..Nacido en 1922 en Sueca, en un medio rural y religioso, carlista, Joan Fuster emprendió tempranamente su propio proceso de autodescubrimiento y creación, un proceso que le llevaría a roturar –como admitió tiempo después— “el campo laico de la inteligencia”. Desde muchacho y de manera excepcional se opuso espiritualmente a las circunstancias y fatalidades de su tiempo, las de una guerra civil temible y las de un franquismo feroz. Desde una fecha temprana, al menos desde finales de los años cuarenta en adelante, se opuso más o menos secretamente al régimen, declarándose ante ciertos interlocutores como liberal, aunque dicho esto sin gran convicción, sin ingresar en ningún partido clandestino y sin profesar simpatía alguna por los ismos políticos redentores del momento. Nunca abandonó su sedentarismo forzado o voluntario, nunca dejó su pueblo, el lugar de su naturaleza, a pesar de la atracción que sobre él pudieran ejercer Valencia o Barcelona. Es en ese espacio en donde empezó como versificador dominical, llegando a ser, con los años, lo más parecido a un irónico grafómano, capaz de escribir una biblioteca entera, dispuesto a rellenar sus anaqueles con los libros que él mismo firmaba en catalán o con los miles de artículos que publicaba, muchos de ellos en castellano. Pero, sobre todo, tuvo la audacia de repensar indirectamente su propia circunstancia personal y de observar su espacio, de remendar su entorno, de recrearlo históricamente llevando a cabo un soberano, inaudito,  acto de significado. Lo que pretendemos con este volumen, una antología de su obra, es presentar al autor en sus libros, a un Joan Fuster par lui même, como podría decir él mismo en fórmula afrancesada tan frecuente en los años sesenta. Bien mirado, nuestro trabajo es irrealizable, imposible. ¿Cómo compendiar en un volumen lo que, sumado, reúne miles y miles de páginas? ¿Cómo rastrear una obra sobre la que se ha multiplicado la literatura secundaria, al menos después de su muerte, en 1992?

                Edición, introducción y traducción de Justo Serna y Encarna García Monerris