Y aún si la
noción de información sigue siendo delicada de definir, los
nuevos físicos parecen dispuestos a retomar el punto de vista
iconoclasta de Boltzmann y Maxwell.
El espacio es una red de datos
Salvo que, ahora, son todos los conceptos utilizados por la
física para describir el mundo -el espacio, el tiempo, la
materia, las leyes- los que se trata de reintepretar en
términos de información.
Un programa que no podrá, sin duda, realizarse sin reintepretar
la teoría de la relatividad general de Einstein, que es la
que actualmente describe la relación entre materia, tiempo y
espacio. Una reinterpretación aún incierta.
Y no es la noción del espacio la que plantea más dificultades.
Clásicamente, este término describe el medio geométrico en el
que se desplazan los objetos materiales. Pero para Carlo Rovelli,
"el espacio no es más que relaciones". Este teórico italiano
de la universidad del Mediterráneo, en Marsella, ha demostrado
cómo una entidad que tiene todas las características del
espacio puede constituirse a partir de una red de interacciones
fundamentales -es decir, de una red de intercambio de información-.
Un poco como una cota de mallas que, vista de cerca, no es una
superficie, pero un amasijo de pequeños bucles. Una aproximación
que aprovecha los métodos surgidos de la "gravedad cuántica de
bucles" actualmente desarrollada para reconciliar las teorías
cuánticas y relativista. Más que el marco de los movimientos, el
espacio puede ser redefinido, desde el punto de vista informático,
como el resultado de innumerables transferencias locales de
datos.
"El tiempo, es la ignorancia"
"En lo que respecta al tiempo, hay algunas buenas ideas, pero aún
confusas", prosigue Carlo Rovelli. Sin embargo, junto con el matemático
francés Alain Connes, ha demostrado recientemente que un flujo
temporal, que no existe a nivel microscópico puede surgir de
nuestra inevitable necesidad de compresión de la información a
nivel macroscópico. Más precisamente, es al despreciar las diferencias
de información entre los estados elementales que adquiriríamos
la posibilidad de observar un parámetro "t", independiente de los
mismos estadosy que tiene todas las características del tiempo...
Como la entropía, el tiempo, visto con gafas informáticas, dependería
entonces de las capacidades de tratamiento informático del
observador y no existiría más que para "seres de nivel intermedio"
como nosotros. Más que un flujo independiente que marca la
sucesión de los acontecimientos, sería en definitiva la marca
de nuestra incapacidad de apreciar los detalles!. Es lo que
resume la frase de choque del joven filósofo ruso Alexei
Grinbaum, que ha consagrado parte de su tesis a esta cuestión:
"El tiempo, es la ignorancia".
La edad de la información
¿Quid, entoces de una reinterpretación de las nociones de
materia y energía?. Por el instante, ninguna pista precisa
aparece. Pero como subraya Alexei Grinbaum "'electrón' o
'átomo' son ante todo palabras, términos del lenguaje
común que permiten hacer abstracción de lo que constituye
estos objetos" y, en el marco del vasto programa epistemológico,
será necesario redefinirlos en términos de información. Puede
que la respuesta venga de una nueva teoría capaz de celebrar
alrededor de la noción de información la reconciliación
tan esperada de la mecánica cuántica y la relatividad
general...
Entrada en la "edad de la información", la física trata desde
ahora de describir, más que el mundo en sí mismo, el empeño
de nuestro cerebro, encerrado en su caja craneana, de comprender
este munto. En vez de poner en ecuaciones la materia que se
agita en un espacio y un tiempo, la física intenta hacer surgir
estas nociones a partir de nuestra tentativa -limitada pero
valiente- de dominar el flujo de datos.
En cierto sentido estamos en Matrix. En la Matrix de nuestros
propios cálculos realizados sobre las informaciones que
recogemos cuando nos enfrentamos al mundo. Una Matrix que
no es un encierro sino una liberación, pues nos evita
ahogarnos en el flujo enorme de información que nos rodea.