Nadie olvida a un buen  maestro

 

                                         JUSTO SERNA

 

                              Levante-Emv, 12 de septiembre de 2006

                                    

                                                                                                                      

Empieza el curso escolar y regresan las mismas inquietudes, voluntades y carencias. Por ejemplo, es cada vez más frecuente que maestros y profesores se declaren partidarios de emplear las nuevas tecnologías en el aula: los jovencitos están habituados sobre todo a la imagen y, precisamente por ello, esperan motivarlos con reclamos audiovisuales. Tiempo atrás, esos mismos educadores fueron los primeros que saludaron con entusiasmo el uso del cine en el aula. Proyectar películas que sirvieran de complemento a las explicaciones o lecciones del profesor podía ser una idea sensatísima, aprovechable, para suscitar así la atención y para relacionar esas imágenes con la palabra. Antes incluso de que los pioneros emplearan el cine-fórum, los profesores se valían de otros arbitrios no menos ingeniosos: los mapas, las transparencias, las diapositivas. Las palabras del maestro eran el discurso lógico, y las estampas proyectadas sobre un lienzo blanco eran su complemento o ilustración, unas estampas entrevistas en aulas en las que algunos aprovechaban la oscuridad y el zumbido del proyector para dormitar, vencidos por el sueño.

Ahora ya no hace falta la semipenumbra de una sala de cine para mostrar las imágenes. Una poderosísima herramienta de la era digital lo facilita: el PowerPoint. Pero... tanto entusiasmo tecnológico me deja frío. Quiero seguir confiando en el profesor y en su recurso verbal, la seducción por la palabra, la transmisión de significados que es o puede ser comunicación eficaz y belleza expresiva. Así lo defendía también George Steiner en Lecciones de los maestros: la voz que muestra ostensiblemente es el principal artefacto del docente. Son, quizá, palabras algo pomposas, las de Steiner, pero manifiestan con entusiasmo el apego hacia el maestro. Frente a esa figura, la imagen mostrada en el aula será siempre un recurso menesteroso: será, además, un medio pobretón si la comparamos con las que fuera de la escuela podrán contemplar los estudiantes. En clase verán unas pocas estampas mediante el proyector, pero fuera los jóvenes serán bombardeados por miles de fotogramas: por millones de páginas web, por ejemplo, que suministran información gráfica o textual, pero no criterios de selección o conocimiento. Por eso, nada es comparable a la imagen mental que provoca la habilidad del maestro, ese modo de representar con palabras la realidad actual o pasada; y la revolución tecnológica, que desde luego modifica nuestros modos de percepción, no creo que deba o pueda alterar lo que es el objetivo básico del profesor, la transmisión de significado. Las imágenes infinitas son el desorden en el que vivimos; en cambio, las palabras del buen profesor nos hacen recrear lo visto dándole un sentido.

Acabo, y acabo con una utopía bienintencionada, con una quimera. Decía Nicolas Sarkozy, el probable candidato de la derecha francesa, que había que terminar con el espíritu irreverente heredado del 68 y para ello nada mejor que volver a poner en pie a los alumnos cuando el maestro entre en clase. No concedo tanta importancia a este gesto simbólico de autoridad nostálgica. Concedo mayor relevancia a algo más simple: que ese maestro que entra en clase y que se sabe transmisor e inductor -según Steiner-, entre de verdad en un aula; que ingrese en un espacio consagrado al logos, y no en un barracón, en un contenedor metálico, como sucede aquí con tanta frecuencia. Que ingrese en un recinto de ladrillo y techumbre, bien dotado, con recursos, con cañón proyector, con PowerPoint, con biblioteca, por qué no. Allí, los estudiantes podrán recobrar el trato de donación e intercambio con un maestro grande, formado, inquieto, con un maestro que no se acobarda ante las directrices de las autoridades, que no se rinde ante las inversiones roñosas de la Conselleria.

Pero... será mejor que olvide este desvarío: miles y miles de euros seguirán destinándose a abonar el arrendamiento de esas cajas metálicas que los cargos autonómicos llaman aulas.