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En la página precedente hemos mostrado cómo defender la vida de
una persona sólo es éticamente correcto si dicha persona quiere
vivir, mientras que es el equivalente a un asesinato si la
persona en cuestión quiere morir. Así pues, si no es posible
justificar la defensa de la vida de una persona sin consultar su
voluntad, mucho más absurdo es defender la vida de un feto
humano sin voluntad, que es lo que hacen los antiabortistas. En
realidad, exigir que todo feto humano complete su gestación no
sería inmoral si sólo involucrara al feto y a los
antiabortistas. El problema surge al recordar que también hay
una madre implicada en el proceso, que normalmente es una
persona. Podríamos discutir aquí el papel que debe jugar el
padre en todo esto, pero, como se trata de una cuestión
secundaria frente al problema principal, que es el conflicto que
surge cuando una embarazada no quiere parir su feto y una hueste
de antiabortistas pretende obligarla a ello, por simplicidad
aquí vamos a prescindir por completo de la figura paterna: el
lector puede suponer que sólo consideramos padres que están
totalmente de acuerdo con el criterio de sus parejas.
El conflicto que plantea el aborto es similar al que hemos
analizado con ocasión del suicidio, sólo que ligeramente más
complejo: ahora tenemos una madre, que es una persona que
alberga un feto y no quiere parirlo (quiere matarlo), tenemos el
feto, que no es una persona y no quiere nada, y tenemos la
hueste de antiabortistas que quiere obligarla a parir. La
solución racional del conflicto es evidente: la madre tiene
derecho a hacer lo que quiera con su feto, porque la madre es
una persona y el feto no, luego el feto no tiene más valor que
el que la madre quiera concederle y, al igual que cuando
hablábamos del suicidio concluíamos que nadie tiene derecho a
valorar una vida por encima de la persona soportada por ella,
igualmente es razonable concluir que nadie tiene derecho a
valorar un feto por encima de la madre que debería parirlo.
Obligar a parir a la madre es atentar contra su dignidad,
mientras que dejarla abortar no es atentar contra la dignidad
del feto, porque el feto no tiene dignidad (no cumple ninguno de
los requisitos necesarios y suficientes para ello, es decir,
para ser una persona). Sí que es atentar contra la dignidad de
los antiabortistas, pero, desde el momento en que defienden una
postura inmoral, en esta cuestión no pueden ser considerados
como personas, luego su dignidad es inferior a la de la madre.
Abogar por un ser indefenso que está siendo maltratado por otro
es bueno, pero abogar por un feto es absurdo. Supone defender
unos presuntos intereses del feto. Supone que el feto quiere
vivir. Es cierto que, si se deja actuar a la Naturaleza, el feto
seguirá viviendo, pero interpretar eso como que el feto quiere
vivir es como coger una piedra en la mano y decir que la piedra
quiere caer porque, si no te interpones entre ella y el suelo,
caerá. Si aceptamos que es absurdo apelar a una presunta
voluntad de vivir del feto, entonces el antiabortismo sólo puede
fundamentarse en una presunta dignidad de la vida humana en sí
misma (es decir, como mera guarrada de reacciones químicas),
dignidad que no parece justificable como no sea recurriendo a
presupuestos religiosos descaradamente dogmáticos. Nos
referimos, por supuesto, a afirmar, por ejemplo, que un feto
tiene alma y, por consiguiente, tiene dignidad, o cosas
similares. Ya hemos explicado en varias ocasiones que es inmoral
que una persona trate de imponer a otra sus propias convicciones
religiosas o las consecuencias que extraiga de ellas. No parece
necesario insistir más sobre ello.
Excluidos los dogmas religiosos, el principal soporte del culto
fetichista hacia los fetos es de naturaleza sentimental. Ya
hemos argumentado que los sentimientos de las partes en un
conflicto ético son relevantes, pero no así los del juez. En
cuanto a los sentimientos de las partes, es obvio que los
sentimientos de una madre que quiere abortar son un argumento en
favor de permitírselo, pues prohibírselo es causarle dolor.
(Aquí consideramos en todo momento madres que saben lo que
quieren. Una madre indecisa que no sabe si abortar o no abortar
tiene un problema psicológico que plantea unas cuestiones éticas
sobre cómo asesorarla, y que poco tienen que aportar al problema
teórico de si abortar es inmoral o no lo es.)
Tratar de poner en juego los sentimientos del feto sería
especular sobre qué siente un feto, y si le va a doler o no el
aborto. Pero, aun poniéndonos en el peor de los casos y que
pudiéramos afirmar que el feto va a sufrir muriendo, también un
suicida sufre cuando muere y eso no convierte al suicidio en
inmoral. Imaginemos que el feto tuviera conciencia de qué es él,
qué sería ser abortado y qué le esperaría en caso contrario
cuando nazca. Tan arbitrario es imaginarse un feto valiente que
quiere nacer y arrostrar lo que se le venga encima, como
imaginarse un feto suicida que, para nacer de una madre que no
lo quiere, prefiere ser abortado. Obviamente, esto son
tonterías, pero es a lo que llegamos si nos empeñamos en
considerar los hipotéticos sentimientos del feto.
Por último, están los sentimientos del juez, necesariamente
improcedentes. Tan falaz es defender el aborto por lástima hacia
una madre obligada a tener un hijo contra su voluntad como
oponerse a él por lástima hacia un pobre feto condenado a muerte
en su inocencia inmaculada. Conviene observar que este último
sentimiento de lástima o compasión que a su vez sostiene el
culto fetichista de los antiabortistas hacia los fetos en
particular, o hacia la vida humana en general, se sostiene, por
supuesto, porque es viable sostenerlo, y es viable gracias a una
serie de hechos meramente circunstanciales. Imaginemos que el
sistema reproductor humano fuera distinto al que es. Imaginemos
que los seres humanos fuéramos exactamente lo mismo que somos en
la realidad salvo por el hecho de que no hubiera sexos y que,
una vez al año, cada individuo en edad fértil concibiera
indefectiblemente un niño, sin haber hecho nada para buscarlo.
No es un escenario muy descabellado. Son muchas las especies
animales que confían su perduración a parir muchas crías
contando con que sólo unas pocas sobrevivirán, las suficientes
para reemplazar a los progenitores e incluso aumentar un poco la
población global. Si alguien se resiste a imaginar variantes de
seres humanos, puede planteárselo de otra manera: es
perfectamente posible que en otro planeta de la galaxia haya
surgido una especie inteligente, totalmente equiparable a la
especie humana en cuanto a inteligencia, sensibilidad, etc.,
cuyo sistema de reproducción tenga esta característica: que da
lugar a muchos más individuos de los que es posible sostener.
Por otra parte, estos seres estarían dotados igualmente del
instinto maternal necesario para cuidar de las crías que decidan
educar durante el largo periodo en que no pueden valerse por sí
mismas.
Evidentemente, puesto que ninguna familia puede alimentar ni
cuidar a un niño nuevo cada año, desde tiempos inmemoriales se
habría impuesto la costumbre de matar a todos los hijos que cada
cual pariera, salvo excepcionalmente a uno, o dos, o tres, o
diez, los que cada cual estuviera dispuesto a educar. Matar
recién nacidos sería entonces un acto completamente natural al
que todo el mundo estaría acostumbrado. Cualquiera que predicara
que los fetos tienen alma y son sacrosantos sería visto como un
insensato. Sin duda, las grandes religiones, que son muy
versátiles, habrían determinado que Dios sólo insufla alma a los
niños a partir de cierto estado de desarrollo, y que matar
recién nacidos no sería nada malo. Desde el momento en que el
desarrollo médico permitiera realizar abortos con seguridad,
éstos se verían simplemente como una simplificación del proceso,
pues, para gestar un feto y luego matarlo, es mucho más práctico
matarlo antes.
Quede claro que este argumento sólo pretende mostrar lo falaz
que es el argumento "sentimentalista" que presenta a los fetos
como angelitos indefensos, puesto que bastaría encontrarse en un
escenario con ciertas diferencias no esenciales respecto de la
situación real para que desapareciera por completo. Nunca puede
entenderse como un argumento en contra de la presunta
inmoralidad del aborto, puesto que igualmente podrían
construirse escenarios (más realistas, incluso) en los que, por
ejemplo, la esclavitud fuera vista como algo socialmente
aceptable. La diferencia es que los argumentos racionales contra
la esclavitud que ya hemos dado seguirían siendo válidos en
tales escenarios, mientras que, si a un antiabortista le
quitamos el asentimiento fácil de los que son fácilmente
inducidos a compadecerse ante la imagen de un "angelito
indefenso", ¿qué le queda? Prácticamente nada.
En particular, nuestro escenario hipotético muestra que sería
fácil, bajo las circunstancias adecuadas, erradicar el
sentimentalismo que se apiada, no ya de los fetos, sino incluso
de los niños recién nacidos. ¿Significa esto que matar niños
recién nacidos tampoco es inmoral? No necesariamente, pues, como
ya hemos dicho, de un argumento que sólo denuncia el carácter
circunstancial de un sentimiento no podemos extraer ninguna
consecuencia racional positiva. (Sólo sirve para negar la
validez de otro argumento.)
Sin embargo, es fácil aducir que, dado que nuestra postura a favor del aborto se fundamenta esencialmente en que los fetos no son personas, también podemos afirmar que los niños de corta edad no son personas (porque no tienen pleno uso de razón) y que, por el mismo motivo, tampoco sería inmoral matar niños pequeños. Ciertamente, determinar qué seres de este mundo son personas y cuáles no es algo que no puede hacerse a priori. Para que un ser sea persona es irrelevante si está vivo o no (una máquina suficientemente sofisticada podría ser una persona, aunque actualmente no exista ninguna en tales condiciones), si tiene un código genético u otro (una persona no tiene por qué pertenecer necesariamente a la especie humana, aunque no se conozca actualmente ninguna otra especie en el universo cuyos individuos sean personas y, recíprocamente, un ser humano no es necesariamente una persona) y, menos aún, si tiene ojos bonitos y suplicantes o si, por el contrario, es feo con avaricia. Un ser es o no una persona en función exclusivamente de cómo regula su comportamiento. Es plausible conjeturar que un niño es capaz de comportarse como una persona en un conjunto restringido de situaciones (aquellas que es capaz de comprender esencialmente bien y sobre las que ha sido debidamente educado) que va ampliándose gradualmente a medida que completa su desarrollo, pero podemos llegar a conclusiones satisfactorias sin necesidad de analizar empíricamente hasta qué punto es cierta esta conjetura (análisis que, por otra parte, nunca nos llevaría a ningún criterio operativo).
En primer lugar, aunque un niño pueda no ser una persona en una situación dada, puede ser excepcionalmente digno de respeto por el hecho de que en el futuro se convertirá en una persona. Así, por ejemplo, si alguien se plantea que no es inmoral cortarle un brazo a un recién nacido sin motivo alguno porque éste no es una persona, se le puede objetar que, cuando crezca, será una persona manca, a la que se le ha causado un daño por el que puede pedir responsabilidades con razón. No hay ninguna diferencia ética entre dejar manca a una persona mutilándola directamente o mutilando al niño que se convertirá en dicha persona cuando crezca. El resultado es el mismo.
La consecuencia que se extrae de aquí es que los niños deben
ser tutelados, es
decir, que se los debe tratar, no como las personas que no son,
sino en función de las futuras personas que serán, buscando, no
su aprobación actual, sino su aprobación futura al trato que hoy
les dispensemos. Así, la razón por la que está mal cortarle un
brazo a un niño aun bajo el supuesto de que no esté en
condiciones de juzgar si le conviene o no que se lo corten es
que en un futuro sí que estará en condiciones de juzgarlo y
probablemente su juicio será que prefiere conservar sus dos
brazos. (Otro caso sería, por ejemplo, que el brazo esté
gangrenado y sea necesario amputarlo para salvarle la vida. En
tal caso, es previsible que, cuando ya pueda ser considerado
como una persona fuera de toda duda, el ahora niño apruebe la
decisión de haber amputado.) Es claro que tutelar a un niño es
una tarea delicada en la que surgen inevitablemente muchas dudas
y posibilidades de error. Por ejemplo, si unos padres obligan a
su hijo a ir a misa todos los domingos aun en contra de su
voluntad, puede ocurrir que de mayor sea un hombre religioso y
apruebe la decisión paterna, o que se vuelva ateo y reproche a
sus padres que le aplicaran semejante tortura. Pero lo delicado
del caso es que las futuras creencias religiosas del hijo no son
algo arbitrario que los padres deberían tratar de predecir, sino
que dependen en gran medida de la actitud que los padres adopten
respecto de su hijo.
Más adelante volveremos sobre esta cuestión, que ahora nos
alejaría del asunto que nos ocupa. Lo importante ahora es que el
argumento según el cual un niño debe ser tutelado porque en un
futuro será una persona deja de ser válido si deja de ser cierto
que en un futuro será una persona, es decir, si decidimos
matarlo. Si le cortamos un brazo a un niño y lo dejamos vivo, en
un futuro habrá una persona que nos preguntará por qué razón la
hemos dejado manca y, si no tenemos una buena razón (como que el
brazo estaba gangrenado), nuestra conducta habrá sido inmoral.
Por el contrario, si matamos a un recién nacido, nunca habrá una
persona en condiciones de pedirnos cuentas de nuestro acto.
Antes de discutir esto más a fondo, observemos que el argumento
no vale para justificar el asesinato de un adulto. Es verdad que
si matamos a una persona, ésta ya no está en condiciones de
protestar, pero eso es irrelevante: igual que es inmoral engañar
a una persona porque ésta no quiere ser engañada, aunque nunca
llegue a ser consciente del engaño, también es inmoral matar a
una persona que no quiera morirse, aunque, precisamente por
haberse muerto, nunca estará en condiciones de lamentarse de la
suerte que ha corrido. Si admitimos que un recién nacido no es
una persona, la situación es distinta, porque no es que la
persona en cuestión muera y, por ello, no pueda pedir cuentas de
su asesinato, sino que nunca habrá habido persona en cuestión.
Observemos también que negar la dignidad de persona a un niño no es una excentricidad, sino que es algo en lo que estará de acuerdo todo aquel que sea coherente con el significado preciso que aquí estamos dando al concepto de "persona". Si un niño fuera una persona, sería inmoral tutelarlo, puesto que debería ser respetado. Y así, si el niño no quiere estudiar, deberíamos respetar su voluntad, en lugar de buscar el modo de persuadirlo incluso con métodos que serían inmorales aplicados a una persona (manipulación, engaño, intimidación, etc.) confiando en que de mayor aprobará que no hayamos consentido que se convierta en un analfabeto.
Volvamos al asunto de la posibilidad de "aprovecharse" de que
en los niños, por lo menos de muy corta edad, a duras penas se
puede reconocer la menor dignidad en sentido estricto. Por
llevar todo lo lejos posible las consecuencias que podría tener
este hecho, nos preguntamos si sería inmoral parir niños para,
digamos, mutilarlos realizando experimentos médicos con ellos
durante un par de meses y luego matarlos. Afirmamos que sí que
sería inmoral, a pesar de que no es posible atribuir una
dignidad a lo que son en sí mismos. Para argumentarlo imaginemos
que, por alguna clase de error, alguno de esos niños cobaya se
librara de la muerte y creciera, hasta convertirse en un adulto
con serias lesiones físicas. Obviamente, podría pedir
explicaciones de por qué recibió ese trato, y no habría
justificación posible. "La
culpa es tuya por no haberte muerto como estaba previsto"
no es una respuesta aceptable. Un "científico loco" deseoso de
realizar tales experimentos podría objetar que no puede juzgarse
el proyecto en función de un posible error. Supongamos que las
medidas de control son tan minuciosas que es prácticamente
imposible que un solo niño escape de la muerte cuando le llega
el momento. ¿Qué problema habría entonces?
La respuesta es que la mera posibilidad teórica de un error,
aunque sea imposible en la práctica, es suficiente como
argumento. Engañar a alguien es malo, tanto si algún día se
enterará del engaño como si no, independientemente de que el
riesgo de que esto suceda sea alto o bajo; un sistema esclavista
no pasa a ser justo por que se tomen las medidas necesarias para
que sea prácticamente imposible que los esclavos se rebelen
contra sus amos. El mero hecho de que si un esclavo pudiera
rebelarse no habría argumento racional alguno que pudiera
convencerlo de que lo mejor que puede hacer es abandonar la
libertad que ha conquistado por la fuerza y volver a su sumisión
anterior, basta para justificar que la esclavitud es inmoral,
tanto si la posibilidad de rebelión existe o no en la práctica.
Igualmente, es absurdo pretender que no tutelar debidamente a un
recién nacido sea o no inmoral en función del grado de seguridad
que tengamos de que nunca llegará a adulto. El único acto al que
no es aplicable este argumento es el de matar al niño, ya que
entonces la seguridad de que no llegará a adulto es total y no
está condicionada a ningún otro hipotético acto futuro.
Así pues, basándonos en lo que hemos discutido hasta ahora,
podemos concluir que, cuando nace un niño, sólo hay dos
alternativas éticamente aceptables: matarlo o tutelarlo. En
realidad, ambas no son necesariamente excluyentes, al menos si
hacemos abstracción de la psicología humana. Imaginemos que los
seres humanos no tuviéramos ese apego que tenemos rayano en lo
enfermizo a la propia vida contra viento y marea. En tal caso,
si un niño nace en unas circunstancias que hacen previsible que
no va a tener una vida digna, bien podría ocurrir que, al
hacerse adulto, reprochara a sus padres que no hubieran abortado
o, de ser esto técnicamente imposible, que no lo hubieran matado
al nacer. Esto no está reñido con que el niño —ya adulto— no
esté dispuesto a suicidarse. Su planteamiento podría ser: "Ahora estoy vivo y no quiero
morirme, pero, para darme esta vida que me habéis dado,
hubiera sido mejor matarme". Si un adulto, dueño de sus
facultades mentales, pensara así, tutelarlo debidamente al nacer
habría sido matarlo. Como en la práctica es muy raro que un ser
humano acabe pensando así, en la práctica es cierto que la
tutela debida de un niño empieza por proteger su vida, pero esto
es un hecho a posteriori
basado en la psicología humana, y no un principio ético a priori.
De aquí podemos concluir que una ley que garantice razonablemente el derecho de los niños a ser tutelados es justa y, dada la naturaleza humana, también es justo que la ley garantice como aspecto básico de dicha tutela el derecho a la vida de los niños. Ahora bien, a priori, no habría inconveniente en que la ley permitiera a los tutores de un recién nacido decidir si debe vivir o morir. Se puede alegar que, una vez parido, a la madre no le supone ningún perjuicio que otros se hagan cargo de su hijo, si es que ella no quiere ocuparse de él y, dado que —de hecho— en el mundo hay exceso de demanda de niños en adopción, es razonable no consentir que se mate a un recién nacido. En cualquier caso, este argumento no vale para justificar la prohibición del aborto, pues hay que respetar que una madre considere un perjuicio tener que parir un hijo si no desea hacerlo.
Observemos, no obstante, que el argumento anterior en favor de garantizar el derecho a la vida de todo recién nacido no contempla la posibilidad de que su muerte proporcione alguna clase de beneficio a otras personas. Veamos algunos ejemplos:Imaginemos que unos padres tienen un hijo de cinco años al que se le diagnostica una enfermedad grave que lo llevará a la muerte si no recibe un transplante de forma inmediata, pero ello requeriría un donante muy específico y es prácticamente imposible encontrar uno compatible en el tiempo disponible. Sin embargo, los padres tienen otro hijo de pocas semanas que puede servir de donante a costa de perder la vida, y deciden matarlo para salvar la vida de su hijo enfermo.
¿Es inmoral la decisión de los padres? (Prescindiendo de que,
probablemente, matar al niño es ilegal en prácticamente
cualquier código penal moderno.) Si admitimos que el niño
enfermo podría aguantar hasta un año en su estado, incluso
cabría la posibilidad de que los padres concibieran al donante ex profeso para la
donación. Se le podría provocar una muerte cerebral nada más
nacer y dejar que el cuerpo se desarrolle lo suficiente para que
el transplante fuera viable. ¿Sería esto inmoral? (siempre
prescindiendo de que fuera ilegal).
Afirmamos que dejar al donante con vida pero con secuelas sería
inmoral, pero ¿y matarlo? Ni que decir tiene que matar a una
persona para salvar la vida a otra es inmoral. También es obvio
que un niño de pocas semanas no es una persona, y mucho menos si
se le ha provocado una muerte cerebral nada más nacer. Aún así,
¿existe el deber moral de respetar su vida? Quien piense que sí,
¿lo piensa por algún argumento racional, desprovisto de dogmas y
sentimentalismos, o no?
Probablemente, quienes sientan pena por el donante y piensen
que eso basta para prohibir la donación, también sentirán pena
por el moribundo, pero dirán que, por triste que sea su muerte,
hay que aceptarla. ¿Y por qué no puede alguien sentirse triste
por matar al donante, pero considerando que es algo que hay que
aceptar? La diferencia está en que el primer "sentimentalista"
se asegura de tener las manos limpias no haciendo nada, mientras
que el segundo está dispuesto a juzgar cuál de los dos sucesos
tristes (la muerte del recién nacido o la muerte del niño medio
persona) es el más triste, concluye que el segundo y, en
consecuencia, está dispuesto a intervenir para que no sea "lo
que Dios quiera" y suceda el menor de los males (siempre dentro
de la ética, por supuesto). La "moral" del no hacer nada, la que
apuesta por dejar en la agonía a los moribundos con tal de no
mancharse las manos de sangre, la que apuesta por dejar que
muera el que le toque, en lugar del más razonable (un niño medio
vegetal frente a un niño medio persona), la que prefiere que
decida el azar y no la razón, para no pecar ni por
consentimiento, es una pseudoética hipócrita, más preocupada por
el bienestar del juez que por el bienestar de las partes.
Otro ejemplo:
Imaginemos que existiera la tecnología necesaria (tal vez exista de hecho) para tomar un recién nacido, extirparle el cerebro y mantenerlo en un estado de vida vegetativa de modo que el cuerpo se desarrollara hasta el estado adulto, con lo que podría usarse como fuente de donaciones de órganos o de sangre. Disponiendo de una amplia gama de donantes para asegurar la compatibilidad con cualquier posible receptor que necesitara un órgano, se acabarían las muertes y las penosas esperas de quienes necesitan un transplante, así como la necesidad de sacrificarse de quienes están dispuestos a donar algún órgano no esencial en vida para salvar a un ser querido.
¿Sería esto inmoral? Para inculcar en la gente el respeto a la
vida de todas las personas, e incluso de los niños queridos por
sus padres, ¿es necesario inculcar el culto a la vida humana, a
los cuerpos humanos? ¿Qué tiene de sagrado un cuerpo humano en
estado vegetativo para que sea inmoral conservarlo como donante?
¿Qué tiene de sagrado un recién nacido para que no se le pueda
extirpar el cerebro y usar su cuerpo en beneficio de la
humanidad? Nótese que estas preguntas están muy lejos de suponer
que el fin justifica los
medios, pues sería muy distinto preguntarse, por
ejemplo, si tiene algo de inmoral realizar experimentos médicos
con mendigos indeseables a fin de obtener la cura de una
enfermedad que salvaría muchas vidas. La respuesta a esta última
pregunta es que, indudablemente, tal práctica nazi tendría todo de inmoral, pues el
mero hecho de juzgar a un mendigo como "indeseable" ya es
inmoral, y mucho más disponer de él contra su voluntad. No
decimos que criar cuerpos humanos sería éticamente correcto por
el beneficio que ello proporcionaría, sino porque un cuerpo
humano no tiene nada de especial que lo distinga de cualquier
otro objeto del universo y, por consiguiente, puede ser usado
como las personas consideren más conveniente, al igual que
sucede con cualquier otro objeto del universo que las personas
estén en condiciones de utilizar en su provecho.
Una vez descartados dogmatismos, sofismas y sentimentalismos,
los argumentos que quedan en contra del aborto son ya pálidas
sombras: si alguien insiste en que abortar es malo porque es un
asesinato, o lo compara a la pena de muerte, es que no ha
entendido nada de lo dicho hasta aquí, lo de "a ti no te hubiera gustado que
tus padres hubieran abortado" es un despropósito sin
más tino que "a ti no te
hubiera gustado que tu padre se hubiera hecho cura y tu madre
monja". No hemos discutido datos sobre a partir de qué
momento empieza a respirar un feto, o empieza a tener neuronas,
etc., etc., porque todo ello es absolutamente irrelevante, como
lo es cualquier definición generosa que quiera darse de "ser
humano", etc. Cuando se aportan datos al análisis de una
cuestión hay que explicar por qué dichos datos han de
considerarse relevantes, y quien esto escribe, no es que nunca
haya oído ni leído ninguna explicación convincente de qué
importa que un feto sea parte de la madre o no, sea un ser
humano o no, sienta o no, amenace o no a la madre con torturarla
psicológicamente en caso de muerte, etc. a la hora de juzgar si
el aborto es inmoral o no, sino que nunca ha oído ni leído
ninguna explicación al respecto, convincente o no.
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