Siempre llama mi atención el abandono que viven las zonas rurales. Sobre todo cuando observo el gran trabajo que ha debido ser la transformación de las colinas de suelo rocoso en tablares de laboreo, y como para su duración, los antiguos aprovecharon el material que más a mano tenían, esto es la misma piedra que había retirado del lugar, para apuntalar el terreno
mediante ribazos y conseguir así la firmeza de suelo necesaria ante
erosión de las aguas, al haber quedado desnudo éste tras su roturación.
Que belleza encuentro en esos trabajos
tan rústicos y a la vez tan nobles.
Pienso en lo que cuestan unas almendras en la cafetería
cuando las pides de aperitivo, y como contrapunto en el agricultor que ha de abandonar sus campo por no ser ya rentables. Algo no hemos hecho bien.