La España cavernícola

                                                                                                                        Justo Serna

 

Levante-EMV, 3 de octubre de 2006

 

Durante estos días hablamos del franquismo (ya saben: 1 de octubre de 1936), de aquella España troglodítica (passez-moi le mot!). ¿Por qué lo hacemos? ¿Porque es un hecho actual? Franco como dato del pasado está enterrado y bien enterrado en la cripta de El Valle de Los Caídos. Sobre él hay una losa metafórica --y bien real-- que no puede levantarse con facilidad, una losa que no deja escapar vapores mefíticos ni resurrecciones. Pero el franquismo es algo más que una emanación del pasado: es una presencia material, tangible, cuya huella aún puede rastrearse por toda España.

Últimamente, un director de periódico ha dicho que “el franquismo, ¿no fue una fase larguísima de transición para que se llegaran a dar las condiciones de desarrollo, ahora sí, de la democracia?” Lo sostuvo Pedro J. Ramírez. Felizmente, añadió, aquel régimen no se parece en nada a nuestro sistema constitucional de hoy. Cuando decía “aquel régimen” se refería a la II República... Esta forma de argumentar es perversa, pues el franquismo no fue una transición --de hecho, el General aspiró a durar--: gracias a los pactos a los que llegaron de buen grado o a la fuerza los reformistas debilitados del Régimen y a una oposición emergente y también endeble, la democracia negó el entramado institucional y la concepción política e histórica que el Movimiento había elaborado.

Por eso, aquel Valle de Los Caídos es o forma parte de nuestro paisaje y la mole pétrea sobre la que se alza es testimonio actual de lo que fue una Guerra Civil, de lo que fueron padecimientos, de lo que ahora es un Monasterio que se emplea para actualizar el recuerdo de Franco y de su obra. Por tanto, el mausoleo no queda como recinto de lo pasado, sino como espacio simbólico y literal del franquismo, de un franquismo que perdura en un proscenio político que intimida por sus solas dimensiones. La cripta de Franco atrae o imanta a sus seguidores, pero no tiene grutas secretas ni pasadizos  por los que se pueda acceder a un mundo ya desaparecido.

Su simple examen aporta indicios innumerables de un tiempo que ya no es el nuestro, aunque siga ejerciendo efectos. Los procesos históricos no se detienen a fecha fija, sino que de manera manifiesta o soterrada nos transmiten sus consecuencias. En realidad, el conjunto de El Valle de los Caídos es un lugar que actualiza continuamente lo pasado, pregona una concepción de la historia, exalta una ignominia de muerte: la caja física del monumento, bien visible desde muchos kilómetros de distancia, y la filosofía de su fábrica están muy presentes en cada rincón. Pero sobre todo es lo que la propia palabra monumento significa etimológicamente: un memento mori, un memento del propio Franco.

Yo nací en 1959, el mismo año en que se inauguraba aquel monumento: lo vi por primera vez poco antes de la muerte del General, algo que me impresionó en mi aturdimiento adolescente. Por su gigantismo, con aquel búnker funerario, con aquella cruz inacabable hundida en la roca. “La antiEspaña fue vencida y derrotada, pero no está muerta. Periódicamente la vemos levantar la cabeza en el exterior y en su soberbia y ceguera pretender envenenar y avivar de nuevo la innata curiosidad y el afán de novedades de la juventud. Por ello es necesario cerrar el cuadro contra el desvío de los malos educadores de las nuevas generaciones”, había dicho Franco en su inauguración, en 1959. 

Como miembro de aquella generación que nacía cuando se abría al publico me pregunto si yo no habré sido educado en ese desvío. Si por haber sido joven, lleno de innata curiosidad y afán de novedades, la antiEspaña no me habrá inoculado el tóxico  que denunciaba Franco. Cuando un periodista de hoy nos dice que el anterior Régimen fue una larguísima transición al sistema parlamentario, me admiro de esa forma de argumentar, de esa lógica con la que razona; pero me pregunto también si la hominización, si la historia humana, la que empieza en Atapuerca, no habrá sido una larguísima fase de involución hacia el franquismo, ese orden político al que los opositores calificaban de régimen cavernícola. Al fin y al cabo, El Valle de los Caídos está excavado en la roca, al menos en parte: es un búnker lleno de grutas, de cuevas, y por tanto nos retrotrae a los albores justamente cavernícolas de la humanidad o, mejor, al final troglodítico de todas las dictaduras.