Cómo votamos

                                                                                                                                                                                                                 Justo Serna

 

 

 

                                   

 

 

                                                                                                       

Levante-EMV, 20 de mayo de 2007

 

            La realidad electoral prueba que los ciudadanos somos poco inquisitivos: tomamos decisiones con escasísimos antecedentes sin investigar minuciosamente qué dicen los candidatos. ¿Pero qué hacemos cuando nos enteramos del estado de la opinión? Ahora, por ejemplo, el profesor José-Miguel Bernardo acaba de presentar una encuesta en la que, según parece, es “probable” un cambio de mayorías en Les Corts. ¿La tendremos en cuenta? Supongo que ese sondeo retrata, pero también puede provocar resultados. En cualquier caso, los efectos que acabe teniendo dependen del eco y de la atención que los votantes le prestemos.

 

            Por eso, sigue en pie la pregunta. ¿Cómo votamos si, por fuerza o de grado, conocemos los datos de una encuesta? ¿Actuamos en consecuencia? En teoría, al averiguar el resultado probable, depositamos el sufragio de acuerdo con esa preferencia. Así creemos sumar. En la práctica, las cosas pueden acabar de esa manera o de la contraria. El conocimiento demoscópico no nos da un mapa final, sino un conjunto inestable  de tendencias que pueden confirmarse  o cambiar justamente porque se saben (o aunque se sepan). Dicha revelación no garantiza las previsiones: al tener pistas de lo que puede suceder, confirmamos o cambiamos el voto desmintiendo o ratificando el dato previo, ese que un sondeo cierto o correcto retrató.

 

            Hace años, para poder estudiar la acción social, Raymond Boudon habló de los llamados efectos de composición. ¿A qué se refería? A las consecuencias imprevistas de la acción que tan frecuentemente contrarían nuestras intenciones, consecuencias que son producto de una combinación que nadie controla. Yo tengo una determinada intención cuando voto, intención que puedo adaptar a los resultados que creo previsibles reforzándolos u oponiéndome a ellos. Me fío de unos datos o de mi intuición o de mi experiencia, sabedor a la vez de que no puedo adivinar cuál será el mapa de esa composición global.  Lo que yo haga --conjeturar sobre los resultados para votar con o contra la corriente presumible-- también lo harán otros, con lo que la suma de sufragios será incierta.

 

            Decía Bismark que nunca se miente tanto como antes de unas elecciones, durante una guerra o después de una cacería. Yo creo que las encuestas que ahora se hacen públicas no mienten: simplemente, sus resultados podemos tomarlos como los datos tácticos de una guerra o de una cacería que aún duran. Ustedes verán.