Justo Serna
El rey de ‘Buenafuente’, el rey de las audiencias, es ‘el
Neng de Castefa’, encarnado por Eduard Soto: un tipo descerebrado y ‘makinero’,
excitadísimo, colocadísimo, que pilota su ‘buga’, su coche ‘tunning’, y que se
uniforma como tantos otros que le admiran, con camisetas chillonas y con los
inevitables pantalones de chándal: yo he visto a clones del ‘Neng’ en la
sección de discos de ‘El Corte Inglés’, pasmados ante su clip musical, cantando
y contoneándose a los sones de... ‘¿Qué pasa, Neng?’, un clip, todo hay que
decirlo, que aprovecha el tirón del personaje sin aportar nada: una manera de
llevar más dinero ‘a la saca’, que diría Buenafuente, esto es, un modo de
incrementar los ingresos de ‘El Terrat.
Pero
en este programa hay otro rey: Toni Albà. Es una excelente noticia que Toni
Albà se incorpore al programa de Andreu Buenafuente en Antena 3 y que incluso
disponga de un espacio particular en la nueva temporada. Y lo es porque este
mimo, este actor, este cómico catalán, es uno de los grandes bufones que ahora
podemos ver en pantalla. Tiene un extenso currículum sobre las tablas o ante
las cámaras y ha hecho las caracterizaciones más diversas, más divertidas, más
ingeniosas, aunque si hay una que le ha dado fama en Cataluña y, a partir de
ahora, se la dará en el resto de España ésa es la parodia de ‘El Rey’, dicho
así sin nombre y apellidos, sólo con el rótulo que designa la función.
Toni
Albá, en efecto, es ‘El Rey’. Lleva alzas en los zapatos para darse una
estatura regia de la que el actor carece, pero lo gracioso es que esa elevación
artificial no se oculta, sino que se hace bien ostensible, como si de calzado
de ortopedia se tratara, lo que le provoca un andar molesto, lento, inseguro,
semejante al de Boris Karloff cuando encarnaba al monstruo de Frankenstein.
Lleva el preceptivo uniforme de gala, oscuro, un chistoso uniforme de Capitán
General, con banda, con chorreras, con abotonadura dorada, con medallas, toda
una quincallería patriótica. Lleva guantes blancos, como corresponde a la
indumentaria solemne, de mucho ringorrango, aunque tal vez sólo se los enfunde
para evitar el contacto real con la gente, una especie de preservativo en
tiempos de multitud y campechanía. Y eso, la campechanía, es lo primero que ‘El
Rey’ ofrece. Lleva el cabello largo y un pelín descuidado y grasiento, algo
excesivo o inconcebible en otro monarca hierático y circunspecto.
Pero
‘El Rey’ de Albà derrocha simpatía y trato cercano, amable, cordial, como ese
grande que no debe hacer ostentación de su calidad, linaje y posición. Está
próximo a los súbditos y, por eso, viste de manera regia y a la vez
desinhibida, con ciertos toques de informalidad. Aunque no podamos decir que en
su indumentaria se aprecien rasgos de desaliño, sí que se atisba un cierto
descuido: como si ‘Sofía’ (éste es el nombre de su esposa) no se ocupara de
reparar esas negligencias o como si dejara al esposo por imposible, por
testarudo e incorregible. Sonríe permanentemente e incluso se carcajea con
facilidad: nada parece tener tanta gravedad como insinúan algunos predicadores
radiofónicos y, por eso, por la guasa y mano izquierda que derrocha se lo
perdonamos todo. No sé si su esposa (quizá más severa) le absolverá. Y ‘El Rey’
habla, sobre todo habla sin parar, con comentarios jocundos, aunque con una
cierta dificultad: platica nasalmente, como corresponde a quien dispone de un
poderoso apéndice, y la lengua, que adivinamos pastosa, se le traba en
ocasiones.
Lo
iremos descubriendo poco a poco, supongo. Incluso es posible que a este Monarca
de pega le veamos sus aficiones: jugando a las máquinas recreativas, por
ejemplo. Si recuerdan ‘Mañana en la batalla piensa en mí’, de Javier Marías,
hay un capítulo en el que el protagonista y narrador acudía a Palacio. Mientras
esperaba en la antesala a ser recibido por ‘El Único’, “oí sin duda el fragor
de un flipper, lo conozco bien desde mi adolescencia y además apenas quedan
(...). Oí correr una bola loca y marcar muchos puntos, confié en que la máquina
no regalara partida”. ‘El Rey’ de Albà lleva guantes blancos y no sabemos qué
esconde, si se muerde las uñas o si las lleva desaseadas. A ‘El Único’ de
Marías, ese monarca igualmente campechano y sencillo, sí: “llevaba sendas
tiritas de plástico en los dedos índices”, una especie de esparadrapo que
imaginamos a causa de su afición al ‘flipper’. No sé: también parecía un tipo
algo desaliñado, como si se hubiera abandonado.
No a los personajes, sino a los actores, les pedimos lo contrario: a Albà, a
Soto, a Buenafuente y a los desternillantes cómicos de ‘El Terrat’ sólo les
pedimos que no se abandonen, que no carguen con sal gruesa los chistes y que la
inevitable repetición a que están obligados no les lleve (no nos lleve) al
aburrimiento. Y a ‘El Rey’, pues a ‘El Rey’ le pedimos que... viva la
Monarquía.