LA DIVINA COMEDIA

EL INFIERNO

Ante las puertas del infierno

Aquí se encuentran, entre lamentos de dolor y de ira, las "gentes que vivieron sin gloria ni infamia", mezcladas con los ángeles que no se rebelaron contra Dios, pero no por lealtad, sino para evitar las consecuencias de tomar partido en la lucha entre el bien y el mal. El cielo los rechaza porque no hicieron nada bueno y el infierno también, porque no hicieron nada malo. Su tormento es que nadie se acuerda de ellos, no tienen esperanza de morir y no tienen nada que hacer en su pobre vida, desdeñados tanto de la justicia como de la compasión. Dante está condenando aquí, en particular, a sus compatriotas que, al contrario que él, evitaron tomar partido en los conflictos políticos de su tiempo anteponiendo su bienestar al bien de su ciudad.

También están allí los pusilánimes, desnudos, acosados por avispas, moscones y gusanos. Entre ellos estaba "quien hizo por cobardía aquella gran renuncia", sin duda el Papa Celestino V.

El Infierno es un enorme valle cónico y está dividido en nueve niveles o círculos, cada cual más profundo y estrecho que el anterior. Para llegar hasta él hay que cruzar el río Aqueronte, y las almas lo hacen en la barca de Caronte.

Círculo primero

El círculo primero es el Limbo, donde están quienes, sin haber cometido falta alguna, han muerto sin haber recibido el bautismo; en particular, todos cuantos nacieron antes de la llegada de Cristo. Las excepciones son Adán, Abel, Noé, Moisés, Abraham, Isaac, Jacob y sus doce hijos, Raquel y "otros muchos", que dejaron el Infierno cuando fue visitado por Jesucristo entre su muerte y su resurrección, y fueron entonces convertidos en santos. Los que están en el Limbo no sufren tormento alguno, salvo el saber que estarán allí para siempre.

Círculo segundo

A la entrada del círculo segundo está el rey Minos, ante cuya presencia todas las almas confiesan sus pecados y él los asigna al lugar del Infierno que les corresponde. En este círculo se castiga a "los lujuriosos, que la razón someten al deseo", eternamente arrastrados de un sitio a otro por un terrible e incesante viento. Entre ellos se encuentran Francesca da Rimini y Paolo Malatesta. Los amantes explican cómo estaban leyendo la historia de Lanzarote y la reina Ginebra y, en el punto en que los personajes se besaron, ellos lo hicieron también, y así empezó su perdición.

Círculo tercero

El círculo tercero está guardado por Cerbero, el perro de tres cabezas. Aquí se castiga el pecado de la gula. Los condenados sufren una tormenta perpetua, con lluvia y granizo.

Círculo cuarto

El círculo cuarto está guardado por Pluto, el dios romano de la riqueza, y en él se encuentran los pródigos y los avaros, condenados a hacer rodar pesadas rocas desde las laderas del valle hasta chocar en el centro. Entre los condenados hay numerosos clérigos, cardenales y papas.

Círculo quinto

En el círculo quinto está la laguna Estigia, vigilada por Flegias, hijo de Marte. Enfangados en ella, luchando eternamente unos contra otros, a golpes y mordiscos, están los condenados por el pecado de la ira, mientras que debajo del agua están los acidiosos, es decir, los perezosos y los que vivieron tristes y deprimidos sin motivo. Entre los iracundos estaba Felipe Argenti, florentino llamado así porque en una ocasión hizo herrar a su caballo con herraduras de plata. Su familia, los Adimari, fue la que se quedó con los bienes de Dante cuando fue exiliado.

Los cuatro círculos anteriores castigan los pecados de incontinencia, mientras que los círculos siguientes castigan (más severamente) la maldad en sentido estricto. La región que comprende a todos ellos se llama Dite (un nombre latino para el Hades, o el Infierno), una ciudad que toma el color rojo de las llamas que hay en ella por todas partes, y está rodeada de murallas, cuyas puertas guardan los demonios.

Círculo Sexto

En el círculo sexto se condena a los herejes. Está sembrado de tumbas en cada una de las cuales arde el jefe de una secta herética junto con todos sus seguidores. Allí se encuentra Farinata degli Uberti.

Círculo Séptimo

El círculo séptimo está custodiado por el Minotauro, en él se castiga a los violentos y está dividido en tres recintos:

Recinto primero

Aquí se castiga a los que cometieron violencia contra el prójimo, cuyas almas hierven en el Flegetonte, un río de sangre. Los que intentan salir de él son devueltos por las flechas de los centauros que vigilan sus orillas.

Recinto segundo

Aquí se castiga a los que cometieron violencia contra sí mismos (los suicidas) o contra sus posesiones (dilapidadores). Los que han renunciado a su cuerpo mediante el suicidio lo pierden para siempre, pues cuando sus almas son arrojadas a este recinto se convierten en árboles que sangran cuando las arpías se comen sus hojas. Los dilapidadores son perseguidos y devorados por perros.

Recinto tercero

En el recinto tercero se castiga a quienes cometieron violencia contra Dios y sus designos: blasfemos, homosexuales y usureros. (Los usureros no respetaban el mandato divino de ganarse el pan con el sudor de su frente, sino que se lo ganaban con el sudor de la frente ajena.) Se trata de un arenal ardiente sobre el que cae una lluvia de fuego. Los blasfemos están tendidos boca arriba, lo que les impide protegerse de la lluvia; los usureros están sentados, lo que les permite estar algo más resguardados, mientras que los homosexuales pueden correr libremente (y si uno se para se ve obligado a estar parado durante cien años).

Círculo octavo

En el círculo octavo se condenan las distintas clases de fraude, y se llama Malasbolsas, porque está dividido en diez recintos o bolsas. Está separado del anterior por el río Flegetonte, que forma una gran catarata.

Círculo noveno

El último círculo está rodeado por los gigantes que forman una muralla humana que sobresale hasta la altura del círculo octavo. En él se castiga a los traidores, sumergidos en hielo. Se divide en cuatro zonas, en las que se castiga, respectivamente, a los traidores a su propia familia, a los traidores políticos, a quienes traicionaron a sus amigos (entre ellos Ugolino della Gherardesca y el cardenal Ruggieri degli Ubaldini) y, ya en el mismo centro de la Tierra, donde está Lucifer, se encuentran quienes traicionaron a sus benefactores, entre ellos Judas y los asesinos de César: Bruto y Casio.

Lucifer es un gigante de unos mil metros. Fue arrojado del cielo por el hemisferio austral, de donde se retiraron las tierras (todas concentradas en el hemisferio norte) y quedó el agujero que lleva hasta el centro de la Tierra. La tierra desplazada formó el monte del Purgatorio, junto al agujero, por el que fluye el río Leteo.

EL PURGATORIO

El monte Purgatorio es una gran montaña rodeada de agua, la más alta de la Tierra, la única tierra del hemisferio austral, justo en las antípodas del monte Calvario. Dante sale del túnel en una playa desierta, donde se encuentra con Catón (el que se suicidó en 46 a.C. para no caer en manos de César). Es el vigilante del Purgatorio. Las ánimas llegan hasta allí en barcas pilotadas por ángeles.

Antepurgatorio

Muchas almas tienen que esperar un tiempo antes de poder entrar en el Purgatorio para iniciar su penitencia:

Purgatorio

El Purgatorio se divide en siete círculos, en cada uno de los cuales se castiga uno de los pecados capitales.

Paraíso Terrenal

En la cumbre del monte purgatorio está el Paraíso Terrenal, que es también el Parnaso de la mitología griega. Hasta aquí Dante ha sido conducido por el poeta Virgilio, que ahora vuelve a su lugar en el limbo y Dante prosigue su camino guiado ahora por Beatriz.

EL PARAÍSO

También aparece dividido en varios niveles:

Por encima de estos ocho niveles está el cielo cristalino, es decir, la bóveda celeste, que es el primer móvil que transmite su movimiento a las demás esferas y a la Tierra.

Pero Dante descubre que esta gradación del Paraíso no es real, sino que en realidad todas las almas se encuentran en el cielo empíreo, inmóvil, situado fuera del cielo cristalino, y que las distintas almas se le han mostrado en estratos para que pueda comprender los distintos grados de felicidad.

Una última ascensión, bajo la guía de san Bernardo de Claraval, lleva a Dante a contemplar al propio Dios.