Aznar despacha

                                                                                                                        Justo Serna

 

Levante-EMV, 16 de febrero de 2007

 

            Es rara la semana en que José María Aznar no despacha un titular. Y es rara también la ocasión en que sus lecciones no provocan animadversión. Salvo incondicionales, los lectores suelen tener reparos con Aznar. Conozco incluso votantes del partido popular que experimentan un cierto resquemor  ante un político que les es políticamente afín pero con quien no sienten complacencia alguna. ¿Cómo explicarlo? Para determinadas personas, esto es algo puramente físico --los gestos, la apostura altanera, quién sabe--, algo que incomoda: esa rigidez o esa austeridad, esa severidad o aspereza de trato y de emoción. No sé. Bien mirado, no tiene ningún rasgo que perturbe de modo especial: ni su voz, por cuyos gallos se le escarnece; ni su pose, ridiculizada por ser la suya un talla... ¿raquítica? Yo mismo, por ejemplo, que soy de la generación inmediatamente siguiente, tampoco puedo echar cohetes. Soy normalito y nadie se fija en mi estatura. Quienes denigran físicamente a Aznar creo que se dejan llevar por la ojeriza irracional que el personaje les provoca. Es una manera de rebajarlo, pero no son su equipaje corporal o su armadura aquello que causa la  antipatía. Es otra cosa.

        Pongamos que sean las maneras entre suspicaces y desdeñosas con que despacha a sus adversarios: o tal vez la superioridad moral de la que se cree investido, esos modos seguros y retadores con que se pronuncia afeándole la conducta a quienes disienten. No es propiamente un estilo de hablar y de representar. Es, si quieren, el talante neocon que tan bien supo describir Slavoj Zizek en su libro La tetera prestada. Se caracteriza por la inflamación retórica, por la ética abstracta que se proclama con declaraciones grandilocuentes, afectadas. Zizek describía las maneras de George W. Bush, pero quizá podrían aplicarse también a los procedimientos expresivos de José María Aznar: los líderes neoconservadores inflan el pecho, abomban el tronco y propalan arengas morales del tipo de...“¿tiene el mundo el valor de actuar contra el Mal o no?”. Es una forma de declamar que tiene su propia lógica y, por ejemplo, aplicada a Irak, quizá pueda enunciarse así: “sólo intentamos hacer el bien, ayudar a otros, traer la paz y prosperidad, y mira lo que nos dan a cambio…”

Es un método antiguo que el propio cine americano glosó en Centauros del desierto, una manera de operar que vemos en la figura del americano tranquilo aunque algo bronco: un agente ingenuo y benévolo que sinceramente quiere llevar la democracia y la libertad occidentales a los vietnamitas (por ejemplo); lo que ocurre es que sus intenciones fallan totalmente. O, como escribió Graham Greene, “nunca conocí a un hombre que tuviera mejores motivos para todos los problemas que causó”. Sinceramente o no, lo cierto es que George W. Bush, Tony Blair o José María Aznar –de cuya foto conjunta se cumplen ahora cuatro años-- pretextaron hacer el bien, se disculparon con los mejores motivos, para finalmente ocasionar un sinfín de problemas.

 

La verdad es que tengo serias dificultades para radiografiar el modo de ser de Aznar. Y ello a pesar de haber leído dos libros suyos... O quizá no: ahora que lo pienso, tal vez he dado con la clave psicológica del ex presidente. Más allá de los cientos y cientos de páginas que de él he leído es en un solo capítulo en donde he encontrado la cifra de su psique. Seguramente, la mejor efigie es la que hace de sí mismo por vía indirecta en Retratos y perfiles (2005), aquel libro en que despachaba a estadistas y políticos. De todos los apartados hay uno,  insólito, que dedica no a un personaje, sino a un espacio: es el que titula “Despacho de La Moncloa”. No niego que algún lector pueda tener interés en averiguar cómo son por dentro esas dependencias, incluso aquella vivienda que no parecía adecuada para una familia. Pero hemos de admitir que destinar en un libro muchas páginas a esto parece irrelevante. Bien mirado, no lo es: el despacho es el expediente que a José María Aznar le permite perorar sobre sí mismo, pues toma la parte por el todo, por contigüidad, y así de hablar de dependencias pasa a hablar de su principal inquilino y de la virtud que lo adorna, que es la del liderazgo. Aznar sería un líder que sabe ejercer como tal, aunque eso haya deteriorado su imagen hasta hacer de él un “hombre hermético y desconfiado”. No sé. Tengo para mí que el ex presidente se equivoca: el hermetismo y la desconfianza eran rasgos de conducta que la Moncloa no provocó. Como mucho, agigantó. ¿Y si Rajoy no ganara las elecciones? ¿Esta eventual derrota haría de él un personaje hermético y desconfiado? ¿Será despachado para facilitar el regreso de Aznar? Parole, parole, parole.