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                                         La mano que enreda

                                                                                                                                                                                                                 Justo Serna

 

Levante-EMV, 2 de marzo de 2007

                

Durante semanas, qué digo semanas, durante meses, algunos políticos y algunos periodistas han pensado y explicado el 11-M en términos conspirativos. ¿Complot? La interpretación conspirativa de la historia es ya una vieja tradición que habría que remontar, como poco, al siglo XVIII. Fue entonces, en aquel tiempo, cuando ciertos observadores reaccionarios, con Joseph de Maistre a la cabeza, se empeñaron en hacer de la Revolución francesa un episodio confuso. No sería una conmoción social, sino un acto infernal y purgante urdido por philosophes libertinos y ateos. Etcétera. De Maistre se hacía preguntas y más preguntas...

Desde entonces hasta hoy mismo, la sospecha de que hay una conspiración sobre la que hay que interrogarse es un recurso socorrido: se da cuando la explicación racional y probada de lo que sucede deja insatisfechos a quienes se abandonan a su imaginación afiebrada o a sus intereses inconfesables. Para algunos analistas, la interpretación conspirativa de la historia es paranoica. Por eso, no extrañará que quienes la cultivan recreen la realidad seleccionado las fuentes, administrando arbitrariamente lo que les confirma, descartando lo que les incomoda o planteando una tras otra las preguntas más exaltadas que puedan pensar.

Pero esas preguntas encadenadas y extremas no muestran lucidez sino patología, pues con ellas incumplen el procedimiento detectivesco. A falta de certidumbres, es verdad que el investigador siempre prefiere empezar un camino incierto antes que decretar su ignorancia. Pero las preguntas de las que parte han de ser las de fundamento más sólido. Carece de sentido obstinarse en la sospecha más delirante buscando pruebas que no aparecen. Así lo señalaba, por ejemplo, Thomas Sebeok cuando comparaba el método inferencial de Charles S. Peirce y el de Sherlock Holmes. Empezamos por lo más simple, por los datos probados, no por la conjetura más ofuscada que nos lleve a la explicación más fantasiosa y menos argumentada.

Pues eso, justamente, es lo que ha pasado: nos hemos tenido que desayunar cada día con conjeturas alucinadas de reporteros empeñosos jaleados por políticos en horas bajas. Unos –los periodistas-- parecen personajes escapados de El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, tipos intoxicados por las novelas de espías; y otros –los políticos-- parecen urdidores de una confusión con la que esperan retrasar su declive. No hay imagen que veamos que, debidamente combinada con otras, no revele y resuma un presunto misterio del atentado, un atentado en el que, desde cierto punto de vista, todo está en conexión... O, como dice en su último libro Ignacio Villa, director de los servicios informativos de La Cope, “todo parece pensado y controlado por alguna mano negra que terminaremos conociendo, pero que manejó los hilos con una maestría singular”. ¿Mano negra, hilos? Villa, que encarna con singular torpeza la expresión de ese pensamiento conspirativo, se hacía preguntas encadenadas.

“¿De quién fue el diseño de los atentados y de las pruebas? ¿Qué relación real hay entre los terroristas etarras y los atentados? ¿Qué sabían las ‘cañerías’ del Ministerio del Interior de lo que se estaba preparando? ¿Qué conocían los servicios secretos españoles, marroquíes o franceses de la organización de los atentados ¿Quién pensó y organizó la reacción del PSOE y de sus terminales mediáticas los días 12 y 13 de marzo? ¿Qué motivos hay para que Zapatero nunca haya reconocido que la victoria electoral del 14 de marzo se debe a los atentados de Madrid?” Etcétera. Hacer preguntas encadenadas es una fórmula retórica muy vieja y con truco: interrogas sin parar como si una cosa llevara a la otra, como si los supuestos estuvieran documentados o probados. Buscas, pues, las conexiones más extremas sin que las bases estén confirmadas; buscas lo que hay detrás...

En Italia llaman dietrologia a la creencia obsesiva, incluso perturbada, de quienes piensan que todo está relacionado con todo; llaman así a la sospecha enfermiza que padecerían quienes siempre ven, detrás de las cosas, indicios abundantes de una conspiración oculta que se revela si se sabe preguntar. Cualquier hecho no sería lo que de entrada parece, pues detrás de su apariencia habría una maquinación ideada para manejar los hilos de la realidad. En efecto, es ahí en donde está la mano negra que buscan Villa y con él reporteros fantasiosos y políticos fracasados: la mano que enreda.