(1582)

Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que amor sacó entre el oro de sus minas,
ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,
estaba, oh claro sol invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.
Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte.

Notas:

v. 6:  Sin merecer besar a esa mujer.
vv. 10-11: Al salir el sol se vio obligado a dejar a la dama.
vv. 12-14: Si el cielo no es ahora menos poderoso que en la antigüedad, que te maten sus rayos, como mataron a tu hijo, para que tus rayos no den más enojos. Alude a Faetón, el hijo del Sol, que trató de conducir el carro de su padre y causó tales desastres por su inexperiencia que Zeus lo derribó con un rayo.