¿Mariano Rajoy es Gary Cooper?

                                                                                             Justo Serna

 

Este artículo (que remite a otro aparecido en El País en diciembre de 2004) apareció el 7 de noviembre 2005 en Los archivos de Justo Serna   (primera época)

                                                                                                                                              

¿Solo ante el peligro? ¿Rajoy es un sheriff valiente y corajudo que se enfrenta a los bandidos? “Si la Presidencia del Gobierno se ganara en el Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy llevaría ya algún tiempo viviendo en la Moncloa. El líder del Partido Popular es, de largo, el mejor parlamentario español del momento”, leemos en la ‘Carta del director’ que firma Ignacio Camacho en ‘Abc’ (6 de noviembre de 2005). “Es brillante, sólido, inteligente, y tiene una pegada implacable frente a un Zapatero al que se le empieza a consumir el capital de sonrisas y buen talante, y que pasa un mal rato cada vez que tiene que acudir a un cara a cara. Pero las elecciones no se ganan sólo en la tribuna del Parlamento”.

 

Se ganan, claro, triunfando en las elecciones o pactando con rivales a los que convertir en socios. Es por eso por lo que Rajoy “se enfrenta a una aritmética cerrada de la que Zapatero ha construido un burladero. En este momento, el PP no tiene socios, porque el Gobierno ha muñido una alianza con los nacionalistas que condena a la oposición a aspirar sólo a una mayoría absoluta que por ahora resulta más que improbable”, añade Camacho. Retengan esa palabra: ‘aritmética’.

 

Camacho le atribuye a Rodríguez Zapatero todo tipo de pactos para excluir al PP de los acuerdos políticos que se puedan alcanzar, exclusiones a las que se sumarían gustosos todos los nacionalistas. ¿Hay alguna responsabilidad de Rajoy en esta circunstancia? “En contra de los populares funciona el propio rigor de su discurso”, admite Camacho, “que los aleja de cualquier posibilidad de pacto con las bisagras del nacionalismo moderado”. ¿Cómo hemos llegado a esto, cómo se ha enajenado Rajoy toda posibilidad de pacto?

 

“Éste es un aspecto esencial, porque Rajoy puede ganar las próximas elecciones --desde luego, Zapatero está en el mejor camino para perderlas--, pero es casi imposible que lo haga por mayoría absoluta a menos que se produzca una improbable crisis de pánico nacional ante el rumbo de los acontecimientos”, añade Camacho. Con lo cual sería la suya una victoria pírrica. ¿Hasta cuándo podrá tolerar el PP una circunstancia electoral tan adversa? La tentación de deslegitimar lo que entiende como alianzas ‘contranatura’ se da, pero sobre todo se da la inclinación a descreer del electoralismo o del parlamentarismo como males de una ‘democracia totalitaria’. El ‘rigor del discurso’ del PP iría contra el electoralismo y, por tanto, contra sus expectativas parlamentarias. Pero la falta de una mayoría absoluta que permitiera gobernar en solitario, sin vecinos molestos, podría llevar a una deslegitimación del Parlamento: una caja de resonancia en la que sólo importaría la ley del número y no la rectitud moral o la decencia política. 

 

Por eso, Eduardo Zaplana pudo responsabilizar a "la cobardía de muchísimos dirigentes del PSOE" (que critican la reforma pero no plantan cara al jefe del Gobierno) la circunstancia parlamentaria. "Sólo se puede llamar cobarde a quienes dicen una cosa y luego hacen la contraria. A quienes critican con dureza y luego no obran en consecuencia", señaló Zaplana para censurar expresamente a los dirigentes socialistas que, en público o en privado, coincidirían con el PP en que "el proyecto es inconstitucional y muy lesivo para Cataluña y para España". Zaplana deploraría, pues, un parlamentarismo en el que ya no vale el voto individual en conciencia, sino la disciplina de partido. ¿Estoy leyendo bien? ¿Eduardo Zaplana levantándose contra la obediencia parlamentaria?

 

En cambio, Rajoy no habría tenido miedo a la soledad y a sacar de sí el coraje, según hemos de interpretar de lo dicho Ignacio Camacho. Según concluye, “el hombre más fuerte es el que está más solo, dice un personaje de Ibsen. El miércoles Rajoy fue fuerte pero no estuvo solo, aunque el debate escenificara el atroz desafío de un solo hombre contra una docena. Estaba acompañado de la fuerza moral de un discurso que respalda la mayoría de los españoles, incluidos muchos ciudadanos de izquierda que siguen creyendo en la igualdad frente a los privilegios. Y además, tenía razón. Pero la razón no es suficiente; necesita los votos, y margen para lograr que se los presten”.

 

La tentación heroica y cesarista es evidente. La verdad es una aunque sólo la pronuncie un hombre enfrentándose a una mayoría espuria.  Qué quieren, tras la carta del director de ‘Abc’, titulada “De la soledad y otros efectos”, hay una analogía evidente entre Mariano Rajoy y Gary Cooper en ‘High Noon’. Como recordarán, la película cuenta la historia de un Sheriff al que han abandonado los ciudadanos del pueblo que ha jurado proteger. Es inminente la llegada de un grupo de bandoleros. El próximo tren les trae a la localidad, deseosos de vengarse del Marshall que les llevó a la cárcel. El Sheriff, individualista, solitario, valiente y respetuoso con sus obligaciones, resuelve oponerles resistencia. Y ello a pesar de la petición contraria de su joven y bella esposa y de todos sus convecinos. Pero el Sheriff jamás ha “huido de nadie”.

 

Es muy peligroso hacer de las películas el ‘subtexto’ de la acción política, sacar una moraleja tan obvia y a la vez tan distante. Es arriesgado, además, comparar implícitamente la dinámica parlamentaria y la mecánica de los votos con el coraje de un hombre solo, porque el parlamentarismo de hoy (y de hace décadas) no funciona así. Ya Carl Schmitt lo sostuvo de manera polémica. “La situación del parlamentarismo es hoy tan crítica porque la evolución de la moderna democracia de masas ha convertido la discusión pública que argumenta en una formalidad vacía”. Por eso, seguía, los partidos “ya no se enfrentan entre ellos como opiniones que discuten, sino como poderosos grupos de poder social o económico, calculando los mutuos intereses y sus posibilidades de alcanzar el poder y llevando a cabo desde esta base fáctica compromisos y coaliciones”. Ya no habría debate auténtico, pues.

 

“El argumento”, prosigue Schmitt, “en el real sentido de la palabra, que es característico de una discusión auténtica, desaparece, y en las negociaciones entre los partidos se pone en su lugar, como objetivo consciente, el cálculo de intereses y las oportunidades de poder”. ¿Cuál es la conclusión? “Es de imaginar que todo el mundo sabe que ya no se trata de convencer al adversario de lo correcto y verdadero, sino de conseguir la mayoría para gobernar con ella”, esos votos que “son entonces contabilizados, obteniéndose una mayoría aritmética”. Ésa es la ‘aritmética’ de la que hablaba Ignacio Camacho, un Ignacio Camacho que dice que el discurso de Rajoy lo respalda la mayoría de los españoles, por encima de los sufragios.

 

El 2 de diciembre de 2004, en ‘El País’, publiqué un artículo titulado ‘Elogios de Rajoy’ en donde analizaba las aclamaciones que se hacían del líder de la oposición en un editorial de ‘Abc’. “Si los leemos atentamente, esos elogios que el editorialista dedica al actual Jefe de la Oposición pueden interpretarse como un desafío, más como un aviso que como una celebración”, me decía. “Podríamos parafrasearlo así: eres prudente, respetable, notable orador, gestor eficaz, tienes sentido común, pero te la juegas, pues aún tienes que demostrar que eres capaz de ejercer un liderazgo opositor que concite el entusiasmo, la adhesión. Se le pide, en definitiva, que sea menos ‘gallego’, que deje su sutil ironía y que se emplee con contundencia, con la claridad de ideas de Aznar”.

 

Once meses después, siguen los elogios de Rajoy en ‘Abc’ o en ‘El mundo’, periódico este último en que Federico Jiménez Losantos dice de él que “está hecho casi un coloso”, hipérbole a la que también se ha entregado Francisco Umbral. Pero Ignacio Camacho es más realista que ambos literatos y sabe que, ahora, antes que de liderazgo ha de hablarse de votos, unos votos, una mayoría absoluta que, al parecer, se le resiste y que, de no conseguirla, le impediría acceder al Gobierno. Seguimos, pues, con la sensación de que hay algo que política o electoralmente ha hecho mal Rajoy, alguna estrategia errónea que le lleva a fracasar en sus intentos por rebasar a Rodríguez Zapatero valiéndose de la aritmética parlamentaria. ¿Hasta cuándo?