ADOLESCENCIA, ANGUSTIA Y POSTMODERNIDAD**.

 

                                                                       J. Guillermo Martínez Hurtado*.

 

    Una práctica analítica orientada por la idealización de lo normal, que olvida el inconsciente y procura el encarrilamiento del paciente en una normalidad uniformizante, daría lugar a un proceso de des-subjetivación, que es lo opuesto a la meta terapéutica del psicoanálisis:  ahí donde eso era, yo (el sujeto) debo advenir.

                                                                                                                                      Carlos Sopena.

 

            Se ha señalado muchas veces que la palabra “adolescencia” procede del latín adolescens (muchacho joven), la cual procede de adolescere, que significa “crecer”, y de su raíz doleo que significa “dolor”; es decir que etimológicamente se une el crecimiento al dolor, al hecho de adolecerse.

            Ello es así porque se trata de una época de cambios y hay una ley psíquica que enuncia lo siguiente: “TODO CAMBIO PRODUCE ANGUSTIA”, “Todo cambio genera ansiedad”.

            Esto que es válido para cualquier situación, ya sea una situación de cambio de residencia, de cambio de ciudad, de cambios de colegio, de cambio de trabajo, etc.; esto  - decía -  lo es mucho más para situaciones de grandes transiciones como la “crisis de la mitad de la vida” o la época adolescente que es la que nos ocupa ahora,  desde los cambios fisiológicos de la pubertad hasta los cambios psíquicos que atraviesa toda la época que abarca desde los 12 o 13 años hasta los 18, 19 o 20.

            Es un tiempo de pasaje de niño a hombre, de niña a mujer ,donde un sujeto tiene que enfrentar numerosas pérdidas  - con sus consiguientes duelos-,  hallazgos  - con sus consiguientes sorpresas y alegrías -  y cambios numerosos respecto a reconfiguraciones psíquicas internas.  Así, hay una identidad que se pierde para encontrar otras;  hay una identidad infantil a la que se debe renunciar para conseguir una identidad juvenil o adulta.

            Rousseau, en El Emilio define a la adolescencia como “segundo nacimiento”: “nacemos dos veces  -dice: una para existir, la otra para vivir; una para la especie, la otra para la sexualidad”.

            Por su parte, dice Freud (1909): “La crisis de la pubertad consiste en el paso de la ternura infantil a la sexualidad de los adultos”, del mismo modo que “se consuma uno de los logros psíquicos más importantes, pero también más dolorosos, del período de la pubertad: el desasimiento respecto de la autoridad de los progenitores”.

 

            En muchas culturas, el pasaje de la niñez al estado adulto está claramente marcado por una dolorosa prueba de iniciación.   El individuo adquiere entonces un nombre y aprende lo que se debe de saber para una sociedad en la cual tiene reservado un lugar.

            Aquí, podemos distinguir entre aspectos estructurales generadores de angustia, y contenidos aportados por cada cultura y cada época; así, aunque la adolescencia traiga aparentemente cambios similares, no serán estos vividos de igual modo en nuestro medio que en Samoa, ni son igual en la actualidad  que hace medio siglo o hace 20 años [ejemplos de instrucción guerrera].

            No hay adolescencia que no lo sea en una cultura que nos proporcione unos modelos, unos valores y un esquema mental acerca de los elementos que caracterizan dicha etapa y de un ser afectado por esa misma cultura.  Es por eso que hablaremos de la “postmodernidad” como la época actual para abordar a la adolescencia y las incidencias que en torno al tema de la angustia se van a producir.

 

            La imagen de la adolescencia ha sufrido cambios a lo largo de la historia.  En la Edad Media, época en que no existía aún la palabra “adolescencia”, la transición entre niñez y adultez se definía en relación al aprendizaje de oficios y ocupaciones guerreas:  comenzaba con el aprendizaje del manejo de unos instrumentos artesanales o armas que dejaban de ser juguetes, y terminaba con la asunción plena del oficio y las responsabilidades familiares.

            Podemos decir que la adolescencia tal y como la conocemos actualmente tiene sus antecedentes en los cambios sociales de la revolución industrial y especialmente a partir del establecimiento de una sociedad de mayor bienestar al término de la primera guerra mundial, en la década del veinte donde culturalmente empieza a ser más valorizado este periodo de la vida.

            Con la llegada del siglo XX, observamos una serie de hechos que han marcado y de alguna manera dirigido el estilo y las costumbres de vida del ser humano en el mundo occidental. Hechos como la primera y segunda guerra mundial, la descolonización, la revolución de los transportes y medios de comunicación, la crisis de la ciencia moderna y la aparición de la sociedad de consumo, entre otros, ha obligado al hombre occidental a dar un cambio radical a su vida, sus costumbres, su forma de ser y ante todo, su forma de parecer y de actuar en distintas ocasiones.

            Quizá uno de los rasgos más importante a destacar en esta nueva cultura sea el de la multiplicidad de relaciones que mantenemos con los demás a lo largo del día.  Gracias a los nuevos medios de comunicación y a las nuevas tecnologías  - y en esto Internet se lleva la palma -  , somos capaces de llegar a mantener relaciones directas no solo con la gente de nuestra pequeña comunidad, como antaño, sino con el último lugar del cosmos conocido.  No cabe pues la menor duda de que nos topamos a diario con rostros, ideas y opiniones que, aún dentro del marco de una salvaje globalización, son inductoras de confusión por su profunda contradicción.

 

            Kenneth J. Gergen, en su libro El Yo Saturado propone que esta facilidad que tenemos para comunicarnos con todo el mundo nos ha llevado a un estado de suprema saturación que llena y amenaza a nuestra personalidad, creándonos graves conflictos a la hora de definir nuestra identidad. Relacionarnos con mucha gente nos hace interiorizar muchos puntos de vista distintos.  Dos opiniones totalmente contrarías, procedentes de ámbitos distintos, pueden haber sido expuestas a un sujeto determinado.  Ambas opiniones son igualmente razonables y convincentes a pesar de ser opuestas. En principio fueron dos, luego tres y cuatro y cinco, así hasta centenares de teorías ciertas y razonables todas ellas. ¿Dónde está pues la verdad? ¿Qué es verdad cuando todo es razonable? Todo es confusión e indeterminismo; la mítica Verdad Única se ha visto reemplazada por múltiples razones disfrazadas de Verdad.  “Ya no importa lo que se dice sino quién lo dice”.

            En este contexto es bastante lícito pensar que aumenten los problemas de identidad para todo el mundo pero especialmente para los adolescentes.  La identidad se adquiere a través de identificaciones o interiorizaciones de características que adquirimos de los otros.  El repertorio de otros con los que entramos en contacto se ha ampliado enormemente con respecto a épocas anteriores y mucho más para los adolescentes, que forman la población más amplia de usuarios de sistemas de mensajería instantánea, videoconferencias, etc, a través de Internet.  Alguien que actualmente se interese por los adolescentes debe necesariamente interesarse por la informática, los videojuegos, la Red, las webs que por estos son visitadas; pues en caso contrario desconocerá una gran parte de la realidad (virtual , en este caso) en que viven y que les afecta.

            En suma, aumentan las relaciones, por tanto también lo hacen las posibilidades identificatorias de los adolescentes.  Se abre un mundo de aparentes infinitas posibilidades, de una aparente libertad total de elección y de expresión, pero esa misma libertad paradójicamente encierra a los jóvenes en un agobiante mundo interno de dudas e incertidumbres, gobernado por un caótico sistema de espectros sociales interiorizados que luchan entre sí constantemente.

 

            A modo de aclaración, propondremos una breve historia relatada por Jaime Szpilka (1994) que nos introducirá de pleno en la cuestión.  Se trata de la historia del Rabino chaquetero: “El rabino se ocupaba de los problemas matrimoniales de la comunidad de la pequeña aldea.  Un día lo visitó una mujer para quejarse de su marido; es poco cariñoso, no le da dinero, no le hace el amor, etc.  Después de escucharla el rabino le da la razón.  A los pocos días recibe la visita del marido, que también se queja de su mujer: es gritona, no cocina bien, no cuida el dinero. etc.  Después de escucharlo el rabino le da la razón.  Cuando marido y mujer contrastan sus respectiva visitas al rabino descubren que ambos han recibido la razón, por lo cual indignados deciden visitarlo conjuntamente.  Después de escuchar las quejas de que era imposible que diera la razón tanto a la una como al otro y que era un vulgar chaquetero, el rabino reflexionó un corto instante y con la mirada perdida en el vacío les dio finalmente otra vez la razón.

            Al poco tiempo su conducta trascendió fuera del pequeño pueblo y el gran rabino de la gran ciudad lo mandó llamar para pedirle explicaciones: '¿Acaso eres un frívolo, un irresponsable?'  El rabino de la pequeña aldea miró al cielo, y en voz apenas audible dijo: `Dios mío, qué necios que son, sólo les dije que tenían la razón, no que tenían la verdad', luego de lo cual quedó sumido en un largo y profundo silencio”.

            El problema es que la sociedad actual parece ofrecer infinitas posibilidades para alcanzar la verdad, cuando en realidad lo que ofrece son un número limitado de valores relativos y razones disfrazadas de verdades absolutas.

            La fragmentación de los distintos saberes y especialidades en nuestra sociedad tecnocrática crea la ilusión de que sumando los distintos saberes de los expertos, daría como resultado una cifra de la totalidad que procuraría el acceso a la verdad absoluta.  En todo caso, lo que de inaccesible queda para el “ciudadano de a pie” no es razón para preocuparse, pues queda en manos de los expertos: ellos saben qué hacer, ellos tienen la verdad. De este modo nos hacemos un poco más divinos.  Lo atribuido al Rey o a Dios en la antigüedad se convierte en atributo al alcance de cualquier humano en la actualidad.  O, de otro modo expresado, los atributos del Amo de la antigüedad son trasplantados a los técnicos, científicos, expertos, políticos..., figuras idealizadas en las que se encarna el Amo de la postmodernidad.  Es en este sentido que entendemos a la sociedad actual como una “Cultura del simulacro”, según la expresión de Baudrillard (1978): “lo real es hiperrealizado. Ni realizado, ni idealizado: hiperrealizado”.  La “abolición de la distancia entre lo real y su representación” de la que nos habla Baudrillard, no es sino la perpetua confusión de la razón con la verdad.

 

            En la actualidad vivimos una paradoja importante: por una parte se le exige al adolescente una responsabilidad de adulto frente a los estudios y por otra se le impide la ganancia de una autonomía mediante el trabajo remunerado;  bien porque la escolarización es obligatoria hasta los 16 años;  bien porque cuando puede acceder a un puesto de trabajo se encuentra con el fantasma del paro;  o bien porque las exigencias de los ideales de los padres hacen que el joven permanezca ligado al medio familiar so pretexto de una exhaustiva formación que le vaya a solventar el futuro: “¡Tú estudia y no te preocupes de nada más!”

            Hoy en día la cultura ofrece además pocos valores a los que el adolescente pueda optar para constituirse como sujeto expansivo, autónomo, activo dentro de la sociedad.

            Podemos esforzarnos en conseguir todo tipo de titulaciones, esforzarnos por conseguir puestos técnicos en empresas o funcionariados, pero no me negaran que en muchos de estos casos lo que responde al verdadero interés del sistema es que el profesional adopte una posición pasiva de sometimiento, nunca de creatividad y desarrollo personal    [contraponer a los antiguos oficios artesanales, donde el artesano era dueño de su labor].

            Se le pide una función técnica específica pero que piensen lo menos posible y que no usen las capacidades creativas ni por asomo, excepto esto sea en beneficio de la empresa.

            Sucede que nuestra sociedad pragmática, tecnocrática y de consumo (por cierto, cada vez más al estilo del american way of life) quiere técnicos especializados, que por muy complejas que sean sus labores, sigan siendo desde el punto de vista intelectual,  niños para siempre. ¿Cómo bajo este panorama no van a presentarse las inhibiciones intelectuales que se dan entre los adolescentes?

 

            Lipovetsky, en su libro La Era del Vacío, apela al concepto de “narcisismo” para caracterizar a nuestra cultura contemporánea.  Utiliza la figura de Narciso para explicar, de una forma metafórica, las nuevas relaciones que el individuo lleva a cabo consigo mismo y con su cuerpo.  Se trata del símbolo perfecto de nuestro tiempo.  Según el autor, nos encontramos en un ambiente en el que se ha llevado a cabo una pérdida absoluta de los grandes valores y un abandono de los grandes sistemas.  En consecuencia  asistimos a un proceso de individualización que nos ha llevado a centrarnos totalmente en el Yo.  Cuanto más nos centramos en él como objeto de atención e interpretación, mayores son las dudas e incertidumbres que se nos plantean.  El viejo Narciso de la mitología se quedaba inmovilizado ante su propia imagen; su imagen le daba plenitud.  El Narciso de hoy, en cambio, ha perdido esa imagen y ha sucumbido en una búsqueda interminable.  Ya no es posible llenar su vacío, ya no puede reencontrar su propia imagen, se ha perdido a sí mismo.

            Con la postmodernidad, el adolescente se enfrenta más que nunca a la indeterminación, a la imprevisibilidad y a la incertidumbre.  ¿Cómo, entonces, llegamos a sentirnos adultos en la cultura occidental contemporánea?

            En relación a la identidad, es importante destacar en primer lugar el concepto de “identificación”.  Es fundamentalmente a través de identificaciones como llegamos a adquirir nuestra identidad, así como nuestra identidad sexual.  Las identificaciones relativas al género comienzan en época muy temprana, pero al entrar en la adolescencia, tanto en la mujer como en el hombre se produce un abandono de identificaciones infantiles y se adquiere una serie de identificaciones relacionadas con modelos culturales que van a contribuir a conformar la masculinidad y la feminidad.  Hay una gran diferencia entre los ideales que un niño intenta conseguir y los que en la adolescencia se presentan como valores de orden social a obtener.  Además, un factor importante  es que los ideales del niño están fundamentalmente comandados por los ideales de sus propios padres, que son proyectados en él mismo.  Dicho de otra forma, los padres esperan que los hijos realicen aquellos ideales que ellos no pudieron conseguir.  El niño quería siempre ser lo que su “Yo ideal” le exigiera.  El adolescente debe dejar de lado a ese Yo ideal imposible de alcanzar, para centrarse en metas sociales más cercanas.  Es lo que se ha dado en llamar “desidentificación” (Olmos de Paz, 1994).

            En el juego del deseo, lo social  - en la actualidad a través de los medios de comunicación tecnológicos -  presenta unos modelos artificiales de masculinidad y de feminidad, que como fenómenos culturales no dejan de ir parejos a las modas del momento.  Un adolescente de años atrás trataba de asemejarse a los modelos masculinos reflejados en las películas de Humprey Bogart, John Wayne, Rock Hudson o Sean Connery; del mismo modo que una adolescente trataba de asemejarse a Lauren Bakal, Mauren O'Hara, Marilyn Monroe o Raquel Wells.  Mientras que actualmente son distintos los modelos masculinos y femeninos que presenta la filmografía contemporánea; y por tanto son distintos los rasgos de género ofrecidos a los jóvenes como modelos valorizados de identificación.

            Así pues, los medios de comunicación llegan a invadir a tal punto la intimidad, que el adolescente llega incluso a sentirse culpable por no alcanzar a modelarse según los tipos que son ideológicamente propuestos desde las películas, programas televisivos y publicidad.

            Bajo este punto de vista se podría incluso decir que nosotros no miramos la televisión, sino que más bien somos mirados por ella y hasta controlados.  ¿Es que nos empeñamos en vivir vidas que no son nuestras, o es que se nos impone desde las instancias del poder?  Hay una gran diferencia entre la catarsis emocional de la que nos habla Aristóteles en su “Poética” a propósito de la sublime tragedia griega, y la alienante telebasura contemporánea que podríamos calificar de “pornografía sentimental”.

 

Creemos poder aplicar a este tema el excelente comentario que realiza Jean-François Lyotard (1986) a propósito del “1984” de George Orwell.  “Esta obra se ha convertido en un lugar común para decir que nosotros en 1984  - Lyotard escribía esto en ese mismo año -  no estamos en la situación vaticinada por Orwell.  Sin embargo, esta negación es precipitada, -afirma Lyotard-.  Si se presta atención a la generalización de los lenguajes binarios, a la desaparición de la diferenciación entre aquí-ahora y allí-entonces, que es resultado de la extensión de las telerrelaciones, al olvido de los sentimientos en beneficio de las estrategias, en concomitancia con la hegemonía del negocio, se verá que las amenazas que se ciernen en esta situación sobre la escritura, sobre el amor, sobre la singularidad, en su naturaleza profunda están emparentadas con aquellas amenazas descritas por Orwell.”

            Nuestra anterior alusión a la tragedia griega no es banal, pues salvando las diferencias  - que no son pocas - Wiston Smith (el protagonista de 1984) se nos presenta como uno de los últimos héroes trágicos, héroe trágico de la postmodernidad enfrentado no ya a los dioses y al destino sino al “Gran hermano”, presidente del Partido y encarnación de una de las figuras del Amo actual -  Poder invisible, inmanente, según la acepción de Foucault (1975) en su libro “Vigilar y castigar”.

            El lenguaje binario de los ordenadores que tanto reglamentan nuestras vidas, ¿no nos recuerda extraordinariamente a la “neolengua” del mundo de 1984?  ¿Acaso las pantallas de televisión y la publicidad por todos lados, no nos recuerdan igualmente a las “telepantallas” repartidas por todas partes: en el trabajo, en las casas, en la calle; con el texto “El Gran hermano te vigila”?  ¿Y qué decir respecto al “olvido de los sentimientos en beneficio de las estrategias”, sino el modo en que aparece en el mundo del “Big brother” bajo la forma de la coerción de la sexualidad y de todo tipo de expresión emocional o creativa?  Y la tan corriente manipulación actual, a través de la deformación de los acontecimientos históricos y políticos ¿no responde al fundamental slogan del “Partido” que rezaba: “Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado”?

 

            El poder en la postmodernidad promete la sociedad del bienestar, es más, dice haberla otorgado a través de la disponibilidad de los bienes de consumo y la libre elección en todos los sentidos.  Efectivamente, las posibilidades de elección se han vuelto hoy infinitas; ya no hay religión ni ideología que determine cómo debemos comportarnos.  Sin embargo sí que parece haber un sometimiento al consumo.  Se nos viene encima la globalización, la sociedad del bienestar, la ideología de la calidad de vida.  Todo ello nos dice cómo hemos de vivir y qué hemos de comprar para ser felices.  Nos creamos necesidades, y si no las conseguimos, aparece la angustia.  Pero ¡somos libres!; por fin libres para elegir todo por nosotros mismos.  Podemos elegir entre Amena o Movistar, entre Nike o Adidas, entre Mc Donalds o Burguer King, entre “la chispa de la vida” o “¡estas loco, bebe Pepsi!” y un largo etcétera. ¡Cuánta libertad!  La vida sería terrible para mucha gente si no pudiera disponer de una gran variedad de elección de coches o de marcas de ropa. 

            Cobra tremenda importancia la apariencia del consumo, los valores de imagen, cuestiones de espejo: de nuevo, Narciso.  No cuenta lo que nuestros pies sean capaces de caminar, sino la marca de sus deportivas.

            En palabras de Noam Chomsky:  “La publicidad es a la democracia lo que la violencia es a la dictadura”. 

 

Con estas disquisiciones irónicas hemos querido remarcar el carácter artificial de los valores sutilmente propuestos como absolutos a los adolescentes, bajo la máscara de un aparente relativismo y libertad de elección.  Y es del mismo modo que son ofrecidos los modelos identificatorios de género para la conformación de la masculinidad y la feminidad en el mundo actual, con arreglo a los cánones impuestos por la moda.  A lo que, por ejemplo, no es nada ajeno la alarmante incidencia de la anorexia en nuestra sociedad, que posiblemente dure mientras sea ese el ideal ofrecido por las “top models” de las pasarelas internacionales, las gogo-girls de las discotecas locales o las muñecas Barbies de los hogares del mundo entero.  De hecho, como dicha moda ya parece ir cambiando, sin duda ya estará produciendo cambios en la fenomenología psicopatológica de los adolescentes.

 

            No hay relación (proporción) sexual” es una expresión de Jaques Lacan (1972) que da cuenta de la imposibilidad de existencia de una ontología de los sexos y de la relación armónica entre ellos.  La pretendida existencia natural de una esencia masculina y una esencia femenina o, lo que es lo mismo, un alma masculina y una femenina que vendrían a instalarse en un cuerpo de hombre y en uno de mujer respectivamente no constituye sino la ilusión de una identidad por naturaleza establecida (ya sea que ésta se exprese en términos religiosos, filosóficos, biológicos o psicológicos).  A partir de Freud, los atributos masculinos o femeninos no pueden ya ser pensados como punto de partida sino como resultados  - siempre incompletos -  de un largo proceso de estructuración (Arensburg y Martínez Verdú, 2001).

 

            Es un factor de suma importancia el hecho de que en la adolescencia se producen cambios simbólicos respecto a la identidad, generadores de angustia, como decíamos.  Para el adolescente, los significantes y valores familiares dejan de tener el sentido absoluto y protector que tenían cuando niño.  El nombre familiar se deprecia de valor, los ideales infantiles se derrumban; papá y mamá ya no son más el medio protector que representaban, ni los garantes de aquello que parecían prometer.

            Aquí se gesta una constelación importante, generatriz de la angustia, pues se crea una herida en su orgullo.  El adolescente empieza a resistirse radicalmente a cualquier cosa que le haga sentir dependiente de sus padres, que le haga sentir un objeto de ellos.  ¿Qué caminos tiene que seguir para evadirse de ese agobio familiar?  Inevitablemente en muchos casos, el de las drogas y alcohol.  La droga provoca una transgresión directa y una ilusión de evasión durante al menos el tiempo que dura el estado tóxico.  En los casos más extremos, en los que el ambiente familiar es excesivamente asfixiante y conflictivo (desatención, sobreprotección...), los adolescentes quedan impedidos de establecer un espacio externo indispensable para su propia experiencia. No pueden realizar el duelo normal que se produce ante la separación de los padres, no pueden tolerar esa frustración, no pueden representar al objeto ni estructurar sus deseos.  Los niños no crecen afectivamente.  No establecen relaciones de afecto con los objetos exogámicos, los ven como meros auxiliares, como medios para conseguir sus intereses. Lo que es legal, moral o racional les importa poco, mientras puedan sentirse dueños del mundo.  Algo hay de sospechoso en nuestra sociedad de consumo.  Parece que hay una cierta tendencia a que se favorezca el éxito empresarial o político para este tipo de caracteropatía.  El sistema busca gente que sea capaz de tomar decisiones o emprender acciones que pasen por alto toda cuestión moral, siempre y cuando el nivel de riquezas se maximice.  Parece ser que bajo esta forma de religión, se haya establecido una especie de mandamiento que diga “Destruirás a la competencia por encima de todas las cosas”. En estas circunstancias el consumo de sustancias psicoactivas es casi infaltable. Ellas les permiten calmar el dolor, disipar la angustia y tapar todo posible sentimiento de culpabilidad.

            Pero afortunadamente, y aunque resulte algo cómico, no solo de drogas vive el adolescente.  Ya en su obra El malestar en la cultura, Freud analiza otras vías de tramitación de este conflicto.  Entre ellas la soledad buscada, el amor, la religión y la actividad creativa, punto éste del que nos vamos a ocupar ahora, pues es a nuestro juicio una de las mejores soluciones.

            Para Carlos Sopena (1989,b) se trata de “la presentación de lo irrepresentable, de lo ininteligible, el acontecimiento en el que surge algo inédito que no está en conformidad con modelos preexistentes.  La actividad creativa está orientada al principio por el ideal del yo y por los valores culturales de la época, pero nunca se realiza en obediencia de los mismos...termina rompiendo con los cánones establecidos”. Todo acto creativo implica, pues, una transgresión:  romper con lo reglamentado pudiendo canalizar fructíferamente la rebeldía adolescente.  Pues la creación de algo nuevo, al mismo tiempo que va contra la cultura se incluye dentro del campo de la cultura, suscitando un progresista cambio contracultural.  Cuando un artista, filósofo, músico, intelectual, deportista, artesano, crea nuevos objetos, estilos o nuevas formas de ver el mundo, produce una ruptura de lo establecido; rompe, por ejemplo, con los cánones anteriores de representación y abre un nuevo abanico de posibilidades.

            De modo que la sociedad haría bien en ofrecer nuevas alternativas para el desarrollo de las capacidades creativas de los adolescentes, en lugar de fomentar toda la serie de actividades alienantes que se ofrecen en los medios de comunicación dirigidos a tenerlo entretenidos y a anular su capacidad de pensar, asegurándose así de que no vayan a poner en cuestionamiento al sistema.

 

            Para terminar, me gustaría comentar brevemente una cita de Freud extraída de las Nuevas lecciones de 1933, concretamente de la nº 35 que lleva por título “En torno a una cosmovisión”;  dice así:  “La misma persona a quien el niño debe su existencia, el padre (dicho de manera más correcta: la instancia parental compuesta de padre y madre), protegió y cuidó también al niño endeble, desvalido, expuesto a todos los peligros que acechan en el mundo exterior; y él, bajo su tutela, se sentía seguro. Devenido adulto a su turno, el hombre se sabe por cierto en posesión de fuerzas mayores, pero también, ha crecido su noción de los peligros de la vida, y con derecho infiere que en el fondo permanece tan desvalido y desprotegido como en la infancia, y frente al mundo sigue siendo un niño. Por eso tampoco ahora gusta de renunciar a la protección de que gozó cuando niño. Empero, hace tiempo ha discernido que su padre es un ser de poder muy limitado, no provisto de todas las excelencias.

            Si bien Freud va a desembocar en la religión y Dios como sustituto, podemos añadir que es actualmente el Estado quien con sus medios científicos, tecnológicos y armamentísticos se presenta como sustituto de aquellas primitivas figuras parentales protectoras.  Y ésta es la paradoja y la tesitura con la que se encuentran los adolescentes en nuestros días:  o quedar preso de las ideologías, revestimientos y apariencias que el sistema a través de la publicidad y demás medios de manipulación les ofrece (lo que no es sino una continuación de la alienación infantil), o vivir plenamente la crisis de la adolescencia enfrentando creativamente la angustia y dolor psíquico que conlleva, para asumir un proceso de des-alienación y destitución subjetiva que les permita encontrar su propia palabra, que les permita encontrar su propia voz.

 

                                                                                              Elda, 9 de Mayo de 2003.

 

 

 

                                               BIBLIOGRAFÍA.

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** Clase dictada en el marco del Seminario sobre La adolescencia desde una perspectiva psicoanalítica, organizado por Dña. Isabel Cerdán de Frías y auspiciado por el IEPPM.  Elda.  9 de Mayo de 2003.

* José Guillermo Martínez Hurtado.  Psicólogo  C/ Dr. Gómez Ferrer, 13. 19ª.  Tel.625738981. E-mail: willymartinez@ono.com .