Una nueva entrega de los monólogos del humorista

  Buenafuente «dixit»

 

                                           JUSTO SERNA

 

                         Posdata Levante-Emv, 31 de marzo de 2006

 

                                                     Reseña

 

                            A. Buenafuente et alii

                               He dicho / He dit

                          Planeta / Columna, Barcelona, 2006

¿Por qué gusta Andreu Buenafuente («Andres», así, sin acento, según la pronunciación del Neng)? Suele gustar porque es irónico, mordaz. Porque se burla de sí mismo, de sus limitaciones. Porque mezcla el catalán y el castellano sin pudor, más allá de las objeciones de los gramáticos. Porque se carcajea de la gravedad enfática e irrisoria. Porque imita bien, con virtuosismo, a los tontos y a los listos, sus tonos de voz, sus inflexiones: como cuando remeda, por ejemplo, a ese Robert de Niro de mentirijillas, a ese Robert de Niro del doblaje español. Porque es un catalán cáustico, lejos del tópico cenizo. Porque interpreta verosímilmente un papel que parece el suyo, el de un tipo corriente que no oculta sus carencias culturales (ay, ese inglés...), que no se suele pavonear de lo que sabe o de lo que cree saber. Más aún, porque cuando lo hace, cuando se jacta de manera ostentosa de sus logros, siempre acaba burlándose de eso mismo, justamente porque encuentra una falta o una ignorancia que lo estropea.

Pero gusta sobre todo porque se arropa de un equipo eficaz, El Terrat, en el que hay guionistas, actores y propiamente productores, una factoría, en el mejor sentido de la expresión, en la que se manufacturan las ideas, se ponen en práctica las ocurrencias, las collonades, una forma de trabajar muy bien adaptada al universo multimedia: televisión, radio, Internet, libros. Pues bien, de eso les hablo: de un libro que reproduce y resume lo que Buenafuente dice en sus programas, esos monólogos de sociología urgente, escritos por otros (et alii), esas boutades de su propia cosecha que él mismo confiesa. Bien mirado, es el suyo un modo de hacer muy sacerdotal: como un capellán lee en el telepronter la palabra ajena y con ello nos sermonea y se burla de la prédica misma. Hacer explícito este hecho (que Buenafuente se preste como emisor de una voz colectiva y zumbona que denuncia lo que nos pasa) tiene, pues, otra parte chistosa: hasta el cómico que cuenta chistes es un farsante, un impostor y lo que  dice son palabras de otros, pero estos otros tampoco son los dueños de una cháchara que compendia con guasa lo que mucha gente piensa o deplora.

«Cada día se publican más libros », decía Josep Pla en sus Notas dispersas. «El día en que obispos, jueces, abogados, médicos, políticos, ingenieros, procuradores, veterinarios, banqueros, industriales, etc., se pongan a escribir y a publicar libros de manera sistemática, como los escritores, la confusión será tan espantosa que ya no tendrá remedio. La gente se llevará las manos  a la cabeza, como si estuviera ante un fenómeno de mal agüero, como si fuera presa de una enorme, personal y peligrosa perturbación», concluía. No sé si se han cumplido los pronósticos de Josep Pla o si nuestro tiempo los ha empeorado incluso. Ya no son sólo los obispos, los jueces, los abogados, los médicos, los políticos, los ingenieros, los procuradores, los veterinarios, los banqueros, los industriales, quienes ahora escriben libros: son también los bufones.

He dicho —el nuevo volumen que recoge los primeros monólogos que El Terrat ha producido para Antena 3— no sé si perturba; lo que sí sé es que provoca en el lector risotadas irreprimibles: nos reímos con aquellos que son objeto de su chanza o escarnio, enfáticos, graves y severos. Pero además nos carcajeamos con él, con ese tipo vulgar, algo acomplejado, un poco torpón que Buenafuente representa cada vez que sale a escena... dejándose llevar por un guión chistoso y por unas improvisaciones menesterosas. El libro tiene una cubierta deliberadamente pulp, incluso kitsch, en la que vemos al cómico catalán disfrazado de superhéroe, un titán elevándose por encima de las azoteas, de los terrados. Quizá los lectores puedan preguntarse por qué reseñar un volumen simplemente alimenticio, de dudoso valor literario. No crean. En los monólogos de Buenafuente hay destellos de alarde verbal, de ingenio: el chiste, la pantomima, el malentendido, el lapsus cobran una dimensión freudiana y expresan la psicopatología de nuestra vida cotidiana.

Que lo disfruten.