DISCURSO TREINTA Y SEIS. DEL INFIERNO


Uno de los tormentos que más atormentarán a los desventurados condenados en el Infierno será el ver que es eterno, que sus tormentos no han de tener fin, no se han de acabar. Por grandes que sean las aflicciones y penas en esta vida, considerar que no durarán mucho es alibio. No falta quien dize que, cuando pecó Adam y Dios le penitenció, por darle algún consuelo, añadió: «Polvo eres, y en polvo te has de tornar»; que fue dezirle: «Por muchos que sean tus males, consuélate, que ay muerte en que se acabará todo. Sólo en el Infierno el mal no tendrá fin, no avrá re- missión | para los condenados; por más que lloren ni se lamenten, es ya tarde». Y esto se figuró en una batalla que uvo entre Abner, capitán de Saúl ya muerto, y Joab, capitán de David vivo, de que se trata en el capítulo segundo del Segundo Libro de los Reyes . Començáronla por la mañana al salir del Sol, y estávanse matando unos a otros, hasta que se iva a poner. Parecióle a Abner que iva mal su partido, quiso rendirse a Joab, y no que le matasse más gente. Embióle a pedir paz y que le perdonasse. Respondióle Joab:
-Vive Dios que si por la mañana hablaras, que te perdonara a ti y a los tuyos, mas ya tarde es.
Assí dirá Dios al pecador que estuviere en el Infierno: «Ya tarde es». Lo que toca a las penas sensibles, sin lo que es el carecer de la vista de Dios, que es lo sumo que allí se padeze, y llaman los teólogos pena de daño, y de que toda similitud y encarecimiento queda corto; /(193v)/ mas lo sensible, puede algo dexarse entender por este exemplo: Si viéssemos un hombre en esta vida padecer gravíssimos tormentos en todo el cuerpo y en cada parte dél, por manos de sayones crueles y sin piedad, en tal estremo que no quedasse potencia ni sentido, no huesso ni miembro, no coyuntura ni parte alguna que le faltasse verdugo que las estuviesse de contino crudamente atormentando, y a la misma sazón viniesse con mano armada un escuadrón de dolores y penas a envestir en él, a la cabeça, xaqueca, al rostro, cáncer, a los ojos, carbunclos, a los oídos, a los dientes, al estómago y a la hijada, rabiosos dolores, a la garganta, esquinencia, al coraçón, gota coral, a las coyunturas y artejos, gota artética; y, en suma, a todos los miembros, los males y tormentos a que están sujetos, con los cuales durasse siempre en la vida sin alivio ni declinación, ¿cuál estaría este desdichado? Si el que padece cualquiera desto males dessea acabar con la vida, por acabar con la pena, ¿qué no sentiría y qué no dessearía el que los padeciesse todos juntos? Pues desta manera, si en alguna se puede declarar, se ha de imaginar que están en el Infierno las almas de los dañados, y después de la Universal Resurrección estarán los cuerpos tan llenos de males y tormentos, que no quedará essencia ni sentido, no miembro ni parte que no tenga su particular verdugo y dolor tan excessivo y cruel, que todos los deste siglo juntos son como pintados en comparación del menor de los que allí se padecen. Estarán las almas llenas de tristeza y melancolía, y los cuerpos ardiendo en vivas llamas pa- ra | siempre jamás. Sonará aquel forçoso y desaprovechado llanto, aquel temblar y cruxir de dientes. Estarán los malaventurados con una rabiosa desesperación, comiendo sus carnes a bocados, y rompiendo sus pechos con sospiros y gemidos, y el gusano de su propria consciencia royendo sus entrañas, blasfemando y renegando del juez que allí los tiene, y maldiziendo y anatematizando el día en que nacieron y su triste suerte, y la malicia y obstinación de su voluntad, que fue la causa del daño. Este Discurso trata del Infierno.


[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]


[1] Pedía al Patriarca Abraham aquel rico Epulón miserable, estando en el Infierno, que embiasse a Lázaro, que con el dedo humedecido en agua le tocasse la lengua para que se le mitigasse el ardor que en ella sentía; y dízelo San Lucas en el capítulo diez y seis. Y ¿qué mayor miseria puede considerarse que tener necessidad de una gota de agua estándose abrasando, y no alcançarla? Y a esta desventura se le añade el tener memoria de la felicidad passada y ya perdida, y assí le respondió el Patriarca:
-Acuérdate que gozaste en la vida muchos bienes, y Lázaro padeció muchos males, por donde justamente eres atormentado, y él es consolado.
Passó adelante su miseria con la solicitud de sus hermanos que estavan en el Mundo, que si se condenavan como él se avía condenado, accidentalmente se añadiría pena y quebranto, aviendo él ayudado con su mal exemplo y con dexarles riquezas de que podían usar mal, al condenarse. Tales son las penas del Infierno, no sólo el fuego y las llamas; añádense otras cosas que las hazen más penosas e insufribles.

Es de la Escritura el exemplo dicho.


[EJEMPLOS CRISTIANOS]


[1] El bienaventurado San Gregorio, en el cuarto libro de sus Diálogos, capítulo treinta y seis, refiere algunas personas que, aviendo muerto y tornando a vivir, davan cuenta de la remuneración y premio, y también del castigo | y pena que reciben las almas de los que mueren, conforme a sus méritos o deméritos. Y dize que tiene Dios dos fines en esto: uno es que, sabiéndolo, algunos vengan a enmendarse y se hagan mejores; y otro, que no haziéndose mejores ni /(194r)/ enmendándose, sea mayor su infierno. Refiere pues a un Pedro Monge, que viviendo vida de seglar vino a morir de su enfermedad, volvió a la vida, y afirmava aver visto los tormentos que se dan a las almas en el Infierno de fuego, donde conoció a algunos hombres que en el mundo fueron poderosos, y que, estando a punto de ser lançado en la llama, llegó un ángel y le detendió, diziendo:
-Buelve al mundo, y mira cómo vives en adelante.
Esto todo contava Pedro, cuya vida fue después de tanto ayuno, vigilias y asperezas, que era prueva de aver visto el Infierno, Y, cuando su lengua no lo dixera, sus obras lo dezían y manifestavan. Cuenta assí mismo de otro Estéfano, vezino de Constantinopla, que murió, y siendo buscado el ungüentario para embalsamarle y no hallándose, quedó la noche sin ser enterrado. En este tiempo su alma era llevada al Infierno, y sin entrar en él, vido cosas que oyéndolas antes en el Mundo le parecían imposibles. Dixo que avía sido presentado a un juez, aunque no le quiso admitir, diziendo:
-Yo no mandé que fuesse este Estéfano traído, sino otro, herrero. Tenía éste su casa cercana del que murió, resucitó el muerto y, al mismo punto, fue el otro muerto. Y su muerte dio testimonio de ser verdad lo que contava el primero. Dize más el mismo San Gregorio, que en una pestilencia que sucedió en su tiempo en Roma, en la cual se vieron caer saetas del Cielo, y a los que herían morían, fue herido y muerto un soldado, y después bolvió a tener vida, y contava lo que le avía sucedido. Dezía que vido una puente, y debaxo della un río negro y caliginoso. Salía dél un olor pestilencial, con una niebla espessa y muy penosa. De la otra parte del río parecían unos prados amenos y deleitables cubiertos de hiervas y flores, en los cuales andavan compañías de hombres vestidos de blanco. Avía en aquel apazible lugar un olor suavíssimo y fragancia celestial, que tenía contentíssimos a los que en él estavan. Avía | mansiones y casas labradas maravillosamente y que resplandecían como el Sol. Era ley que los pecadores y viciosos que passavan por la puente caían en el río, y los justos y siervos de Dios passavan con facilidad. Dentro, en el río, dezía el soldado que vido a un Pedro, de estado alto eclesiástico, aprisionado con hierro. Y preguntando la causa por que estava allí, le fue respondido, dize San Gregorio, un pecado que los que le conocimos vimos en él, y era que castigava delincuentes más con zelo de vengança y crueldad que de aprovechamiento. Dixo que vido passar por la puente a un clérigo peregrino, y que passó con tanta facilidad como fue la humildad en que vivió. Dixo más, que vido al mismo Estéfano herrero, de que se ha hecho mención, vezino de Constantinopla, que iva a passar la puente y estando en ella resvalósele un pie y quedó el medio cuerpo fuera de la puente. Salieron unos etíopes feíssimos del río y assieron de sus pies para derribarle en aquella profundidad. Mas llegaron de improviso algunos abades y religiosos, con otros varones hermosíssimos, que le assieron de los braços y procuravan subirle en la puente y librarle, y estando en esta porfía, que tiravan dél los malos para derribarle en el río, y los buenos para levantarle en alto y defenderle, el soldado, que lo mirava y lo refería, fue buelto a la vida y no pudo ver el fin y remate desta porfía. San Gregorio dize que por la vida que vivió Estéfano se dava a entender que contendían el aver sido carnal y limosnero: era amigo de dar limosna, y no resistía los vicios de la carne. Lo que sucedió en aquella peligrosa contienda no se sabe. Lo dicho es de San Gregorio, en el lugar alegado. Y añade en el capítulo treinta y ocho, de un Teodoro, monge en su propio monasterio, que le llevó a ser religioso más la necessidad y pobreza que la voluntad y gana de servir a Dios. Y assí, no sólo exercitarse en buenas obras y de religión le era enfadoso, mas el ha- blar /(194v)/ dello le era penoso. Cayó enfermo, y estando cercano a la muerte, y los monges presentes para ayudarle en aquel punto, él, de repente, començó a darles bozes que se apartassen y guardassen, que venía un terrible dragón a tragarle. Y mostrando desesperación, les dezía que le diessen lugar a que le tragasse y hiziesse lo que avía de hazer. Los monges le animavan, y que se signasse con la Señal de la Cruz, y respondía que el dragón estava ya tan asido dél que no le dava lugar. Oído de los monges, prostráronse en tierra, y con lágrimas hazían por él oración. Y con esto, cobrando aliento el enfermo, dixo:
-Gracias se den a Dios, que ya el dragón que me quería tragar por medio de vuestras oraciones ha huido, y se fue. Rogad por mí a Dios, que determinado estoy de mudar la vida y ser otro.
Esto dixo, y lo cumplió, y murió después santamente. Prosigue adelante San Gregorio, y dize de un Crisorio tan lleno de vicios como de riquezas. Era sobervio, hinchado, carnal y codicioso. Cayó enfermo y estando para morir vido unos hombres negros que venían a llevar al Infierno su alma. Recibió temor y miedo grandíssimo. Sudava y trassudava. Llamó a un hijo suyo, que se dezía Máximo, que fue monge siéndolo San Gregorio. Pedíale que le faboreciesse y le fiasse, pidiendo tiempo para enmendar su vida. Máximo derramava lágrimas sin saber qué partido tomar. Llamó la familia, y nadie veía lo que el enfermo, aunque en los visajes que hazía entendían que estavan allí demonios. Bolvíase de una parte y allí estava; bolvíase de la otra y mirava a la pared, y en ella los hallava. Viéndose apretado, dava bozes pidiendo tiempo de penitencia sólo hasta el día siguiente, y en estas bozes dio la alma. Dize San Gregorio que, pues el tiempo que pedía no le fue concedido, que es indicio de que se condenó, y lo que vido y dixo, que no fue para provecho suyo, sino para documento nuestro. Passa adelante con su narración el Doctor santo, y dize que en | Iconio de Isauria avía un monasterio, llamado Tongolaton, en el cual vivía un monge bien acreditado y tenido por santo, aunque todo era aparencias, porque ayunava a vista del convento con grande aspereza y hartávase en su celda, y desta suerte era lo demás. Vino a morir, y los demás monges esperavan oír dél cosas de grande deleite y consolación para sus almas, y lo que le oyeron dezir fue descubrir sus hipocresías, en especial acerca de los ayunos aun de obligación.
-Creíades -dize- que yo ayunava, y ocultamente comía. Por lo cual quiere Dios que sea dado en poder de un dragón, el cual con su cola me tiene ligados mis pies, y su cabeça pone en mi boca para sacar mi desventurada alma, y que yo muera.
Y assí fue, que diziendo esto espiró. Concluye San Gregorio afirmando que fue orden del Cielo que esto se divulgasse para utilidad nuestra, pues para el monge no lo fue. No se le concedió lugar de penitencia, porque cuando le tuvo no se aprovechó dél.

[2] El mismo San Gregorio, también en el cuarto libro de sus Diálogos, capítulo treinta, escrive que passando de Sicilia en Italia ciertos hombres, llegó el navío en que ivan a una isla llamada Liparis. En la cual, como hiziesse vida solitaria un santo varón, algunos de los passajeros, hombres devotos y curiosos, fueron a verle y a pedirle que rogasse a Dios por ellos. Y estando en conversación, díxoles el santo ermitaño:
-¿Sabéis cómo es muerto el rey Teodorico?
Respondiéronle:
-No es muerto, que poco ha le dexamos bueno, y no se ha dicho dél ni que esté enfermo.
El siervo de Dios replicó:
-Pues entended que es muerto, y este día passado a hora de nona le vi ir entre el Papa Juan y Simaco Patricio, desceñido, descalço y atadas sus manos, y le echaron en aquella olla de fuego o vulcán que está allí.
Los que le oyeron dezir esto señalaron el día, y bueltos a Italia hallaron que en el mismo avía muerto el rey Teodorico, en el cual le fue hecha reve- lación /(195r)/ de su muerte y castigo a aquel siervo de Dios. Añade San Gregorio que por aver Teodorico muerto en la cárcel al Papa Juan y degollado al Patricio Simaco, fue por ellos justamente echado en el Infierno, aviéndolos injustamente condenado a muerte.

[3] Cirilo, obispo de Hierusalem, hizo oración con grande eficacia, pidiendo a Dios le declarasse qué avía sido de la alma de Rufo, sobrino suyo, muerto en la flor de su edad. Y un día sintió grandíssimo hedor y vido al sobrino rodeado de cadenas de fuego. Echava por la boca llamas mezcladas de humo negro; todo su cuerpo centelleava. Espantado Cirilo de tal vista, y preguntada la causa por que se condenó, respondió que por averse dado a juegos ilícitos frecuentemente y no averlos confessado. Refiérelo San Augustín en la Epístola dozientas y seis, capítulo catorze.

[4] Macario Alexandrino, caminando por el desierto escitiótico vido en la tierra una calavera de hombre. Preguntóle por el nombre de Cristo que le dixesse de quién era y dónde estava la alma que la avía regido. Salió una boz de la calavera que dixo aver sido de un idólatra, morador de una villa cercana, y que estava en el Infierno, y tenía tanto fuego sobre sí como una distancia grande que señaló, y que debaxo dél estavan los incrédulos judíos, y debaxo dellos, los hereges, que aviendo tenido conocimiento de Dios, le perdieron con sus errores. Refiérelo Surio, tomo primero.

[5] Josafat, hijo de Avenir, rey de la India, aviendo recebido la fe por orden de Barlaam, santo ermitaño, vídose en grande peligro de perder la castidad por medio de una muger que por orden de su padre fue puesta en su aposento, haziéndole ella grandes caricias y regalos, si no le sucediera por ordenación divina que tuvo una revelación, en que le fueron declarados los tormentos que padecen los miserables condenados | en el Infierno, la Gloria de los santos, y con esto se confirmó en su casto y santo propósito. Dízelo San Juan Damasceno, en la Vida de Barlaam, capítulo treinta y seis.

[6] En el monasterio del abad Gerásimo, cerca del Jordán, estava en una cueva un santo monge llamado Olimpio; a el cual preguntándole un huésped, también monge, y diziéndole como padre:
-¿Sufres el calor y los mosquitos deste lugar?
respondió:
-Hijo, todo esto sufro por ser libre de los tormentos futuros y de por venir. Los mosquitos sufro por evitar el gusano del Infierno, y el calor sufro por escusar el fuego sempiterno. Lo de aquí es temporal, y lo de allá no terná fin.
Es del Prado Espiritual, capítulo ciento y cuarenta y uno.

[7] En tiempo que los godos estavan apoderados de Italia, cayó enfermo en la ciudad de Roma un varón de vida admirable, llamado Reparato. Vínole un desmayo, de modo que pensaron aver ya acabado. Algunos que estava presentes le lloravan. Mas tornó en sí, y dixo:
-Vayan luego a la iglesia de San Laurencio de Dámaso, y sepan que se dize allí de Tiburcio Presbítero, y tráiganme la respuesta.
Era este Tiburcio hombre carnal y deshonesto. Entre tanto que ivan a saber esto, Reparato, el enfermo, dixo:
-Fui llevado a cierto lugar donde estava un fuego grande, y vi poner en él a Tiburcio Presbítero, aunque no se quemó. Vi luego encender otro fuego mayor, que parecía llegar desde la tierra al Cielo, y vino una boz de lo alto, que declarava para quién se encendía.
No pudo Reparato passar adelante con su razón, porque diziendo esto espiró. Mas llegó a este punto el que avía ido a saber de Tiburcio, y dixo que acabava de morir. Escrive esto San Gregorio, en el libro cuarto de sus Diálogos , capítulo treinta y uno.

[8] En Siracusas, ciudad de Sicilia, cierto hombre de la curia fue padrino en el Baptismo de una donzella, en el Sába- /(195v)/ do Santo, por ser costumbre en aquel tiempo de baptizarse día semejante los que ya eran catecúmenos y estavan señalados para ser cristianos en edad de discreción. Llevó a su casa la donzella y beviendo mucho vino aquella noche, aunque el día avía ayunado, mas tentado del demonio y de su sensualidad, hizo fuerça a la donzella y hija suya por el Baptismo. Venido el santo día de Pascua, considerando lo que avía hecho, quiso ir a bañarse, como si la agua del baño bastara a limpiarle de la mácula del pecado, estando ya él una vez baptizado. Quiso también ir a la iglesia, aunque temía de entrar en ella, y si no lo hazía en fiesta tal, parecíale que sería notado y no poco murmurado de las gentes, y si entrava temía el juizio de Dios. Venció la vergüença humana, entró en la iglesia, donde estava con temor grande esperando cuándo el demonio se apoderaría dél y le atormentaría delante de todo el pueblo. No le sucedió cosa de pena como temía aquel día, ni en otros seis, que siempre se halló en la iglesia a los Oficios Divinos. Parecíale ya, o que Dios no avía visto su pecado, o que con misericordia se le avía perdonado. Mas, el día séptimo, murió de repente. Sepultáronle, y en su sepultura se levantó una grande llama que duró por muchos días, hasta que ni huessos ni tierra quedó en ella; todo se abrassó y hizo ceniza. Queriendo dar Dios, Nuestro Señor, a entender en esto lo que su alma padecía en oculto, pues en público su cuerpo era assí abrasado, y a todos nos será exemplo de temor, viendo que los huessos insensibles eran assí atormentados, la miserable alma, cuánto tormento padecería. Es de San Gregorio, libro cuarto de los Diálogos, capítulo treinta y dos.

[9] En la ciudad de Nantes, que es en Bretaña, dos clérigos letrados se concertaron un día con juramento que el primero que dellos muriesse, dentro de treinta días, si le fuesse dado lugar para ello, aparecería al otro a darle cuenta de su | estado. Murió el uno, y al término señalado de los treinta días, estando de noche velando el otro, apareciósele con un rostro amarillo y espantoso. Preguntóle si le conocía.
-Sí, conozco -respondió el vivo-, y me maravilla cómo no cumplías tu juramento.
-Ya vengo -replicó el muerto-, aunque para poco provecho mío. Sabe que soy condenado.
-Yo -dixo el vivo- te faboreceré con oraciones y sufragios.
-Escusado es ya. Para siempre tengo de ser atormentado -añadió el muerto-. Y si quieres provar algo de mi tormento, estiende la mano.
En la cual, de la del muerto le cayó una gota de sudor sulfúreo que le passó de la otra parte, dexándole con terrible tormento.
Díxole:
-A esto mismo vendrás tú si no enmiendas de veras la vida. Y seríate muy acertado para escusar las ocasiones que tú sabes, semejantes a las que yo tuve, entrar en religión, donde con tus letras aprovecharías a los próximos.
El otro dixo que no tenía tal propóstito. Replicó el muerto:
-Pues lee esta carta.
Vido el vivo que con letras mal formadas estava escrito en ella, cómo de parte de Satanás y de todo el Infierno embiavan a dar gracias a los eclesiásticos, porque por razón de no predicar la Palabra de Dios al pueblo muchos se condenavan. Con esto, el muerto desapareció y el vivo entró en religión. Dízelo San Antonio de Florencia en su Segunda Parte Historial, título diez y seis, capítulo catorze, y primero que él, Vincencio en su Espejo Historial, libro veinte y seis; y señala que fue el año de mil y noventa.

[10] Ciertos desalmados ociosos y vagamundos entraron en una taberna, y después de bien borrachos tratavan diversas cosas, y al cabo dieron en lo que sucederá después desta vida a los hombres. Y uno dellos, más borracho que todos, dixo:
-Aora yo creo que es invención de clérigos codiciosos y que sólo pretenden su interés, lo que nos quieren dar a entender de que ay otra vida y que las almas viven fuera de sus cuerpos.
Esto dixo, y /(196r)/ los demás le ayudaron con risas y burlas, por ser todos hereges borrachos. Llegó luego al mismo puesto un hombre de grande estatura, y que mostrava ser de muchas fuerças. Assentóse y bevió con ellos, y preguntóles de qué tratavan.
-Acerca de las almas tratamos -dixo el que primero avía hablado-, y aun si hallasse quién me comprasse la mía, se la vendería de buena gana, y del precio beveríamos todos largamente.
De oír esto los otros davan grandes risadas, y el que vino a la postre, dixo:
-Pues yo os la compraré, ved cuánto queréis por ella.
Miróle el otro atentamente, y añadiendo risa a risa, dixo: «Dadme tanto».
Pagó el precio, y de nuevo tornaron a bever de aquel dinero. Era ya tarde, dixo el que compró la alma al borracho herege:
-Hora es ya que cada uno vaya a su casa, y antes que nos apartemos, juzgad los que estáis aquí: si compra alguno una bestia que está atada a un cabestro, ¿tendrá derecho también al cabestro, como a la bestia?
Començóse a estremecer el que vendió su alma oyendo esto, porque se iva descubriendo quién era el comprador. El cual, por ser demonio, en cuerpo y alma levantó al herege de tierra viéndolo todos los presentes, y se le llevó consigo al Infierno. Lo dicho es del libro segundo De Apibus, capítulo cincuenta y cinco.

[11] En Claramonte, ciudad de la Provença, en Francia, predicava Filipo, famoso predicador. Estava allí un grande usurero, reprehendíales en sus sermones, mas burlávase dél. Cayó enfermo el Filipo, y estando cercano a la muerte començó a dar bozes y dezir:
-No puedo, no puedo. Cuando podía, tú no quisiste. Aora no puedo.
Los presentes, pareciéndoles que era negocio proprio, preguntáronle qué dezia, y respondió:
-Acaba aora de morir aquel usurero y llevan su alma los diablos. Pedíame que le valiesse, dixe lo que oístes.
Es del Promptuario.

[12] A Alberto Magno, Maestro General que fue del Orden de Predicadores, dio | cuenta una muger de cierta visión que tuvo, de la cual quedó tan espantada y afligida, que en su vida se rió, ni cobró color, sino como si estuviera ya muerta. Avía sido muger de un cavallero rico, amigo de torneos y justas, deshonesto y muy dado a regalos. Murió, y vídole en visión una noche cómo era atormentado de demonios. Armáronle con unas armas en que estavan por de dentro unas puntas azeradas, que le traspassavan de vanda a vanda. Uno de los demonios que assistían a su tormento dixo a los demás:
-Éste tuvo por costumbre entrar en torneos donde morían hombres, y después se bañava y acostava en su cama, donde le traían una muger moça y hermosa para sus deleites; pues por el mismo orden se prosiga.
Y con esto le dieron un baño en la llama, y luego le acostaron en una cama de hierro hecho brasa, y después le pusieron a su lado una espantosa serpiente, que le rodeó su cuerpo y atormentó, de suerte que mostrava mayor sufrimiento dello que del fuego. Esto fue lo que la muger vido, la cual era muy sierva de Dios, y la visión no se apartó de su memoria en tanto que vivió. Lo dicho es del Promptuario de exemplos.

[13] Un señor de vassallos, que los oprimía y desentrañava por darse él a deleites ilícitos, cayó enfermo, y estando una noche cierto camarero suyo velándole, fue arrebatado en espíritu y vido a su amo, que le acusavan en el Juizio de Dios de grandes culpas y pecados, por lo cual fue sentenciado a Infierno Eterno. Lleváronle millares de demonios delante de Lucifer, el cual dixo:
-Llegádmele aquí, y daréle un beso como a fiel servidor mío.
Llegado que fue, díxole:
-Nunca para siempre tengas paz.
Añadió el príncipe de las tinieblas, y dixo:
-Éste tuvo costumbre para regalo suyo de bañarse; bañadle.
Y los demonios le bañaron en un lago de fuego, y con las uñas le desgarravan. Otros le derramavan aquel fuego salitrado por la cabeça. Sacáronle del baño y pusiéronle en el lecho de /(196v)/ que habla Isaías: «Debaxo de ti esté polilla, y sobre ti, gusanos». Mandó Lucifer que después del baño le diessen a bever del cáliz de la ira de Dios, y bevió fuego sulfúreo, que es parte deste cáliz. Dio bozes la miserable alma y dixo: «Basta ya». Passó adelante Lucifer, y dixo:
-Acostumbrado estava a oír instrumentos músicos; vengan los músicos.
Llegaron dos demonios con dos trompetas, de las cuales soplando ellos, salió tanto fuego, que de sus ojos, narizes y boca salían arroyos de llamas. Dixo más Lucifer:
-Llegádmele aquí.
Y llegado que fue, díxole:
-Quiero que, pues en el mundo eras músico y cantavas diversas canciones, que me cantes aquí una.
Él dixo:
-¿Qué tengo que cantar sino que sea maldito el día en que fui nacido?
-Canta otra canción mejor -añadió Lucifer.
El condenado dixo:
-¿Qué tengo de cantar sino que sea maldita la madre que me parió?
-Otra mejor quiero que cantes -replicó el príncipe infernal.
El miserable dixo:
-¿Qué tengo de cantar, sino maldezir al que me crió y dio ser para padecer tanto mal?
-Esso es lo que desseava oír -dixo Lucifer.
Y con esto mandó que le llevassen a la silla que se le devía por sus obras. Echáronle en un pozo de fuego, con tanto ruido que parecía hundirse el mundo. A este ruido el camarero bolvió en su sentido, levantóse y fue a ver a su amo, y hallóle muerto. Lo dicho es del Viridario, y refiérese en el Promptuario de exemplos.

Fin del Discurso del Infierno. |