Hay alguna afinidad entre los casos de
Marbella y de Orihuela? La justicia resolverá, pero mientras tanto quizá
convendría aclarar qué es corrupción, bajo qué contexto se da y, sobre todo,
qué relación hay entre esa práctica y la lógica del regalo? Ustedes me
perdonarán tratar cosas que conocemos al dedillo, pero la actualidad de las
presuntas granjerías nos obliga a reiterar lo archisabido. En el siglo XIX,
por ejemplo, cuando el parlamentarismo aún no había impuesto sus normas,
cuando el mundo liberal era tan reciente que las cosas y los delitos
públicos carecían de nombre y la democracia continental estaba por
implantarse, la redistribución de los recursos en la esfera local solía
hacerse mediante el clientelismo, mediante una lealtad ganada con favores,
mediante los conocimientos y las relaciones informales. Yo te doy para que
me des: ésa era la fórmula de intercambio político, una fórmula en la que el
voto sólo era una función anexa a la influencia y en la que el asentimiento
se lograba a través de las amistades instrumentales. Frente a la
incertidumbre del mercado o frente a la liza parlamentaria, este mecanismo
prepolítico de donación, de regalo, o de prestación y de contraprestación,
no era una mala cosa: sus beneficiarios intentaban crear un dominio que les
fuera favorable, pero sobre todo trataban de erigir un ámbito público
estable, justamente en un momento en que por Europa soplaban vientos
revolucionarios y levantiscos.
¿Podemos llamar corrupción a aquellas granjerías? Para que exista corrupción
no basta con que se incumplan ciertas normas. Para poder hablar de
corrupción debemos operar en un marco en el que habiendo distinguido lo
público de lo privado nos desenvolvamos con confusión y mixtura: por un
lado, la esfera de la publicidad, ese lugar en el que los actos se emprenden
a vista de todos; y, por otro, la reserva de lo privado, ese espacio en el
que se dan el secreto, lo íntimo, pero también el acuerdo entre
particulares, igualmente sometidos a reglas. El corrupto traslada hábitos
privados a la esfera de lo público y sobre todo actúa con la lógica del
regalo. En principio, donar presentes es gratuito: en el sentido de que
regalamos porque se nos antoja. Más aún, quien recibe la dádiva no nos abona
en metálico una suma con la que hacer frente a ese dispendio. ¿Pero es
realmente gratuito el presente que se nos ofrece? Decía Marcel Mauss que el
obsequio establece en realidad un servicio obligatorio. Cuando regalamos a
alguien y éste consiente, entonces se forja entre nosotros una red
invisible, pero real, de deberes, un sistema de obligaciones, de
prestaciones y contraprestaciones, basado en la lógica de la devolución
proporcionada. La Mafia reparte servicios como si de obsequios se tratara
con el propósito de usurpar el papel del Estado, de suplirlo, atrapando a
los agraciados en el favor criminal.
Si no restituyéramos el valor de aquel presente o si simplemente obsequiamos
con algún bien de desigual importe a quien previamente nos retribuyó con
derroche, entonces seríamos unos aprovechados o unos desagradecidos.
Cometeríamos una descortesía roñosa, la tacañería del mezquino, o, más
simplemente, decretaríamos una guerra personal, un hostigamiento. En fin,
repito: el agraciado, el parroquiano, no recibe gratuitamente y, como
indicara Mauss al hablar de los dones, queda enredado en un sistema de
obligaciones que ha de corresponder o de devolver para así saldar la deuda
contraída. Si esto se da en el ámbito de lo público, entonces el don
corrompe y, justamente por eso, el político acaba cumpliendo las reglas que
figuran en cualquier breviario de podredumbre. |