Artículos y conferencias de Javier Cercas

      La tarea del héroe

 

                                           JUSTO SERNA

 

                         Posdata Levante-Emv, 12 de mayo de 2006

 

                                                     Reseña

 

                            

 Javier Cercas, La verdad de Agamenón, Tusquets, Barcelona, 2006.               

En El maquinista de La General (1927), Johnny Gray (Buster Keaton) corre, salta, hace equilibrismos y se comporta como un héroe, un tipo corajudo que con osadía, quizá con temeridad, lucha por recuperar a sus dos amadas (a su chica y a... su locomotora), secuestradas por el enemigo. En principio, el personaje que encarna Keaton no parece destinado a acometer una empresa tan arriesgada. De hecho, al comienzo del film vemos a su enamorada albergando serias dudas acerca de la valentía de aquél. Y, sin embargo, la película prueba el arrojo del héroe imprevisto, aquel que no parecía serlo, y que se enfrenta a todo tipo de riesgos. En la cubierta de La verdad de Agamenón (2006), el último libro publicado por Javier Cercas, vemos a Buster Keaton asomándose a la boca de un cañón. Como sólo contamos con ese fotograma, no sabemos si dicha acción es un ejemplo de insensatez o de imprudencia o de arresto heroico. Como los editores reproducen únicamente esta imagen de Keaton, el lector ignora, pues, qué instrucción de lectura se deriva de esa cubierta. Porque, en efecto, no sólo leemos los textos de los libros, aquello que dicen literalmente los autores, sino también  los paratextos: las indicaciones o las sugerencias o las reglas que aparecen en las ilustraciones de las cubiertas, en los extractos de las contracubiertas o en los compendios de las solapas. Por tanto, que el editor –de acuerdo con Cercas, supongo— haya decidido poner ese fotograma de Keaton no es irrelevante: expresa el sentido recto que quiere dársele a la lectura de la obra, expresa seguramente la decisión quizá temeraria, quizá valerosa, de meter la cabeza en lugares peligrosos, con grave riesgo personal.

Quien opina en la prensa mostrándose tiene algo de temerario y de valeroso: se revela, se expone, se compromete. Vaya, se pone en un compromiso, en el doble sentido de la expresión: se empeña con la palabra dada y se mete en un aprieto al cargar con sus juicios y valoraciones. Justamente lo que hace Javier Cercas en La verdad de Agamenón, un libro de juicios y valoraciones, un volumen en el que opina dando su palabra y poniéndose él mismo en apuros: “todo escritor que no acepte ser un mero escribano”, dice el novelista en esta obra, “contrae un apasionado compromiso con el lenguaje, pero al contraerlo contrae también, lo sepa o no –y más le vale saberlo--, un apasionado compromiso con la realidad”, pues “entraña la toma de unas decisiones que no son únicamente lingüísticas”, las que asume el usuario de un lenguaje “tenso y exacto y ávido de verdad y de significación”. No son palabras pomposas o grandilocuentes: son los términos de ese contrato o compromiso de aquel escritor que no se resguarda simplemente invocando su libertad creadora, sino que se vale del discernimiento y de la sensatez. Aunque sólo fuera por eso, valdría la pena leer dicha obra: “a menudo”, dice Cercas en el prólogo, “es preferible –o lo es para mí— sacrificar los fulgores de la brillantez en el aburrido altar del sentido común”. No es poca cosa en un tiempo de estrépito verbal: “entiendo”, dice Cercas con resignación y derrota, “que aquí y ahora, cuando en los medios de comunicación quien más razón tiene es quien más grita, la moderación y el escepticismo reflexivo vendan poco. Pero propagarlos es una de las primeras responsabilidades del intelectual”. De ahí, tal vez, el fotograma de Keaton: a pesar de que la prudencia analítica debería ser norma, opinar sensatamente, hoy, es temerario, es como meter la cabeza en la boca de un cañón.

¿Y cuáles son esos juicios y sobre qué materias se vierten? ¿Sobre qué se dispara? Los asuntos son variados, proceden de artículos en prensa o de conferencias, y van desde la novela y su destino hasta la propia autobiografía; desde la ficción y sus amagos hasta la historia..., hasta esos relatos reales que son motivo de su escritura y que le sirven para expresar anécdotas o estampas o miniaturas que resumen los dilemas humanos; desde la creación y sus compromisos hasta la política, que debe fundarse en un “relato consensuado de nuestro pasado inmediato”; desde celebraciones literarias hasta polémicas periodísticas con personajes relevantes de la cultura local, entre otros, por ejemplo, con el periodista Arcadi Espada, tan preocupado por las consecuencias nocivas que el género novelesco provoca; desde la vocación de escritor hasta la ambivalencia del éxito editorial..., hasta los efectos provocados por Soldados de Salamina (2001). Pero, sobre todo, esta obra trata de los héroes, de lo que es materia dominante en el último Cercas y que él resume en la clave de “un poema de Borges, titulado «Los justos», en el que se habla de esas personas que, sin que ellas alcancen siquiera a imaginarlo (o precisamente por eso), con su labor humilde, callada y anónima están salvando el mundo”. Dichos titanes no son los soldados broncos que forman ese último pelotón de soldados que salva la civilización, como quiso pensar José Antonio Primo de Rivera inspirándose en Oswald  Spengler. Son los héroes modestos que nos mejoran al no empeorarse ellos mismos con sus propias decisiones... O, como dijera Fernando Savater en La tarea del héroe, que Cercas glosa y alaba como una lectura que le marcó, “héroe es quien logra ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia”. Exacto, exacto.

Estamos, pues, ante un libro hecho de retales, de trozos, “fragmentos de una crónica personal”, como es la propia identidad, que tienen entre sí una secreta o evidente coherencia: temas “unidos por la experiencia de quien los sustenta y por esa forma de encararla que, más borrosa o más nítida”, una experiencia a la que denomina estilo, ese estilo personal de quien se esmera con el lenguaje y con la opinión, esa marca reconocible de quien “no tiene más remedio que conformarse con ser quien es”. Por eso, precisamente, el volumen se cierra con un cuento que compendia todo lo tratado o lo dicho o lo abordado: un auténtico apólogo moral, en el que el protagonista es el propio “Javier Cercas”, una licencia de autor, un desdoblamiento, que ya le conocíamos a nuestro novelista y que aquí se emplea para salir airoso del éxito con que Javier Cercas debe vivir en los últimos años.