Enemigos

                                                                                                                        Justo Serna

 

Levante-EMV, 12 de enero de 2007

 

Quienes pueden matar porque carecen de escrúpulos y porque disponen de armas han acabado por accionar su perfecto detonador. Con ello sólo parecen entonar un lenguaje prepolítico. Sabíamos de la pobre retórica expresiva de la que son capaces, aunque queríamos apreciar un cambio de vocablos, unas voces duras pero negociadoras. Una negociación es una cesión o transacción en la que cada una de las partes espera obtener algo, sólo excepcionalmente todo.  Esas partes presionan, farolean, amenazan con retirarse, con estratagemas de las que sacar provecho. Pero uno no va a esta o a aquella  negociación con la expectativa de practicar un juego de suma cero, con la esperanza de ganar todo para derrotar completamente al adversario. Si espera tal cosa, entonces debería mantener la contienda: es cuando se dan las circunstancias para eliminarlo o, al menos, para desarmarlo.  

 

Si se negocia, entonces el provecho de ese juego será sólo una suma variable. Pero cabe otra posibilidad: que la violencia únicamente sea el capital de que valerse, que los atentados no sean su guerra particular sino el único aval. Éste parece ser el caso de lo que ahora nos ocurre: no es que no se sepa negociar, es que sólo se cuenta con ese recurso y, por tanto, tarde o temprano se empleará. Rodríguez Zapatero hizo una declaración inmoderadamente optimista el 29 de diciembre y al día siguiente estallaban los explosivos en la Terminal de Barajas. Todas las posibilidades son desoladoras: o tenía poca información sobre lo que podía ocurrir; o sabía qué podía ocurrir pero quería frenar al enemigo con unas palabras que comprometen. ¿Inconsciencia, huida hacia adelante, estrategias y retóricas de una negociación que no ha acabado? La efigie del Presidente no sale bien parada, pero de cara a la ciudadanía las reprimendas  de Rajoy no quedan mucho mejor: ¿no decía una y otra vez que el Gobierno había cedido? Tiene razón el líder de la Oposición cuando advertía que con gente así no se puede negociar: son poco fiables (en cualquier momento pueden accionar sus detonadores). Pero si ha habido un atentado es porque el Gobierno no se ha entregado.   ¿Entonces?

 

En el límite mismo de la violencia, la distinción entre amigo y enemigo es, según Carl Schmitt, lo característico de la política. Un Gobierno tiene por propósito asociar, convocar, reunir a los ciudadanos de un mismo Estado para llevar a cabo una dirección común frente a otros que se resisten o se sublevan con violencia. “Enemigo”, dice Schmitt, “es sólo un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo con una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo”. El enemigo schmittiano es el hostis, el rival público que nos golpea y que trata por todos los medios de impedir nuestra forma de vida, nuestro común sentir y percibir. Dice este teórico que frente al contrario, el oponente siempre puede extremar la disociación: emprender o reemprender una guerra, destruirlo. ¿Hay posibilidad de llegar a algún acuerdo para evitar ese choque final?

 

La guerra es un acto de fuerza que se realiza para forzar al adversario a acatar nuestra voluntad. Las partes son oponentes que se enfrentan con el fin de obtener el mayor beneficio. Se destruye y se farolea con ostentación y con embuste –pero sólo lo necesario– para ganar. El adversario, sin ir más lejos, no es un objeto a aniquilar, sino un rival a quien desarmar, decía Von Clausewitz. Por supuesto que los combatientes luchan para hacer valer su soberanía, para dominar un territorio, para imponer su férula. Ahora bien, los beligerantes de Von Clausewitz no son exterminadores, no esperan destruir enteramente al enemigo, sino someterlo, prever su actos, impedir que nos dañen, negociar incluso.

 

Pero no puedes negociar si no tienes gran poder y un amplio respaldo, y no puedes hacer tratos si ignoras cuáles son los golpes que tu enemigo, fuerte o débil, te puede infligir. El negociador sabe que la guerra aún es posible: “la guerra no es pues en modo alguno objetivo o incluso contenido de la política, pero constituye el presupuesto que está siempre dado como posibilidad real”, apostillaba Schmitt. El negociador ha de combinar información, conocimiento y saber. La información es acopio de experiencia; el conocimiento es pericia técnica, la destreza del experto; el saber  es prudencia analítica, la sensatez y el buen sentido. Por eso, en estas circunstancias, tal vez intoxicado por la literatura y el cine de espías, yo no puedo creer que mi Gobierno haya tenido problemas de información o de interlocución con ese enemigo que se cree en guerra y con que el que representantes del Gabinete estaban negociando para desarmarlo.  No lo puedo creer, no lo puedo aceptar.