Rodríguez Zapatero y el 'buenismo'

 

                                           JUSTO SERNA

 

                         Levante-Emv, 17 de abril de 2006

 

                                                     Opinión

 

 

Es frecuente que José Luis Rodríguez Zapatero confiese su apego a los principios, es habitual oírle profesar los valores frente al pragmatismo. En la crítica al pragmatismo que suele formular el presidente, en principio caben dos opciones: cree en lo que dice; no cree en lo que dice. Yo, por el contrario, pienso que el asunto es más sutil. Rodríguez Zapatero predica los valores y los principios frente al pragmatismo porque es de ahí de donde le vienen sus respaldos. Los valores no asustan a la clase media: asustan los radicalismos. En cambio, decir que obra de acuerdo con principios le refuerza con una imagen de honestidad que perdió Felipe González en su momento de pragmatismo. Es decir, lo mejor de González era el realismo, la capacidad de sacrificar la convicción a la responsabilidad. Pero para muchos electores el pragmatismo se identificó con la corrupción, con el todo vale.

En cambio, Rodríguez Zapatero, diciéndose aferrado a los principios, adopta un rostro sensible, compasivo y bondadoso que inquieta a numerosos destinatarios. Sin ir más lejos, un cómico acostumbrado a representar, como Albert Boadella, decía sentirse muy incómodo con algo que es propio del presidente socialista. Meses atrás lo declaraba en una entrevista que concedía a Abc. «Asume el personaje del bueno. Me molesta esta representación evangélica de la bondad y me parece hipócrita porque nadie puede ser tan bueno», concluía sorprendentemente Boadella.

Nadie puede ser tan bueno, en efecto, pero al menos si se sabe afectar bondad y el ademán es verosímil, entonces la prédica contra el pragmatismo es creíble y, además, sirve de legitimación personal: es a él a quien se cree y es a él a quien se le dispensa todo el crédito. La izquierda del PSOE está paralizada y persuadida por Zapatero, por Zapatitos (así se le vilipendiaba por lo flojo y suave). En mi opinión, el presidente español cree que es posible defender algunos principios y llevar a cabo una política vistosa, necesaria y rentable electoralmente, pues esos adjetivos no son incongruentes: una política de principios que la derecha presenta como el fin del mundo (matrimonio entre homosexuales, negociación con los etarras, etcétera) y que hasta un votante templado, moderadísimo, no le criticaría.

Por eso, Rodríguez Zapatero suele desconcertar. En ocasiones parece una mente perspicaz y en otros momentos parece portavoz de evidencias tan simples... que no nos las podemos creer. En ocasiones resulta conmovedor y obvio el fundamento en el que dice basarse, pues... ¿quién no suscribiría parte de ese programa radical? Insisto, es desconcertante: hace declaraciones enfáticas en las que proclama la ética de la convicción como base de sus decisiones políticas, pero a la vez no nos lleva hasta el límite de esas consecuencias y por tanto administra sus providencias con gran realismo, con astucia, con maquiavelismo incluso.

Numerosos editorialistas y articulistas de la derecha presentan a Rodríguez Zapatero como un tipo sectario que improvisa, que hace del buenismo su hoja de ruta. ¿Sectario..., alguien que parece dejarse llevar por la tentación de hablar, negociar, pactar hasta lo que algunos juzgan innegociable? ¿Sectario..., alguien que demuestra una inclinación, quizás excesiva, a contentar a todos? ¿Qué podríamos decir, entonces, de Aznar, un ex presidente que por resolución e intemperancia sabía cuál era la disposición correcta más allá de las mayorías o de los humores sociales? En todos los ramos, sus decisiones eran tajantes, inapelables, dando con ello pruebas de firmeza, sabiendo que el decisionismo no se opone a la democracia sino al gastado parlamentarismo, a la manera de Carl Schmitt. La mayoría absoluta le permitía refrendar esas decisiones en sede parlamentaria, pero en la valoración de esas metas no cumplían ningún papel regulador las Cortes. Muchos llaman improvisador a Rodríguez Zapatero, improvisador, supongo, en comparación con el decisionismo de Aznar. La pregunta es obligada: ¿y por qué tenemos que pensar que el buenismo y el pactismo de Rodríguez Zapatero son rasgos bienintencionados y no estrategias de conducta política incluso sibilinas. Podríamos dar la vuelta al argumento de la improvisación y pensar que el buenismo del actual presidente es una maniobra o habilidad envolventes para incorporar a sus adversarios y a los partidos nacionalistas en el marco constitucional sin tener que proclamar a cada instante el amor a la Carta Magna. Desde ese punto de vista, la remodelación gubernamental de ahora mismo me parece una decisión de gran inteligencia estratégica. Supo aplacar a Bono con un ministerio y ha sabido descorazonar finalmente a quien fue su rival dentro del partido. Supo valerse de su principal práctico, de Pérez Rubalcaba, como negociador parlamentario y ha sabido reemplearlo como perito o ministro amortizado. ¿Se puede tener mayor olfato? Insisto: Rodríguez Zapatero desconcierta.