Nobles y ciudadanos

 

                                            JUSTO SERNA

                     Levante-Emv, En Domingo, 28 de mayo de 2006

 

                                               

 

Tomás Trénor y Puig, marqués del Turia

 

El  30 de mayo, en San Miguel de los Reyes, se presenta Nobleza valenciana. Un paseo por la historia, un libro del que es autora María José Muñoz-Peirats. Es un grueso volumen que sobrepasa las ochocientas páginas. A lo largo de varios siglos, Muñoz-Peirats reconstruye dinastías y, como complemento, entrevista a un buen número de los descendientes actuales de esos linajes.  Con dicho contrapunto, el lector puede apreciar unos cambios históricos profundísimos: los que van de un tiempo y de un país originarios en los que el privilegio era la norma de vida de la nobleza, a otra época en la que los titulados viven como cualquiera de nosotros, como ciudadanos con los mismos derechos que a todos nos asisten.

Los nobles de hoy son hijos de dinastías más o menos linajudas, poseedoras de títulos concedidos por el monarca, dinastías que en otro tiempo disfrutaron de prerrogativas e inmunidades. En la España del siglo XIX, la revolución liberal liquidó esos privilegios y las Constituciones convirtieron a todos en miembros de una nación de ciudadanos sin dispensas ni franquicias. Ahora bien, la Monarquía parlamentaria no acabó con los títulos. En efecto, los distintos soberanos no abolieron esas distinciones aunque al final sólo tuvieran un valor simbólico, honorífico, unas distinciones que honran al portador (duque, marqués, conde, vizconde, barón...) y que, en algunos casos, proceden de concesiones medievales.

En pleno siglo XIX, en su Diccionario de ideas recibidas, Gustave Flaubert decía de la nobleza: “despreciarla y envidiarla”. A pesar de lo lacónico que fue, el gran novelista francés señalaba lo que era propio de su tiempo y también del nuestro, de tantos ciudadanos: por un lado, repudiar una condición heredada del pasado, una distinción propia del viejo feudalismo que habría subsistido en la centuria de los burgueses; por otro, apetecer dicho estado, ambicionar esa distinción que se remontaría a las fases premodernas. En la Europa feudal, los monarcas, esencialmente guerreros, aspiraban a conquistar espacio y bienes, a ensanchar los límites de sus respectivos reinos. Eran tiempos de bravos combatientes. No había fronteras, no había Estados, no había naciones: sólo un Continente sacudido por crisis sucesivas, un lugar en parte por colonizar, un espacio en el que las sociabilidades humanas se resolvían básicamente a mamporros y con fiereza. Los nobles cristianos eran los mejores soldados, dueños de ejércitos particulares, los secuaces más indomables que sobresalían en el campo de batalla siendo premiados por su soberano con una distinción que habrían de heredar los descendientes, un patrimonio en el que también se incluían bienes materiales: por ejemplo, una parte de esas tierras conquistadas para la Monarquía y para la Cristiandad frente a un Islam expansivo.

Así empezaron los nobles, pero con el curso de los siglos, los nuevos titulados o los nuevos usuarios de los viejos títulos se convirtieron en guerreros sin combates, sólo aristócratas con privilegios, con prerrogativas ambicionadas por los vasallos, aristócratas dispuestos a rivalizar en la Corte a falta de batallas en las que probar su arrojo. Norbert Elias supo analizar esta transición y pudo mostrar cómo el declive del belicismo europeo fue en parte obra de la civilización cortesana. Los capítulos que María José Muñoz-Peirats dedica a radiografiar la vieja nobleza valenciana resaltan igualmente ese tránsito: el paso de una sociedad guerrera a otra cortesana. Y las entrevistas que hace a los propietarios actuales de esos títulos muestran el último paso: la inserción de los nobles en el mundo liberal. Hay viejos títulos y otros más recientes, concedidos, por ejemplo, por Alfonso XIII, en un tiempo burgués e industrial. Hay personas de ideas avanzadas y otras de ideas retrógradas, alguna incluso que parece añorar las añejas épocas feudales de la cristiandad guerrera. Pero entre sus páginas hay también nobles ciudadanos que han sabido compaginar el buen humor, la bonhomía y  esa distinción que van más allá del título heredado. Adivinen a quiénes me refiero.