Qué hacer con los niños |
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JUSTO SERNA
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Levante-Emv, 22 de junio de 2006
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Ahora que el curso acaba, ahora que la muchachada se abandona a la televisión, los padres nos lamentamos. Qué hacer con los niños, incluso con esos adolescentes encolerizados, nos preguntamos: cómo fomentar en ellos la lectura. Es indudable que el prurito laborioso es una tarea lenta, paulatina, demorada, algo que se aprende con un empeño diario que abarca el verano y las restantes estaciones..., algo de lo que se duelen todos los progenitores que hemos sido. Cada generación lamenta el estado de abandono o de incuria con que llegan sus jóvenes a la edad adulta. Es una queja obvia y es una constatación forzosa e insoportable: nos morimos y quienes nos suceden están mejor preparados que nosotros, aunque no queramos admitirlo. Los jóvenes de hoy --lo veo en mis propios hijos-- leen mucho más en diferentes formatos, en distintos soportes: mucho más de lo que yo leía a su edad. Ahora bien, si por mi parte quisiera hermosear el pasado, podría decir que un servidor era a los nueve, a los dieciséis años (la edad de mis hijos) un lector acérrimo. En realidad, aprendí a serlo después, inmediatamente después: a una edad en que mis hijos ya llevan mucho leído. Hace generaciones, el analfabetismo real o funcional era mayor que ahora y, sobre todo, los muchachos que accedían al mercado laboral no tenían el afán o el anhelo formativos del presente. Las chicas y los chicos se sabían insertos en un mercado cautivo y, al final, sin grandes sofisticaciones, sin grandes tesones, se podía tener algún empleo. En nuestros días, por el contrario, la formación de los jóvenes tiende a ser integral y la lectura, la habilidad lectora, es una práctica imprescindible que forma parte de un conjunto de destrezas. Cómo fomentarla, insistimos. Lo que debemos transmitir a nuestros hijos es la instrucción, desde luego, la formación; pero mejor aún la inquietud cultural: el inconformismo analítico, la necesidad de pesquisa, la búsqueda intelectual. No creo que sean incompatibles la lectura y los medios audiovisuales. Porque leer o saber ver películas o series también son formas de crear lo que en principio estaba inerte o sólo en disposición de ser actualizado. La televisión, por ejemplo, no es sólo imagen: es texto, es entonación, es cromatismo, es actitud corporal y pose, es relación humana y es serialidad. En definitiva, es un campo de intervención para el espectador. Lo que los televidentes deberíamos comprender es que para interpretar convenientemente esos mensajes (algunos muy divertidos), para no dejarnos manipular o para reclamar programaciones más rigurosas (con mayor entretenimiento maduro), tendríamos que leer sobre la televisión..., incluso libros sobre la cultura basura que nos dicen cómo afrontar lo que nos llega. Por ejemplo, entre los libros que he regalado a algún adolescente está La tele que me parió, de Pepe Colubi. Cada vez que este muchacho y yo recordamos el capítulo dedicado a la teletienda nos matamos de risa..., como dicen en Perú. De lo que se trata, en definitiva, es de provocar el entusiasmo por todas las formas de lectura, unas lecturas que no nos hagan desistir; de lo que se trata es de compartir el buen humor entre el niño y el adulto, los guiños inteligentes, la ironía. Así se establece el hábito. No hablo del jijiji o del jajaja. De lo que hablo es de hacer ver que hay un mundo de referencias compartidas: que tus hijos te vean leer y que te vean reírte, disfrutar, incluso con volúmenes desconcertantes que a ellos les despierten el interés, justamente por no ser previsibles o por no ser lo que ellos esperan de nosotros, los padres, siempre tan rutinarios, tan repetidos. Pero hay, además, otro aspecto: la escritura. La vieja enseñanza republicana francesa ponía el énfasis en la retórica y en la disertación, en la letra esforzada y meritoria. No sé si ese modo algo pomposo de acceder a la cultura es lo deseable. En todo caso, es recomendable que tus chiquillos escriban: que escriban sobre lo que ven en la pantalla, que lleven un diario, que dibujen y que rotulen lo que dibujan... Y, ahora, perdonen que les abandone: en casa hemos de ver un partido de fútbol que echan por televisión. |