Es frecuente que
José Luis Rodríguez Zapatero confiese su apego a los principios, es habitual
oírle profesar los valores frente al pragmatismo. En la crítica al
pragmatismo que suele formular el presidente, en principio caben dos
opciones: cree en lo que dice; no cree en lo que dice. Yo, por el contrario,
pienso que el asunto es más sutil. Rodríguez Zapatero predica los valores y
los principios frente al pragmatismo porque es de ahí de donde le vienen sus
respaldos. Los valores no asustan a la clase media: asustan los
radicalismos. En cambio, decir que obra de acuerdo con principios le
refuerza con una imagen de honestidad que perdió Felipe González en su
momento de pragmatismo. Es decir, lo mejor de González era el realismo, la
capacidad de sacrificar la convicción a la responsabilidad. Pero para muchos
electores el pragmatismo se identificó con la corrupción, con el todo vale.
En cambio, Rodríguez Zapatero, diciéndose aferrado a los principios, adopta
un rostro sensible, compasivo y bondadoso que inquieta a numerosos
destinatarios. Sin ir más lejos, un cómico acostumbrado a representar, como
Albert Boadella, decía sentirse muy incómodo con algo que es propio del
presidente socialista. Meses atrás lo declaraba en una entrevista que
concedía a Abc. «Asume el personaje del bueno. Me molesta esta
representación evangélica de la bondad y me parece hipócrita porque nadie
puede ser tan bueno», concluía sorprendentemente Boadella.
Nadie puede ser tan bueno, en efecto, pero al menos si se sabe afectar
bondad y el ademán es verosímil, entonces la prédica contra el pragmatismo
es creíble y, además, sirve de legitimación personal: es a él a quien se
cree y es a él a quien se le dispensa todo el crédito. La izquierda del PSOE
está paralizada y persuadida por Zapatero, por Zapatitos (así se le
vilipendiaba por lo flojo y suave). En mi opinión, el presidente español
cree que es posible defender algunos principios y llevar a cabo una política
vistosa, necesaria y rentable electoralmente, pues esos adjetivos no son
incongruentes: una política de principios que la derecha presenta como el
fin del mundo (matrimonio entre homosexuales, negociación con los etarras,
etcétera) y que hasta un votante templado, moderadísimo, no le criticaría.
Por eso, Rodríguez Zapatero suele desconcertar. En ocasiones parece una
mente perspicaz y en otros momentos parece portavoz de evidencias tan
simples... que no nos las podemos creer. En ocasiones resulta conmovedor y
obvio el fundamento en el que dice basarse, pues... ¿quién no suscribiría
parte de ese programa radical? Insisto, es desconcertante: hace
declaraciones enfáticas en las que proclama la ética de la convicción como
base de sus decisiones políticas, pero a la vez no nos lleva hasta el límite
de esas consecuencias y por tanto administra sus providencias con gran
realismo, con astucia, con maquiavelismo incluso.
Numerosos editorialistas y articulistas de la derecha presentan a Rodríguez
Zapatero como un tipo sectario que improvisa, que hace del buenismo su hoja
de ruta. ¿Sectario..., alguien que parece dejarse llevar por la tentación de
hablar, negociar, pactar hasta lo que algunos juzgan innegociable?
¿Sectario..., alguien que demuestra una inclinación, quizás excesiva, a
contentar a todos? ¿Qué podríamos decir, entonces, de Aznar, un ex
presidente que por resolución e intemperancia sabía cuál era la disposición
correcta más allá de las mayorías o de los humores sociales? En todos los
ramos, sus decisiones eran tajantes, inapelables, dando con ello pruebas de
firmeza, sabiendo que el decisionismo no se opone a la democracia sino al
gastado parlamentarismo, a la manera de Carl Schmitt. La mayoría absoluta le
permitía refrendar esas decisiones en sede parlamentaria, pero en la
valoración de esas metas no cumplían ningún papel regulador las Cortes.
Muchos llaman improvisador a Rodríguez Zapatero, improvisador, supongo, en
comparación con el decisionismo de Aznar. La pregunta es obligada: ¿y por
qué tenemos que pensar que el buenismo y el pactismo de Rodríguez Zapatero
son rasgos bienintencionados y no estrategias de conducta política incluso
sibilinas. Podríamos dar la vuelta al argumento de la improvisación y pensar
que el buenismo del actual presidente es una maniobra o habilidad
envolventes para incorporar a sus adversarios y a los partidos nacionalistas
en el marco constitucional sin tener que proclamar a cada instante el amor a
la Carta Magna. Desde ese punto de vista, la remodelación gubernamental de
ahora mismo me parece una decisión de gran inteligencia estratégica. Supo
aplacar a Bono con un ministerio y ha sabido descorazonar finalmente a quien
fue su rival dentro del partido. Supo valerse de su principal práctico, de
Pérez Rubalcaba, como negociador parlamentario y ha sabido reemplearlo como
perito o ministro amortizado. ¿Se puede tener mayor olfato? Insisto:
Rodríguez Zapatero desconcierta. |