ME agrada poder escribir, después de muchas notas de
discrepancia crítica con el personaje, que Josep Piqué, el candidato del PP a la
Generalitat, tiene más razón que un santo cuando asegura que «es incompatible
con la estrategia de ser alternativa al Gobierno socialista hacer del 11-M un
eje central de actuación». De hecho, son muchos en el PP quienes, aunque sea
discretamente, coinciden con su candidato catalán. Mariano Rajoy, aunque no lo
exprese con la claridad debida, es uno de ellos, porque no es posible construir
un futuro con la vista atornillada en el pasado y, peor aún, en una lamentable
necrológica.
Ocurre que el PP, grogui desde el 14-M, no es un partido normal. No tiene la fortaleza, unidad y reciedumbre de cuando, por ejemplo, su secretario general era Francisco Álvarez-Cascos. Dicen en la calle Ferraz que Rajoy piensa mientras Eduardo Zaplana y Ángel Acebes intrigan, y es posible que ésa sea la clave de la situación. Además, los intrigantes se han puesto en servil disposición de un binomio mediático, ladrador y pendenciero, que haría muy bien en hacer lo que hace -la libertad tolera los excesos- si uno no comprometiera con ello la identidad empresarial, episcopal, en la que se sustenta y el otro actuara en solitario -uno contra todos- en lugar de utilizar como trinchera la debilidad acomplejada de los mismos que, ellos sabrán por qué, le mueven la silla a Rajoy.
En Barcelona están menos acostumbrados que en Madrid a las
intrigas y a las conspiraciones, aunque, cuando entran en ellas, consigan
piezas mayores del género. Allí el PP, que ya descendió de ocupar el tercer
puesto en el Parlament a conformarse con el cuarto y penúltimo, no tiene muchas
posibilidades si se acompaña con los ruidos que producen en Madrid. En
consecuencia, Piqué trata de ponerle sordina al alboroto que, incansables,
organizan Zaplana y Acebes al alimón con Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez
Losantos.
La investigación periodística es, siempre, digna de
encomio, pero debe cabalgar por otros senderos que los transitados por los
representantes políticos. La suma de esos dos factores positivos degenera
siempre en un resultado demoledor y nefasto porque la unidad de intención está
inexorablemente ligada a usos divergentes de los resultados obtenidos. Los
periodistas servimos, mejor o peor, a nuestra distinguida clientela y los
políticos, para poder seguir siéndolo, tienen que fabricar votos. Ahí chocan
los intereses y ello desaconseja esa lamentable promiscuidad entre prensa y
partidos que puso en marcha como efecto secundario no deseable la bendita
Transición. Piqué ha entendido, antes y mejor que algunos de sus conmilitones,
que no es deseable esa coyunda y se ha entregado a la castidad electoral.
Pagará en disgustos endógenos lo que gane en votos exógenos.