La sociologie..., c’est moi
Justo
Serna
Levante-EMV, Posdata,
3 de noviembre de 2006
Pierre Bourdieu, Autoanálisis de un sociólogo, Barcelona,
Anagrama 2006.
Pierre Bourdieu es un sociólogo
reconocido, un estudioso francés que alcanzó la celebridad en los años 70 y 80.
Falleció en 2002. El lector aprecia en
sus obras la variedad y la calidad polémicas: desde la dominación masculina
hasta la televisión, desde el consumismo hasta el parentesco. Bourdieu es
alguien cuyo prestigio internacional se debe en parte a la posición académica
conquistada, la que le encumbró cuando París era el centro de un dominio
intelectual. En principio, este hecho no es extraño y se repite entre los maîtres à penser que Francia
exporta desde antiguo. Ahora bien, en el caso de Bourdieu, ese dato es
distintivo si tenemos en cuenta el origen pirenaico, provinciano, excéntrico,
de un joven que debió asediar el París institucional en la posguerra (el acceso
a la École Normale Supérieure), un joven que tenía un marcado acento
rural, aldeano, por el que se le ultrajaba. Esa laceración y el aislamiento
académico le provocaron rechazo y, sobre esas heridas, Bourdieu erigirá su
obra, su triunfo y su desquite.
Este éxito intelectual
ha sido tan grande que para muchos de sus lectores y seguidores, decir
sociología francesa y decir Bourdieu es una y la misma cosa. Para sus deudos
--que forman una especie de cofradía--, una amplísima bibliografía lo respalda:
pero también una gran variedad de objetos lo confirman (la familia, el sistema
educativo, el arte, etcétera); un
léxico característico lo identifica (con acepciones propias que aplica a
diversos ámbitos); y, en fin, una contribución original lo reafirma, rebasando
los límites de distintas corrientes. De
él puede decirse que trata lo fundamental, que aborda las cuestiones básicas de
nuestro tiempo y que, en sus textos más felices (que no son tantos), llega a concepciones perspicaces. Por los
objetos difíciles que aborda, pero
sobre todo por el lenguaje artificial con que los enfrenta (habitus,
campo, estrategia, etcétera) y por la índole académica de sus libros, los
análisis que emprende no siempre sobrepasan las barreras de un público
universitario.
Autoanálisis de un
sociólogo es una especie de autobiografía
escrita poco antes de morir, una autobiografía en la que el autor
repudia esa etiqueta delos géneros literarios: son recuerdos personales en los
que Bourdieu dice rechazar las añagazas de la memoria. ¿Por qué razón? Sus
obras se concibieron como una superación de las viejas contradicciones de las
ciencias sociales: individuo-sociedad, estructura-acción, regla-libertad. ¿Cómo
abordar la explicación de lo social? Bourdieu trató durante toda su vida
académica de concebir una doctrina basada en el dato empírico, pero también una
doctrina que aunara a los clásicos más fértiles (Marx, Durkheim, Weber) y que
permitiera analizar lo concreto, sin recaer en el vicio especulativo de los
filósofos franceses y sin abandonarse a la creencia de la libertad
indeterminada que predicara Jean-Paul Sartre. El resultado fue una heroica
tentativa inevitablemente condenada al fracaso, pues no todos le han seguido ni
todos aceptan los planteamientos de su ciencia social: Bourdieu creyó resolver
las aporías, las contradicciones tradicionales de la sociología, pensándose
equidistante del existencialismo y del
estructuralismo, de la existencia incondicionada que se crea en el acto y de la
estructura que determina un comportamiento.
La biografía o la
autobiografía serían géneros que hacen depender el relato de una ilusión: el
sujeto se expresa y se manifiesta según una narración que hace de su esencia un
embrión que se despliega. La coherencia del yo, sus presuntas congruencias más
allá de los diferentes contextos, sus preferencias bien claras de principio a
fin, el concepto mismo de relato ordenado. Frente a la ilusión biográfica que
Bourdieu denunciaba (que guía los géneros del yo y de la memoria), la vida es
bien distinta, como el espacio de lo posible, un dominio en el que hay reglas
que los agentes saben o no saben, que cumplen o incumplen según los réditos que
de su acción o inacción se deriven.
Pero, al final de su
existencia, vemos a Bourdieu escribiendo una autobiografía que rechaza ese
apelativo, una autobiografía selectiva, parcial, a la que se resiste a llamar
así. ¿Por qué razón? Porque prefiere llamarla autoanálisis (según una acepción
vagamente freudiana), una inspección sobre sí mismo que lo convertiría en
objeto antes que en sujeto. Eso es, al menos, lo que él cree. Se objetiva, se
hace cosa observada, como predicara Durkheim, para superar el subjetivismo o el
sentimentalismo. En todo caso, fuera de esta impostación antisubjetiva, esta
obra es la más accesible de Bourdieu, la más personal y tiene un halo trágico
semejante al que apreciábamos años atrás en El porvenir es largo, de
Louis Althusser: un ajuste de cuentas consigo mismo en el que los empeños y las
empresas acaban viéndose en parte como un fracaso. Sería injusto que de
Bourdieu dijéramos lo que Henri Poincaré –contemporáneo de Durkheim— predicara
de la sociología: que “es una teoría que puede ofrecer el mayor número de
métodos y el menor número de resultados". Pero no sería incorrecto si
dijéramos que los resultados de Bourdieu son magros: magros si los comparamos
con los métodos a que obliga la complejidad del individuo y de sus relaciones,
normas y valores. En realidad, nunca
acabaremos de resolver lo que Bourdieu creyó haber resuelto, pensando que su
obra –como la de un Wittgenstein de las ciencias sociales— acababa con las
contradicciones académicas.