La vergüenza del cementerio

 

                                                         JUSTO SERNA

 

                                          Levante-Emv, 6 de mayo de 2006

 

 

                                         

Leemos  libros sobre el Holocausto, sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, sobre el último conflicto bélico español; leemos volúmenes varios que nos advierten acerca del horror y de la inhumanidad de que fueron capaces nuestros antepasados y los leemos con la sospecha de que también nosotros podríamos incurrir en espantos semejantes a poco que el contexto facilitara la anestesia de nuestra conciencia moral. Pero, a la vez, para salvarnos, para pensar que somos mejores, nos tomamos esas informaciones que vienen del pasado como hechos pretéritos de los que podríamos desprendernos: sólo el detalle cruel de una inhumanidad distante, sintiéndonos así, al final, felizmente ajenos a aquellos horrores, a sus prácticas. ¿Pero, de verdad, es ésa la actitud que deberíamos adoptar ante el pasado y la culpa? En principio, no hay culpa irrestricta por la que deban pagar los descendientes de los genocidas, por la que deban pedir perdón los herederos de unos antepasados crueles. Ahora bien, quisiera, sin embargo, ir algo más allá.

Aunque no hayamos cometido horrores ni hayamos provocado espantos y éstos sólo se deban a unos predecesores sanguinarios, no estamos exentos, libres, de cualquier responsabilidad por todo aquello que nuestros mayores hicieron en otro tiempo. ¿Por qué razón? Por que somos individuos que nos reconocemos en linajes y apellidos, en gentilicios y patrimonios: y, en ese caso, la herencia voluntaria, la herencia voluntariamente aceptada, sí que nos obliga a examinar lo pretérito, lo que aquéllos realizaron, y a cargar de algún modo con las culpas del pasado. No es, pues, tan fácil sacudirnos los delitos o los yerros ajenos, aunque nosotros no los hayamos cometido y su simple mención nos produzca sana repulsión o justo rechazo.

En 1985, el sociólogo judío-alemán Norbert Elias publicó un libro circunstancial. Se titulaba Humana Conditio. Concebido como un análisis histórico del fenómeno de la guerra, emprendía, además, una evaluación del siglo XX. Se preguntaba si su país de origen, si la Alemania de aquel tiempo, debía pedir perdón por los daños cometidos, por el horror infligido a la humanidad varias décadas atrás. Elias  descartaba esta petición por juzgarla una solución obtusa: prefería averiguar “qué rasgos del carácter nacional alemán hicieron posibles las inhumanidades del Tercer Reich”. O, como añadiría en una obra posterior, Los alemanes, “cómo influye el destino de un pueblo a lo largo de los siglos en el carácter de los individuos que lo forman''. Los alemanes de hoy no deben pedir disculpas por lo que hicieron sus antepasados, por los horrores que otros cometieron. Pero, atención, cuando aceptas un linaje, cuando te reconoces en un apellido, cuando reivindicas con orgullo un patrimonio o un gentilicio (español, vasco, catalán, alemán, valenciano, etcétera), no es tan fácil sacudirse el peso muerto de lo que otros hicieron..., cuyos efectos llegan hasta ahora y hasta ti, esos efectos de lo siniestro, el regreso, en fin, de lo que habiendo sido familiar retorna ahora para sacudir nuestras certezas.

Llama la atención que la alcaldesa de Valencia se desentienda de la deshonra que supone edificar nuevos enterramientos profanando una fosa común en la que hay fusilados: republicanos, judíos y masones. Si esto fuera una ficción, estaríamos ante un remake de Poltergeist, con un entrechocar o tintineo de  huesos de nativos. Pero no, no es una novelería: es un dolor inextinguible de tantos fallecidos, es una vergüenza. Por eso, en esta hora de ignominia, comparto de principio a fin las impresionantes, las justísimas palabras pronunciadas por el anterior canciller alemán, Gerhard Schröder, ante los supervivientes de Auschwitz. "El recuerdo del nacionalsocialismo y de sus crímenes es una obligación moral. No sólo se lo debemos a las víctimas, a los supervivientes y a sus familiares, sino también a nosotros mismos", dijo el canciller. "Siento vergüenza ante los asesinados y ante ustedes, que sobrevivieron al infierno de los campos de concentración. Llevamos esta carga con dolor, pero también con responsabilidad. La mayoría de las personas que viven en Alemania no tienen ninguna culpa del Holocausto. Pero arrastran una responsabilidad especial", advirtió el canciller. “El recuerdo de las víctimas del nazismo”, prosiguió, "forma parte de la identidad nacional" alemana. Yo, si me permiten, también siento vergüenza y pido recuerdo.