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                                                 Sarkozy

                                                                                                                                                                                                                 Justo Serna

 

 

Levante-EMV, 20 de abril de 2007

 

Frente a Jean-Marie Le Pen, que brama y jalea el descontento, Nicolas Sarkozy es un conservador generalmente juicioso, alguien que se expresa con el don de la elocuencia. Ahora se bate en las elecciones francesas ante una candidata socialista que ha demostrado ideas, coraje y entereza: Sarkozy se la juega con el Estado-providencia --al que sus correligionarios gaullistas han contribuido--, pero sobre todo se la juega con otra Providencia, la de la religión. Sigo con interés sus empeños y por eso he leído La República, las religiones, la esperanza, un libro-entrevista de 2004 con prólogo de José María Aznar (confuso, la verdad). Frente a los conservadores españoles, Sarkozy dice profesar la estricta igualdad jurídico-política de los credos, algo que le aleja del confesionalismo ventajista. No hay creencia que esté por encima y, por tanto, las distintas Iglesias deben estar amparadas por las leyes, unas leyes que deben cumplir. Hasta aquí, nada que objetar.

 

Sin embargo, su equidistancia republicana se malogra proclamando un concepto equívoco, el de esperanza, un vocablo que el ex ministro repite una y otra vez acercándole a su prologuista español. La vida es corta –confiesa-- y, además, es humanamente enigmática. No hay argumento filosófico que sea suficiente, que dé sentido a esa brevedad y al hecho inapelable que implica morirse.  Por eso, a los individuos no les basta con ser ciudadanos honestos. Necesitan tener esperanza: en el más allá inexplicable, añade Sarkozy. Aunque no lo cita, esta conclusión recuerda en algún momento el arrobo místico que sintiera Ludwig Wittgenstein ante el hecho religioso cuando se decía... no consigo explicarlo, ni siquiera puedo hablar de él puesto que su sentido no alcanza a expresarse con el lenguaje del mundo, pero tengo enorme respeto por toda creencia que proporcione esperanza.

 

...Que proporcione esperanza, admite Sarkozy: pero también cohesión, una forma secular de consenso, de gran ventaja para la estabilidad de la República. Los individuos forjan sus preferencias a partir de unas expectativas que la propia sociedad alimenta; ésta les da o les quita los medios para satisfacerlas. Si se carece de esperanza religiosa, la frustración de esas expectativas (y la principal es la de la vida eterna) nos deja peligrosamente desamparados, desorientados.  “El hombre experimenta la necesidad de la esperanza desde que es consciente de tener un destino”. De ahí viene que la amenaza de una muerte sin esperanza (es decir, sin más allá) sólo provoque decepción profunda, incluso una quiebra absoluta de la propia voluntad de vivir: una pérdida de sentido, una falta de valores, una evaporación de toda axiología. Eso dice, nada menos.

 

La vida nos decepciona, insiste el político francés, y, por eso, necesitamos el anhelo y la comunidad que nos procura la religión. Desde ese punto de vista, las creencias son beneficiosas para la República, añade. Ya no estamos en tiempos de lucha anticlerical, insiste Sarkozy, porque el catolicismo ultramontano y político ha remitido. Por tanto, un laicismo como combate carece de sentido y, además, entraña peligros, concluye. De triunfar, esa secularización dejaría a los ciudadanos sin referencias: sin las beneficiosas ataduras de la identidad, sin las ventajosas ilusiones del más allá. Por eso, este creyente tibio y pecador que es Sarkozy valora muy positivamente el catolicismo como factor de equilibrio social, de cohesión comunitaria y moral.  “A lo largo de los años”, dice, “la religión católica ha tenido un papel de instrucción cívica y moral ligada a la catequesis que existía en todos los pueblos de Francia. El catecismo ha dotado de un sentido moral bastante afinado a generaciones enteras de ciudadanos. En tiempos se recibía educación religiosa incluso en las familias no creyentes. Eso permitía la recepción de valores necesarios para el equilibrio de la sociedad”, acaba diciendo Sarkozy. ¿Y el islam? “En Francia por doquier, y en mayor medida en las barriadas que concentran todas las desesperanzas, es preferible que los jóvenes tengan esperanza espiritual en vez de tener en la cabeza como única religión la violencia, la droga o el dinero”.  

 

Dichas palabras las firmaba Sarkozy en octubre de 2004, fecha del prólogo de este libro. Un año después, estallaba la crisis de las banlieues y el entonces ministro, obligado a restaurar el orden, llamaba racaille (gentuza o escoria) a aquellos delincuentes. No está claro que esos fieros malhechores hubieran perdido la esperanza en el más allá, pues, entre ellos, había creyentes desorientados. Lo que habían perdido era la esperanza en el más acá.