Mi pasta de dientes

 

                                         JUSTO SERNA

 

                       Levante-Emv, 15 de junio de 2006

 

              

¿Qué valor cabe atribuir a los sondeos electorales? Hechos por expertos, con los recursos técnicos precisos, con las muestras demográficas adecuadas, las predicciones sobre la intención de voto suelen ser correctas, como si de un diagnóstico médico se tratara. ¿Correctas? Damos por cierto un sondeo cuando el sufragio emitido confirma la encuesta, el cuadro clínico. ¿Pero qué ocurre cuando la predicción se incumple precisamente por haberse hecho pública? ¿Diríamos, entonces, que fue falsa? También se da el caso contrario: hacer determinadas manifestaciones, presuntas previsiones archicomprobadas de lo que va a acaecer, con el fin de que efectivamente se cumplan o con el propósito de evitarlas por ser ya del dominio público. El comportamiento social es muy previsible en el sentido de que vemos con anticipación lo que otros hacen, justamente por nuestra general propensión a la rutina, a la repetición. Por tanto, un experimentado observador que examinara nuestra conducta valiéndose de indicios podría conjeturar sin gran esfuerzo aquello que haremos, diremos o votaremos. Como haría un experto sanador con experiencia clínica.

Pero el comportamiento también es previsible en el sentido de que podemos disponer los medios para impedir las contingencias y hacer que triunfe lo que deseamos. ¿Qué efectos futuros o condicionales provocan los sondeos que estos días hacen públicos los periódicos? La pregunta acerca de las encuestas es una cuestión plenamente actual, en esta coyuntura: ¿obrarán los electores en consecuencia al saber presumiblemente qué respaldo y qué suma tendrán sus opciones? En teoría, al averiguar que el resultado probable será X y que al mismo contribuye nuestro sufragio, entonces votaremos de acuerdo con esa expectativa para sumar o para restar. En la práctica, el conocimiento demoscópico no refleja una cartografía, sino un muestrario inestable de propensiones que pueden reforzarse o cambiarse ’precisamente porque’ se saben o ‘a pesar de que’ se sepan. ¿Qué pasaría si las encuestas se hicieran públicas hasta el día mismo de los comicios, si todos estuvieran enterados de lo que dicen los sondeos de última hora? Pues, en circunstancias normales, que ese conocimiento no garantizaría el cumplimiento de las previsiones, porque por conocerlas podría cambiarse o reforzarse el voto, con lo que podría desmentirse o aumentar el resultado de lo previsto. En fin, un lío.

Yo, por si acaso, he decidido pensar en mis inclinaciones electorales, en mis simpatías, dentro de un espectro general hacia que el propender. ¿Y qué observo? Veo un partido socialista en el que todo se libra a la clarividencia de su líder, capaz de sacarnos del aprieto en el que su presciencia nos embute. ¿Para cuándo dejaremos el realismo que aprendimos de González? Veo también un partido popular sumido en una crisis profunda que maquilla con actos de fuerza, con declaraciones atronadoras y con estentóreas manifestaciones, como si el estrépito multitudinario y las celadas políticas sirvieran para aupar a un líder reñido y objetable. ¿Para cuándo una dirección firme y sensata que nos saque de la confusión a que nos lleva la extrema derecha de la que Rajoy no se zafa? Veo a unos partidos minoritarios, perseverantes, obstinados, aurúspices de la patria o de la izquierda, decididos a hacer del espacio electoral su logro, a pesar de los desmentidos estadísticos. ¿Para cuándo una juiciosa estrategia que les  saque del socavón sempiterno?

Seguimos atendiendo a los sondeos en espera de una hoja de ruta, pero lo que, al final, los electores esperamos es más cordura. O, tal vez, no. “Nadie, a excepción de los más tontos, cree seriamente que por utilizar determinada pasta de dientes se le blanquearán los dientes, que el uso de un jabón u otro haga que un matrimonio sea feliz o desgraciado y que, tanto si son despedidos por ineptitud como promocionados por un buen rendimiento, sea recomendable tomar una cerveza de malta o un vaso de cacao antes de acostarse. Pero aunque nadie lo crea, muchos comprarán la pasta de dientes que promete unos dientes resplandecientes, el jabón que asegura un matrimonio feliz y la cerveza que promete éxitos profesionales, simplemente porque recuerdan los nombres y, en su subconsciente, están asociados a sensaciones agradables”.

Quizá sea una exageración. Lo que no sé es si esas palabras de Sebastián Haffner, fechadas en 1940, describían muy bien cómo funcionaba la propaganda de entonces o la publicidad de hoy. En fin, les dejo: debo ir a comprar mi dentífrico, digo..., a votar a mi partido.