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                                            Patriotismo frío

                                                                                                                                                                                                                 Justo Serna

 

Levante-EMV, 11 de mayo de 2007

 

 

Por su aspecto, el pingüino nos llama la atención. También nos sorprenden su rareza, el hábitat tan inhóspito en el que vive, su falta de agresividad, sus andares, ese palmoteo patoso.  Lo vemos con simpatía distante, distante porque no es una bestia con la que nos guste compartir una vida, ni siquiera como mascota o animal de compañía. Está bien donde está, pasando frío y mejorando un paisaje que vemos infecundo, gélido. Meses atrás, gracias a un apunte meteorológico firmado  por Maria Josep Picó para Levante-EMV, me enteré de que en la isla antártica llamada Decepción (Decepción, ¡nada menos!) un equipo expedicionario se proponía estudiar cómo influye el calentamiento de la atmósfera en la supervivencia de las bacterias entre los pingüinos.

 

Resulta que esos bichitos toman el cuerpo de los palmípedos como lugar en el que prosperar y, desde luego, supongo que, si pudieran charlar, dichos parásitos nos agradecerían a los humanos este sofoco climático que provocamos. Al final, la lección que seguramente tendríamos que extraer es que los pingüinos deben sobrevivir, que las bacterias no son eliminables y que los organismos mayores han de adaptarse aprendiendo a convivir con esos alojados microscópicos. Será decepcionante, pero nada más eufórico puede esperarse hablando de una isla llamada Decepción o de unos animales tan pintorescos como los pingüinos.

 

De sensatas decepciones y de pingüinos metafóricos hablaba el periodista Enric Juliana en un libro político que apareció meses atrás y al que ahora, en plena fiebre patriótica de Nicolas Sarkozy, he regresado para enfriarme. Lo releía coincidiendo con la segunda vuelta de las elecciones francesas. Si no me equivoco, es un volumen apto para templar el ambiente, para atemperar la envidia patriótica que a tantos provoca el ejemplo vecino. Juliana tituló su libro La España de los pingüinos. El periodista tomaba esta metáfora --que para algunos quizá sea algo bobalicona-- de la historia yugoslava. Le servía para conjurar esa idea tan repetida de la presunta destrucción de España, esa de la que suelen hablar con cansina matraca Aznar o Acebes. Juliana regresaba a sus lecturas balcánicas para mostrar las diferencias que nos separan del caso yugoslavo, pero regresaba también para postular un patriotismo flemático, sin estridencias, sin ese hervor que algunos desean.

 

Tiempo atrás, cuando aún existía, “los habitantes de la República Federal de Yugoslavia debían hacer constar su nacionalidad de origen en el documento de identidad, teniendo la opción de acogerse a la nacionalidad federal”, recuerda Juliana. “Esto es,  podían declararse serbios, croatas, eslovenos, musulmanes de Bosnia, macedonios..., pero también tenían derecho a definirse oficialmente como yugoslavos. Apenas el diez por cierto de la población se acogía a esta fórmula, artificiosa, pero a la vez superadora de las viejas divisiones nacionales. En algunas repúblicas”, apostillaba Juliana, “esa minoría pronto comenzó a recibir el mote de los pingüinos; por su rareza; por su débil adhesión a las identidades primigenias”.

 

La España de los pingüinos está formada por un porcentaje mucho mayor que el que registraba el caso yugoslavo y, desde luego, añadía Juliana, no hay peligro de balcanización. Pese a lo que pueda parecer, es creciente el número de gentes que aquí hacen compatibles las identidades primigenias con la española, y seguramente, salvo excepciones, el sentido de pertenencia que hay en España acaba siendo un dato frío y objetivo de la experiencia. De hecho, no hay jóvenes que parezcan estar dispuestos a sacrificar las vidas o las menguadas haciendas por sus respectivas patrias, como sí sucedió en Yugoslavia tras la muerte de Tito. La ética indolora de las generaciones actuales así como su frío patriotismo permiten albergar esperanzas.

 

Ojalá las predicciones de ese pingüino catalán llamado Enric Juliana se cumplan. Y, así, como en el caso de la isla antártica, en España los pingüinos sobrevivan, pero también las bacterias, que no son eliminables ya que el ambiente seguirá calentándose. Ojalá los organismos mayores sepan adaptarse aprendiendo a convivir con esos alojados microscópicos, bichitos a los que, sin embargo, no les irá muy bien si dan el gran salto y creen superable la existencia común y parásita. Quizá sea poco apasionante el diagnóstico, pero qué quieren: no puede esperarse nada mejor hablando de una tierra llamada... Decepción.