Una recopilación de aforismos del autor de «El quadern gris»

        ¿Pla portátil?

 

                                           JUSTO SERNA

 

                         Posdata Levante-Emv, 23 de junio de 2006

 

                                                     Reseña

                                

 

                           

Josep Pla, Sentencias e impresiones, Edhasa, Barcelona, 2006. Prólogo de Valentí Puig. Edición de Andrés Gómez-Flores.                                                

 

            Josep Pla hizo de su escritura un ejercicio periódico, una urgencia creadora y compulsiva, una observación cuidadosa del mundo. Cursó estudios, pero esas letras le sirvieron sobre todo para hacerse escritor de diario. En el doble sentido de la expresión: de periódico y de cosas ordinarias. Comenzó colaborando en la prensa para lograr un medio de vida, pero la escritura noticiera no fue sólo algo alimenticio. Cultivar el periodismo le permitió obtener una recompensa contemporánea: saberse leído. Si se tienen aspiraciones literarias y se escribe en los diarios, el prosista se esmera cada día, pues deberá mirar con cuidado, captar la atención de los lectores, impresionar a unos destinatarios infieles o mudables, interesados quizá por los competidores de aquél. Ha de afanarse..., volcándose expresa y personalmente en esa literatura que son apreciaciones del mundo aunque también revelaciones de un yo observador.

            Los libros de Pla vendrán más tarde, pero muchas de dichas obras serán recopilaciones recicladas, una bala de papeles originariamente precarios, caducos. Ahora bien, esa escritura periódica no será algo accidental, adventicio, sino su forma misma, la más elevada y constante, de hacer literatura, su manera de expresarse, su modo de enfrentar las intemperancias de la vida. El artículo, la crónica, el reportaje le permitieron desarrollar una agudeza espectadora, el destello perspicaz, la puya irónica, la cultura y el adobo, que no la retórica hinchada. Pero Pla no se conformó. Escribió novelas incluso, un género para el que fue incapaz, quizá con el secreto objetivo de alcanzar la gloria literaria que la prensa creía que no le daba. Sólo El quadern gris (1966) le redimirá: ni es novela, propiamente, ni es atadijo de textos periodísticos. Es un dietario, una escritura del yo, una puesta en orden cronológico de lo que fue su primer pasado, sometido, eso sí, a la reescritura de un tipo ya maduro, una reescritura que es la disipación del verbo, la gran obra serial: la construcción de un mundo con el que testimoniar, con el que captar y retratar lo que él veía o creía ver. Pero esa escritura caudalosa, esa grafomanía, fue también una impresión de sí mismo, una manera de manifestarse y de rematarse, de hacerse en el acto de escribir, retocándose; y fue un modo sentencioso de definir lo que apreciaba o repudiaba.

Ahora, la editorial Edhasa acaba de publicar un breviario que reúne parte de esas Sentencias e impresiones planianas diseminadas a lo largo de su obra. Son sobre todo descripciones económicas y opiniones contundentes hechas bajo la forma del aforismo. Ya lo sabemos: un aforismo es una proposición, ingeniosa o doctrinal, concebida para establecer normas o reglas a seguir en la filosofía o en la moral o en el arte o en la vida.  Cada una de dichas sentencias cobra una forma definitiva, inmodificable: es así y no consiente ni su parafraseo ni su explicación ni su prolongación ni su glosa. El aforismo está muy cerca de la poesía, por la reducida extensión de sus enunciados, por la sonoridad y el ritmo, pero también por la estratégica colocación de las partes: en lo breve no hay tiempos muertos ni ganga; en lo breve, cada una de las piezas cumple una función decisiva e inmodificable.

El responsable de esta edición, Andrés Gómez-Flores, ha rastreado  entre la copiosa producción planiana para reunir un manojo de aforismos que dan un retrato particular: en el libro aparece un tipo realista, contradictorio, descreído, conservador, lúcido, misántropo. Por esa misma brevedad, cada uno de dichos aforismos funciona por separado y, por eso, pueden ser objeto de colección. Al no haber una estructura común, las sentencias no se sostienen entre sí de manera sistemática y son sobre todo yuxtaposición de partes, de piezas en las que distinguimos su logro verbal, piezas soberanas frente a la totalidad que las contiene.  ¿Pero cuál es esa totalidad? ¿El yo de Pla o el libro que ahora leemos?

Si el yo es la totalidad que las produce, hemos de decir inmediatamente que esa identidad no es fija, sino móvil, que lo único que permanece de dicho sujeto es el nombre que lo rotula. Vaya, que Pla mudó de opiniones sobre la vida, sobre la moral, sobre la política, cambios que aquí, en este volumen, no se aprecian. Es por eso por lo que si el libro es el entero del que dependen estos aforismos, entonces hemos de decir que la obra es un artificio actual del editor, aquel que pule y fija a Pla esperando trabar retrospectivamente lo que primero no tuvo totalidad definitiva. El resultado, alentado con astucia política por Valentí Puig en el prólogo que firma, es el de un escritor catalán atípico y a la vez previsible: un individualista azote de progresistas y de nacionalistas. El problema es que Pla puede servir para eso, pero también para lo contrario. ¿Por incoherencia? No, por simple número de páginas, por las miles de páginas que escribió. Sólo hace falta componer un centón de sentencias que resulten favorables al nuevo editor y a su avispado prologuista.