LOS FRAUDES CIENTIFICOS
Pablo C. Schulz1 e Issa Katime2
1)
Departamento de Química, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca,
Argentina. Correo
electrónico: pschulz@criba.edu.ar
2) Grupo de Nuevos Materiales.
Departamento de Química Física. Facultad de Ciencias. Campus de Lejona. Universidad del País Vasco.
Vizcaya. España. Correo electrónico: qfpkaami@ehu.es
In Memorian a Joseba
Pagazaurtundua
INTRODUCCION
En ocasiones, diversos
investigadores recurren a la distorsión de sus resultados, debida a la presión por destacar en
el medio científico. Pero esta motivación no es necesariamente la única para producir
distorsiones en la ciencia, como se verá en el desarrollo de este estudio. Esto ha ocurrido en todos los
tiempos, pero se ha intensificado con el aumento de la importancia de la ciencia en
la sociedad. Surge una pregunta: ¿Qué tan extendida se ha vuelto está práctica en nuestros
días? (1).
Para el gran
público resulta casi imposible poner en duda la rectitud del científico. La ciencia representa la imagen
propia del rigor y la objetividad. Por esta razón, los medios de comunicación social presentan
muy a menudo las opiniones de los científicos sobre tal o cualtema de actualidad (problemas
sociales, problemas energéticos, catástrofes diversas) como argumentos indiscutibles, y
hasta como argumentos de autoridad. La idea de deshonestidad en ciencia es repugnante. Es
un artículo de fe entre los científicos tomar como garantizada la integridad de sus colegas.
Uno puede pensar que son locos, obtusos, simples, idiotas o alucinados, pero
nunca piensa que falten a la verdad en forma consciente.
La
ciencia constituye un sistema cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza
y cuyo producto es el conocimiento. Este resultado de la actividad científica
difiere de otras formas
de “conocimiento” en tres propiedades bien definidas: 1) no es absoluto, como
son los dogmas
religiosos o los decretos reales, sino que más bien es tentativo y perfectible;
2) está basado en el estudio de la naturaleza, en lugar de ser producto del
mero raciocinio o de la obediencia a reglas generales arbitrarias; 3) permite hacer predicciones
sobre acontecimientos futuros, que si se confirman lo refuerzan y si fracasan
lo ponen en duda (2). El conocimiento producido por la ciencia no es ni completo ni permanente.
Al contrario, se trata de una serie de hechos, leyes y teorías que cubren segmentos
restringidos de la realidad (los que han sido accesibles a la metodología y a los conceptos de
cada época) y que, además, se han ido modificando de manera más o menos radical a través de los
tiempos. Sin embargo, toda la majestuosa estructura de las
ciencias se basa en un postulado: los científicos dicen solamente la verdad, tal como
ellos la entienden. En otras palabras, los científicos, cuando hablan o escriben de sus
experiencias científicas, no dicen mentiras (2).
Conviene
distinguir entre la mentira y el error. Errores cometen todos los hombres y mujeres de la ciencia, humanum sum1.
Los investigadores tienen conciencia de que el conocimiento generado por su trabajo es probabilístico e incompleto, pero
cuando lo proponen están convencidos
de que, por el momento, es lo mejor que existe. La mentira es
otra cosa: es una afirmación cuya falsedad le consta a quien la formula,
sea porque la inventó
o porque tiene pruebas de que no es cierta. El mentiroso sabe perfectamente
bien que lo que dice no es cierto,
pero de todos modos lo dice, seguro de que los demás le van a creer. Y por lo menos por un tiempo, que va de
algunos días a milenios, se le cree.
El quehacer científico es
arduo pero altamente gratificante y sólo debe ejercerlo quien encuentra ahí su verdadera
vocación y sus razones para vivir. Ser investigador no consiste en una elegante
investidura para deslumbrar a la sociedad; es por el contrario, una actitud
interna de
creatividad, honestidad y humildad. Es, parafraseando a Sócrates, saber que
poco o nada se sabe (3).
1 ) Humanos somos.
La
ciencia está orientada a descifrar los misterios del Universo. La investigación
científica y su
instrumento, el método científico, son los medios de que se vale la ciencia
para descubrir,
paso a paso, la verdad de los fenómenos naturales. El científico, manipulador
de estos
instrumentos, trabaja inmerso en un ambiente de imparcialidad, observando
reglas precisas,
analizando datos, planteando hipótesis y estableciendo leyes generales. La
ciencia encuentra
sus cimientos en una plataforma de objetividad para el análisis y la
interpretación del
Universo, declara Jaques Monod (4). Por lo tanto, si el científico busca
la verdad, resulta paradójico suponer siquiera que en el ámbito de su labor
existiera un intento de falsearla. Inventar una "verdad" que a priori se
sabe que es falsa sería tanto como traicionarse a sí mismo. Sería, en otras
palabras, una forma de pretender buscar la explicación de los fenómenos naturales por la vía
de la mentira.
Parecería
entonces que un científico jamás podría mentir. Es entendible y previsible que se equivoque; o
humanamente explicable que su interpretación de los fenómenos sea incorrecta o incompleta: es parte de la falibilidad
del proceso. Pero, ¿será posible que en forma
deliberada se fabrique un experimento, se omitan datos relevantes o se plagien
otros para mérito propio? Un
análisis bibliográfico e histórico pone de manifiesto que en el quehacer científico existen el fraude y la
deshonestidad, aunque su magnitud no se ha establecido con precisión. Este hecho constituye a su vez un descubrimiento
científico: la ciencia puede ser objeto del falseamiento y de distorsión por
parte de los investigadores sin ética.
Bronowski
(5) propone que la ciencia genera valores éticos y sociales como la honestidad, la humildad y la
necesidad de cooperación e intercambio social. En la historia de la política o
en la de las finanzas se conocen numerosos fraudes. Pero son mucho menos conocidos los que se producen
en los medios científicos y, sin lugar a dudas, son mucho más sorprendentes pues, ¿acaso no
es la búsqueda del saber una de las actividades humanas más desinteresadas y
filantrópicas?. Sin embargo, la historia de las ciencias no carece de ejemplos que demuestran que, a veces, los sabios también
engañan. Encontrar algunas manzanas podridas
en el cesto de los frutos de la investigación científica de nuestra época es indudablemente un toque de alarma, porque
despierta la sospecha de que el fenómeno de putrefacción pudiera extenderse y minar así la sólida estructura de la
credibilidad científica. Lo más
estremecedor (pero no demasiado sorprendente, como se verá en el análisis posterior) es el hecho de que las mentiras
científicas que han surgido en los últimos años
provienen de
centros de investigación de reconocido prestigio internacional. Por esto resulta oportuno hacer un análisis y
una reflexión de este fenómeno.
La
gente no se imagina (o se figura mal) que los resultados científicos son, a
pesar de todo, productos
de una actividad humana que son sujetos a discusión y pueden concluir con acuerdos o, en el peor de los
casos, ser impuestas por la autoridad de una "eminencia científica"; que colman
las esperanzas de sus autores al confirmar sus convicciones ideológicas, políticas o
religiosas o al satisfacer diversas ambiciones (ascenso, fama, etc.). Debido a eso, la actividad
científica no está a cubierto del escándalo de los fraudes en mayor medida que la actividad
política, financiera, etcétera (1).
Algunos
casos son célebres e incluso han saltado al primer plano de la actualidad muy recientemente, tales como el affaire
de la crotoxina en la Argentina. Otros sólo se conocen en el seno de círculos
restringidos de especialistas. Los fraudes descubiertos -pues no siempre puede el observador
distinguir entre un trabajo mal hecho o un resultado anunciado prematuramente y otro algo
"arreglado" o incluso inventado- constituyen un capítulo poco conocido de la sociología de
las ciencias; tal como se verá, estos engaños desempeñan un excelente papel revelador del
modo como "funciona" la ciencia, tanto a escala epistemológica como a escala de
"institución". Salvo en casos muy raros, es difícil distinguir entre
un fraude, un
trabajo mal hecho o un resultado enunciado prematuramente, como podría ser el
caso de la fusión
fría.
La aparición cada vez más
frecuente de artículos dedicados a la discusión de la inconducta científica puede ser un indicio de su mayor difusión, o
solamente de un conocimiento más
difundido de unos pocos casos. En abril de 1991 hubo al menos cinco conferencias sobre inconducta científica
sostenidos por los National Institutes of Health en Maryland, EE.UU. En febrero de 1991, la revista Science
se refirió al fraude como una “industria
en crecimiento”. En 1992, sólo en los EE.UU., 1500 científicos han sido considerados sospechosos de cometer fraude.
Todas las ramas de la ciencia
tienen sus falsarios, desde la medicina hasta la física y la matemática pura. Sin
embargo, los fraudes parecen más frecuentes en las ciencias relacionadas con la vida que
en otras disciplinas, quizás por la importancia económica de esta ciencia, con la facilidad con que se puede
aducir la difícil reproducibilidad por diferencias
biológicas de los especimenes y por la fuerte componente emocional cuando se trata de pretendidas curas milagrosas, que oscurece
el raciocinio de quienes están involucrados
directamente, los pacientes estafados y sus allegados. En 1997, la oficina de la
integridad en la
investigación (ORI) del Department of Health & Human Services publicó en su informe anual que habían
cerrado 49 casos de inconducta científica en 1996 y recibido 196 acusaciones de fraude
científico, principalmente relacionados con falsificación de datos y fabricación de historias clínicas realizadas para
ensayar tratamientos para enfermedades serias.
En una
profesión en la cual decir la verdad es la primera regla, la mentira no debe
tener ningún
lugar. Si se trata de averiguar cómo es y cómo funciona el mundo real, en
primer lugar debe
proscribirse lo falso, que no corresponde a la realidad. Sin embargo, la
ciencia es un producto
del hombre. Somos nosotros los que inventamos y generamos el conocimiento científico, y somos seres
humanos. En tanto que humanos, los científicos estamos sujetos a
pasiones, intereses, ideales, tormentos, ambiciones, odios, deseos, sueños y
presiones. Aunque la mística de la ciencia predica que no se debe mentir,
ocasionalmente los factores humanos mencionados son difíciles de conciliar y pueden sobrepasar
la resistencia de una persona generando una mentira.
Sin
embargo, por su propia estructura, la ciencia cuenta con una serie de
mecanismos de
seguridad que garantiza una corta vida a cualquier mentira: el espíritu crítico
y la incredulidad
propia de los científicos, que si no son congénitas se adquieren rápidamente
por deformación
profesional: la tradición de no aceptar nuevos hechos y/o teorías hasta que no han sido puestas a prueba en
laboratorios distintos al de su origen, preferiblemente con métodos diferentes; la
capacidad analítica de los miembros de los comités editoriales de las buenas revistas científicas,
quienes celosamente cuidan que lo que finalmente se publica tenga buenas
probabilidades de ser verdadero; la vigilancia no intencionada pero muy eficiente resultante de la
naturaleza abierta del trabajo científico; que casi siempre se realiza a la
vista de todo el mundo, etc. (2).
Para
evitar que comunicados erróneos, incorrectos o incluso fraudulentos sean publicados, las revistas científicas
cuentan con comités editoriales formados por revisores, que además de evaluar la
calidad y originalidad de los textos, se encargan de detectar posibles plagios, publicaciones
repetitivas, usurpación de ideas, falsos juicios, etc. Pese a eso, el Dr. Jerome Jacobsen testificó en el
Congreso de los EE.UU. que un 25% de los informes científicos (de medicina)
podrían estar basados al menos en parte en datos que han sido ocultados o manipulados
intencionalmente.
A los
requisitos mínimos para que un trabajo no sea rechazado se suman otros que se escapan de las manos de un
investigador, como son la competencia despiadada entre las
revistas de mayor
prestigio, que reciben más material aceptable para su publicación que el que pueden incluir en sus páginas.
Determinadas publicaciones causan obsesión en los científicos. Aquéllas cuyo índice de
impacto, es decir, el número que califica cuántas veces un artículo de una determinada revista aparece
citadas en otras, es muy alta, son bombardeadas con artículos. La razón es que
una publicación en una revista de alto índice de impacto suele dar más puntaje al autor, en
ciertos modos de calificar a éstos. Entonces, en las revistas más influyentes rigen a veces
criterios subjetivos de aceptación, como la coherencia del trabajo con la línea editorial, la
nacionalidad de los firmantes o el hecho de que éstos pertenezcan a círculos dominantes del campo
científico considerado, las materias de moda en el momento, etc., lo que puede influir en
el prestigio de los autores con factores ajenos a su trabajo y seriedad.
Aunque
por lo general terminan descubiertos, muchas veces con prontitud, tanto los errores como las mentiras
pueden tener una larga vida en la ciencia, pese a los mecanismos de autocontrol existentes. La
falta o la incorrecta utilización de un método científico, el respeto a los principios religiosos,
el temor a contradecir a una eminencia e incluso la misma ignorancia han
provocado que muchas aberraciones científicas intencionadas o no se hayan mantenido durante
siglos. La
persistencia de los errores en la obra de Aristóteles en el ámbito de la filosofía
natural por casi dos mil años es un ejemplo en que el respeto del maestro
mezclado con la autoridad religiosa se combinaron para mantener el equívoco. Se
llegó, por ejemplo, en la Universidad de Oxford, a castigar con multas a
profesores que enseñaran
materias distintas a las explicadas por Aristóteles.
La
mejor forma de ver las múltiples facetas de la inconducta científica es
analizar algunos
de los (desgraciadamente) numerosos ejemplos que se han dado en la historia.
LA DEFINICIÓN
DE LA INCONDUCTA CIENTIFICA
Antes
de ver los distintos tipos de fraudes y sus motivaciones, es conveniente
delimitar el objetivo de este trabajo. Para ello, debemos definir qué es fraude
o inconducta científica, y qué no lo es, aunque sea una práctica reprobable. Esta no
es una tarea fácil, como lo muestra que luego de años de discusión, aún hay desacuerdos entre
los expertos.
Obviamente,
en cuanto ser humano, el científico puede realizar actos delictivos o al menos reprobables. No es
parte de la inconducta científica (o el fraude científico, según prefieren denominarlo algunas
personas) por ejemplo, el desviar para uso personal el dinero
que se le da para
un proyecto de investigación: eso es un simple hurto o una defraudación. La inconducta científica se
refiere a acciones más específicas. El gobierno federal de los EE.UU. ha intentado por años definir inequívocamente la inconducta
científica. La White House Office of
Science & Technology Policy (OSTP) ha intentado establecer un consenso sin
éxito.
Según
la Academia Nacional de Ciencias de los EE.UU., una definición bastante acertada del fraude científico es: “Se
considera fraude la fabricación, falsificación y el plagio en la propuesta, ejecución o comunicación de los experimentos. Se
excluyen los errores de juicio, los
errores de registro, selección o análisis de datos, las divergencias de opiniones que afectan a la interpretación de los
resultados, y las negligencias no relacionadas
con el proceso de investigación.”
Otra
definición es: “La inconducta científica significa la fabricación,
falsificación, plagio u otras prácticas que se desvían seriamente de la que
comúnmente son aceptadas en la comunidad científica para proponer, conducir o
informar una investigación. No incluye el error honesto o diferencias honestas en la
interpretación de los datos”.
Existe
una propuesta de modificación de esta definición, que expresa que el
fraude científico es plagio, fabricación o falsificación intencional de datos,
procedimientos de investigación o análisis de datos, u otras representaciones
deliberadamente falseadas al proponer, conducir, informar o revisar investigaciones (6).
Una definición más genérica
de fraude científico es toda acción deliberada que atenta contra la credibilidad de los informes
científicos.
Estas
definiciones son las aceptadas corrientemente por el Public Health Service y la
National Science
Foundation de los EE.UU. Uno de los paneles de discusión sobre el tema que proliferaron hace escasos
años prefiere, en lugar de "otras serias desviaciones de las prácticas aceptadas de
investigación", que incluiría por ejemplo conflictos de interés o mal uso de los fondos, "prácticas
cuestionables de investigación", lo que incluiría acciones que violan valores tradicionales
de la práctica de investigación, pero caen escasamente en la inconducta, como mantener
registros inadecuados, usar métodos estadísticos o de medición inadecuados, dar autoría de
trabajos por contribuciones insustanciales o saltarse las revisiones por pares antes de publicar
los resultados (7). Algunos de estos ejemplos son más trabajos chapuceros que fraude,
excepto si son efectuados intencionalmente. Es decir, entre la práctica aceptada y el fraude
flagrante, hay una extensa zona gris (8).
Debe
distinguirse el resultado de la inconducta científica de los errores. Los
errores surgen
frecuentemente de una interpretación equivocada o de una sobreestimación de
resultados. Son
inherentes de la ciencia y frecuentemente, necesarios para el avance de la
misma. Como dijera el famoso físico inglés Joule, "la forma de no
cometer errores es no escribir trabajos".
Otra
situación que debe ser distinguida de la inconducta científica de la
realización de un
trabajo chapucero. En este sentido, hay una zona gris de procedimientos
cuestionables, incluyendo
fallas al obtener datos primarios, eliminación de puntos o datos conflictivos, deficiente definición de
parámetros relevantes, fallas en aleatorizar apropiadamente un diseño experimental. Pueden
deslizarse errores al escribir, revisar o editar trabajos. Los instrumentos pueden haber perdido la
calibración o haber sido mal leídos. Las muestras pueden haberse clasificado erróneamente, o
puede haber habido una mala percepción debido a preconceptos. La investigación científica va
desde una locura casual (que a veces consigue ser publicada) hasta los estudios hechos con
extremadamente altos estándares de control de calidad. Pero los trabajos chapuceros o
cuestionables no son fraude.
El
sabotaje de experimentos de otros puede ser considerado un caso de inconducta científica, y en muchos casos
la sanción sería más seria si se tratara de esta forma que como un simple acto de vandalismo.
Lo mismo ocurre con el uso incorrecto de los fondos de investigación, que se
considera un fraude común. Pero no entra en las definiciones habituales de fraude científico.
TIPOS DE FRAUDE CIENTIFICO Y EJEMPLOS HISTORICOS
Invención de datos y experimentos enteros
Este
es un tipo de fraude de características muy particulares: el falsario
simplemente informa experimentos que no realizó, o datos que no obtuvo. Muchos
consideran este tipo de fraude como el peor de todos. Veremos algunos ejemplos, y en algunos de
ellos se puede apreciar
la dificultad inherente a la demostración de la existencia del fraude. Aquí se consideraran, ante todo, los
fraudes espectaculares reconocidos.
Las encuestas de Burt
El
mayor de los fraudes descubiertos recientemente es el de Sir Cyril Burt. Sus trabajos se orientan hacia un
aspecto particularmente importante de la psicología, ya que se trata de la herencia de las
facultades intelectuales. ¿Se hereda la inteligencia o se adquiere y desarrolla a lo largo de la
vida? Esta pregunta posee particular importancia social y política y
las controversias son, en este campo, muy vivas. Ahora bien, el trabajo
de Burt constituye el principal argumento de los partidarios de la transmisión hereditaria de
la inteligencia. La exactitud de estos resultados es por lo tanto, esencial. Burt, que murió
en
Al final de su vida, Burt, anciano y sordo, no
estaba ya en condiciones de efectuar las pruebas del C.I. en las distintas localidades del
país donde se encontraban, separados, los gemelos univitelinos. Entonces publicaba sus
trabajos con dos colaboradoras, Conway y Howard, de las que precisamente se suponía que realizaban las encuestas.
Pero en 1976, Oliver Gillie, periodista del
Sunday Times, de Londres, afirmó después de una ardua investigación que estas dos colaboradoras sólo
había existido en la imaginación de Burt, que su nombre era desconocido en la
Universidad de Londres, de la cual se consideraba que dependían y que nadie
recordaba haberlas visto nunca. Si esto era cierto, se comprobaba que la obra de Burt era un fraude monumental y sus
resultados amañados de pies a cabeza para demostrar las tesis del autor.
La aclaración de la inexistencia de las "colaboradoras" de Burt
condujo a numerosas análisis de sus trabajos, en los cuales se hallaron entonces datos
sospechosos. En sus cálculos estadísticos aparecieron extrañas anomalías. Como es de
suponer, los gemelos verdaderos no son muy numerosos y Burt los fue "encontrando"
poco a poco a lo largo de su vida. Por consiguiente, sus sucesivos artículos que tratan sobre
pares de gemelos cada vez más numerosos están espaciados por largos períodos de tiempo:
15 pares en 1943, 21 pares en 1955, más de 30 en 1958 y 53 en 1966. Pero, dato curioso,
el coeficiente de correlación entre los C.I. resulta ser, en todos las casos, exactamente el
mismo con los tres decimales siempre
2) Gemelos originados a partir de
un mismo óvulo, por división mitótica de éste después de la fecundación. Los
idénticos. Los
coeficientes de correlación eran de 0,944 para los gemelos criados juntos, y de
0,77 1 para los
que habían sido criados por separado. Esos resultados sugerían que la herencia jugaba un papel importante
sobre la inteligencia: lo innato era más importante que lo adquirido. La permanencia de tal coeficiente de
correlación preciso deviene altamente improbable
cuando el tamaño de la muestra es tan pequeño. El análisis estadístico
detallado de una de las obras de Burt,
"Inteligencia y movilidad social", realizado por el psicólogo norteamericano D.D. Dorffman en 1978, demostró de
forma muy clara que, sin duda alguna, Burt "fabricaba" sus
resultados.
Finalmente,
la prueba definitiva del fraude, o aún mejor de los fraudes de Burt, la aportó el psicólogo británico
Leslie Hearnshaw, en un libro publicado en 1979 (9). Paradójicamente, la hermana de
Cyril Burt había encargado en
Hearnshaw
llegó a la conclusión de que, prácticamente Burt no había hecho observaciones reales después
de la Segunda Guerra Mundial: sólo los datos acerca de los quince primeros pares
corresponden a observaciones verídicas.
Hearnshaw también encontró
pruebas de otros fraudes cometidos por Burt. Así, el psicólogo inventó totalmente
sus resultados sobre el descenso del nivel escolar en Inglaterra, publicados en 1969. El psicólogo decía haber
realizado encuestas entre 1955 y 1965 en decenas
de escuelas; Hearnshaw no encontró ningún vestigio de que se hubieran realizado
estas encuestas que, por otro lado,
habrían requerido numerosas colaboraciones. Constituye un tercer fraude, según
Hearnshaw, el que Burt atribuía en sus escritos una importancia exagerada al análisis estadístico de los factores
de la inteligencia. Por último, en un cuarto fraude, parece que, como jefe de sección del British Journal of
Psychology, inventó más de una veintena de colaboraciones (cartas,
reseñas, notas) a dicha revista. Estos escritos, que
gemelos univitelinos son genéticamente idénticos.
firmaba con
seudónimos y en que llegaba incluso a responder a una nota que él había escrito
y publicado bajo
otro nombre, le permitían sobre todo citar sus trabajos, exponer sus propios puntos de vista y dar la
impresión de que continuaba investigando, aunque se hallaba jubilado desde 1950.
¿Por
qué llegó Burt hasta ese extremo y cómo lo hizo? Una primera respuesta es que
él estaba íntimamente
convencido de que su hipótesis -el carácter hereditario de la inteligencia-
era correcta.
Según muchos testigos era de naturaleza algo paranoica y sin duda este carácter
patológico le
condujo a anteponer sus convicciones personales a la objetividad científica, en
total
contradicción con la idea fundamental del método científico y también con sus
propios propósitos.
Prueba de ello y nueva paradoja es que, en 1967, el propio Burt analizó el modo
como la
subjetividad individual puede falsear el trabajo científico: "La
propensión a incrementar la
importancia de nuestras propias demostraciones... el deseo de evitar los juicios o reserva y, quizás por encima de todo, el
deseo incesante de conciliar nuestras observaciones anteriores y las presentes
de modo que se "ajusten" a nuestros principales deseos, todo ello constituye tendencias naturales
del espíritu humano, tan inconscientes como automáticas. Esto pide mucho tiempo y disciplina para hacer de un
hombre un observador verdaderamente
científico, objetivo y preciso"(10). Burt hablaba en este artículo de la medida en que las médium están
propensos al engaño en el campo de la investigación parasicológica. Después de tal declaración,
¿quién podía imaginar que Burt hacía precisamente aquello que denunciaba tan sutilmente? Sin
duda, hay que añadir semejante duplicidad a su personalidad paranoica. Por la misma razón,
Hearnshaw sugiere que, a fin de cuentas, los fraudes de Burt se explican porque, a buen seguro, había preferido
engañar antes que ver triunfar a sus adversarios.
Quizá sea demasiado sencillo desembarazarse del caso Burt diciendo que se trataba de un "loco" porque sino, ¿cómo
se explica que los sicólogos no hayan criticado sus trabajos hasta después de su muerte?
Para
complicar aún más la situación, un libro publicado en 1991 por Ronald Fletcher (11) sostiene que la acusación
de fabricar datos que se formuló sobre Sir Cyril Burt no es cierta, y que es un producto
espúreo de la política y la publicidad entrometida en la ciencia. Sostiene que, por ejemplo, la
inexistencia de las asistentes de Burt es desmentida por el testimonio de los que las
conocían y por registros escritos. Los cuadernos que registraban los datos de Burt, que podría
haber provisto evidencia directa sobre correlaciones arregladas, fueron destruidos poco
después de su muerte por la secretaria de Burt por sugerencia de Liam Hudson, uno de los más
vehementes adversarios de Burt. Las pruebas de fraude serían sólo
circunstanciales,
según Fletcher. Los coeficientes de correlación eran 0,77 en los 15 pares de gemelos homocigotos informados
en 1943, 0,771 en los 21 de 1955, 0,771 en los más de 30 de 1958, y 0,77 1 en la
muestra de 53 en 1966. Algunos de los datos no son independientes, y el número
total de pares independientes sería 30. Según Fletcher es posible que Burt haya
adicionado los
nuevos casos a los anteriores sin preocuparse de recalcular sus coeficientes de
correlación (que
hacía a mano), lo que podría ser interpretado sólo como un trabajo hecho en forma descuidada, y no un
fraude. Teniendo en cuenta los 82 años que Burt tenía en 1966, esto podría ser perdonable.
Además, varios estudios independientes actuales dieron resultados similares a los de Burt.
Aparte del escándalo que produce buenos dividendos a los periodistas, podría ser un ataque de los
partidarios de la influencia ambiental sobre los partidarios de la hereditabilidad de la
inteligencia, lo que tiene muchos componentes políticos mezclados con los científicos. El libro
concluye que Burt era excéntrico, a veces descuidado, pero es culpable de desidia más que de fraude.
Claro que el mismo libro de Fletcher podría ser acusado de lo mismo: un intento de los
partidarios de la hereditabilidad de la inteligencia de rehabilitar a su principal sostén, frente a los
partidarios de la influencia ambiental...
Otra causa posible de todo
el embrollo fue presentada por Isaac Asimov (12, pag. 316). Dice que puede haber un impulso apremiante por demostrar “que
la inteligencia de un individuo, por ejemplo, está determinada
por la herencia y que la educación y el trato civilizado
poco pueden hacer para despejar la inteligencia de un idiota. Esta teoría
tiende a perturbar un esquema social
muy ventajoso para los que ocupan los peldaños superiores de la escala social y económica. Las clases altas se
sienten tranquilizadas al pensar que aquellos
de sus congéneres que viven en la miseria se encuentran en esta situación a
causa de sus propias carencias
hereditarias, y que es inútil preocuparse demasiado por ellos”. Nótese que
la posición es totalmente coincidente con la teoría de la “raza superior” y los
“subhumanos”, sostenida por la
biología y sociología nazis. Por cierto, los trabajos de Burt han sido usados por racistas para probar que los
negros son sistemáticamente menos inteligentes
que los blancos (esto no quiere decir que el mismo Burt fuera racista).
En
última instancia, este caso es una muestra de la complejidad inherente a los
casos de
investigación de fraude científico.
El
método ha sido proseguido por los seguidores de Burt. El psicólogo
norteamericano Lewis
Madison Terman escribió cinco enormes libros sobre los genios y los
supergenios. Pero un
estudio de los protocolos de Terman descubrió que los cálculos de coeficiente
de
inteligencia (CI) fueron
frecuentemente modificados al alza. Aparentemente, sus asistentes le proveyeron simplemente los CI
superiores que él deseaba (13).
Franz Moewus y los orígenes de la biología
molecular
En el
capítulo de los resultados y datos inventados, Franz Moewus también es tristemente célebre. De su enorme y variada obra
científica, realizada durante casi treinta años,
hoy no queda prácticamente nada. A pesar de todo, en un "Cold Spring
Harbor Symposium", celebrado en 1951, el genetista
norteamericano T.M. Sonneborn presentó a F. Moewus como uno de los pioneros de la biología molecular (14). En su
exposición, T.M. Sonneborn afirmó
asimismo que, gracias a Franz Moewus, el alga unicelular Chlamydomonas eugametos era el ser vivo mejor conocido desde el punto de vista genético (al
comprobarse el fraude de F. Moewus,
este título recayó de hecho en el bacilo intestinal común; Escherichia colli
(1)).
El
"éxito" de Moewus consistía en haber desmontado "pieza a pieza”,
por lo menos, setenta
genes y su acción sobre la morfología, fisiología y bioquímica de la célula de
la Chlamydmonas. T.M. Sonneborn incluso llegó a decir en su alocución en
este simposio de 1951
que Moewus merecía del todo las mayores recompensas (clara alusión, sin duda,
al premio Nobel).
Del mismo modo, el botánico estadounidense J.R. Raper declaraba, en 1952, que, "si se
confirmaban los resultados de Moewus, habrá que considerarlos entre los éxitos más notables de la biología
del siglo XX"
(15).
Para
dar una idea de la extraordinaria complejidad de estos trabajos, aquí se
limitan los comentarios
al caso de la sexualidad de la Chlamydamonas. Según Moewus, la vida
sexual de la Chlamydomonas
eugametos se podía describir así: células individuales expuestas a la luz empezaban por adquirir
flagelos, y pasaban a ser móviles; se caracterizaban como machos o hembras; se atraían unas a
otras para formar grupos de más de 100 individuos; en el seno de estos grupos adquirían la
capacidad de copular dos a dos. Moewus "descubrió" que una hormona controlaba cada una de
estas etapas: una permitía la adquisición de los flagelos; otras dos, la determinación del sexo
(macho o hembra); dos más la cópula de las células sexuales. En 1938, Moewus se aseguró la
colaboración del bioquímico alemán Richard Kuhn, que acababa de obtener el premio Nobel de
Química de ese año por sus trabajos sobre los carotenoides. Moewus "descubrió" que sus
hormonas eran, precisamente, carotenoides. En 1940, su trabajo alcanzó la "cumbre" que sedujo
a gran número de biólogos de la época: las etapas hormonales y de conducta de la sexualidad de
la Chlnydomonas eugamentos se encadenaban exactamente como
etapas de la
transformación química progresiva de una molécula inicial, la protrocrocina. Un
gen regulaba
cada una de las etapas de la transformación química. Esto parecía tanto más
verosímil cuanto
que en aquel entonces, en Francia, Boris Ephrussi demostraba -y en esta ocasión
de forma auténtica-
que cada una de las etapas de la producción de pigmentos responsables del color
de los ojos de la
Drosophila está controlada por un gen (de ahí procede la famosa idea de
la biología molecular
"un gen-un enzima"). Pero Moewus iba mucho más lejos que Ephrussi:
había "reducido",
por vez primera en la historia de la biología, toda una parte de la vida de un
ser vivo a sus
mecanismos elementales: los genes y los factores químicos. Por consiguiente, se
trataba de un
trabajo pionero en el campo de la biología reduccionista moderna que, según las
propias palabras
de F. Crick, tiene por objeto explicar todo lo biológico desde el punto de
vista de física y química. Para todos
los biólogos, la obra de Moewus presentaba, por lo menos, "una apariencia de acabado y perfección muy raramente
alcanzados en biología"
(16).
Pero
hoy se sabe que este fabuloso sistema de genes y factores químicos únicamente
ha existido en la imaginación de Moewus. A decir verdad, las dudas sobre el
trabajo de Moewus surgieron en 1939. En esa fecha, el célebre genetista británico J.H.S.
Haldane advirtió que en ciertas
publicaciones de Moewus los datos presentaban una dispersión estadística extraordinariamente pequeña (17). En 1941, el
biólogo alemán Karl Pätau también criticó los resultados estadísticos (18).
Pero
todo esto ocurría durante la Segunda Guerra Mundial, y hubo que esperar a la década de los 1950 para que
la obra de Moewus volviese a estar en el "banquillo de los acusados" ante la
comunidad científica internacional. En el ínterin las dudas crecían, e incluso T.M. Sonneborn, durante su
exposición en el "Cold Spring Harbor Symposium" de 1951, tuvo que admitir, a pesar de su
profunda admiración por Moewus, que estaban "ante trabajos muy profundos, o bien ante una
gigantesca superchería" (14). En 1952; J.R. Raper efectuó un balance riguroso de las
numerosas incoherencias del sistema de factores químicos
"descubiertos" por Moewus, y demostró que su sistema no podía poseer la significación
biológica que le atribuía (15). En 1954, H. Förster y L. Wiese desmintieron totalmente el papel de
las sustancias carotenoides
en la sexualidad de la Chlamydomonas (19).
Ese
mismo año, Moewus y su mujer fueron invitados por el genetista norteamericano Francis J. Ryan a su
laboratorio para volver a realizar sus experimentos bajo su control. Al principio de esta estancia
que duró dieciséis meses, Moewus publicó un breve trabajo en que aún mantenía que hay hormonas
flavonoides que determinan el sexo de la Chlamydomonas (20).
Pero el equipo de F.J. Ryan, asociado a Moewus, no pudo volver a
encontrar ni los resultados
correspondientes a este breve trabajo que, no obstante, se habían obtenido en
aquél laboratorio,
ni los otros resultados importantes de Moewus (21). Igualmente, la
investigadora alemana
M. IIagen-Seyfferth desmintió el efecto de las hormonas sexuales, en una
publicación de
1959 (22). La genética de los determinantes del sexo, según Moewus, no pudo ser
confirmada por
los genetistas estadounidenses R.A. Lewin (Universidad de Yale) y C. Shields
Gowans (Universidad
de Missouri) en los experimentos que se iniciaron hacia 1952 y se desarrollaron
durante más de
veinte años (16).
Un
botánico alemán, que conocía bien a Moewus desde antes de la guerra, redactó,
en 1958, el acta
de acusación (23). El artículo, publicado en alemán, quizá no tuvo la
repercusión que
debería haber tenido en la comunidad científica internacional, pues demostraba fehacientemente que Moewus no había realizado
las experiencias que pretendía haber efectuado.
Por ejemplo, para observar la aparición de los flagelos bajo el efecto de la
hormona denominada crocina, Moewus
decía haber realizado preparaciones microscópicas en que había fijado las células con alcohol, y después
clasificaba las células en flageladas y aflageladas. Renner comprobó que en esas condiciones todos los
flagelos se separaban de las células.
Por
otro lado, II. Förster y L. Wiese, y posteriormente M. IIagen-Seyfferth,
verificaron que
las células aflageladas cultivadas en agar, cuando se las coloca en agua pura,
desarrollan flagelos
espontáneamente sin necesidad de luz ni de crocina. Entonces, Renner acusa: "La
excesiva
presentación de experimentos presuntamente realizados (en 1938-1939) bajo el
efecto de luz de
diferentes longitudes de onda, de la crocina, de 15 glúcidos, de otras 60
moléculas orgánicas
y de 20 inorgánicas sobre células aflageladas, no tiene mayor fundamento que la
imaginación del
autor: a la Clamydomonas eugmetas le basta con el agua para recuperar sus
flagelos". Renner prosigue su acusación sobre todos los demás aspectos de la obra de
Moewus, basándose
en la correspondencia que mantuvo con él (desde 1939 hasta 1957), en que no le
respondía o lo hacía con datos insatisfactorios. Entre otras muchas
imposibilidades técnicas, Renner cita el intercambio de opiniones que, desde antes de la guerra,
sostuvo con Moewus sobre los experimentos de fecundación de Polytama, otra alga
unicelular. Si Moewus hubiera efectuado realmente los experimentos que había publicado,
debería haber observado 9600 acoplamientos al día, lo que sólo requiere de
que nadie. Pero
Renner le advirtió que aún faltaban 4600 observaciones para que la cuenta fuese
correcta. Moewus
no respondió a esta objeción. Renner llegó a la conclusión definitiva de que las experiencias de Moewus no
merecían ni siquiera ser criticadas, pues eran, sencillamente, inventadas, y por eso nadie
podía volver a hallar los resultados de Moewus. Escribió esta conclusión a Moewus el 24 de
febrero de 1958 y le pidió que se defendiera. No obtuvo contestación.
La
obra de Moewus, después de haber sido considerada la más brillante del siglo
XX, desapareció
totalmente de las publicaciones científicas. Así, en el "Compendio de
Biología General", de P.P. Grassé, se
formula esta triste observación (24): "Los trabajos de Moewus sobre la sexualidad de Chlamydomonas
tuvieron una gran resonancia; desgraciadamente... los resultados que él aportó no
han podido ser obtenidos de nuevo por los biólogos que han intentado verificarlo. Por
haberse convertido en sospechosa, la obra de Moewus no puede figurar en un manual
clásico".
Spector y el origen del cáncer
En la
primavera de 1981 una nueva superestrella de la investigación del cáncer hizo
su aparición.
Mark Spector, de sólo 24 años, bajo la tutela de su profesor, Efrain Racker,
propuso una elegante teoría sobre el origen del cáncer, basada en sólidos
experimentos que, muchos pensaron, podría hacerlo merecedor del premio Nobel de Medicina. En tan
sólo 28 meses Spector
pretendió demostrar que la ATP-asa sodio-potasio dependiente es fosforilada por
una serie de
cuatro enzimas conocidas como proteinocinasas, que se activan sucesivamente en
la célula
cancerosa en un proceso de "cascada". Según Spector en ese breve
lapso había aislado y caracterizado los cuatro enzimas responsables del proceso (trabajo que
generalmente toma varios años, aún a investigadores avezados y en laboratorios
bien equipados). Su hipótesis y datos experimentales encajaban perfectamente con lo nuevos
descubrimientos del cáncer, en especial con la demostración de que algunos oncogenes
codifican la síntesis de una proteinocinasa. Los biólogos moleculares calificaron los
descubrimientos de Spector de espectaculares y unificadores: no obstante,
cuando otros investigadores trataron de repetirlos o aplicarlos, encontraron que
no podían hacerlo. En la Universidad de Cornell, en el Instituto Nacional del
Cáncer y en otros prestigiados laboratorios surgieron dudas sobre la probidad
del "genio"
de las proteinocinasas (25). En poco tiempo se desenmarañó el acertijo: Mark
Spector había
falsificado sus experimentos. Nuevamente, un brillante investigador y una gran
veta en la investigación científica se desmoronaban. Lo más sorprendente,
quizá, fue descubrir que el
joven genio no
tenía siquiera el grado de bachiller y que había logrado engañar a todo el sistema hasta obtener un
puesto privilegiado que le permitió llegar a los estratos más elevados de la ciencia. Como dijera
Richard McCany, bioquímico de Cornell, "si Spector hubiera propuesto sus ideas sólo como
una hipótesis, podría ser reconocido como un genio" (25). En verdad un muchacho sin
estudios que logró infiltrarse en la elite científica del cáncer y ser considerado como un futuro
candidato al premio Nóbel debe considerarse como un genio aunque fuera sólo de la
ciencia-ficción.
Imanishi-Kari y Baltimore
El
virólogo David Baltimore, presidente de la Universidad de Rockefeller y Premio Nóbel en 1975 por su
descubrimiento de una propiedad fundamental de los virus oncogénicos protagonizó un escándalo en
asociación con la inmunóloga Thereza Imanishi-Kari por haber esta última
alterado los resultados de un ensayo en el que los genes de un ratón imitaban misteriosamente a los de otros.
La parte del trabajo que fue cuestionada, no pudo ser reproducida en otros laboratorios, y el trabajo
sostenía que un gene externo (transgene) injertado
en un ratón influyó la actividad de los genes nativos en forma que simula a la
del transgene. Esto tiene singular importancia en el descubrimiento de cómo
trabaja el sistema inmunológico. Intervinieron expertos forenses del servicio
secreto (debido a que había involucrados
fondos para investigación del gobierno de los EE.UU.) analizando el papel, la tinta y los diversos materiales incluidos en los
cuadernos (bastante mal llevados) de laboratorio
de Imanishi-Kari, así como la letra de las notas manuscritas. Concluyeron que
los cuadernos habían sido alterados
para ocultar el fraude (26). Más de una docena de páginas fueron escritas fuera
del orden cronológico, las fechas fueron alteradas en otras, y algunas páginas que supuestamente fueron escritas en 1984
y 1985 realmente lo fueron en 1986, después
de la publicación del trabajo en cuestión, y después de la denuncia de la
posible falsificación. Esta inmunóloga
de la Universidad de Tufts había fabricado los datos publicados en Cell (27) y tratado de cubrir
sus acciones con más falsificaciones. Baltimore, aunque no fue acusado de fraude, debió renunciar a su presidencia de la
Rockefeller University debido a la
controversia sobre su responsabilidad en el affaire. El caso fue denunciado por una joven estudiante posdoctoral,
Margot O’Toole, no como un fraude, sino como un error en la literatura que debería ser corregido, e
inicialmente no fue tomado en serio por
dos prestigiosas universidades, Tufts y el Massachusetts Institute of
Technology, que concluyeron que no era
necesario hacer nada. La acusadora fue expulsada del grupo de
investigación
(dirigido por Imanishi-Kari) y encontró por mucho tiempo dificultades en conseguir trabajo en el medio
académico. Este se dio prisa en conceder más credibilidad a los investigadores con mayor status, en lugar de
la posdoctoranda, y consecuentemente la sancionó.
Esto hace que muchos fraudes no sean denunciados por quienes los detectan,
debido a que es mal visto quien los
denuncia. En realidad la responsabilidad de Baltimore es la de haber
asumido la defensa a capa y espada de Imanishi-Kari, sin aceptar la posibilidad
de haber sido él mismo una víctima del
fraude. Un exceso de orgullo, el no querer aceptar su propia falibilidad, y no querer estar relacionado
con un fraude, lo llevaron por un camino que no podía tener un final feliz. El caso ilustra una de las dificultades
en la investigación de los fraudes
científicos: el sistema suele apoyar al falsario si es una personalidad
importante de la ciencia, y a
sospechar de los motivos del denunciante. Es más importante evitar el escándalo
que saber la verdad...
Un resultado demasiado seguro...
También
se encuentran en las publicaciones científicas diversos fraudes reconocidos por sus autores. Así, en
neurobiología, el descubrimiento en 1974 de las encefalinas, morfinas intracerebrales, desencadenó
tal conmoción en los neurobiólogos que el número de trabajos sobre las propiedades de
estas moléculas fue creciendo a una velocidad vertiginosa durante los dos años siguientes. De
este modo, el 22 de julio de 1976 apareció en Nature un artículo en que investigadores alemanes
de un reputado laboratorio de bioquímica, el de Hamprecht, exponían sus experiencias con
la leucina-cefalina en cultivos celulares de neuronas. Según ellos los efectos bioquímicos
de la leucina-cefalina sobre el metabolismo de las neuronas comportaban principalmente
una acción sobre una molécula conocida por los biólogos como "segundo
mensajero intracelular", el AMP cíclico (28). A decir verdad, esto no
tenía nada de extraordinario:
esta acción también la realiza la morfina, y ello indicaba, una vez más que la morfina de origen vegetal y
las morfinas intracerebrales actúan del mismo modo sobre el tejido nervioso. Sólo que las
experiencias descritas en este artículo jamás se realizaron, tal y como reconoció más tarde, en Nature,
Robert J. Gullis (29): ¡Estaba tan seguro de sus ideas que no se molestó en efectuar
la experiencia! En realidad había publicado de este modo ocho artículos en diferentes
revistas científicas desde 1973, antes de ser obligado a confesar sus engaños.
Schubert y los quelantes del plutonio
En un
campo cercano, el de la química, se ha puesto de manifiesto otro embuste. En mayo de 1979, mientras se
celebraba un congreso en Tokio, el químico norteamericano Jack Schubert confesó que su colega S.K. Derr había
"inventado" los resultados que habían publicado conjuntamente (30). Según estos resultados, existía una
"preparación especial" de quelantes
del plutonio que permitían a estas sustancias franquear las barreras celulares
y trasegar del tejido hepático y de
los tejidas óseos el plutonio que hubiera podido acumularse allí accidentalmente.
Por consiguiente, un tratamiento mediante esos quelantes habría sido ideal, por ejemplo, para descontaminar a los
trabajadores de la industria nuclear accidentados. Se comprende todo el interés que estos trabajos
habían suscitado, tanto más creíbles cuanto que J. Schubert es un especialista mundialmente reconocido. Una vez
más, en los Estados Unidos, el
efecto inmediato del descubrimiento de este fraude fue el de rebajar los
créditos concedidos para este tipo de trabajos que, sin embargo, son prometedores,
no sólo en el campo de la descontaminación
de los accidentados, sino también en el del posterior tratamiento de los desechos nucleares.
La publicidad subliminal
En
los años 1950, el investigador de mercados y psicólogo aficionado neoyorquino
James Vicary dijo haber observado en sus experimentos que presentar
intermitentemente la frase "Coma palomitas" en cine o televisión aumentaba las
ventas de palomitas de maíz. El espectador no podía leer el mensaje, decía, pero éste se
le grababa en la mente de manera subliminal.
La
posibilidad de condicionar y manipular en secreto la conducta de la gente era inquietantemente orwelliana;
de ahí que mucha gente pidiera la intervención de la Comisión Federal de Comunicaciones de
Estados Unidos. Sin embargo, Vicary no pudo repetir sus hallazgos en una demostración
hecha ante ella. La CBC, cadena de radio y televisión canadiense, hizo un
experimento similar: instó subliminalmente al público de cierto programa de
televisión a llamar en ese momento, pero las llamadas no aumentaron.
Vicary nunca expuso sus
descubrimientos en ninguna publicación especializada, y si le pedían que repitiera el
experimento, su equipo fallaba o arrojaba resultados contrarios a los esperados. En 1962, Vicary
admitió que no había investigado lo suficiente y que su información era demasiado
escasa como para tenerla en cuenta. Lo cierto es que la persuasión
subliminal no funciona, pero
persiste la idea contraria y algunos publicistas siguen promoviéndola (31).
Galileo Galilei y la experimentación científica
Los
científicos están divididos en dos grupos: los “empiristas”, que sostienen que ninguna afirmación sobre el
mundo natural es válida si no pasa por la contrastación experimental, y los
“racionalistas”, para los cuales la verdad se puede alcanzar a través del intelecto, mediante
razonamiento “puro”. Son considerados “platónicos”: la teoría expresa que la esencia de las teorías
no procede de la experiencia sino de la razón. La ciencia, según este enfoque, se hace a
priori. La experimentación es irrelevante, e incluso superflua. Esta diferencia filosófica se puede rastrear hasta el
siglo IV a.C., donde los griegos clásicos oponían
el trabajo manual al trabajo intelectual, o la práctica a la teoría. Poder
probar que el padre de la física
moderna, Galileo, era empirista o racionalista, daría un fuerte espaldarazo a los seguidores de una u otra corriente, y ello ha
causado una fuerte controversia en la actualidad.
Galileo
Galilei es considerado con justa razón el padre del método científico moderno, el
método experimental. Si bien posiblemente no lo inventó, es quien lo
sistematizó y propagó a partir de sus experimentos. Afirma en sus escritos (inclusive los
inéditos) que realizó numerosas experimentaciones a partir de las cuales dedujo las leyes naturales
que regían los fenómenos
estudiados. Pero en los años 1920-1930, varios historiadores de la ciencia
pusieron en duda su versión. Según ellos, Galileo no podía, con los medios de
que disponía, realizar mediciones suficientemente precisas como para sacar conclusiones de sus
experimentos.
Autores
como Paul Tennery (32) y Alexandre Koyré (33) afirman que a lo sumo los pretendidos experimentos eran
experimentos mentales. Llegaron a negar siquiera la posibilidad de realizar esos
experimentos, sin molestarse en verificar por si mismos si sus afirmaciones eran ciertas.
Claro, como verdaderos racionalistas, eso hubiera sido un contrasentido. Si sostienen que razonando se puede
llegar a la verdad, no es necesario verificar
si un experimento se puede o no realizar. Basta que mediante un razonamiento se
“demuestre” que no se puede
realizar. Que el razonamiento pueda no corresponder con la realidad, es inconcebible. Llegaron a decir que a
Galileo le cabía “la gloria y el mérito de haber sabido prescindir de experimentos (en
absoluto indispensables, como lo demuestra el mismo hecho de haber podido prescindir de ellos) y prácticamente
irrealizables con los medios experimentales a su disposición”. Aparte de la inconsistencia de citar una
supuesta
prueba
experimental para sostener su afirmación (lo que está entre paréntesis), Koyré
está acusando al
padre de la física moderna de uno de los peores fraudes científicos, la
invención de
experimentos y resultados que no se efectuaron en la práctica.
En los
años 1960-1970, otros historiadores analizaron los escritos inéditos del sabio italiano, y en muchos casos
realizaron los experimentos descritos, y encontraron que pese a la penuria de instrumental
preciso debido a la baja tecnología de la época, estos experimentos confirman la información
consignada por Galileo en sus papeles. Todo el andamiaje apriorístico de Koyré se vino
abajo, aunque quedó en pié algo: si bien Galileo se basó en experimentos, también debió
realizar un considerable trabajo de abstracción y conceptualización para obtener
los esquemas teóricos correctos y rebatir una gran cantidad de pseudoevidencias acumuladas a
lo largo de los siglos.
Esto
lleva a una causa de sesgo en los trabajos científicos, que fácilmente cae en
el fraude: la defensa de una tesis
cara al investigador. No se puede decir que Koyré haya cometido fraude al afirmar que los experimentos de Galileo no se podían
realizar. Analizó al menos los más importantes experimentos del italiano y
refutó la posibilidad de hacerlos con detalle, sobre una base puramente mental.
No afirmó haber tratado de efectuarlos y que no funcionaron, así que en principio no mintió. Pero sus razonamientos
estaban equivocados, porque otros
científicos sí pudieron repetir los experimentos, obteniendo los resultados informados por Galileo. Al no tener un método
objetivo para determinar si sus razonamientos eran correctos, se equivocó.
Este no es un problema menor.
Las ideas racionalistas no solo son sostenidas por algunos epistemólogos e
historiadores de la ciencia, también algunos científicos las sostienen, a veces conscientemente, a
veces inconscientemente. Como seres humanos, los científicos a veces tenemos tendencia a los
extremismos: un extremismo extendido, actualmente incentivado por el auge de
los ordenadores, es la creencia de que lo que sale de un ordenador es la
palabra revelada de Dios. Muchos científicos teóricos confían más en los
resultados escupidos
por la impresora de su PC, que en la realidad palpable. Creen que el modelo es
la fiel
representación matemática de la realidad física, y que no hace falta contrastar
los resultados
de los modelos con la realidad. Desde la predicción de las catástrofes
ecológicas a los
efectos de un medicamento, todo puede ser predicho con un modelo adecuado, sin necesidad de experimentos. La idea se ha extendido
incluso a medios no científicos, y asociaciones
de derechos de los animales se oponen a la experimentación de nuevos medicamentos con ellos, alegando que la modelación
por ordenador puede sustituir a las
“crueles torturas
infligidas en nombre de la ciencia a las pobres criaturas indefensas”. Obviamente, no saben que lo
que se conoce de biología, con ser inmensamente superior al conocimiento que se tenía
apenas 40 años atrás, es todavía una gota de agua frente a un inmenso mar de cosas que ignoramos.
Un modelo puede predecir los efectos de fenómenos y relaciones que ya sabemos,
pero no lo que ni siquiera sospechamos que existe.
El
lector habrá adivinado a esta altura del trabajo que los autores no son
racionalistas. Pero
no es enemigo de los teóricos. Son muy necesarios. Alguien debe unir los
fenómenos naturales,
a veces sin conexión aparente entre sí, en una teoría armónica que los explique
y permita hacer
predicciones. Pero esa teoría está siempre sujeta a revisión, sobre la base de
la confrontación
de las consecuencias de la teoría con la experiencia. La historia de la ciencia
está llena de
teorías que parecían explicar los hechos, hasta que algo las contradijo, y
fueron reemplazadas
por otras, que eventualmente correrán la misma suerte. En química, la teoría
del flogisto
parecía explicar la combustión en forma muy racional, hasta que a Lavoisier se
le ocurrió
verificar si se conservaba la masa de un sistema que sufría dicho fenómeno. Sin
esa comprobación
experimental, todavía seguiríamos creyendo que los cuerpos combustibles tienen la esencia de la
llama, el flogisto3,
que se va cuando el cuerpo arde, dejando materia deflogisticada, y que el flogisto tiene peso
negativo. Es decir, un racionalista puro, si se equivoca en su razonamiento, está condenado a estar
eternamente en el error.
La falsificación de pruebas
El
problema de inventar resultados de experimentos que no se han realizado es que
a veces se
necesitan presentar pruebas. El paso siguiente, si se quieren cubrir las
huellas del fraude con una cortina de humo, es falsificar las pruebas que apoyen las teorías
o los resultados del falsario. Examinemos algunos de los ejemplos que nos ofrece la historia
de la ciencia.
El sapo falsificado de Paul Kammerer
Hay
un fraude que reviste particular importancia para la historia de la biología:
el del sapo
falsificado de Paul Kammerer, biólogo vienés de principios del siglo XX.
Este asunto constituyó un
episodio crucial y trágico de la querella entre los partidarios de la herencia
de los caracteres adquiridos (teoría de Lamarck, pero que Darwin también
admitió) y los
seguidores de la teoría de Weisman, para los que esto era imposible. Paul
Kammerer, zoólogo
del Instituto de Investigaciones Biológicas de Viena, a partir de 1909 sostuvo
que había
3) Principio inflamable que
supuestamente contenían todas las sustancias combustibles.
realizado toda una
serie de experiencias que, según él, probaban la herencia de las caracteres adquiridos (34). La polémica
se centró, sobre todo, en sus experiencias con el sapo partero Alyfes obstetricans, animal esencialmente
terrestre. Se acopla en tierra y el macho no posee cepillo copulador, es decir,
callosidades en las manos y los antebrazos. Por el contrario, los machos de numerosas especies de ranas y
sapos que copulan en el agua, poseen estos cepillos copuladores. Según un razonamiento
estrechamente "utilitarista" que prevalecía en la época (y que rige todavía a menudo en nuestros
días), estos órganos permitirían al macho agarrarse fuertemente a la hembra durante la cópula.
Desde el punto de vista del utilitarismo, esto parecía ser enteramente una adaptación:
los anfibios acuáticos necesitan estos cepillos, ya que sin ellos resultaría difícil el abrazo
en el agua, donde el cuerpo de la hembra es resbaladizo. Y siguiendo con el mismo criterio, el
sapo partero que se empareja en tierra no precisaba estos cepillos porque la piel de la hembra
es lo suficientemente seca y áspera. A partir de 1909, Kammerer afirmó haber inducido a unos
sapos parteros a acoplarse en el agua; posteriormente, los machos así tratados adquirían
cepillos copuladores, y este carácter se transmitía hereditariamente, de modo que en la quinta
generación tratada de esta manera, todo los machos los poseían. El sapo de vida terrestre adquiría
estas estructuras anatómicas cuando era obligado a realizar su abrazo copulatorio en el agua, tarea
de por sí muy ardua y difícil, y las transmitía a su progenie. Por esto, los experimentos de
Kammerer eran una demostración perfecta de la herencia de caracteres adquiridos, pero casi
imposibles de reproducir.
A
partir de 1910 se entabló la controversia entre Kammerer y William Bateson, el genetista británico más
conocido en aquella poca y weissmaniano convencido. Después de varios episodios, Kammerer realizó,
en 1923, un viaje a Inglaterra para dar una serie de conferencias, y llevaba consigo un frasco en
el que había el último ejemplar conservado que le quedaba de los sapos
transformados. Pero los partidarios y adversarios de Kammerer no pudieron
ponerse de acuerdo
sobre lo que veían en el sapo. Por consiguiente, la visita de Kammerer a Gran
Bretaña acabó en
"tablas". El asunto volvió a la actualidad en 1926, cuando G.K.
Noble, conservador del Museo Americano de Historia Natural, visitó el Instituto de Investigación
Biológica de Viena, y le autorizaron a examinar el famoso sapo (en aquella ocasión Kammerer se
había ausentado del Instituto, y fue su director, Karl Przibram, quien recibió a Noble). En
su carta a Nature, del 7 de agosto de
pata y vio una
sustancia colorante negra extendida en gruesas capas que, sin posibilidad de
error identificó
como tinta china. De este modo habla sido falsificado el famoso sapo. En una
carta a Nature, que acompañaba a la de Noble, Karl Przibram reconocía
que el espécimen examinado actualmente no tenía ya callosidades ni espículas pero que
las había tenido anteriormente y que las numerosas dificultades para realizar demostraciones
por el mundo le debían de haber deteriorado y hecho perder sus espículas. En cuanto a la
tinta china, reconocía que alguien había debido inyectarla, probablemente para luchar artificialmente contra el
blanqueamiento progresivo generado por la
luz del día sobre la zona negra original de la mano. Según Przibram, el responsable no era el propio Kammerer, pues él
había permitido las investigaciones. Kammerer
se suicidó el 23 de septiembre de ese mismo año, y envió una carta a Przibram
en la cual juraba que no era el autor
del fraude. Por otro lado, no es absolutamente cierto que Kammerer se hubiera suicidado a causa de este
asunto. Según ciertos rumores, "pudo influir en la decisión fatal de poner fin a su vida el hecho
de que una artista vienesa, de la que estaba enamorado, no se decidió a seguirle a Moscú" (34) (el nuevo poder soviético había invitado a
Kammerer a establecerse en la URSS).
¿Quién
administró esta fraudulenta inyección de tinta china? Przibram sugirió, en un artículo necrológico, que en
1918 un colega, envidioso hasta extremos delirantes, había intentado refutar falsamente las
"cambios hereditarios" obtenidos en la salamandra (otra experiencia
de Kammerer), y
que después este hombre había pasado una temporada en un hospital psiquiátrico.
¿No habría
intentado el mismo "sabio loco" desacreditar a Kammerer realizando el
fraude? El escritor
Arthur Koestler, que en 1972 publicó un libro sobre este tema, sugiere que
también pudieron
haber habido razones políticas. Kammerer era conocido en Viena por sus ideas comunistas y el gobierno
soviético le había ofrecido continuar en la URSS sus investigaciones sobre la herencia de los
caracteres adquiridos. Koestler sugiere que, al producirse la ascensión del nazismo en la Universidad
de Viena en 1925-1926, tal vez un militante nazi quiso deshonrar al comunista Kammerer. De
todas formas, si se hubiera querido desacreditar mediante este procedimiento la tesis de la
herencia de los caracteres adquiridos, además de perverso, habría resultado perfectamente
inútil. Un descubrimiento realizado en 1924 anulaba toda conclusión sobre los Alytes
acuáticos de Kammerer: se había descubierto en la naturaleza un Alytes
terrestre que
presentaba cepillos copuladores. Por consiguiente, los sapos de Kammerer podían
tener perfectamente
cepillos copuladores, sin que su régimen acuático interviniera para nada en
ello.
Este trágico episodio señala
varias características del fraude científico (suponiendo que lo era y
no un error o un intento de desacreditación), las cuales parecen
repetirse en casos más
recientes:
primero el responsable era un individuo talentoso, bien informado y con una
sólida formación
académica; segundo, trabajaba en un instituto de reconocido prestigio; tercero,
publicó la mayor
parte de sus trabajos en revistas científicas de primer orden: cuarto, presentó
sus trabajos
ante auditorios del mejor nivel académico, y quinto, convenció, por un tiempo
al menos, a una
buena parte de la comunidad científica.
Los ratones teñidos de
Summerlin
El
apaño del sapo de Kammerer lleva ahora a otro caso de fraude más reciente, los ratones de Summerlin. En
1973, La Recherche (35) dio cuenta de los espectaculares resultados del inmunólogo norteamericano
W.T. Summerlin. Este investigador trabajaba en el instituto Sloan Kettering, uno de los
centros de investigación de más renombre mundial, bajo la dirección del no menos prestigiado
inmunólogo Robert A. Good.
Se
conoce de sobra el problema que plantean los injertos entre individuos no emparentados; si se inserta a
un sujeto, o receptor, un órgano o un tejido procedente de un donante no emparentado, las
defensas inmunitarias del receptor lo rechazan rápidamente. Para evitarlo, se suele administrar
al receptor un tratamiento inmunosupresor, que disminuye la reacción de rechazo, pero
también merma la resistencia del receptor a las infecciones y a los tumores.
Summerlin tuvo la idea de realizar un cultivo de órganos con fragmentos de piel
antes de injertarlos.
Daba la impresión de que los fragmentos así cultivados perderían su condición
de tejido
extraño: aparentemente no suscitaban ya reacción inmunitaria y parecía factible
el injerto definitivo
sin recurrir al tratamiento inmunosupresor. Mediante esta técnica, Summerlin
había obtenido
varios resultados supuestamente notables, especialmente injertos persistentes
de piel de ratones
blancos en ratones grises y, en el caso de la especie humana, de piel de mujer
blanca en un
hombre negro. Estos trabajos presentaban perspectivas muy prometedores para la
cirugía y el tratamiento
de quemaduras.
Lo
experimentos de Simmerlin impresionaron al propio Good y a inmunólogos de la
talla de
Medawar, Benacerraf y Kumbel; sin embargo, otros investigadores pronto empezaron
a tener dificultades
para reproducir sus resultados y a plantear dudas sobre la validez de sus
teorías.
Por
desgracia, la gran esperanza suscitada por estas investigaciones duró poco
tiempo. Summerlin
no consiguió reproducir su primeros resultados, lo cual los hizo sospechosos a
las ojos de la
comunidad científica. Exasperado, al tener que enfrentarse con una inminente comisión investigadora,
Summerlin debió querer, sin duda, salvar su prestigio. La noche del 27 de marzo
de 1974 procedió a maquillar los ratones, tiñendo con un marcador de fibra su
pelaje
para hacer creer
que los injertos habían arraigado. Pero aquella misma noche fue sorprendido
realizando su fraude, y, por ello, suspendido de su empleo. La expectación
científica, los rumores de un premio Nobel y el futuro promisoria para pacientes que requerían
trasplantes se desvanecieron
en un instante (36, 37).
Summerlin
era un brillante investigador en el área de la inmunología dermatológica, que llegó a ser conocido como el
"muchacho de oro de la dermatología". Trabajaba tanto, que frecuentemente dormía en su
laboratorio y empezaba sus labores a las cuatro de la madrugada; daba, además, la apariencia de
ser un científico compulsivo, que en forma genuina había dedicado su vida entera a la
investigación. Estuvo en los mejores laboratorios y obtuvo el asesoramiento, la crítica y
la colaboración de los hombres más prominentes de su campo; sus artículos se
publicaron en las revistas científicas de mayor trascendencia (37). Sus
acciones no pueden
explicarse por ignorancia o por ingenuidad; por el contrario, son el resultado
de un ingenioso
pero malévolo plan para obtener notoriedad y prestigio.
En un
artículo crítico muy interesante (38), el profesor Prunieras, que había
intentado reproducir por su cuenta los resultados de Summerlin en ratones, hace
un balance de este caso. Llama la atención sobre el hecho de que el crédito otorgado a los
extraordinarios resultados de Summerlin procedía de la conjunción de dos factores: los
resultadas científicos, que parecían convincentes, y la garantía de eminentes especialistas
internacionales, tales como el profesor Robert Good. Si los resultados científicos se han
revelado, finalmente, como inexactos - no existe injerto de piel persistente- diversas
circunstancias pudieron hacer creer momentáneamente en un éxito, y especialmente
la persistencia - nunca explicada- de regiones de pelo blanco en el lugar de la
cicatriz de los injertos en el receptor; tales regiones de pelo blanco podían
mover a pensar, a
priori, en la permanencia de la piel del donante. Finalmente, el gesto de
Summerlin quizás
fue la acción desesperada de un investigador que creyó encontrar un resultado
importante, que
obtuvo unas conclusiones demasiado aprisa y que no supo resistir las exigencias
de la comunidad
científica que le pedía cuentas.
Interesa
señalar que recientemente varios grupos de inmunólogos (por ejemplo, el de Kevin Lafferty, en Australia,
o la unidad de trasplantes del Hospital Hammersmith, de Londres) realizaron experiencias
similares a las de Summerlin, en las cuales parecen haber tenido éxito. Así, pues, es una pena que el
fraude de Summerlin desacreditara durante varios años este tipo de trabajos, que merecían ser
efectuados mucho antes.
El caso de von Darsee
El
episodio de Summerlin no es, por desgracia, un caso aislado de fraude. John R.
von Darsee, un
brillante investigador de Harvard que a los 33 años contaba con cerca de 100 publicaciones, incurrió en el
mismo error. Se asoció con Braunwald, uno de los cardiólogos más prestigiados de la
Universidad de Harvard y colaboró con un capítulo de su Opus magnum: "Hart Disease: A Text
Book of Cardiovascular Medicine", publicada en 1980 en dos tomos de 2000 páginas cada uno. Su
trabajo estaba orientado al estudio de ciertos medicamentos y procedimientos que permitían
una dramática recuperación después de un infarto de miocardio. Su labor era ardua y eficaz,
sus datos limpios y consistentes, pero llegó el día en que aparecieron las sospechas. Algunos de sus
colegas dudaron que von Darsee pudiera llevar al cabo tantos experimentos y otros lo
vieron "fabricar" ciertos registros electrocardiográficos
cuando le solicitaron
sus datos experimentales para confirmar algunos manuscritos que estaban por enviarse a publicación. En
1981 se había establecido que el doctor von Darsee, en los informes de sus
investigaciones en Harvard y Emory, solía incluir afirmaciones y datos falsos
con la intención
de presentar resultados y conclusiones exitosas sobre investigaciones en las
que había fracasado.
Después de un complicado proceso de auditoría, el brillante joven de Harvard
confesó que había fabricado muchos de sus datos (39, 40).
Ninnemann y los fondos federales de investigación
El
inmunólogo John L. Ninnemann, Ph. D., cuando era profesor de la Universidad de Utah, fraguó datos
experimentales para obtener subsidios federales por 1,2 millones de dólares.
Este fraude puso en el tapete la discusión de si las universidades son víctimas
o coconspiradores de
tales personajes, ya que las universidades involucradas (la de Utah y la de
California) tuvieron que devolver el triple de lo defraudado por Ninnemann. Sin embargo, ambas
universidades avalaron
los pedidos de Ninnemann, pese a haber sido advertidas de problemas con su
trabajo. J.T. Condie, que fuera técnico jefe de laboratorio en el de Ninnemann
en el Departamento de Cirugía de la Universidad de Utah, donde realizaba investigaciones sobre
la causa de la supresión
del sistema inmunológico luego de quemaduras, en 1983 había encontrado discrepancias entre los
registros de laboratorio de la investigación y las informes de Ninnemann en
publicaciones y congresos. Cuando lo informó en el Departamento, se le dijo que
callara. Ninnemann
recibió una reprimenda de la universidad y se cambió a la de California en San Diego. Irónicamente, Ninnemann
fue periféricamente involucrado en otro sonado caso de fraude cuando era un investigador
joven: en 1974, era investigador en el Instituto de Investigaciones del
Cáncer Sloan-Kattering de Nueva York, donde William T. Summerlin coloreó
los parches negros
sobre ratones blancos con una lapicera de fibra, cuando fallaron sus
experimentos de supresión
del rechazo de injertos de piel. Ninnemann fue uno de las investigadores que no
pudo reproducir
los resultados que había informado Summerlin (41).
El hombre de
Piltdown4
A propósito del caso Kammerer, que quizás se
trataba de un asunto de rivalidades personales, se ha visto que el fraude puede tener por
objetivo desacreditar a un colega. Parece que el célebre caso del "cráneo de
Piltdown" pertenece a este tipo, si se han de creer las revelaciones hechas en 1978,
ante de morir, por el geólogo británico J.A. Dougias (42).
El 18 de diciembre de 1912 hubo una reunión en Burlington House,
Piccadilly, Londres, sede de la Geological
Society de Inglaterra. Dos hombres se dirigieron a la audiencia expectante: Charles Dawson, secretario de la
Sussex Archaeological Society, y Arthur Smith Woodward, geólogo del British Museum. Anunciaron haber encontrado el
cráneo humano más antiguo jamás
desenterrado en la isla. Ello halagaba la vanidad británica, fuertemente sacudida por el éxito de franceses y alemanes en
desenterrar fósiles antiquísimos. El eslabón perdido era inglés, y consecuentemente Inglaterra era la cuna de la
humanidad. El espécimen, llamado el
hombre de Piltdown, ocupó un lugar de honor en los catálogos de fósiles por cuarenta años (43).
El cráneo de Piltdown, fue considerado el famoso
"eslabón perdido” entre el mono y el hombre, previsto por la teoría de la evolución: el
cráneo de este fósil se caracterizaba como perfectamente humano, mientras que la mandíbula
parecía (¡y con motivo!) la de un chimpancé. En 1953, el British Museum tuvo que reconocer
oficialmente que el "hombre de Piltdown" era una falsificación: se
había combinado un cráneo de hombre moderno con una mandíbula de orangután y el conjunto había sido
cuidadosamente amañado para dar la impresión
de "antiguo".
En 1953 se descubrió el engaño, que había resistido por cuarenta años a
las investigaciones
de los mejores especialistas del mundo. Fue planeado y ejecutado en algún momento entre 1907 y 1911. La
falsa calavera de homínido fue fabricada con el cráneo de un hombre moderno que fue
engrosado por una enfermedad sufrida durante su vida, dándole un aspecto primitivo, y media
mandíbula inferior de un orangután, de la cual fueron removidas
4) Localidad de
Gran Bretaña en el condado de Sussex Oriental, situada al NO de Uckfield. En
sus inmediaciones fueron descubiertas en 1912 unas osamentas, conocidas con
el nombre de “hombre de Piltdown o Eoanthropus Dawsoni”.
partes que podían
descubrir su procedencia, y cuyos dientes habían sido limados para parecer dientes humanos, y un canino
alterado suelto. Al mismo tiempo se plantaron en el lugar artefactos antiguos y huesos
de mamíferos extintos. En total, se colocaron 37 piezas de hueso y piedra, cada
uno cuidadosamente elegido para un determinado propósito, cada uno alterado y
teñido hasta alcanzar la coloración de la grava donde se los encontró. Lo que
es más, otros diez
fragmentos de huesos humanos y animales fueron preparados y plantados en dos
lugares diferentes
de la zona de Piltdown. Desde
En 1972 aparecieron dos libros
sobre este tema: en uno de ellos se acusaba al anatomista australiano G.E. Smith, de haber querido
ridiculizar al eminente paleontólogo Arthur Smith Woodward, conservador del British Museum y
principal "defensor " del cráneo de Piltdown, con el fin de apropiarse de su cargo.
En otro libro, publicado también en 1972, se inculpaba a otro conservador, el del museo de
Hastings, de haber querido vengarse por una promesa incumplida efectuada por Charles Dawson,
autor del descubrimiento del cráneo de Piltdown. Se sugirió que el autor del fraude podría haber
sido Teilhard de Chardin. Según las revelaciones de Douglas, el autor no sería otro que su
antecesor en la cátedra de geología de Oxford, William Sollas. El objetivo habría sido ridiculizar
a su colega Woodward, por envidia profesional.
Otras hipótesis sugerían que el autor del fraude había podido ser el propio
Dawson, (conocido ya como simulador), que conocía perfectamente el terreno,
tuvo la oportunidad de plantar los falsos
fósiles y estaba desesperado por fama y reconocimiento por la comunidad
científica, y quería ser miembro de la Royal Society. Fue nominado varias veces desde 1913, pero siempre sin éxito, hasta
que falleció en 1916. Pero él no tenía acceso a las 47 piezas plantadas en los
tres sitios de Piltdown, ni tenía suficiente conocimiento de las varias
disciplinas científicas necesarias para producir un fraude tan exitoso.
Necesitaba al
menos un cómplice.
Un científico con la preparación necesaria y el acceso al material necesario para la farsa:
cráneos humanos, restos de mamíferos extintos, una mandíbula de mono, y antiguas herramientas
de piedra. El historiador Ian Langham de la Universidad de Sydney concluyó en 1984 que
fue Arthur Keith. Este no había sido sospechado antes, por haber cubierto cuidadosamente
sus huellas. Por ejemplo, simuló estar enfermo en la época de los
descubrimientos. Sin embargo, el análisis de su diario, publicaciones y cartas
dan indicios de
que mentía, y que intentó cubrirse en su diario. Sabiendo que el cráneo era patológicamente engrosado, fue
fácilmente rastreado hasta el Royal College, donde Keith trabajaba, y que tiene
la mayor colección de esqueletos patológicos del Reino Unido.
Ya
antes de la conclusión de su culpabilidad, Keith había sido acusado por colegas
de publicar
información falsa. Por ejemplo, en 1914, E. Smith escribió de él que tenía la tendencia de “publicar
basura que él sabe que es falsa”. Tobias da algunos ejemplos más de esta opinión de los colegas
de Keith.
Parece
que Keith tenía dos motivos para el fraude. Uno era el establecimiento de un concepto particular de la
evolución humana, el otro era simplemente el deseo de avanzar en la carrera y la ambición. Keith
creía que los ancestros humanos tenían cráneos esencialmente iguales a los
actuales, y que el espesor mayor no era importante. Habría plantado los falsos fósiles para probar su teoría, al ver que las
excavaciones en serio no daban muestras de antiguos
cráneos de la forma “correcta” según él. El otro motivo surge de que de toda la
gente involucrada en el affaire,
Keith fue el que más se benefició en su carrera. Desde el comienzo, Keith aplaudió el “descubrimiento” con gran
entusiasmo, llamando al fósil “uno de los descubrimientos más notables del siglo XX”, uno, quizás no accidentalmente,
que verificaba toda su teoría acerca de los orígenes de la humanidad. En 1912,
Keith no era miembro de la Royal Society, y su candidatura fue rechazada dos
veces. Alcanzó el honor en 1913. En 1921, fue ennoblecido como Sir Arthur
Keith. Murió en 1955, escapando a su descrédito.
Gupta y los fósiles del Himalaya
A fines de la década de 1970
comenzaron a circular rumores acerca de la confiabilidad de los trabajos científicos
del geólogo indio Vishawa Jit Gupta, profesor de la Universidad del Punjab en Chandigarh, en la
India. Sus más de 400 artículos publicados en 25 años, dedicados a observaciones geológicas sobre el Himalaya y el
descubrimiento de fósiles nuevos no habían
podido ser confirmados por nadie. Muchos de los trabajos de Gupta habían
aparecido en revistas locales de
escasa repercusión, pero otros en revistas muy importantes como
Nature,
Géobios, Neues Jahrbuch für Geologie und Paläontologie, Paleontology, etc. Por esa época Gupta gozaba de mucha
consideración que le permitía ser invitado por sus colegas y recorrer el mundo, proponiendo
colaboraciones con paleontólogos que, ajenos a la geología del Himalaya, estudiaban de completa buena fe los
fósiles que les enviaba. En 1988 el paleontólogo
australiano John A. Talent, apoyado por otros colegas australianos e indios, denunció por escrito (44) un número impresionante
de anomalías en las publicaciones de Gupta:
localidades inexistentes o inhallables, asociaciones imposibles de fósiles, descubrimiento en los Himalayas de fósiles endémicos
en regiones muy alejadas de la India, “reciclado” de fósiles (el mismo
espécimen fue descrito, con diez años de separación, como proveniente de
Ladakh y de Spiti). Luego de esta publicación se desató la tormenta. La mayoría de los 118 desgraciados coautores de
Gupta cayeron bajo sospechas. El examen de la mayoría de los trabajos indicó nuevas anomalías: muchas fotografías de
“fósiles del Himalaya” publicadas por
Gupta eran en realidad reproducciones de libros antiguos sobre fósiles del Canadá o de Birmania, colocadas en
forma diferente para disimular su apariencia a primera vista. Se trataba quizás del más grande fraude de la historia
de la paleontología (45). Se desarrolló un acalorado debate en la Geological
Society of India y en Nature. Gupta se defendió diciendo que sus coautores lo hubieran denunciado o se
hubieran negado a firmar los trabajos
si hubieran tenido dudas sobre sus especímenes. Pero la verdad es que muchos de
sus coautores ignoraban el origen de
los fósiles, otros no quisieron verse involucrados, pero algunos, cuando luego de una o dos publicaciones
comenzaron a sospechar algo raro, pusieron en guardia a sus colegas. Sólo cinco o seis paleontólogos se negaron a
participar como coautores de Gupta, luego de sospechar del origen de los
especímenes. En parte, esto se explica
porque en última instancia, para validar la existencia de fósiles en una
región, es necesario obtener hallazgos independientes, y Gupta decía hallarlos
en regiones de difícil acceso y en
algunos casos prohibidas para los extranjeros, de modo que los coautores no podían verificar por si mismos la
reproductibilidad de los datos paleontológicos (como por ejemplo el tipo de terreno en que fueron
hallados, que suele dejar una “firma” en los fósiles). Por otro lado, los coautores de Gupta eran
especialistas de grupos muy diferentes, diseminados por el mundo, que no tenían muchas posibilidades de
comunicarse entre si. Cuando éstos
tuvieron ocasión de encontrarse e intercambiar sus dudas, fue cuando estalló el
escándalo.
La Universidad del Punjab y el
servicio geológico de la India enviaron sendas expediciones al Himalaya para verificar los trabajos
de Gupta en 1990, confirmando las
sospechas de sus
fraudes. Investigaciones paralelas permitieron hallar el origen de muchos de
los fósiles descriptos por Gupta y sus infortunados colaboradores: China, EEUU,
Marruecos, entre
otros. Habían sido comprados a comerciantes en fósiles o recibidos de colegas extranjeros. A pesar de sus muchos contactos, Gupta
fue suspendido de su cargo en la Universidad
de Chandigarh en 1991.
Pero
la historia no termina aquí. Gupta fue reintegrado a sus cargos en la
Universidad de
Chandigarh (46), mientras que sus acusadores de la misma universidad, a los
cuales Gupta había
confiado el estudio de los fósiles de origen dudoso, han sido por su parte
conminados a demostrar
su buena fe. La universidad dijo que no podía suspender a uno de sus miembros hasta que la comisión de
investigación no haya dado un veredicto definitivo. En definitiva, es una muestra de la laxitud de
las universidades para sancionar a alguien que ostentó importantes cargos en ella, y
el deseo de no levantar olas y evitar los escándalos.
Las
razones de Gupta para montar este gigantesco fraude pueden haber sido simplemente la consideración
por el número de sus publicaciones y sus colaboradores muchas veces prestigiosos, de vez en
cuando las invitaciones a los congresos y los subsidios para investigaciones y para visitas
al extranjero, y un poder bastante grande en la comunidad científica de la India.
Un alfabeto del neolítico
En un ámbito próximo al de la
prehistoria humana, el de la arqueología, se cita aquí, aunque sea tangencialmente,
el caso Glozel. En esta localidad auvernesa se encontraron, en 1924 y durante los años
siguientes, diversos objetos (horno, hachas de piedra pulida, ladrillos, guijarros grabados, arpones,
flechas, adornos), que se atribuyeron a la época neolítica (hacia el
Marx, Engels, la ciencia marxista y cómo hacer
decir a las referencias lo que uno quiere.
Los
cultores del marxismo sostienen que éste es una ciencia, una explicación de la conducta humana a lo largo de
la historia semejante a la teoría de la evolución de Darwin. El mismo Marx sostenía esta interpretación. Esto
plantea el estudio de en qué medida sus propuestas
fueron planteadas y contrastadas con la realidad siguiendo los métodos
científicos. Sin entrar a juzgar lo
cierto o no de sus propuestas filosóficas, el análisis desapasionado de su trabajo es bastante revelador: "Resulta
que a Marx no le interesaba investigar personalmente las condiciones de trabajo
en la industria ni aprender de trabajadores inteligentes que las habían experimentado... En todo lo esencial,
usando la dialéctica Hegeliana, había llegado a sus conclusiones sobre el destino de la humanidad a fines de la década
de 1840. Lo único que necesitaba
ahora era respaldar lo datos que apoyaran sus conclusiones... Y todo ese
material se encontraba en las bibliotecas" (47).
Marx
buscó exclusivamente los hechos que encajaban en sus teorías, como dice el filósofo Karl Jaspers: "El
estilo de los escritos de Marx no es el de un investigador...no cita ejemplos ni presenta hechos
que contradigan su propia teoría, sino sólo aquéllos que indiscutiblemente dan
fundamento o confirman lo que él considera la verdad última. El enfoque es, en realidad, una
justificación, no una investigación, pero es la justificación de algo presentado como la verdad
indiscutible, con la convicción no ya de un científico, sino la de un creyente” (48).
La
parte más medular de "El Capital", el capítulo octavo,
referido a "La jornada de trabajo", está basada exclusivamente en una
publicación de Engels, "Condiciones de la clase trabajadora en Inglaterra" que ya tenía 20 años
de antigüedad cuando la utilizó Marx, y que no es en absoluto un trabajo científico, sino una diatriba de barricada
escrita con fines políticos. El análisis
efectuado sobre este libro por dos minuciosos eruditos en 1958, estudiando sus fuentes y citas, declara que
muchas de ellas estaban hasta cuarenta años atrasadas, pese a lo cual Engels las presentó como contemporáneas, y no
presentó otras que invalidaban sus
tesis. "La confrontación cuidadosa de las citas que hace Engels de sus
fuentes secundarias, muestra
que éstas a menudo están truncadas, mutiladas o deformadas, pero sin excepción puestas entre comillas como si fueran
una transcripción literal. A todo lo largo de la edición del libro hecha por
Henderson y Calloner (los dos eruditos), las notas de pié de página conforman un catálogo de la deformaciones y
falsedades de Engels (47).
"... Marx usó
5) Emisión de radiaciones
luminosas por determinadas sustancias, como consecuencia de un aumento de su
las fuentes escritas directas y secundarias con la misma actitud de
grosero descuido, deformación tendenciosa y deshonestidad lisa y llana que caracterizaba la
obra de Engels (49)”. "Lo cierto es
que a menudo colaboraron en el engaño, aunque de los dos, Marx era el falsificador más audaz" (47).
Dos investigadores de Cambridge estudiaron la obra
de Marx ya en la década de 1880. Verificando sus citas sobre los Libros Azules del gobierno
británico, se vieron sorprendidos por el gran número de discrepancias, por lo que se
decidieran a estudiar "la magnitud y la importancia de los errores
tan claramente existente ”(49). Descubrieron que las diferencias entre los Libros Azules y las
citas de Marx no eran simple inexactitud, sino que "mostraban señales
de una influencia distorsionante... Las citas habían sido convenientemente
abreviadas por medio de la omisión de pasajes que bien podrían oponerse a las
conclusiones a las que Marx trataba de llegar." Otro tipo de maniobra "consiste
en organizar citas ficticias a partir de enunciados aislados pertenecientes a diferentes
partes del informe. Luego estas son impuestas al lector, entre comillas como teniendo todo el
peso de citas tomadas textualmente de los mismos Libros Azules."("método de la
máquina de coser") "Usa los Libros Azules con una temeridad pasmosa.. .para
probar precisamente lo contrario de lo que éstos en realidad comprueban". Su conclusión es que la
evidencia "podría no ser suficiente para respaldar una acusación de falseamiento
deliberado" (aunque el análisis realizado sobre su obra en épocas posteriores si lo es) pero no
permitía dudar que mostraban "una desaprensión casi criminal en el uso de las fuentes" y justificaban poner
cualquier "parte de la obra de Marx bajo sospecha "(50), una forma muy victoriana de decir lo que actualmente se entiende por
inconducta científica.
La conclusión de este y los otros análisis serios
de la obra de Marx hace que deba considerarse
con gran escepticismo todas sus afirmaciones basadas en factores fácticos, porque no se puede confiar en su objetividad.
Por otro lado, tratándose de un supuesto enfoque que
totaliza la actividad humana, "El Capital" no tiene un argumento central que funcione como
principio organizador. No tiene ningún esquema lógico, ninguna estructuración, sino que es
un conglomerado de trabajos independientes agrupados arbitrariamente, de modo que no
sigue las reglas que usualmente se emplean para la presentación de trabajos científicos.
En resumen, los
trabajos de Marx y Engels, que supuestamente son "científicos",
serían actualmente descalificados por cualquier tribunal de ética científica
independiente:
temperatura.
carecen de base
experimental (Marx jamás se preocupó de investigar de primera mano los temas sobre los cuales
hablaba), su base bibliográfica está tergiversada intencionalmente para probar ideas preconcebidas, y
el informe en si carece de organización lógicamente estructurada. Realmente,
calificar de "científico" al marxismo es un absurdo.
Marx
y Engels violaron uno de los postulados del método científico, formulado por
Sir Arthur Conan
Doyle a través de su personaje Sherlock Holmes: "Uno no debe
formular teorías hasta
que tenga datos suficientes. Insensiblemente se comienza a modificar los datos para ajustarlos a la teorías, en vez de las
teorías para ajustarlas a las datos.".
Pero
no se piense que solamente Marx incurrió en esta falta. Un caso más actual es
el de ciertos
psicólogos hereditaristas, es decir, los que sostienen que muchas
características tales
como la inteligencia son hereditarias. El problema no es solo científico. Hay
detrás consecuencias
políticas, sociales y económicas, incluyendo racismo pseudocientífico. Consciente o inconscientemente, tienden a eliminar
las evidencias que se oponen a sus concepciones.
Por ejemplo, a principios del siglo XIX se descubrió que la pelagra, una enfermedad
típica de gente pobre, es debida a una carencia vitamínica. Pero un estudio posterior en diez años “probaba” que esta
enfermedad era de origen genético. Para el eugenista Charles Davenport, principal autor de este estudio, los
pobres estaban enfermos a causa de sus genes y no a causa de una deficiencia
alimenticia. Entonces, era inútil establecer un salario mínimo para que pudieran alimentar correctamente.
Un
punto importante es que los errores cometidos por los hereditaristas no son
siempre producto
de la ignorancia. Un artículo del psicólogo Arthur Jensen en la Harvard
Educational Review, titulado “¿Cuánto podemos esperar mejorar el CI y la
falla escolar?” (1969) estaba destinado a explicar el “fracaso de los programas de
educación destinados a los negros” a partir de que la inteligencia era determinada en un 80%
por la herencia, y que los negros eran sistemáticamente
menos inteligentes que los blancos. Muchos científicos refutaron ese artículo, lleno de errores tanto teóricos como de
procedimiento. Pero, además, unos años después,
un estudio demostró que las 159 referencias del artículo sobre las que se
apoyaba la demostración habían sido
sistemáticamente tergiversadas. Jensen había hecho decir a los autores de esas referencias la inversa de lo que
habían dicho realmente. En el libro “El CI en la meritocracia” de Herrnstein, publicado en 1973, se cometieron los mismos fraudes, y
el procedimiento se usó nuevamente
en el famoso libro “The Bell Curve: Inteligence and Class Structure in American Life” de Richard J. Herrnstein y Charles Murray, donde
se “prueba” que hay una diferencia
significativa en la distribución de la inteligencia de negros y blancos
(Obviamente, a
favor de los blancos). Según Jerry Hirsch (13), el procedimiento de hacer decir a los autores citados
lo contrario de lo que realmente dicen, se ha vuelto una costumbre en la disciplina.
Para
completar el desaguisado, el 15 de diciembre de 1994, el Wall Street Journal
publicó un manifiesto titulado “Mainstream Science and Intelligence” (el
punto de vista mayoritario
de los científicos sobre la inteligencia), y firmado por 49 norteamericanos y
tres ingleses,
entre ellos numerosos profesores universitarios, presentados como “expertos en inteligencia y temas conexos”.
Lo esencial de su mensaje se articula alrededor de dos suposiciones: 1) Los genes
representan un papel mucho mayor que el medio en el nivel intelectual, medido por los
tests de cociente de inteligencia (CI); 2) esos genes podrían ser responsables de las
diferencias de CI entre negros y blancos.
Según
esos autores, este manifiesto está destinado a corregir algunos de los errores cometidos por aquéllos que,
en los medios de comunicación o las publicaciones científicas, criticaron el trabajo de los
norteamericanos Richard J. Herrnstein, profesor de psicología en Harvard y Charles Murray,
doctor en ciencias políticas, “The Bell Curve: Intelligence and Class Structure in American
Life”. Este
libro se transformó en un best-seller y ataca un problema muy sensible en los EEUU, las diferencias
entre negros y blancos en los temas de la inteligencia y de la criminalidad. El menor CI de
los negros sería el origen de sus menores éxitos en la escala social y de su tasa de
criminalidad mayor, Y el menor CI tendría una base genética. El manifiesto
pretende entonces, a través de las afirmaciones garantizadas por cincuenta y dos notables,
regular uno de los puntos más calientes de la intersección entre las ciencias
sociales y biológicas, y cerrar el debate con un argumento de autoridad (lo que
es totalmente
acientífico). Como bien dicen Pierre Roubertoux y Michèle Carlier (51) “Uno
se complace
en pensar lo que hubiera sido un tal manifiesto, a mediados del siglo XVII, si
se hubieran
seleccionado cincuenta y dos sabios para votar a favor o en contra del descubrimiento de la
circulación sanguínea por William Harvey. ¿De qué se mofa uno? Es suficiente frecuentar los
congresos de genética y de psicología, o leer un poco de la literatura consagrada al tema, para saber
que uno habría encontrado, al menos tantos eminentes `profesores expertos’ para
defender la tesis contraria, o afirmar más seguramente que este punto de vista
es científicamente indemostrable.”
Las hadas de Cottingley
Si Sir
Arthur Conan Doyle6
hubiera tenido algo de la perspicacia de Sherlock Holmes, el famoso detective
de sus novelas, quizá no habría caído en una ingeniosa trampa perpetrada por dos jovencitas. Pero
Doyle, quien creía fervientemente en las cosas sobrenaturales, recibió con entusiasmo la información
de que en la aldea inglesa de Cottingley se habían descubierto y fotografiado
"hadas". En consecuencia, las hadas atrajeron la atención de todo el
país.
Elsie
Wright y su prima Frances Griffiths, de 16 y 10 años respectivamente, tomaron las fotografías en 1917. En
ellas, las niñas aparecían a la orilla de un arroyo rodeadas de seres alados y gnomos que danzaban
y tocaban flautas. Varios expertos analizaron las fotografías y declararon que no eran
resultado de superposiciones ni retoques. Y estaban en lo correcto: el engaño se había conseguido de
una manera mucho más sencilla. A principios de los años 1980, Elsie y Frances, que
entonces ya eran ancianas, confesaron que, al tomar las fotografías, para representar a las hadas
habían utilizado figuras de papel sostenidas con alfileres de sombrero. Esto muestra que aún
los científicos pueden ser engañados, especialmente si no realizan los
experimentos por si mismos (31).
Cavernícolas del siglo XX
En
1971, Manuel Elizalde, director de la oficina filipina encargada de las
minorías, anunció que se había descubierto en la selva una tribu de la Edad de
Piedra, que nunca había tenido contacto con la civilización moderna. Los Tasaday, como se les
llamó, usaban taparrabos
de hojas de orquídea y vivían en cuevas; comían larvas, peces, y frutas y
verduras silvestres.
No cultivaban la tierra ni medían el tiempo. No usaban armas y carecían de una palabra para designar la
guerra.
La noticia entusiasmó a
científicos y periodistas. Se construyó una plataforma en la selva para que aterrizaran
los helicópteros que llevaban observadores. Los hombres de las cavernas eran el foco de
interés de los medios informativos. La revista National Geographic dedicó una portada a los Tasaday, y la cadena
televisiva NBC ofreció 50.000 dólares a Elizalde para que le permitiera hacer
un documental de la tribu. El entonces presidente filipino, Ferdinando Marcos, declaró la zona de los Tasaday reserva
nacional. Pero en 1986, tras la caída de Marcos, un periodista suizo visitó la
misteriosa tribu y se quedó atónito al ver
6) Doyle, sir
Arthur Conan (Edimburgo, 1 859-Crowborough, 1930) Novelista británico. Creó el
personaje de Sherlock
Holmes, detective de ficción que alcanzó fama mundial con los libros Las
aventuras de Sherlock Holmes (1892), Las
memorias de Sherlock Holmes (1894), El perro de los Baskerville (1902) y El
regreso de Sherlock Holmes (1905).
Produjo un tipo de novela detectivesca basado en la ciencia de la deducción y
en la eliminación de cualquier
posibilidad de azar.
que vivían en
chozas y usaban camisetas y pantalones cortos. Según él, le dijeron que
Elizalde los
había aleccionado para que se hicieran pasar por cavernícolas. Hoy la mayoría
de los antropólogos
admiten que todo fue una farsa, quizá urdida por Elizalde. Algunos creen que fue una treta para explotar
los recursos naturales de la región (31).
Un caso argentino: la crotoxina
Un
caso argentino merece, por sus detalles, ser analizado concienzudamente: el de
la crotoxina.
El 8
de julio de 1986, toma estado público en la Argentina un caso que tiene muchos de los ingredientes más sórdidos
de la inconducta científica. Los médicos Luis A. Costa, Carlos Coni Molina y
Guillermo Hernández Plata se entrevistan con el Dr. Héctor Ciapuscio, secretario técnico del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), para expresarle su
preocupación por la suspensión de un medicamento oncológico, dispuesta por el director del Instituto
de Neurobiología (IDNEU). En el mismo acto le entregan una monografía firmada por los tres antes
mencionados y el Dr. Juan Carlos Vidal, sobre el cual volveremos. Ese mismo día, el resto
del país se enteró del asunto mediante un tumulto creado por pacientes y familiares,
reclamando la continuación de la entrega de la "droga milagrosa", y una
conferencia de prensa de los supuestos "científicos".
La
gran carga emocional que tiene este asunto, debido especialmente a que los enfermos terminales y sus
familiares se aferran desesperadamente a cualquier posibilidad de salvación, enturbió desde el comienzo toda la
discusión. Sin entrar a analizar la posible utilidad
de la crotoxina, una solución de veneno de cobra (crotoxina A) y de cascabel (crotoxina B) contaminada con restos de otros
componentes del veneno, -que por otra parte fue descalificada por una comisión de oncólogos7, que
encontraron más bien pruebas de efectos
perniciosos- aquí nos interesan los diversos aspectos de inconducta científica involucrados.
El CONICET, el 25 de julio
instruyó "sumario administrativo a efectos de deslindar responsabilidades respecto de
la entrega del denominado complejo crotoxina A y B para su aplicación en enfermos de
cáncer y a la interrupción de dicho suministro" en consideración de que "los doctores
Juan Carlos Vidal y Juan Tramezzani son miembros de la carrera de
7) Oncología.
Rama de la medicina que se dedica al estudio y tratamiento de los tumores. La
oncología es una especialidad en la que concurren diversas ramas de la medicina
y la biología, y su fin es el estudio etiológico, el diagnóstico
y la terapéutica de los tumores, en especial malignos. Así, son ciencias
necesarias en esta investigación la inmunología, la endocrinología y la
bioquímica.
investigador" del CONICET; "que
este organismo ha subsidiado y actualmente subsidia las investigaciones del doctor
Vídal "; "que el citado investigador no informó a este Consejo respecto a la posible
utilización de productos derivados de venenos de serpientes para el tratamiento del cáncer", entre otros
considerandos, por lo que el CONICET "se vio enfrentado a hechos
consumados".
Durante
la sustanciación del sumario, el doctor Vidal interpuso dos notas en las que expresaba consideraciones
sobre la materia investigada y presentaba su renuncia. Asimismo, al tiempo que
hacía abandono de sus tareas, formulaba apreciaciones que lo podían hacer pasible de una sanción
disciplinaria.
Realizado
el sumario administrativo, las conclusiones fueron elevadas a la Fiscalía Nacional de Investigaciones
Administrativas, en cuyo dictamen el sumariante sostiene que "se encuentra probado que el
doctor Juan Carlos Vidal elaboró y suministró a seres humanos el complejo referido desde 1981
aproximadamente, y desde fines de 1985 lo entregó para su aplicación en seres humanos a
los doctores Luis Cota, Carlos Coni Molina y Guillermo Hernández Plata, médicos
ajenos al CONICET". "Para ello contó con la colaboración del Instituto de Neurobiología (IDNEU) y de su titular,
doctor Juan Tramezzani, utilizando bienes y
servicios del CONICET".
Del
mismo modo, sostiene la Fiscalía, "la interrupción del suministro,
lejos de fundarse
en razones científicas, clínicas o humanitarias, tuvo su origen en la falta de
acuerdo entre Tramezzani y los
facultativos citados, respecto a los porcentajes que a cada uno correspondería por el patentamiento y
comercialización del producto, sin participación del CONICET”.
Acto
seguido, en el dictamen se afirma que son tres las fases a analizar: (a) la monografía llamada "Crotoxina
A y B en el tratamiento del cáncer", (b) la producción del complejo en el IDNEU; (c) la
aplicación del mismo en seres humanos.
La
monografía reúne todos los antecedentes que fundamentaron la determinación de aplicar la crotoxina en seres
humanos. En ella se constataron falacias de gran importancia. "La cita de importantes
investigaciones y avances logrados en el tema por el doctor Mayer - dice el dictamen de la Fiscalía que
firma el fiscal Ricardo Molinas- elemento fundamental de la referida monografía, ha sido
desmentida enfáticamente por el propio Mayer, quien en carta al CONICET sostuvo que nunca
habla suministrado información o documentación al doctor Vidal". "Más
grave aún resulta la intencional utilización de micrografías tomadas de la obra
Venom Chemystry
and Molecular Biology de Anthony Tu, editada en 1977, en Estados
Unidos, las
cuales, colocadas en distinta posición, con texto alterado y sin cita de su antecedente, pretenden
estudios propios y serios sobre la cuestión". Además, las figuras en
cuestión ilustran efectos que no tienen nada que ver con la crotoxina.
Por
otro lado, las oncólogos que estudiaron la monografía dicen que "no se
muestran resultados
sobre el efecto del Complejo en líneas celulares de estirpe humana, ni tampoco evidencia experimental alguna
que avale la supuesta carencia de acción del Complejo sobre células
normales". Sobre la acción del complejo de crotoxina sobre tumores experimentales
in vivo, "los
resultados son insuficientes, ya que no detallan el origen de los animales portadores de los tumores
experimentales, el estadio evolutivo de los mismos, las dosis del complejo utilizadas ni el efecto sobre la masa
tumoral y/o el número de metástasis".
El ensayo clínico presenta "notorias
falencias en la presentación de los resultados obtenidos... es incompleto y por la escasez de la información
surgen dudas sobre la eficacia antitumoral del Complejo Crotoxina A y B"... "La composición declarada
del complejo es falsa"... "Fue imposible obtener información acerca de los datos clínicos de los 51
pacientes agrupados en el
"Ensayo clínico no controlado" mencionado en la monografía y que,
según los autores de la misma,
tuvieron una sobrevida del 100 % a los cuatro años con un 86,26% de remisiones objetivas. Ante la falta de documentación
probatoria, caben fundadas sospechas acerca de la veracidad de estas afirmaciones".
La
monografía contiene además documentos falsificados, información falsa (dice que
fueron tratados 700 pacientes, mientras que el registro oficial no excede los
150). En total se contabilizaron 63 falsedades en la monografía, por ejemplo, en las
páginas 18 y 19 se afirma que se estudió la distribución de la crotoxina B marcada inyectando a
ratas y no se encontró radioactividad en la vesícula biliar. Las ratas no tienen vesícula
biliar...
Con posterioridad al
descubrimiento de estas adulteraciones, el doctor Vidal ha pretendido sostener que no es autor de la
monografía, "circunstancia totalmente desvirtuada por las constancias de autos", para luego reflexionar el fiscal al respecto: "Pero,
si aún por un momento,
aceptamos que Vidal no fue autor de dicha monografía, resultaría que la misma
fue hecha por tres médicos clínicos sin antecedente alguno en materia de
investigaciones de tanta trascendencia como
la de autos; y esto solo habría bastado para decidir la aplicación en seres humanos". Como dato anecdótico, de los tres médicos
involucrados además del Dr. Vidal, sólo Coni Molina es oncólogo, y Hernández
Plata reprobó dos veces cuando aspiró al título de oncólogo.
Una conclusión del fiscal es que en la monografía se violaron derechos de
autor mediante
un plagio. Puede añadirse que es un muestrario de violaciones de la ética
científica: falsificación
de documentos, invención de información supuestamente experimental, ensayos en seres humanos basados
solamente en la presunción de la efectividad de la droga, violando protocolos estrictos sobre la
experimentación de nuevas drogas, violación de los derechos humanos de lo pacientes.
Ha
quedado probado que la producción de crotoxina en el IDNEU se llevó a cabo sin la comunicación pertinente al
CONICET y a las autoridades sanitarias del país. "Esta circunstancia -argumenta la Fiscalía-
además de configurar una grave falta administrativa por parte del doctor
Tramezzaní en su carácter de funcionario público,... constituye a juicio de este organismo los delitos
de abuso de autoridad y peculado de bienes y servicios."
En
cuanto a la aplicación a seres humanos, "...las conclusiones del
sumariante... demuestran en forma acabada las graves irregularidades cometidas
en este proceso de aplicación del complejo a seres humanos", dice el
doctor Ricardo Molina en su dictamen. Así, recuerda que el trámite para la autorización de la
utilización del complejo fue iniciado el 11 de julio de 1986, fecha posterior en 48 horas a
la conferencia de prensa que organizaran los médicos para dar a conocer el descubrimiento y sus
supuestas propiedades anticancerígenas (como consta en diarios del 9 de julio
de 1986 y días posteriores) y nunca concluida; "que ha sido reconocida, tanto por
los doctores Hernández Plata, Coni Molina y Costa, como por el doctor Vidal, la transgresión
legal referida", por lo que "las entregas y aplicaciones de crotoxina que realizaron deben reputarse ilegales,
tanto si ellas hubieran tenido fines terapéuticos,
como su hubiesen tenido propósitos experimentales", vulnerando varias leyes
nacionales. "...la falta de intervención de la autoridad de Salud
Pública no constituyó una infracción meramente formal de requisitos
burocráticos, sino que, por el contrario, fue la condición que permitió que se
llevaran adelante los experimentos, no obstante las graves irregularidades que
los viciaban". Concluye el fiscal que se encuentra acreditada la comisión "por
parte de los doctores Vidal, Coni Molina, Costa y Hernández Plata del delito
previsto en el artículo 201 del Código Penal que reprime a quien vendiere, pusiere en
venta, entregase o distribuyere medicamentos o mercadería, peligrosas para la salud,
disimulando su carácter nocivo, y la participación primaria del doctor Tramezzani en dicho
ilícito, por lo que corresponde formular la pertinente denuncia".
"Ello, sin perjuicio de la necesidad de profundizar el informe del cuerpo de oncólogos
oportunamente conformado, pues a estar de
sus conclusiones, el
fallecimiento de algunos de los pacientes inoculados con el complejo, tendría como causa directa
dicha sustancia"
En el
apartado tercero del dictamen de la Fiscalía -La tentativa de patentar el
producto y
comercialización- se sostiene que "resulta grotesco observar las
maniobras realizadas por unos y otros a fin de obtener un mayor porcentaje,
incluyendo actas ante escribano público, y que concluyeron, ante la falta de acuerdos, con el
corte abrupto del suministro de crotoxina por parte de Tramezzani a los doctores Coni Molina,
Costa y Hernández Plata, y la consiguiente denuncia de tal circunstancia por parte de
los tres últimos citados ante el CONICET". "Surge... la voluntad de los cinco
citados de defraudar al CONICET, haciéndole perder derechos que legalmente le
corresponden". "Tal circunstancia - concluye el fiscal -, no sólo constituye una grave
irregularidad... sino también configura... el delito de defraudación al fisco en
grado de tentativa".
El caso muestra un conjunto de
detalles de antología: fraude científico, chapucería en la investigación, delitos
comunes, soberbia y ambición descontrolada (52, 53).
Plagios
Otros
casos de menor repercusión en la ciencia pero no de menos trascendencia en el quehacer científico y en el
campo de la ética de la investigación han salido a la luz pública. Existe una forma de fraude que
consiste en apropiarse del trabajo de otros. El insuficiente o laxo reconocimiento del
origen o las fuentes de las ideas o los datos que se usan o publican, es una conducta reprobable cuya
forma mayor es el plagio. En el primer caso, se omite informar el
hecho de que
parte de lo que se dice es de otro autor, haciéndolo pasar como original para
resaltar la importancia propia, dentro de un trabajo más amplio en que se
incluyen partes realmente
originales. En el caso del plagio, la apropiación del trabajo de otro es total,
sustituyendo el
nombre del verdadero autor por el propio, a veces, haciendo modificaciones menores como para disimular
el hecho delictivo. Hasta un científico de primer nivel, como Johan Bernoulli, robó
ecuaciones desarrolladas por su hijo y las publicó con fecha cambiada, para que
pareciera que el plagiario era el verdadero autor.
Los plagios de Soman y Alsabti
El
plagio de Vijay Soman, investigador de Poona, India, con un puesto de profesor asociado en la Universidad de
Yale, ejemplifica el plagio científico en busca de notoriedad. El joven investigador, bajo la
dirección de Philip Felig, profesor de medicina de la Universidad
de Yale, fue
descubierto al retener y copiar parte de un manuscrito sobre anorexia nerviosa perteneciente a otra
investigadora. Como consecuencia de esto once manuscritos no pudieron difundirse en la literatura
científica (54, 55).
Elías
Alsabti, estudiante iraquí de medicina, logró colocarse en varios centros de investigaciones
estadounidenses mediante el burdo plagio de artículos publicados por otros autores en revistas de gran
calidad, que luego reprodujo en publicaciones europeas y japonesas, mediante el simple
cambio de algunos datos y su inclusión como autor principal (56). Así se fabricó un currículum impresionante
que le permitió ascender en la escala académica.
Ptolomeo y el sistema geocéntrico
Un
análisis retrospectivo indica que el fraude y a deshonestidad científicos no
son exclusivos
de nuestra época. Claudio Ptolomeo, uno de los científicos con mayor solidez en
la historia,
propuso un sistema geocéntrico que predecía la posición de los planetas. Aparentemente, sus
observaciones y cálculos los realizó él mismo durante las transparentes noches
en las costas de Egipto. Sus ideas prevalecieron durante casi 1500 años, hasta
que Copérnico
presentó el sistema heliocéntrico. No obstante, estudios recientes realizados
por astrónomos
competentes indican que el gran Ptolomeo no pudo haber hecho esos cálculos, y que probablemente los tomó de
otro astrónomo que le precedió, de nombre Hiparco, y que trabajaba en la isla de Rodas
(57). La diferencia de latitud entre Alejandría y Rodas, de cinco grados, dio la clave para
descubrir que las observaciones de que hablaba Ptolomeo corresponden a las que se obtienen
en la latitud de la isla griega y no en la de Alejandría. Además, Ptolomeo no usó los
datos plagiados en forma objetiva para elaborar una teoría, sino en forma parcial y
distorsionada para fundamentar su idea preconcebida de geocentrismo. Este "inocente"
error se repite con frecuencia en el quehacer científico de nuestros días bajo diferentes forma y matices.
Apropiación de publicaciones ajenas
Un
último ejemplo, algo espectacular, se refiere esta vez a una forma particular
de fraude, asimilable
al plagio: la apropiación de los escritos ajenos, aún no publicados en las revistas científicas, sino
sólo redactados en forma de informe para la petición de subsidios. Recientemente, el biólogo
E.F. Wheelock, de Filadelfia, ha contado en la revista The Lancet una sustracción de este tipo,
de la que fue víctima por parte de otro biólogo que había
trabajado en su
laboratorio (58). Wheelock escribió un informe sobre el "letargo y
despertar de
los tumores", destinado a los Servicios de Salud Pública estadounidenses, con el fin
de obtener crédito para proseguir su estudio. Cuál no sería su sorpresa al ver
aparecer, dos años más tarde, en revistas especializadas, dos artículos que trataban
exactamente sobre este tema y reproducían palabra por palabra gran parte de su informe,
firmados por su colega A.E.K. Alsabati, que había trabajado cerca de cinco meses en su laboratorio
durante la poca en que él redactó dicho informe.
En
física se conoce un caso análogo: un físico norteamericano se dio cuenta de que
uno de sus
artículos había sido copiado literalmente y publicado bajo otro nombre en Proceedings of The Japanee Physical
Society.
En
general, no es un secreto para nadie del mundo científico que ciertos
especialistas a quienes
la revistas envían los originales para su examen (los "consejeros
editoriales", "revisores" o "referees"), los utilizan abusivamente
para sus investigaciones personales, y retrasan dar la opinión que se les ha pedido con el fin de
que publiquen sus propios resultados antes que aquéllas en que se han inspirado o también para
hacer publicar primero los de sus amigos. Este es un fraude particularmente peligroso porque
todos estamos sujetos al peligro, cuando
enviamos trabajos a publicar o presentamos planes de investigación para pedir subsidios. Algunas de las prácticas adicionales
son reenviar al autor el artículo para correcciones
menores, o rechazar la publicación por razones que tienen poco que ver con el contenido del trabajo. Se han producido casos de
este tipo en el campo de la física de las altas energías. Es conocido el caso del director del Instituto de Investigaciones
Biológicas de La Jolla, en
California, que descubrió un gen implicado en el cáncer del colon, plagiado por
su competidor y revisor de su
artículo, Bert Vogelstein. Del mismo modo, los matemáticos actuales
relatan todavía la historia del célebre matemático Cauchy (1789-1857) que se "inspiraba" en los artículos que la
publicación Comptes Rendus de l'Acadmie de Sciences le enviaba para enjuiciarlos. En el caso de la
biología molecular, el riesgo es mayor aún. En general está ligada cada vez más con la industria. Muchas veces los
artículos son sometidos a revisores
asociados a industrias competitivas de la que emplea al autor. En los EE.UU.
hubo un escándalo precisamente porque
un consultor en esa situación robó las ideas del artículo que le fue dado a examinar
(59). Unos investigadores financiados por Cistron Biotechnology (de New Jersey, EE.UU.) enviaron a publicar una
secuencia de interleucina -1(IL-1) beta DNA a Nature, la cual envió el
artículo a revisar por un empleado y cofundador de Immunex, de Seattle, Steven Gillis. Éste recomendó rechazar el
artículo, y dio la secuencia a los
investigadores de
Cistron, empresa que la patentó. La patente contenía la secuencia del manuscrito de Cistron,
incluyendo siete errores idénticos en el código (60). Por eso, no resulta extraño el que diversas
revistas envíen a los especialistas a los que solicitan sus opiniones, notificaciones en que les
advierte contra una utilización personal de los resultados que pasan por sus manos y apelan a su
sentido ético.
Como
ejemplo del procedimiento, el investigador de la visión C. David Bridges,
profesor de la Purdue University, robó un trabajo que le fuera enviado para
revisar por la revista
Proceedings of the National Academy of Sciences en el verano de 1986
(61). El trabajo original
fue realizado por el profesor de la Harvard University Robert R. Rando y sus colaboradores Paul S. Bernstein
y Wing C. Law. El trabajo plagiado apareció en Science, 236, 1678 (1987), e informaba el
descubrimiento de una importante enzima en el ojo que isomeriza el retinol todo trans a 11
-trans-retinol, completando el ciclo visual cuando la luz incide en la retina. El panel investigador
del National Insitute of Health (NIH) dijo que “el abuso desenfrenado del sistema de
revisión por pares con la clara intención de ganar engrandecimiento personal
ataca los mismos cimientos de la empresa científica. En opinión de este panel, el robo
-plagio- es al menos una inconducta científica tan seria como la fabricación de datos
experimentales”.
Bridges
replicó que “hay gente que por razones personales está interesada en
destruir mi
carrera y mi investigación”, un recurso bastante usado por quienes son hallados
culpables de
inconducta.
El
asunto comenzó en julio de 1986, cuando J.E. Dowling, de la Universidad de Harvard, envió a Bridges un
manuscrito describiendo el trabajo de Rando. Este le había solicitado a Dowling
que lo enviara al Proceedings of the National Academy of Sciences. Bridges, que no estaba en su
universidad cuando llegó el trabajo a su oficina, volvió a fines de julio y devolvió el
manuscrito alegando que no podía ser referee, porque estaba trabajando en experimentos similares que
había comenzado en mayo. El trabajo de Rando, revisado por otros, fue aceptado por Proceedings
of the National Academy of Sciences y apareció publicado en abril de 1987.
Mientras, Brigdges envió su propio informe a Nature en noviembre de 1986, pero fue
rechazado. En enero de 1987, envió una versión revisada a Science, donde fue aceptado para
publicación en abril de 1987.
En el
ínterin, Rando se enteró de que Bridges trabajaba en el mismo tema, y se
arregló durante
el congreso de 1987 de la Asociación for Research in Vision & Ophtalmology
que Bridges hiciera referencia en su
trabajo al de Rando, dejando en claro la prioridad de éste.
Pero el trabajo
apareció sin esta aclaración. Lo que al comienzo fue una disputa por prioridad,
se transformó en
un rumor de plagio que se difundió en la comunidad de investigadores de la visión. Un técnico que
trabajó con Bridges, y coautor del trabajo de Science, Richard A.
Alvarez, dijo que en realidad el trabajo de Bridges sobre el tema no comenzó en
mayo de 1986,
sino en agosto del mismo año, luego de leer el manuscrito de Rando, y que éste
mentía cuando
dijo la fecha de comienzo de la investigación. El comité de investigación de la
NIH halló que “Bridges
alteró las fechas y algo del texto del verdadero registro... de los experimentos para sugerir
falsamente que su trabajo comenzó en mayo de 1986 y luego en julio de 1986 leyó...” el trabajo de Rando. El
estudio de los registros indicó que la investigación realizada por Bridges no podía haberlo
llevado a las conclusiones que publicó en Science sin la ayuda de la información privilegiada que
obtuvo como potencial revisor del trabajo
de Rando y col. Los registros de Alvarez habían desaparecido. Alvarez dijo que Bridges los había tomado, éste dijo que habían
sido robados, aunque a otras personas les dijo que los había tirado al cambiar de universidad. Bridges había presentado
registros computarizados, pero no
fueron tenidos en cuenta por la facilidad para alterar sus fechas. En cambio, como apoyo a la versión de Alvarez, se
averiguó que el laboratorio de Bridges no había recibido el retinol tritiado de
la actividad específica descrita en los protocolos de la supuesta investigación hasta agosto, de acuerdo
con los registros del proveedor, lo que fue la prueba contundente de las mentiras de Bridges.
Además,
revisando el trabajo de Science a la luz de estos hallazgos, se
encontraron “inconsistencias internas significativas, datos incompletos e
información equivocada”. Sin embargo, “aquéllas que pudieran haber sido notadas por los
revisores no eran suficientes para rechazar el trabajo”.
Un caso
particular de este tipo de fraude es la apropiación por los directores o investigadores principales de
los laureles de sus doctorandos, lo que parece ser, por ejemplo, de Konstantinos
Fostiropoulos, investigador en el Max Planck Institut en Jena, Alemania, quien participó en el
descubrimiento del “buckminsterfullereno”, una molécula de carbono en forma de pelota de fútbol, y
fue convenientemente “olvidado” al momento de patentar la técnica de fabricación. Algo
parecido ocurrió con el premio Nobel y astrónomo Anthony Hewish, quien se apropió del
descubrimiento de la evidencia experimental de la existencia de los pulsares,
que en realidad efectuó su doctoranda Jocelyn Bell.
Gallo y el virus del SIDA
Un
caso de plagio muy particular fue el affaire Gallo. Aquí no se robaron
los escritos de
un colega, sino un virus aislado por el mismo. En septiembre de 1983, Luc
Montagnier, director del Servicio de Oncología Viral del Instituto Pasteur de
París, envió al eminente investigador
de retrovirus norteamericano, Robert C. Gallo, autor de casi un millar de artículos científicos y detentador de los más
importantes premios en biotecnología, excepto el Nobel, una muestra de un retrovirus recién aislado y que llamó LAV.
Siete meses después, el científico
estadounidense anunció a la prensa que había identificado al virus causante del
SIDA, que llamó HLTV-III. Comunicó,
además, que pronto se comercializaría una prueba sanguínea a partir del virus recién descubierto.
Los
franceses sospecharon de inmediato que Gallo les había robado su virus, tesis
que cobró fuerza
en 1985, al demostrarse que el material hereditario del LAV y el HTLV-III eran idénticos en un 98,5%. El caso
no tardó en politizarse, y la Administración norteamericana realizó una serie de
maniobras para apoyar a su compatriota. En 1987 ambas partes llegaron a un acuerdo para que se efectuara
un reparto financiero en partes iguales de los ingresos procedentes de la patente, así como una
bonificación para Gallo y Montagnier. Cuando el litigio parecía estar resuelto, un periodista del
Chicago Tribune, John Crewdson, publicó un artículo demostrando que el virus de Gallo y del
francés era el mismo, y que “se trataba de un accidente o de un robo”. El gobierno estadounidense ya
no pudo apoyar a Gallo, y una investigación de la Office of Research Integrity del
Department of Health & Human Services concluyó que el investigador estrella
de los National Institutes of Health estadounidense Gallo era culpable de
inconducta científica,
mintiendo deliberadamente al autoproclamarse descubridor del virus del SIDA.
Gallo finalmente
reconoció el robo (62).
El "acomodamiento" de los datos
experimentales
Los
ejemplos que se acaban de citar son notables por su aspecto espectacular. No
son, finalmente,
tan numerosos si se considera el número de trabajos desde principios de siglo
XX, y el número
de científicos en ejercicio en el mundo (300.000 solo en Estados Unidos). Hay
que tener en cuenta que sólo se ha hablado aquí de fraudes reconocidos. Ha
habido, en un pasado
reciente, engaños no confesados pero conocidos por los investigadores (en
bioquímica, por
ejemplo, cristales de quimotripsina se presentaban como cristales de ARN de transferencia; ribosomas
pretendidamente deformables han desaparecido en un accidente de automóvil, etc.). Todavía hoy
hay trabajos más a menos fraudulentos que los investigadores
conocen pero no
pueden revelar por falta de pruebas suficientes. En efecto, la situación no es
tan sencilla, en el campo de las simulaciones científicas no hay solamente
falsificaciones espectaculares. Hay muchos otros casos en que los científicos
"hacen trampa". En la mayor parte de lo casos, estas "trampas" son tan
pequeñas que hasta se toleran en los laboratorios. Son formas más sutiles de
engaño en el quehacer científico, que no por ello son de menos trascendencia;
simplemente no son objeto de publicaciones espectaculares ni de la atención de la prensa no científica.
Estos son hechos que abundan en la literatura científica y a los que todo investigador que participa en un comité de
selección, en la labor editorial o en un congreso
de especialidad se enfrenta cotidianamente. El gran fraude se descubre pronto
(por lo general), mientras que el
pequeño puede pasar inadvertido. Por eso muchos autores piensan que resulta más peligroso el segundo que el
primero (3).
El
omitir citas bibliográficas de trabajos previos de otros autores se hace con frecuencia para resaltar el
mérito propio. Informar parcialmente de un método, sin dar los detalles técnicos adecuados
para que otros investigadores lo repitan, le da ventaja al autor para continuar publicando en forma
exclusiva sobre el mismo tema. La manipulación estadística mañosa de los datos puede
hacerse para destacar un fenómeno que de otra manera resultaría poco evidente. Eliminar los
experimentos negativos o dudosos es una forma astuta de presentar una investigación
como limpia e incuestionable. En la experimentación clínica, la distorsión de los expedientes
y las infracciones flagrantes a los códigos éticos permiten hacer investigaciones "muy originales".
Supóngase,
por ejemplo, que un investigador realiza cuatro veces una experiencia, lo que, dicho sea de paso, es un
número de repeticiones raramente alcanzado en muchas ramas de la investigación,
y que obtiene tres veces determinado resultado A y una sola vez otro resultado B; al tener que
presentar a las revistas científicas un trabajo irreprochable, muy a menudo mencionará las tres
experiencias, del tipo A (que "han funcionado") y guardará silencio acerca de la cuarta
de tipo B. Se trata de un falsedad menor, sin duda, pero de un fraude a pesar de todo. Como
ejemplos, Sir Isaac Newton “acomodó” los cálculos de la velocidad del sonido y de los
equinoccios para apoyar a su teoría de la gravitación, Kepler acomodó sus datos para que las
órbitas planetarias fueran elipses perfectas, y el premio Nobel Robert A. Millikan, medidor de
la carga eléctrica del electrón, ocultó datos que desmerecían el informe de su trabajo.
Rara
vez, las trampas menores perjudican el progreso de la investigación, pues -como
se puede
comprobar en el ejemplo reseñado más adelante- los resultados publicados,
incluso
si no son
estrictamente rigurosos, dan cuenta de la existencia de un fenómeno que el investigador ha observado. El
resultado del tipo A es un hecho bien observado, a pesar de que habría sido más honrado no
ocultar el resultado de tipo B. Por consiguiente, los engaños menores no paralizan la
marcha de la investigación. En algunos casos, incluso la estimulan. El ejemplo más célebre es, sin
duda, el del monje Gregor Mendel, cuyo trabajo sobre los guisantes sentaron las bases
de la genética, a finales del siglo XIX.
En
1936, el célebre estadístico y biólogo inglés R.A. Fisher demostró claramente
que Mendel no
había podido obtener las proporciones estadísticas que presentó para justificar
las leyes de la
herencia que llevan su nombre: sus resultados se ciñen demasiado a las
previsiones teóricas,
son demasiado exactos para ser ciertos (63). Fisher sugirió que algún ayudante,
que conocía
demasiado bien el resultado que esperaba el maestro, pudo haber realizado el
fraude. En 1965,
Alister Hardy, otro biólogo británico, apuntó, por su parte, que quizás fueran
los hortelanos
los responsables de esta excesiva perfección de los resultados: al saber que
Mendel esperaba determinada proporción
y, al ver que ésta se establecía ante su vista mientras contaban los guisantes, era muy tentador para ellos modificar algo el
recuento de las muestras en el sentido previsto, con el fin de ahorrarse
trabajo (64).
Volviendo
a las publicaciones de resultados que omiten ciertos datos desfavorables, es evidente que hay diferencias
entre este pasteleo de laboratorio y los fraudes escandalosos de Moewus o de Burt, pero, desde
nuestro punto de vista, sería erróneo creer que hay un vacío entre estos dos casos
extremos. Sin duda, existe un hilo de continuidad entre las trampas menores y las falsificaciones
más graves. En este hilo de unión, sería harto interesante saber cuál es el criterio utilizado
para que la práctica científica de un país o de una época "admita" determinada trampa. Sólo una
investigación detallada, inexistente hoy, de la práctica de la investigación en los
laboratorios posibilitaría responder con coherencia a esta importante cuestión epistemológica.
Por
último, la forma actual de publicación de los resultados científicos estimula
cierto fraude.
En el siglo pasado, los investigadores publicaban "memorias" en que
exponían sin artificios
la totalidad de sus resultados, incluidos los que parecían presentar problemas
o no cuadraban
con sus hipótesis. La investigación moderna nos ha acostumbrado a publicaciones
muy cortas, en
que todos los datos deben presentar entre sí gran coherencia y ajustarse a las conclusiones. Si un artículo, aunque sea
interesante, no se presenta en esta forma, tiene muchas probabilidades de que
las revistas internacionales importantes lo rechacen. En consecuencia, para hacer oír su voz, el
investigador tiende a ocultar aquéllos resultados que
no confirmen su
hipótesis. Para ello, el sistema de publicación evoluciona hacia un modo de proceder que no refleja la
objetividad que se espera de la investigación científica.
Considerando
la estructura de los artículos científicos tal como se publican actualmente, se concluye que en principio,
son un fraude. No lo son en los hechos descritos ni las conclusiones obtenidas, sino en lo que se
refiere a la historia natural de la investigación científica. Pocos investigadores están
dispuestos a aceptar que llegaron a un resultado por un accidente o por suerte (lo que se conoce como
“serendipicidad”), y buscarán post facto un razonamiento
lógico sobre la
base de indicios previos, que justifique por qué eligió determinado objeto de
estudio, a fin de
no desmerecer el mérito que les pudiera corresponder por sus hallazgos. Lo que
en realidad hace
un científico cuando investiga se parece muy poco a la versión que finalmente
se publica. Los
errores cometidos no se mencionan, ni se cuenta la historia real de cómo se ha desarrollado descrito. Por
otra parte, esto también es causado por la política editorial, que pide concisión y pruebas
contundentes. Sin embargo, esto no puede usarse para concluir, como algunos
irracionalistas modernos, que la ciencia está basada en falsedades. Simplemente
se elimina lo anecdótico y lo irrelevante para la ciencia. Que Fleming hubiera
descubierto la penicilina
por casualidad, al arruinársele algunos cultivos bacterianos, en lugar de
buscarla sistemáticamente,
no elimina su gloria como descubridor del primer antibiótico: la fortuna le sonrió por casualidad, pero
tuvo el genio de capturarla cuando pasaba.
Cómo “inflar” el currículum.
Una
forma de inconducta de efectos menos deletéreos para la ciencia, aunque no por eso deja de ser inconducta, es el “inflado”
artificial de los currícula mediante diversos procedimientos. Afecta
principalmente al juego limpio cuando se trata de establecer los méritos científicos.
Para
obtener el reconocimiento académico y el financiamiento adecuado es necesario
contar con una larga lista de investigaciones en forma de publicaciones. Es
común que en los países
desarrollados la posición de jefe de un instituto o de un laboratorio, o el de
profesor titular,
se obtengan con no menos de 200 artículos en revistas de reconocido prestigio.
Para publicarlos,
el investigador se ve obligado a recurrir a una serie de argucias no del todo honestas. Por ejemplo, es
frecuente que un trabajo se fragmente en una serie de artículos. Primero se publica un
resumen, que por lo general es parte de la presentación del trabajo en un congreso y está impreso en
las memorias de éste; eventualmente aparece coma parte de alguna revista de reconocido
prestigio. Más tarde, se envía un informe preliminar, enseguida
un manuscrito como
comunicación preliminar, luego una modificación del método, después un artículo más extenso en una
revista de calidad y, posteriormente, pueden hacerse revisiones bibliográficas o variaciones
del artículo original que se envían a revistas de segundo orden. Otra trampa es deslizar un
error en el artículo original, y luego publicar otra corrección en el año siguiente. En esta forma un
trabajo científico, que deberla ser objeto de una sola publicación completa, se puede
distribuir en varias que no tienen otro propósito que inflar el curriculum y como consecuencia
saturar la bibliografía científica mundial (65-67). Este fenómeno ha crecido lo
suficiente como para recibir un nombre: "redundancia de literatura" (67). Este proceso es ya tan conocido que en los
EEUU se lo conoce como técnica del "salame".
El asunto ha llegado a tal grado que ya se habla de la unidad mínima
publicable (umip). Esta "unidad", de reciente adquisición
en el sistema de medidas y unidades, es un índice preciso de las maniobras de un investigador para obtener fama,
posición y reconocimiento. La
división de un trabajo de investigación en x umips es la mejor forma de alimentar un curriculum (3).
La
proliferación de revistas científicas es en parte responsable de la duplicación
de trabajos. A principios del siglo XX el número de publicaciones científicas era
del orden de 7.000.
En la actualidad, pasan de 100.000, publicándose anualmente del orden de un
millón de artículos.
Esta inflación de informes va acompañada de un descenso de la calidad de los resultados publicados. Para
muchos científicos, la calidad de los trabajos, la originalidad y los aportes importantes han pasado
a segundo plano, interesando la cantidad. Hay que engordar el currículum con el mayor número
de artículos posible. Cuantos más tenga el investigador, sin importar su calidad, más
importante es. Es la papermanía. Este método competitivo generado en los Estados Unidos provoca
a veces presiones intolerables en los investigadores y en las instituciones.
El fenómeno se ha
desplazado a los países menos desarrollados, influidos por los malos ejemplos venidos del norte. J.F. Rodrigues
(68), por ejemplo, informa que un resumen presentado en el Congresso Brasileiro de Química en 1985 era exactamente
igual -en palabras, puntos y comas- a
la parte final de otro divulgado en el congreso de 1989. Para peor, la parte inicial no contenía información producida
por los autores: se trataba del mero relevamiento
bibliográfico que, por lo demás, ya había sido objeto de otra comunicación en
el mismo año. Lo más sorprendente es
que el grupo de investigadores responsable del fraude fue considerado calificado y recibió un subsidio para
el desarrollo de su proyecto en el período 1985-1989. Situaciones anómalas semejantes aparecieron en reuniones,
simposios y
encuentros
patrocinados por la Sociedade Brasileira de Química y otras sociedades
científicas. En
algunos casos, los datos y texto fueron modificados para disfrazar el hecho de
que ya habían
sido informados en otras reuniones científicas.
Otra
forma de inflar el currículum es, cuando los investigadores están en la etapa
de describir los
objetivos, envían un resumen a un congreso en que se establece una propuesta de
trabajo, en que no se describe ningún
experimento realmente ejecutado, ni información obtenida efectivamente. Al menos, queda la esperanza de que algún
resultado sea obtenido antes de la
realización del congreso...
Son
otras faltas generales presentar en congresos resultados demasiado preliminares
o enviar
comunicaciones a congresos sólo para que aparezcan en los resúmenes y no
concurrir a la
reunión.
Mucho
de esto es consecuencia de un modelo perverso en el cual la “competencia” de un científico se mide por el número de títulos
publicados o comunicados en reuniones científicas,
sin verificar si al menos son trabajos diferentes o “refritos” o “trabajos
reciclados” de trabajos o
comunicaciones anteriores, ni mucho menos determinar su calidad.
Publicar
varias veces el mismo trabajo con ligeras variantes en diversas revistas le da mayor resonancia a su
producción científica. Incluirse como autor en todos los trabajos del grupo de investigadores al
cual se dirige, aún sin haber tenido participación alguna, permite incrementar
al curriculum velozmente.
Elena Ceausescu: la fabricación de un currículum
(69)
Elena
Ceausescu, la esposa del ex-dictador rumano, tomó cursos en la década de 1950 en la Universidad
Muncireasca, una institución dedicada a trabajadores no educados que eran miembros del partido comunista
rumano. El profesor Nicolae Filipescu, de la George Washington University, dijo
de ella: "Nunca hizo ningún tipo de entrenamiento, no conocía más química entonces que un
alumno de escuela elemental de 5 año. Les dijo a los investigadores que cualquier cosa que publicaran
debía tener su nombre. Sus exámenes fueron
eventos teatrales en los que nadie le presentaba una pregunta científica. Era
una persona vil y demoníaca. Las
mentiras eran su forma de vida". Se graduó a los dos años de ingeniera química. Luego,
comenzó a trabajar para obtener una maestría. El profesor Dimitru Sandulescu fue encargado de su
examen y dos veces se negó a graduarla. La tercera vez, la presión política fue
demasiado fuerte y le dio el mínimo necesario para pasar. Entonces, Elena se registró como alumna
graduada en el Instituto Politénico y solicitó trabajar con el mejor
químico orgánico,
Constantin Nenitzenscu. Este la rechazó, y en consecuencia perdió sus subsidios y el acceso a la
literatura química.
Entonces,
Elena se registró con el profesor Christopher Simionescu, en ese entonces vicepresidente de la Academia
Rumana de Ciencias, y defendió su tesis en 1970. La defensa se efectuó en una habitación
cerrada, lo que es muy inusual en Rumania, puesto que, como en mucho países europeos y
americanos, la defensa de tesis doctorales es un asunto público de gran
importancia. Se dice que el profesor Simionescu no asistió alegando enfermedad.
El profesor
Nenitzenscu fue obligado a asistir como jurado. Su protesta pública al día
siguiente causó
su remoción como director del centro de investigaciones de química orgánica que
había fundado, y
murió al año siguiente.
Elena
Ceauscescu forzó entonces a los químicos que trabajaban en polímeros, especialmente al profesor
Simionescu, a tomarla como coautora de sus trabajos. Se propuso a sí misma a la Academia Rumana
de Ciencias y tomó a su cargo la dirección del Instituto de Investigaciones Químicas.
Muchos buenos científicos eran forzados a publicar sus trabajos bajo el nombre de miembros
del partido comunista o tomarlos como coautores, especialmente a Elena.
El
ex-jefe de seguridad de los Ceaucescu, Mihai Pacepa, que huyó a los EE.UU.,
dice en su libro "Horizonte
Rojo" que una de sus funciones era asegurar para Elena no solo pródigos regalos sino también membresías
honorarias en sociedades científicas. En el viaje de los Ceausescu a los EE.UU. en 1973, recibió tales
honores del American Institute of Chemists y la Illinois Academy of Sciences. En 1978, recibió una membresía
honoraria de la New York Academy of
Sciences. Una vez conocida la verdad, esas organizaciones revocaron los honores.
Este procedimiento era general. Colin Anderson, ex-rector del Politécnico de Londres Central, recordó que en 1978 su
universidad fue presionada para proporcionarle un grado honorario a Elena: "En nuestro caso
los rumanos deseaban comprar algunos jets comerciales británicos.
Por eso era importante complacer a los Ceausecu. El consejo académico del Instituto se opuso fuertemente
ello". El Museo Nacional de
Rumania tenía una sala especial para
exhibir los honores recibidos por Elena en el extranjero.
La
historia de cómo su hijo Nicu obtuvo su doctorado en física es igualmente escandalosa. Le quitó a la
fuerza a una estudiante llamada Oprolu su trabajo y lo presentó como propio, advirtiéndole que
debería silenciar el hecho.
Como
Elena no podía ser la mujer más admirada por su belleza en Rumania, quiso ser al menos la más leída. Una
vez que tomó el poder, trató de desembarazarse de las personas
competentes y talentosas que
podían hacerle sombra. Durante catorce años, ninguno de estos pudo obtener una
promoción en las instituciones de educación de alto nivel.
Este
es un ejemplo de cómo puede fabricarse un currículum si uno tiene el suficiente
poder, aunque en este caso no es necesario tener talento, sino sólo la
suficiente desfachatez y falta de escrúpulos, y el apoyo de un gobierno
despótico.
Sabotajes
Si
bien no se conocen oficialmente muchos casos, se han producido sabotajes en las
investigaciones.
El motivo puede ser el evitar que alguien obtenga la prioridad en un descubrimiento en el cual
también está trabajando el saboteador, envidia o intereses comerciales, entre otros. Muchas veces no salen a
la luz porque pasan desapercibidos, o porque
no se puede hallar al culpable, o porque quien los descubre quiere evitarse
problemas legales. El sabotaje de
experimentos entraría marginalmente en la inconducta científica, al menos como la hemos definido en este trabajo.
En
1986 se abrió una investigación en el programa estadounidense de investigación sobre SIDA, porque hubo
indicios de que las investigaciones fueron saboteadas y los resultados censurados. El
asunto fue revelado por el senador Lowel Weicker y presidente de un subcomité oficial
encargado de controlar las finanzas de los Centers for Disease Control (CDC) de Atlanta. El escándalo
más evidente parece ser el del investigador Bruce Voeller, que, desde 1984, había
sugerido a las autoridades científicas encargadas de la investigación del SIDA, James Curran y
Donald Francis, que ciertos espermicidas eran capaces de matar el virus del SIDA. Curran se
rehusó verificar esta hipótesis. Un poco después Voeller obtuvo apoyo de otros
investigadores de los Centers for Disease Control, tuvo éxito en probar su idea
y envió un artículo con Donald Francis como coautor. Pero Curran bloqueó la
publicación durante
varios meses. Apareció en The Lancet en diciembre de 1985. Según algunos
testimonios, la
investigación fue saboteada: se robaron cultivos y otros fueron contaminados deliberadamente. Una encuesta
del CDC dictaminó que no había pruebas del sabotaje, pero hay datos sospechosos
y ciertos críticos dijeron que se estaba tratando de tapar el escándalo (70).
Falsificación de apoyos en una disputa científica
Un caso particular de fraude
es la falsificación de apoyos en una disputa científica. Esto ocurrió en la famosa disputa
entre Newton y Leibnitz, acerca de la prioridad en el
descubrimiento
del cálculo diferencial e integral. Lo cierto es que Newton había llegado antes,
pero Leibnitz lo
publicó antes, y había llegado independientemente a la misma meta. Newton escribió numerosas cartas a
asociaciones científicas denostando de Leibnitz y acusándolo de plagio. Sólo que no las firmó
con su nombre, sino que las hizo pasar por escritas por otras personas.
No
fue el único caso. El zoólogo inglés Richard Owen era totalmente contrario a la
teoría de la evolución de Darwin, sobre todo porque Darwin postulaba la
existencia de cambios al azar, lo que ponía en entredicho la existencia de un
propósito en la existencia del Universo (es decir, estaba en contra de la
concepción religiosa del Universo). Escribió artículos anónimos sobre el tema citando y elogiando a su
propio trabajo con respeto y aprobación. Desde luego, las citas de expertos siempre hacen un
buen efecto. Pero el efecto es mucho mayor si uno se cita a sí mismo. Es un truco bastante sucio,
no es honrado aparentar que se está citando a expertos cuando en realidad se está citando a sí
mismo, ni aún cuando uno sea una autoridad reconocida en la materia. Para completar, Owen
también incitaba a los demagogos a provocar controversias antidarwinianas, consiguiendo
así que publicaran argumentos poco razonables o difamatorios que él mismo se habría
avergonzado de utilizar (12, pág. 310).
FRAUDE Y DESHONESTIDAD
Desde
el punto de vista científico, lo verdadero es solamente aquélla fracción de lo
que decimos que
corresponde a la realidad. El contenido de verdad de una proposición es precisamente el grado en que
coincide con los hechos. La resistencia a aceptar este concepto restringido de
la verdad proviene de las áreas del pensamiento humano que excluye, como son todas aquéllas cuyo contenido
no tiene contacto con la realidad de la naturaleza, como la filosofía, la religión, la
demagogia, la magia, las pseudociencias, la literatura fantástica y la poesía. Según algunos
filósofos, su disciplina ocupa un sitio intermedio entre la ciencia y la religión: la filosofía se refiere a cuestiones
sobre las cuales no ha sido posible obtener conocimientos
definitivos, como ocurre con la religión, pero se apoya en la razón en lugar de
la autoridad, como lo hace la
ciencia.
La
literatura moderna que se refiere a los actos fraudulentos en el quehacer
científico pretende
distinguir por la menos dos formas de engaño en la investigación. A una de
ellas se lo denomina fraude, y se lo
ejemplifica por medio de la falsificación deliberada de los experimentos y sus
resultados; a la otra, la deshonestidad intelectual, se la encuadra en un
nivel menor donde
se señalan faltas que simplemente no son tan serias como un engaño total (71).
Si bien hasta este momento
se han usado indistintamente los términos de fraude, engaño, timo, deshonestidad, inconducta, falseamiento, etc., ahora es el
momento de tomar una postura. Si la
ciencia busca conocer la verdad de los fenómenos naturales, mediante el método científico, cualquier acción deliberada del
científico que se oponga, falsee o distorsione
este claro objetivo unidireccional será anticientífica. Cualquier acción de esa
naturaleza que se ejecute para
engañar o sorprender a la comunidad científica es inmoral, ya que traiciona el propósito mismo de la ciencia y a
la sociedad que la apoya y que debe ser la beneficiaria de sus consecuencias.
Fraude
en castellano se define como engaño, inexactitud consciente o abuso de confianza, de lo que se deduce que cualquiera de
los hechos que se han analizado y los diversos
calificativos usados (para evitar redundancias), en verdad caen dentro del
nítido concepto de fraude.
Desde
el punto de vista de valores morales no puede hablarse de medias tintas; es imposible afirmar que alguien
es "medio" criminal, "medio" deshonesto, "medio"
ladrón o "medio" adúltero. Se es o no se es. El que engaña por
cualquier medio en la ciencia es un deshonesto que comete fraude; lo que varía
es la magnitud y la frecuencia del acto. Así, los grandes fraudes de Summerlin,
de Darseg, de Vidal, de Gupta y de Spector, como los relativamente menores de
Alsabti, caen dentro de la misma categoría moral. En consecuencia, aquéllos responsables de
"pequeñas deshonestidades" que no alcanzan el escándalo o la luz pública, ni rebasan siquiera
el ámbito de un comité científico local, son tan culpables como los grandes timadores de la
ciencia.
Como
los casos citados en este trabajo, existen múltiples ejemplos que sería tedioso
reseñar, pero que
indican que el fenómeno de la distorsión de la verdad por científicos de alta
calidad, no es rara. Todos poseen las características señaladas en el trágico
caso del profesor Kammerer, pero, además, se destaca en ellos un denominador
común, y es que el autor es, a diferencia
del biólogo vienés, por lo general un joven ambicioso anhelante de ocupar un puesto académico relevante o de obtener
reconocimientos públicos como el premio Nobel. Estos timadores de la investigación incluso fueron capaces de usar el
prestigio de una figura científica
prominente y el nombre de instituciones de gran solvencia para avalar sus
supuestos descubrimientos. Combinan
inteligencia, astucia, atrevimiento, con deshonestidad y cinismo.
¿Hay alguna disciplina particularmente vulnerable a
los fraudes?
Una
pregunta interesante es si los fraudes aparecen preferentemente en algún tipo
de disciplina o
están ampliamente repartidos en todas las ramas de la ciencia.
En el
dominio de la investigación biomédica, parece que los fraudes son bastante más comunes que en otras
disciplinas (70). Esto puede ser una consecuencia de los intereses económicos puestos en juego,
así como del hecho de que es difícil reproducir los resultados experimentales en
investigaciones de este tipo. Por ejemplo, Michael Briggs, profesor de biología humana en la Deakin
University de Victoria (Australia) fue acusado fines de 1986 de haber falsificado muchos
resultados concernientes a los efectos de pastillas anticonceptivas.
D.
Sharp (72) dice que es cierto que las ciencias biomédicas muestran más fraudes que, por ejemplo, las
ciencias físicas. Posiblemente se deba a que las ciencias físicas son más
exigentes desde el punto de vista de datos medidos y que los resultados están
menos sujetos a variaciones.
En otros términos, la capacidad de reproducir los resultados obtenidos por otro
constituye un
criterio absoluto en las ciencias físicas. En cambio, en las ciencias
biológicas, es mucho
más difícil usar la repetición como criterio de validez, lo que hace más
difícil diferenciar
un fraude de un error o un efecto debido a condicionantes aún desconocidos.
¿Cuán frecuente es el fraude científico?
No
cabe duda que la publicidad de los grandes escándalos científicos en nuestros
días ha puesto en
alerta a la comunidad científica y a los organismos encargados de distribuir
los fondos para
la investigación. Cabe preguntarse ahora acerca de la frecuencia de esta
malsana actitud
del científico; ¿se trata de hechos aislados que no alteran el carácter sólido
y honesto de la
producción científica o son sólo muestras espectaculares de una actitud más
generalizada pero sumergida en el mundo cada vez más amplio de la
investigación?.
Algunos
sugieren que el fraude científico ocurre raramente, y otras, más frecuentemente que lo que se
cree corrientemente. Algunas de estas diferencias de opinión pueden ser atribuidas a diferentes interpretaciones
de lo que es fraude. Algunos tipos de fraude
pueden ser raros, y otras pueden ser más frecuentes.
Los
pequeños fraudes parecen multiplicarse. Estos consisten, por ejemplo, en
publicar resultados experimentales
aproximados o “retocados”, de utilizar métodos estadísticos inapropiados a fin de exagerar la significación
de los resultados. Por esta razón los expertos hablan cada vez más de las “publicaciones no conformes con la
ética”. La mayor parte de las veces
estas faltas a la ética no se traducen en embustes enormes, o afirmaciones
completamente
aberrantes. Se trata sobre todo de todo un conjunto de actitudes que tienden a corromper el sistema actual de
publicación. También, muchos autores publican varias veces los mismos resultados en
revistas diferentes, contentándose con modificar el título y la presentación del contenido. A
veces se recurre a lo que se denomina la “técnica del salame”: cortan en rodajas sus
resultados a fin de publicarlos en pequeños paquetes y así agrandar la lista de sus publicaciones.
Otra costumbre consiste en utilizar las firmas de coautores imaginarios. Gracias a
encuestas, se han hallado “coautores” que existen, pero que no sabían que
habían escrito el artículo en cuestión... Todo esto parece poco peligroso, pero
no lo es, porque este deseo de publicar mucho y rápido termina por engendrar
falsificaciones más o menos graves de los resultados.
Los
tipos que pueden ser raros son el plagio del trabajo de otros y la fabricación
de datos de
investigación (esto es, crear datos no obtenidos experimentalmente pero
informados como
si los experimentos hubieran sido hechos). Estos tipos pueden ocurrir raramente
porque son
fácilmente detectables, y entonces conducen fácilmente al descubrimiento y la penalización. Por otro lado,
el tipo de fraude que puede no ser raro, debido a que es difícil de detectar, involucra la
manipulación de los datos (obtenidos de experimentos que se han realizado) para que se ajusten
a una teoría o hipótesis favorecida. Si la manipulación de los datos es hecha cuidadosamente
y con inteligencia, el fraude puede ser difícil, a veces imposible de probar. La falta
de reproductibilidad puede ser explicada en cuanto a error experimental o investigación
chapucera. En ese caso, se puede sostener que el fraude científico ocurre raramente,
lo que tiene gran aceptación en la comunidad científica, probablemente porque es
reconfortante (65).
El
"gurú" de la informática científica, E. Garfield, piensa que
se trata de "golondrinas que no hacen el verano". El dice que todo lo que se
ha publicado al respecto no pasa de ser anecdótico e informal y que no existen
datos basados en estudios rigurosos y bien controlados (71). Además, señala que a
pesar del incremento exponencial de la ciencia en nuestros días, no parece haber un aumento
porcentual de fraudes como debería esperarse. Estos argumentos son antitéticos, pues si el
fenómeno no se ha medido con estudios serios, como él mismo asegura, resulta imposible
decir que el número de actos fraudulentos no ha aumentado al proliferar el quehacer
científico (71, 73). Otros autores adoptan la misma tónica y dicen que el producto de la ciencia es en
su inmensa mayoría honesto y veraz, por lo que el descubrimiento de algunos fraudes no altera
el prestigio de la investigación cientifica (66). “Cometer fraudes en la
investigación científica es inaceptable e inevitable”, dijo el redactor en
jefe de la revista
Nature, Daniel Koshland, en uno de
sus editoriales (74). A pesar de ello, sostiene que “el 99,9999% de los informes
científicos son serios y confiables”. Claro que puede estar defendiendo su posición, y en
todo caso, es una afirmación que debe ser contrastada con la realidad, cosa que
parece poco menos que imposible.
La
verdad es que hasta el momento no se cuenta con un método preciso para conocer la frecuencia de actos deshonestos en la ciencia ni
para estimar si esta postura tiende a aumentar.
Los comités científicos y los comités editoriales sirven de filtro pero son
fiables y también pueden incurrir en
actitudes deshonestas. Se sabe de muchos casos, algunos de los cuales incluso se han publicado, en que los
miembros de esos comités, generalmente investigadores
de gran relevancia, retrasan trabajos que consideran valiosos pero de autores poco conocidos, para realizarlos antes ellos
mismos, y así obtener prioridad. ¿Quién podría entonces juzgar a esos jueces?
Algunos
indicios sospechosos en cuanto a la sinceridad de los trabajos pueden ser, por ejemplo, el hecho de que algunos resultados, por
ejemplo rendimientos, son demasiado buenos
para ser creíbles. Los ajustes estadísticos, especialmente en ciencias
biológicas, tienen dispersiones
demasiado estrechas, coeficientes de correlación demasiado buenos. La única manera de detectar experimentos falsificados es
mediante su repetición por otros investigadores
en otros laboratorios. Así fueron descubiertos algunos grandes fraudes. Pero es
prácticamente imposible repetir todo
lo que se publica, por ello la honestidad y confianza mutua son condiciones indispensables para el
progreso científico. Además, la irreproducibilidad
de un trabajo puede deberse a chapucería o errores experimentales, que no necesariamente signifiquen un fraude (como ejemplo,
el caso del trabajo de Heintz, corregido por el mismo autor). Pues bien, si no es posible cuantificar el fraude,
sí puede intuirse su magnitud. Broad
y Wade en su estupendo libro sobre el tema (75), adoptan una postura diferente a la de Garfield y consideran que la
deshonestidad en el quehacer científico es más generalizada de lo que se piensa (76). En su opinión, estamos viendo
tan sólo la punta del iceberg. La
estructura científica en nuestros días impone una cruel demanda sobre el investigador profesional, y las recompensas
académicas y económicas son muy escasas en proporción al número
creciente de científicos. Es posible entonces suponer que en esta angustiante
carrera, no todos participan limpiamente; algunos, quizá cada vez con más frecuencia, usarán los métodos deshonestos a su
alcance para rebasar a sus contrincantes y llegar a la meta misma que ya no sólo consiste en esclarecer los
fenómenos naturales para conocer la
verdad del Universo sino en obtener la fama, la gloria y la recompensa económica.
Como
muestra de lo que puede estar pasando a escala mundial, cada año, la Office of Public Health & Science
(OPHS) de los EEUU, organismo que proveen importantes subsidios de investigación, recibe unas
200 denuncias de fraude científico y está involucrada en unas 70 investigaciones formales. En
unos
P.
Thuillier, en una entrevista para la revista Ciencia Hoy (59), se
preguntó por qué los fraudes sólo aparecen en los EE.UU., y no, por ejemplo, en Francia. La
conclusión fue que no son denunciados, y que cuando un caso es denunciado, el
que es mal visto es el denunciante, y no el culpable. Por otro lado, los fraudes, según La
Recherche (45), son la revelación de una disfunción de la investigación norteamericana.
Sin embargo, esta situación
no es tan simple. No es cierto que los fraudes aparezcan sólo en los EE.UU. Se analizan en
este trabajo una colección de fraudes en todo el mundo. Que sean abundantes en los
EE.UU. puede deberse a la intensa presión sobre los investigadores en ese país tan
competitivo. También puede ser una simple cuestión demográfica: los EE.UU.
tienen la más importante población de investigadores científicos del mundo. Y puede ser que en los EE.UU. la gente
esté más dispuesta a denunciarlos y aguantar los problemas que le aparecen a quien se atreve a
decir que “el emperador está desnudo”. O a que es mejor el sistema para descubrirlos, probar
que son fraudes y sancionarlos. Es decir, aparecen más simplemente porque son denunciados. Al fin y al cabo, los
EE.UU. han establecido una oficina para
tratar las denuncias de fraude científico. Que no aparezcan en Francia -y esto no le consta a los autores- puede
deberse a una conspiración de silencio, a la dificultad para canalizar las denuncias, o a simple chauvinismo.
Después de todo, la prensa francesa
cerró filas contra Sokal, defendiendo a los delirantes posmodernos sólo por ser
franceses, sin analizar
desapasionadamente el caso.
¿De
quién es la responsabilidad por el fraude?
La primera
responsabilidad de un fraude es obviamente del autor del fraude. La supervisión puede ser responsable, pero hasta
cierto punto. No siempre puede detectar un fraude, especialmente si el falsario
es una persona muy inteligente. Se podría imaginar un sistema muy estricto, en
el que los estudiantes graduados serían supervisados noche y día y todo los que hacen verificado, pero sería
intolerable tanto para los supervisores como para los supervisados. Todo coautor debe también ser
plenamente corresponsable de lo que está escrito en el texto que ha confirmado. Sin embargo, esto no es a veces posible.
Cuando se trata de un trabajo
multidisciplinario, es imposible que cada coautor pueda verificar los datos
presentados por otro. Por ejemplo, en
trabajos biomédicos, es totalmente irrealista pensar que los responsables de la parte clínica del trabajo, y
consecuentemente del artículo, puedan asumir la responsabilidad de la menor medición hecha en el laboratorio, ni que el
personal del laboratorio, que a
menudo no está médicamente calificado, sea considerado como responsable de todos los aspectos del examen clínico realizado
por los médicos. Ningún coautor puede ser considerado razonablemente responsable de cada punto o coma del texto
enviado a publicar. Pero en muchos
casos los coautores parecen no ser suficientemente cuidadosos de la verificación de los datos principales y las
conclusiones.
¿POR QUÉ MIENTE EL CIENTÍFICO?
La respuesta a la pregunta de por qué un científico se resuelve a violar
la ética científica mintiendo, no puede en rigor ser genérica. Debería ser estrictamente
individual. Se trata de una decisión trágica, que sella el destino del culpable
dentro de la comunidad científica traicionada, y cuya condena inevitablemente se cumplirá
inexorablemente en un plazo generalmente corto (aunque algunos la reciben después de muertos, y en
por lo menos un caso, después de casi dos mil años) (2).
Sólo
William Summerlin dio una larga entrevista luego de haber sido descubierto. La mayor parte de los
fraudulentos desaparecen en la nada y aún los periodistas más eficientes no pueden conseguir de ellos una
entrevista prolongada. Esto hace que las motivaciones la mayoría de las veces es cuestión de
especulaciones.
Aparentemente,
los casos más notables están asociados con cierta inestabilidad mental. Por otro lado, muchos investigadores brillantes son
en si mismos muy inestables, y si se tratara
de eliminar a todos los que dan signos de insuficiencia de carácter, las
universidades y centros de
investigación quedarían vacíos (72).
Lo primero que hay que poner en claro, es que el colectivo de científicos
sale del mismo
lugar que el de los políticos, abogados, camioneros y albañiles, y
consecuentemente está
tan expuesto a las tentaciones materialistas que éstos. Los grupos
personalizados pueden
crear un aura para ellos mismos, que los coloque aparte de aquéllos que
trabajan meramente por el salario, pero si se lo creen, no es más que un
autoengaño. Los científicos están tan interesados en premios, subsidios, fama, rango,
honores, promoción, derechos de patente, ventajas comerciales y remuneración monetaria como
en expandir el conocimiento en sus disciplinas, inventar aparatos útiles, o
descubrir curas para enfermedades horribles (89).
Podrían
encontrarse dos motivos fundamentales por los que miente un científico, uno intrínseco y el otro
extrínseco. El primero se refiere a la mentalidad y actitud del investigador y el segundo al marco
ambiental en el que trabaja el científico.
Causas intrínsecas
La motivación
intrínseca es compleja y requiere de un análisis psicológico, pero quizás gira alrededor de una característica humana
que es la vanidad. Al hombre, en particular al inteligente, no le gusta equivocarse, y para aceptar un error se
requiere de un grado de humildad al que no se llega fácilmente. Cuando
un individuo descubre en su intimidad, aunque
no lo exhiba, que es de inteligencia superior y que puede destacar sobre la
gran masa humana trascendiendo en su
sociedad y en la historia, sufre de diversos grados de ceguera ante la realidad. Este fenómeno es muy aparente
en los grandes líderes de la historia, que pretenden, pese a la evidencia contundente de su entorno, ser poseedores
de la verdad y son capaces de
arrastrar a sus pueblos a grandes catástrofes sociales. Ejemplos sobran:
Hitler, Lenin, Pol Pot, Stalin,
Mussolini, la lista puede hacerse tan larga como se quiera.
En la
ciencia han surgido líderes intelectuales. Muchos, pletóricos de vanidad, cambian o alteran sus
observaciones para que concuerden con la verdad que ellos plantean. Esta actitud no en necesariamente deliberada, puede
ser subconsciente. Ptolomeo usó los datos
de Hiparco para ajustarlos a su idea preconcebida de la estructura geocéntrica
del universo; Mendel posiblemente
arregló sus datos de hibridación de plantas para que encuadraran perfectamente en su genial concepción
de la herencia y de los genes. Ninguno de los dos deseaba obtener premios, fama, gloria ni remuneración
económica. Su motivación era satisfacer
su propio orgullo y demostrar al mundo científico y a sí mismos que eran
hombres superiores. Inclusive el
propio Kammerer, científico establecido sin penurias económicas y
con un alto grado
académico, inventó las rugosidades nupciales de sus sapos para realimentar su íntimo concepto de
genialidad y convencer al mundo de lo mismo. La adoración interna del ego, el narcisismo intelectual
y las ideas grandiosas y paranoicas son rasgos comunes en el hombre intelectualmente
dotado, en especial en el científico. La objetividad que reclama la ciencia se
desvanece en esas personalidades para ser reemplazada por una terca
subjetividad; por
ello que en forma consciente o subconsciente se produce el fraude científico
por causa intrínseca.
Los historiadores de la ciencia han descubierto que otros pilares de la
investigación como
Isaac Newton y Dalton presentan áreas nebulosas en sus experimentos, las que
sin menoscabo del
crédito de su grandes e inconmovibles aportaciones, permiten pensar que también fueron víctimas de ese
deseo incoercible de ignorar o torcer las observaciones que no encuadraban bien con sus
teorías (75). Es curioso que sea en el área médico-biológica en la que la deshonestidad es más
aparente. Quizás esto se deba a que es en ésta donde se hace más necesaria la objetividad e
imparcialidad en la observación de lo fenómenos. E1 físico teórico puede elaborar una hipótesis
más a menos compleja con modelos matemáticos que la experimentación y observación
posteriores pueden aceptar, a rechazar. En el planteamiento de ideas en forma de hipótesis no
puede haber engaño; en cambio, en la ejecución de un experimento y en la
manipulación de los datos, sí.
Una
de las motivaciones más fuertes de los científicos es la prioridad. Cuando a un
científico se le
ocurre una buena idea o hace un hallazgo original relevante, se le hace tarde para comunicársela a toda la
comunidad científica, pero no como una idea o descubrimiento, sino como su
idea o descubrimiento. Ésta es su propiedad más genuinamente personal, es lo que distingue su trabajo del
de los demás científicos del mundo. La prioridad se defiende por todos los medios; hasta el
científico más bondadoso y tranquilo se vuelve un basilisco cuando se pone en entredicho su
prioridad sobre un hallazgo o idea. Y suele defenderla con gran denuedo. Esto hace que muchas
veces un científico pierda la ecuanimidad frente a las ideas o hallazgos de su paternidad.
Así, una científica del nivel de Marie Sklodowska-Curie siempre se negó a aceptar que la
radiación podía causar enfermedades, y lo pagó con su vida. Y en algunos casos, se han llegado
a falsificar pruebas para apuntalar una teoría profundamente arraigada en el
corazón del científico que la había formulado (2).
Causas extrínsecas
Las causas extrínsecas, que favorecen la deshonestidad científica, indudablemente son
características de nuestro siglo. Mientras Galileo contaba con el apoyo
económico del
duque de Toscana, Charles Darwin era un
individuo sin penurias económicas y Gregor Mendel,
en su monasterio agustino de Brnó, carecía de preocupaciones económicas, en la actualidad, el costo de la construcción de
laboratorios, de la compra de instrumentos, de reactivos, de la contratación de
personal técnico ha puesto a la ciencia completamente fuera del alcance de cualquier investigador aficionado.
La investigación científica se ha transformado
en una profesión de la cual vive su ejecutante; los científicos actuales deben tener un grado universitario de alto nivel y
trabajar en instituciones debidamente equipadas y remuneradas. Esta situación indudablemente
presenta un lado benéfico, puesto que permite que un número cada vez mayor de individuos con una preparación sólida se
dedique seriamente y en forma
exclusiva a la investigación científica. Sin embargo, para conseguir apoyo económico, nivel académico adecuado y
reconocimiento científico, el sistema exige al investigador una producción rápida y abundante. La presión generada por
muchas instituciones para mantener
en sus puestos a los científicos y otorgarles financiación de sus proyectos, por no mencionar su influencia científica
y moral, puede ser superior a la resistencia
del investigador. Para obtener subsidios y promociones, es necesario hacerse
valer, y entonces publicar mucho. ¡
Se han citado investigadores que publicaron un promedio de 68 artículos por año!. Cuanto más crecen los
laboratorios, más se estrechan las especializaciones y más proliferan los artículos, menos eficaz es
el control. Poco a poco, en virtud de una lógica interna, el sistema se hace incapaz de garantizar la calidad científica
del conjunto de los artículos.
El
investigador de renombre, que ocupa un puesto importante y que desea mantenerlo
y superarse,
posee generalmente grandes laboratorios y un grupo importante de colaboradores jóvenes de niveles de
maestría, doctorado y posdoctorado. Es frecuente que estos jefes firmen como
colaboradores de todos los trabajos que produce su instituto, aún cuando
realmente su contribución
haya sido escasa o nula. Es un tipo de inconducta que se denomina "fraude
de autoría".
Su existencia ampliamente dispersa y su aceptación son endémicas en la burocratización de la ciencia.
Una consecuencia de esto puede ser el crear una atmósfera que conduce a cometer otra formas
de fraude (65). Si analizamos los sonados casos referidos de Summerlin, de Darsee y de
Spector veremos que sus tutores, jefes de institutos de reconocido prestigio, habían sido
coautores de los trabajos fraudulentos publicados por estos sujetos. Baltimore llegó a defender a
su fraudulenta colaboradora Imanishi-Kari en lugar de admitir que había sido engañado por
ella. Por ello es válido afirmar que el fraude científico cometido por los investigadores
mencionados no fue únicamente de ellos, sino que también
contribuyeron los
connotados investigadores que les dieron cabida en sus laboratorios, que los presionaron para obtener
resultados espectaculares y que incluyeron su nombre en los manuscritos que se enviaron a
publicación, sin verificar si los resultados eran confiables.
Marcia
Angell (New England Journal of Medicine) sugirió dos reformas que pueden
ayudar a eliminar
algunas de las causas extrínsecas del fraude: en primer lugar, los contratos de investigación deberían ser
de una duración mayor, con lo que la obligación de publicar se haría menos compulsiva y
(podría esperarse) mejoraría la calidad. En segundo lugar, los científicos no tendrían el
derecho de citar más que tres publicaciones por año en los dossiers destinados a su promoción o a
la obtención de subsidios, de modo que se evitaría la inflación y, sobre todo, sería posible
una lectura minuciosa y verdaderamente crítica de los textos comunicados.
Posiblemente
el mayor potencial de ocurrencia de fraude de investigación está en las investigaciones para cumplir
con los requisitos de tesis doctorales. Cuando esto ocurre, no está claro cómo establecer
las culpas. En un medio académico de "publicar o perecer", que tiende a premiar al profesor
que explota a sus doctorandos como una fuente barata de trabajo para producir publicaciones,
el estudiante graduado no puede darse siempre el lujo de ser honesto si debe satisfacer
los requerimientos para su tesis. Si luego de trabajar sobre un tema por cuatro, cinco o más años,
el candidato encuentra que sus resultados no concuerdan con lo esperado por su director, el
estudiante puede verse en la disyuntiva de trampear para satisfacer los
requerimientos de tesis o resignarse a no tener su grado académico. Esta
disyuntiva es inevitable si no hay una buena comunicación entre el director y
su estudiante, puesto que el sistema no ofrece alternativas viables (65).
Un
caso inverso es cuando un estudiante se ve demorado en la terminación de su
tesis por su director o supervisor porque le está sirviendo de asistente en su
tarea.
Por
otra parte, la cultura de la ciencia ha puesto énfasis definitivo en la
originalidad y primacía
de la investigación; ser el primero en realizar un descubrimiento científico
tiene un enorme
mérito y proporciona una serie de ventajas como mayor apoyo económico y reconocimiento científico. Es
una circunstancia que se suma a la motivación intrínseca de la prioridad. Ser el segundo o
el tercero o un simple repetidor de la investigación ya publicada, a nadie le interesa; no reditúa
(71, 73, 77). Por lo tanto, los científicos tratan de ser originales y de tener la primacía de la
publicaciones científicas. Quizás ésta es la motivación más poderosa que lo
induce a buscar por todos las medios posibles, aún los deshonestos, publicar
primero cualquier
descubrimiento que considere trascendente. Es importante señalar que
prácticamente todos
los casos de fraudes científicos analizados han tenido lugar en laboratorios que tienen una
necesidad ineludible de producir publicaciones científicas originales.
Merton
señala que la presión para demostrar la verdad de una teoría o para lograr un descubrimiento sensacional ha
dado lugar al falseamiento de la evidencia científica y ha permitido una deshonesta
trastocación del crédito científico mediante el cual los investigadores de mayor
antigüedad se adjudican la ideas y los trabajos de científicos jóvenes y desconocidos (efecto Mathew)
(78). El sistema actual parece ser el mejor fermento para favorecer la actitud
científica deshonesta; es evidente que el quehacer científico se ha enajenado: ya no se trabaja
para descubrir la verdad, sino para adquirir las recompensas económicas y académicas que
trae consigo la primacía y la gran productividad científica.
La injerencia del poder político
Por
otro lado, la investigación científica se ha transformado en un recurso
económico y político nacional. Las
presiones para el éxito son inexorables. El avance personal, la supervivencia económica y la ventaja política
están involucrados en la investigación tanto como la curiosidad personal y el
placer del descubrimiento (7). Esto ha provocado, más frecuentemente en las
dictaduras, pero también en las democracias, la intrusión despótica en la ciencia. En muchos casos, los científicos
tuvieron que participar en fraudes ordenados “desde arriba” para sobrevivir, aunque muchos lo hicieron alegremente
para trepar.
A
veces, los científicos han dado apoyo y sustento a doctrinas nocivas
(incluyendo la supuesta superioridad de un grupo étnico o género sobre otro a
partir de las medidas del cerebro, el RH, las protuberancias del cráneo o los tests de coeficiente
intelectual). Los científicos suelen resistirse a ofender a los ricos y poderosos. De vez en
cuando, uno de ellos engaña y roba. Algunos -muchos sin rastro de pesar moral- trabajaron para
los nazis. También exhiben tendencias relacionadas con los chauvinismos humanos y con
nuestras limitaciones intelectuales. Como hemos comentado antes, los científicos también son
responsables de tecnologías mortales: a veces las inventan a propósito, a veces por no mostrar
la suficiente cautela ante efectos secundarios no previstos. Pero también son los científicos
los que, en la mayoría de estos casos, advierten del peligro (79). Un caso para destacar es el
del intento de Mussolini para que los científicos italianos apoyaran leyes de persecución
racial, que Hitler presionaba para que fueran impuestas en Italia. No pudo conseguir que los
académicos firmaran. El remanido estereotipo del italiano cobarde debería ser revisado a la luz de
este hecho. Es más fácil ser un héroe con una
ametralladora en la mano y apoyado por el estado, que
estando inerme ante un déspota.
La
pseudociencia antropológica y psicológica se suele asociar con los científicos
racistas nazis, pero ha florecido también en los Estados Unidos: sobre la raza,
por ejemplo, tratando de demostrar, a veces en forma solapada, que determinadas razas son
inferiores. Bajo el disfraz de creacionismo, se sigue haciendo un serio esfuerzo para
impedir que se enseñe en las escuelas la teoría de la evolución, la idea integradora más
poderosa en toda la biología y esencial para otras ciencias que van desde la
astronomía hasta la antropología, motivados por prejuicios religiosos fundamentalistas.
Ideólogos
fervientes y regímenes autoritarios encuentran fácil y natural imponer sus puntos de vista y eliminar
las alternativas (79). Los científicos nazis, como el físico premio Nobel Johannes Stark,
distinguían la imaginaria y caprichosa “ciencia judía”, que incluía la relatividad y la mecánica
cuántica, de la realista y práctica “ciencia aria", de la cual
puede extraerse
esta frase de Adolf Hitler, citada por Carl Sagan: “Está emergiendo una
nueva era de explicación mágica del mundo, una explicación basada más en la voluntad
que en el conocimiento.
No hay verdad, ni en el sentido moral ni en el científico”.
En la
Unión Soviética, la obra del premio Nobel Linus Pauling sobre química
estructural, base
de la química moderna, fue denunciada por incompatibilidad con el materialismo
dialéctico y
declarada inaccesible para los químicos soviéticos (79).
El
peligro de la subjetividad y el prejuicio ha estado claro desde el principio de
la historia.
Tucídides advertía contra él. Cicerón escribió: “La primera ley es que el
historiador no debe osar jamás escribir lo que es falso; la segunda, que no
osará jamás ocultar la verdad; la tercera, que no debe haber sospecha en su
obra de favoritismo o prejuicio”.
La
responsabilidad de los historiadores íntegros es intentar reconstruir la
secuencia real de
acontecimientos, por muy decepcionantes y alarmantes que puedan ser. Los
historiadores aprenden
a suprimir su indignación natural por las afrentas contra sus naciones y
reconocen, cuando corresponde, que sus líderes nacionales pueden haber cometido
crímenes atroces (79). Los historiadores y arqueólogos alemanes han violado estos preceptos
repetidamente durante la época hitleriana. Se realizaron excavaciones arqueológicas amañadas para
justificar el derecho de la “raza superior” a la posesión de determinados territorios, y
llegaron a destruir importantes yacimientos arqueológicos para evitar que otros pudieran
refutar sus conclusiones. Pero esta actitud persiste: la historiografía germana aún evita
cuidadosamente hablar del tema, ya que muchos de los actuales popes de la disciplina en
Alemania se formaron con los falsarios del III Reich, y desacreditar a sus maestros implica de
rebote echar algo de barro en sus propios
pergaminos. Y
cuando se desean hacer investigaciones arqueológicas o históricas del período nazi, es prácticamente
imposible conseguir un historiador o arqueólogo germano que se preste al trabajo.
A
mediados de la década de 1930, un charlatán llamado Trofim Lysenko había
llamado la
atención y luego conseguido el apoyo entusiasta del dictador Josif Vissarionovich
Djugasvili, alias
Stalin. Lysenko argüía que la genética -a la que llamaba
mendelismo-weissmanismomorganismo, por el nombre de sus fundadores- tenía una base filosófica
inaceptable y que la genética filosóficamente correcta, una genética que prestara la atención
debida al materialismo dialéctico comunista, daría resultados muy diferentes. En particular, la
genética de Lysenko permitiría una cosecha adicional de trigo en invierno, lo que era muy
interesante para una economía soviética tambaleante debido a la colectivización de la
agricultura forzada por el mismo Stalin. La prueba alegada por Lysenko era sospechosa, no había
controles experimentales y sus amplias conclusiones hacían caso omiso de un inmenso conjunto de
datos contradictorios. Crecía el poder de Lysenko, mientras el premio Nobel de biología, el
genetista norteamericano Hermann J. Müller, emigrado a la URSS por sus ideas marxistas defendía
apasionadamente que la genética clásica mendeliana estaba en plena armonía con
el materialismo dialéctico y que Lysenko, que creía en la herencia de características
adquiridas y negaba una base material de la herencia, era un idealista o algo peor. Müller
contaba con el apoyo decidido del entonces presidente de la Academia de Ciencias Agrícolas de
la Unión Soviética N. J. Vavilov.
En una
conferencia de 1936 en la Academia de Ciencias Agrícolas de la URSS, presidida por Lysenko, Müller pronunció
una provocadora arenga que incluía estas palabras: “Si los practicantes más destacados
apoyan teorías y opiniones que son obviamente absurdas para cualquiera que sepa aunque
sea sólo un poco de genética - puntos de vista como los presentados recientemente por el
presidente Lysenko y los que piensan como él -, la opción que se nos presenta parecerá una
elección entre brujería y medicina, entre astrología y astronomía, entre alquimia y química”.
En un
país de arrestos arbitrarios y terror policial, este discurso dio muestras de
una integridad y
valentía ejemplares, calificada por muchos de locura. En El Asunto Vavilov
(1984), el
historiador emigrado soviético Mark Popovsky escribe que “esas palabras
fueron acompañadas
de aplausos atronadores de toda la sala... y recordadas por todos los participantes en la sesión que
siguen con vida” (lo cual no es menuda hazaña en la época estalinista). Tres meses después, Müller recibió en
Moscú la visita de un genetista occidental que le expresó su asombro por una carta de amplia
circulación firmada por Müller que condenaba la
prevalencia del
mendelismo-weissmanismo-morganismo en Occidente y urgía al boicot del próximo Congreso Internacional
de Genética. Müller, que nunca había visto, y menos firmado, una carta como aquélla, llegó
a la conclusión de que era un fraude perpetrado por Lysenko. Inmediatamente escribió una
encolerizada denuncia de Lysenko en Pravda y le mandó una copia a Stalin. Al día siguiente,
Vavilov fue a ver a Müller terriblemente agitado para informarle que él, Müller, se había
presentado voluntario para ir a luchar a la guerra civil española. La carta de Pravda había puesto en peligro la
vida de Müller. Abandonó Moscú al día siguiente y escapó por poco, según le dijeron
después, de la NKVD, la policía secreta. Vavilov no tuvo tanta suerte y murió en Siberia en 1943.
Con el
apoyo continuo de Stalin y más tarde de Jrushov, Lysenko eliminó con tenacidad implacable la
genética clásica. Los textos de biología de la escuela soviética a principios de la década de 1960 contenían tan poco
sobre cromosomas y genética como muchos de
los textos de biología de las escuelas estadounidenses tienen hoy sobre
evolución. Pero no creció ninguna
cosecha nueva de trigo en invierno; el hechizo de la frase materialismo dialéctico no llegó al ADN de las
plantas domesticadas; la agricultura soviética continuó estancada y al escribir
este trabajo, pese a su alto nivel en otras ciencias, Rusia está notablemente retrasada en biología molecular e
ingeniería genética. Se han perdido dos generaciones de biólogos modernos. E1
lysenkismo no fue aniquilado hasta 1964, en una serie de debates y votaciones en la Academia Soviética de Ciencias -una
de las pocas instituciones que mantuvo cierto grado de independencia de
los líderes del Partido y el Estado- en las
que el físico nuclear Andréi Sajárov representó un papel primordial.
En la
China de Mao Zedong (Tse-Tung, en la grafía antigua), la “ciencia comunista”
preconizaba que
las plantas podían crecer mejor socializando, de modo que se colocaban las
plantas de arroz juntas en matas para que no estuvieran solas, lo cual
finalmente arruinó las cosechas, o que las gallinas ponían más huevos y más grandes, o las vacas
daban más leche, si se les leían los versos del líder.
El
país presuntamente más democrático del mundo, los EEUU, no está libre de este
tipo de
actitudes de intrusión despótica en la ciencia (79). El famoso Comité de
Actividades Antiamericanas
en la época de la presidencia de Truman creó un ambiente inquisitorial que
arruinó a muchos científicos y entorpeció la investigación y la difusión de las
ideas. Albert Einstein
pidió públicamente a todos los convocados ante el citado comité que se negaran
a cooperar. Por
ejemplo, el dramaturgo Arthur Miller escribió El crisol sobre los
juicios de las brujas
de Salem en este período. Cuando la obra se estrenó en Europa, el Departamento
de
Estado le negó el
pasaporte con la razón de que su viaje al extranjero no era en el mejor interés
de los Estados
Unidos. La noche del estreno en Bruselas, la obra fue recibida con un aplauso tumultuoso ante el que el
embajador de los Estados Unidos se levantó e hizo una reverencia. Miller fue convocado por el
Comité de Actividades Antiamericanas y amonestado por su sugerencia de que las
investigaciones del Congreso de los EE.UU. podían tener algo en común con la caza de brujas; él contestó: “La
comparación es inevitable, señor”. Thomas fue encarcelado poco después por fraude. Carl Sagan (79) recordaba el relato
del eminente físico Condon sobre su
convocatoria ante el comité para evaluar su lealtad: “Doctor Condon, aquí
dice que usted ha estado a la cabeza de un movimiento revolucionario en física
llamado - y aquí el inquisidor
leyó las palabras lenta y cuidadosamente- mecánica cuántica. Este comité
opina que si usted pudo
ponerse al frente de un movimiento revolucionario... también podría estar al
frente de otro.” - evidentemente, sugiriendo que Condon podía
participar en un movimiento subversivo comunista.
Condon, levantándose de inmediato, replicó que la acusación no era cierta. El
no era un revolucionario en física.
Levantó la mano derecha y dijo solemnemente: “Creo en el principio de Arquímedes, que se formuló en el
siglo II antes de Cristo, y creo en las leyes del movimiento planetario de Kepler descubiertas en
el siglo XVII. Creo en las leyes de Newton...” Y así
siguió, invocando los nombres ilustres de Bernoulli, Fourier, Ampère. Boltzmann
y Maxwell. Este catecismo del físico
no le ayudó mucho. El tribunal no era capaz de valorar el humor en un asunto tan serio. Pero lo máximo que
pudieron achacarle a Condon, por lo que Sagan recordaba, era que de joven había repartido periódicos comunistas
de puerta en puerta con su bicicleta.
La intrusión de las empresas
privadas.
Una
de las causas de fraude científico es el hecho de que muchos científicos son comprados por empresas para que mientan en
beneficio de ellas. Por ejemplo, pruebas irrefutables
del peligro del asbesto fueron por años ocultadas o dadas a conocer bajo formas
engañosas. El peligro cierto del
tabaco fue -y es- sistemáticamente ocultado o rebatido por médicos o químicos al servicio de las
tabacaleras. Cuando el peligro llegó a ser de público conocimiento, se
inventó la teoría de que los puros no son peligrosos, como si sólo los cigarrillos tuvieran tabaco. La liberación de
materiales peligrosos al medio ambiente es sistemáticamente ocultada por modernos doctores Fausto, que venden su
alma al diablo por una buena
cantidad de dólares (al menos el original lo hizo por amor). Los científicos
que osan levantar la voz son acusados
de malos científicos, alarmistas, incompetentes, histéricos o
de sacar
conclusiones apresuradas de datos no concluyentes o insuficientes. Sólo cuando
la montaña de muertos o dañados no
puede ser ocultada bajo la alfombra, pueden llegar a admitir a regañadientes que “nuestros productos pueden tener algún
impacto inconveniente”.
Un
caso típico es el de los científicos poco escrupulosos que apoyan a las
industrias de los
detergentes en el uso de fosfatos como aditivos (builders) para mejorar
la detergencia, negando el efecto eutrofizante de estas sustancias, que acaban
produciendo una disfunción de la flora y fauna acuáticas. Se han manipulado los hechos,
confundido los argumentos y realizado cabildeos par defender el uso de estas
sustancias (80).
Por
ejemplo, en 1991 la Environmental Protection Agency de los EE.UU. formuló cargos criminales contra cinco laboratorios por
producir informes falsos, fechar informes antes
de hacerlos y manipular datos en análisis acerca de muestras de sitios donde
diversas compañías realizaban tareas de limpieza de polución, que
costaron millones de dólares al fisco
norteamericano. Un laboratorio llegó a recalibrar los relojes de sus
ordenadores para que pareciera que
sus informes habían sido hechos 20 días antes de lo que lo fueron realmente (81).
La
compañía norteamericana Monsanto ha sido acusada, por el US Consumer Policy Institute de haber suprimido una publicación que
arroja dudas sobre los efectos de una hormona
bovina, la somatotropina, que es manufacturada mediante ingeniería genética y produce un incremento del rendimiento lechero de
un 15%. El trabajo publicado finalmente en Nature por Erik Millstone y col. del Science Policy Research
Unit de la Universidad de Sussex, el 20 de octubre de 1994, indica que la
hormona puede producir mastitis en las vacas, lo que puede a su vez provocar la inclusión de pus en la leche.
Monsanto intentó que no se publicara
el trabajo, porque se usaron datos de la empresa, y acusaron de plagiarios a
los autores. Consiguieron que muchas
revistas se negaran a publicar el manuscrito, para evitar problemas legales.
También Monsanto publicó un trabajo en el Journal of Dairy Science, pero
éste es sustancialmente diferente del
de Millstone y col. (81).
En
1961, el médico australiano William McBridge escribió a la revista The
Lancet una carta
en la que relacionaba el nacimiento de niños deformes con el consumo de
talidomida por las madres gestantes. Esto le reportó fama y fortuna. En 1980
quiso repetir la hazaña e imputó los mismos efectos a otro medicamento prenatal
comercializado por la multinacional Merrel Dow, pero fue encontrado falsificando los resultados
de experimentos con dicho medicamento. Parece que habían involucrados intereses comerciales y
económicos. Luego de un largo juicio fue descalificado (82).
Algunas formas de falseamiento de datos en informes que pueden afectar
industrias, consisten
en el uso incorrecto de las estadísticas para presentar en forma favorable
datos que son
desfavorables (83). Si esto es un error, no es fraude científico, pero cuando
se hace con conocimiento
de causa, si lo es. Ni las agencias oficiales de países adelantados (y supuestamente serios) están
libres de eso. Por ejemplo, la misma Environmental Protection Agency (EPA) de
los EE.UU. fue acusada de malas prácticas estadísticas en el tratamiento de los
efectos en la salud del humo secundario (es decir, el efecto del humo expelido
por los fumadores
sobre los no fumadores). La misma EPA ha sido acusada de utilizar estudios selectos que muestran efectos
riesgosos sobre la salud asociadas con el consumo de peces que contienen bifenilos
policlorados, para justificar el gasto de varios miles de millones de dólares
en proyectos de dragado del río Hudson y el Fox, que tienen sedimentos
contaminados en el orden de partes por millón. Sin embargo, ignoraron la
opinión mayoritaria de toxicólogos independientes
de que las concentraciones de tóxico presente no representan un riesgo significativo a la salud. Y también ignoraron el
efecto negativo que tendría el dragado en el ecosistema básicamente sano y en la economía.
Una
causa de fraudes originada en la industria es la necesidad de evitar perjuicios
económicos. En
1998 la compañía norteamericana Saybolt Inc. debió pagar una multa de 3,4 millones de dólares por
falsificación de informes de laboratorio y certificar falsamente la calidad de una gasolina
reformulada violando la Clean Air Act (84). Si bien la industria en
cuestión sostiene que el fraude fue realizado por empleados sin consentimiento
de la empresa, es
una afirmación difícil de creer. Es más probable que lo empleados hayan pagado
los platos rotos por decisiones de alto nivel.
Los
peritos en un juicio que con los mismos datos llegan a conclusiones diametralmente diferentes -
curiosamente, a favor de la parte que les paga- es otra prueba de tergiversación de informes
científicos por interés, es decir, lisa y llanamente de fraude.
Una
práctica corporativa habitual en algunas disciplinas - como la medicina- es
cerrar filas para
protegerse mutuamente. Es muy raro conseguir que un médico testifique en contra
de otro en un juicio por mala praxis.
El encubrimiento es una forma de fraude también, consiste en una protección mutua de silencio- la “omertá” de una
mafia diplomada.
Para
finalizar el tema, un médico que era ferviente partidario del aborto - porque
es un excelente
negocio para las clínicas abortistas- confesó hace un tiempo que él y otros de
su misma calaña habían inventado estadísticas de abortos ilegales a fin de
convencer a la opinión pública estadounidense
para que apoyara las leyes de legalización de esta práctica de asesinato de
inocentes
indefensos. Y tuvieron éxito, apoyados por grupos feministas, que defienden el derecho de la mujer de
disponer de su propio cuerpo. Claro, las mujeres nonatas no tienen ese
derecho...
Consideramos
ahora que las motivaciones intrínsecas y extrínsecas no son excluyentes. La personalidad
del científico y del individuo intelectualmente dotado no ha cambiado a través
de las épocas; la postura narcisista y paranoide de algunos investigadores puede hipertrofiarse y
sinergizarse con la demanda apremiante del sistema de valoración científica de nuestros días,
y con presiones chauvinistas o políticas. Es por lo tanto lógico suponer que la actitud
deshonesta en el quehacer científico, lo que hemos llamado el fraude en la ciencia, debe ser aún más
frecuente de lo que se ha publicado y habría que considerar también que el sistema lo
favorece y lo fomenta. Ahora que vivimos en plena revolución científica y
tecnológica no podemos permitir que el quehacer científico se desacredite. La solución a estos problemas es
ya motivo de estudios serios, pero seguramente no será fácil obtenerla.
Al
llegar casi al final de esta panorámica que, sin duda, no es exhaustiva, se
pone de manifiesto
que por múltiples razones, el trabajo científico está lejos de realizarse
siempre con la
calma, serenidad y desinterés que exigiría cierta imagen de la ciencia. Debido
a los apremios
propios del trabajo científico, de vez en cuando, se producen fraudes. La gran pregunta es si pueden ser
prevenidos.
ACCIONES POSIBLES
El problema de detectar los fraudes
¿Cómo
controlar la calidad de los resultados informados por un investigador? El problema no es nuevo, pero
parece hacerse cada vez más agudo. Un inconveniente importante es que detectar un fraude, y
sobre todo demostrar que es un fraude, son tareas difíciles e ingratas.
En la
mayoría de los casos la detección de un fraude comienza por sospechas expresadas por colegas o por
los lectores de los textos. El lapso de tiempo que pasa luego depende del procedimiento
empleado. En algunos casos puede durar años. En otros casos, el retiro de un texto
incriminado puede ocurrir en algunos meses. Todo depende de sí el culpable está dispuesto a reconocer
rápidamente su fraude. Esto evita poner en marcha la lenta, pesada y costosa maquinaria
administrativa y judicial.
Un ejemplo de lo difícil que es a veces demostrar la existencia de un
fraude es el caso de un investigador de los EEUU que alegó que los datos publicados por
otro en el estudio del ADN habían sido falsificados. Los datos estadísticos dependían de una
interpretación. Según la técnica que se usara para esto, se llegaban a
conclusiones diferentes. Los investigadores críticos, que consiguieron los datos originales,
consideraron que los mismos no eran compatibles con las conclusiones expresadas en el
artículo. Los autores replicaron ”esto es normal, los datos deben ser
interpretados”.
Se sabe que los datos fueron manipulados, pero no se pudo comprobar si son verdaderos o falsos
(59).
El
sistema de evaluación propia del mundo científico evidentemente no funciona en forma perfecta. Esta acusación
se refiere especialmente al hecho de que los censores (especialistas que deben
evaluar un artículo enviado a publicar) son elegidos entre los pares.
Muchas
veces los fraudes son hallados por accidente, luego de sobrepasar exitosamente las barreras del
sistema. Un caso es el del investigador en cardiología estadounidense, Robert
Slutsky, de la Universidad de California (San Diego). Parece que de 137
trabajos publicados 13 son fraudulentos y 45 son sospechados de fraude. Estos
fraudes fueron
hallados accidentalmente por el sistema institucional de control científico.
Slutsky deseaba conseguir un nuevo
puesto, y un experto que estudiaba sus antecedentes halló inquietantes anomalías en los artículos que
formaban parte de su dossier (en particular, estadísticas trucadas). ¡Pero más de treinta
revistas profesionales, muchas de ellas de muy alto nivel, habían aceptado y
publicado los trabajos del interesado! El punto más asombroso es que nadie entre los responsables científicos
involucrados, había advertido el ritmo increíble de publicación de Slutsky: un artículo cada diez días
durante el período 1983-1985.
Otro problema es el de los
coautores: Numerosos investigadores han puesto sus nombres junto al del fraudulento. ¿Es normal que tantos artículos sean
firmados por expertos que de hecho, no saben realmente de qué se trata el
artículo? Ya sea por laxitud, complacencia o vanidad, los cosignatarios abusivos se hacen cada vez más frecuentes.
Hay algo malsano. Por ejemplo,
Charles Higgins, director del laboratorio de Slutsky, fue cofirmante de tres artículos
fraudulentos y de 21 sospechosos. En cuanto a las revistas que publicaron los artículos, el asunto es embarazoso. La revista Radiology
publicó una nota retirando su apoyo a cuatro artículos de Slutsky, pero, ¿qué hacer con los artículos
sospechosos? (70).
Estos
problemas están ilustrados por el siguiente ejemplo. En la primavera de 1983, los doctores Walter W.
Stewart y Ned Feder abandonaron su campo de estudio en diversos institutos estadounidenses de
salud para realizar una investigación muy peculiar: la validez de
las publicaciones
científicas. Su objetivo fue averiguar si los autores de artículos científicos,
los editores de revistas especializadas y los denominados "árbitros"
o “censores” (científicos de reconocido prestigio encargados de evaluar los artículos sujetos a
publicación) tienen algún criterio para asegurar que los datos y afirmaciones contenidos en los
textos científicos sean ciertos (85).
En su
investigación, Stewart y Feder consideraron, entre otros puntos, la
consistencia y exactitud
de los artículos, la duplicación de datos en otros textos y resúmenes, así como
el crédito apropiado
y la responsabilidad de quienes firman o no firman los artículos. Para su estudio
seleccionaron 109
artículos originales, firmados por el doctor von Darsee (del cual ya se habló antes) y 47 coautores más,
algunos investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Emory y otros del
laboratorio del célebre cardiólogo Eugene Braunwald de la Escuela de Medicina de Harvard.
Al
realizar un minucioso estudio de los artículos fraudulentos que von Darsee
publicó en revistas especializadas de renombre, Stewart y Feder encontraron que
en todos ellos se incluían
un sinnúmero de errores e inconsistencias además de los datos inventados. Encontraron que los coautores, quienes podrían
haber detectado todos estos errores, no tuvieron
cuidado alguno en la preparación del manuscrito, al igual que los editores y
árbitros de las revistas en las que
se publicaron, quienes pasaron por alto errores que para Stewart y Feder eran obvios. Algunas de las señales que han
sido propuestas para detectar un fraude son: incompatibilidad de la edad con el abultamiento del currículum,
uso, sin decirlo, de los mismos animales testigo en muchos estudios,
incompatibilidad de los datos entre las figuras, tablas y texto. Pero estas señales pueden ser errores inocentes y
corrientes, que a veces se dejan
pasar, es decir, no necesariamente revelan un fraude.
En
los últimos meses de 1983, ambos investigadores escribieron un artículo sobre
sus hallazgos y
lo remitieron a la revista Nature para su publicación. Posteriormente,
se les recomendó
hacer diversos cambios por consideraciones legales ya que ellos o la revista Nature
podían ser
demandados por difamación. Sin darse por vencidos, Stewart y Feder intentaron publicar su artículo en otras
revistas especializadas, entre ellas Science y New England Journal of Medicine, pero igualmente fue rechazado
por criterios editoriales. En 1986, el editor de Science les informó que
los detalles encontrados en los artículos firmados por von Darsee carecían de interés, en tanto
que el editor de New England Journal of Medicine dijo que sus hallazgos
eran novedosos. Otros editores opinaron que el artículo era de extrema
importancia y
de interés
público, pero que podría resultar demasiado costosa su publicación debido a las
posibles
demandas por difamación que habría que enfrentar (85).
Además
del envío de su manuscrito a revistas especializadas, el 26 de febrero de 1986,
Stewart y Feder presentaron un resumen de éste a un comité del Congreso de
Estados Unidos, en el que incluían un comentario sobre el temor de varios
editores a la demanda por difamación. Semanas después ambos investigadores decidieron enviar una
copia de su artículo a los miembros de la Academia Estadounidense de Ciencias.
Finalmente,
la revista Nature publicó el artículo escrito por Stewart y Feder. Tal
vez el aspecto
más importante sea el que los errores e inconsistencias de los artículos de von
Darsee podrían
encontrarse también en otras publicaciones. En su artículo "Sobre la
integridad de las publicaciones científicas" Stewart y Feder se hacen la siguiente pregunta:
¿qué porcentaje de los artículos publicados sobre ciencias médicas se encuentra basado en datos
fraudulentos o inventados
por los propios autores? Pese a que no pueden responder este cuestionamiento, Stewart y Feder afirman que
además de los datos fraudulentos, encontraron errores y discrepancias como, por
ejemplo, la existente entre un valor numérico incluido en alguna tabla y el valor correspondiente
dentro del texto. Para la comunidad científica, la publicación del análisis de
Stewart y Feder significa el comienzo de una amplia discusión en torno a
diversos aspectos de las publicaciones científicas a los que hasta ahora no se
había prestado suficiente interés.
Entre
sus conclusiones, Stewart y Feder mencionan el hecho de que es deber de los autores verificar, en la
medida de lo posible, todos los datos y afirmaciones en los que se basan los artículos que envían a las
revistas especializadas, así como la cuidadosa revisión del artículo ya procesado para ser
impreso. También sugieren la revisión de cierto número de artículos ya
publicados, seleccionados al azar, para establecer su integridad y sacar así
conclusiones que por ahora no pueden establecerse a partir del estudio
realizado por Stewart y Feder.
Por
otro lado, las distintas valoraciones dadas al artículo por diferentes editores
hacen pensar
acerca de la seriedad con que se toman los referatos. ¿Cómo puede ser que
alguien diga que
el artículo no tiene interés y otro que es de interés fundamental?.
Otra
cuestión es la dificultad para publicar un artículo acerca de un posible
fraude, por temor
a las consecuencias legales, aunque la calidad de von Darsee como falsario de
la ciencia ya
había sido establecida previamente.
Los
editores de revistas científicas se defienden a su vez indicando que en la
mayoría de los
casos, el fraude no es evidente al leer los artículos originales Hay una de dos
cosas que el
editor puede hacer en caso de plagio, lo que revela lo difícil que es para las
revistas detectar
un fraude (72).
Los árbitros pueden llamar la atención sobre el hecho de que un trabajo similar
ha sido enviado a
otra revista o a un coloquio. Por otra parte, ciertos índices provocan la sospecha del editor cuando
alguien publica demasiado, en algunas semanas (como fue el caso von Darsee). El caso de
plagiario mayor fue el de Elias A. Alsabti, ese biólogo jordano que residía en los EE.UU. Sus
numerosos plagios y publicaciones duplicadas terminaron por ser descubiertas, pero publicaba
en revistas muy poco conocidas y así mismo, el revisor más competente no puede conocer
todo lo que aparece en el mundo. A veces, se puede decir que los resultados son demasiado
buenos para ser verdaderos, especialmente en ciencias biomédicas. Por ejemplo, seis
puntos perfectamente alineados en una recta, son bastante sospechosos. De todas formas,
un falsario profesional no pondrá los seis puntos exactamente sobre la línea recta. Esto
hará la detección más difícil. Por ejemplo, el fraude de Burt era de los que tenían más
posibilidades de ser detectados porque cualquiera que entienda de estadística puede darse cuenta
que la correlación observada tenía extremadamente bajas probabilidades de ser
exactamente la misma para cualquier número de pares de gemelos estudiados. Y no debe
olvidarse que Burt era el editor de la revista en la que apareció una parte de sus trabajos, lo que
en si mismo es un conflicto de intereses.
Otra
cuestión es la actitud que tienen algunos revisores sobre el origen del
trabajo, más que
sobre su valor. P. Thuillier, en una entrevista para la revista Ciencia Hoy
(59), habló del “internalismo”
y los condicionamientos sociológicos de los revisores de revistas científicas. Indica que en los EE.UU. se
entrevistaron entre 60 y 80 investigadores que expresaron que la práctica de aceptar artículos
de autores si están relacionados con institutos o universidades renombrados, y rechazarlos si
los autores pertenecen a una universidad de poca importancia, es una práctica normal. Una
ganadora del premio Nobel decía que “recusar a un desconocido es normal porque la ciencia
es una cuestión de confianza: si yo lo conozco a usted y lo considero honesto, y usted
dice que realizó tal experiencia, yo le creo; pero si vive muy lejos y me escribe sobre la
cuestión, y yo no lo conozco, rechazo el artículo.” Debe recordarse, para notar la falacia del
razonamiento, que muchos de los fraudes más sonados -mencionados en estas páginas- se hicieron
por personas que trabajaban precisamente en instituciones de reconocido prestigio, y que
tenían como coautores científicos de renombre mundial. Un experimento hecho en los EE.UU. es
revelador: se tomaron unos trece artículos de psicología ya publicados y considerados
de buena calidad; a continuación, se los modificó apenas la primera línea de
cada uno y se solicitó nuevamente su publicación con autoría atribuida a oscuros profesores de universidades menores. Sólo
un caso fue identificado como fraude,
mientras que todos los otros
artículos fueron rechazados por la misma revista en la cual ya habían sido publicados. No hay
justificación teórica para algo así.
Por último,
los científicos dedicados a perseguir fraudes son considerados frecuentemente como “cazadores de brujas”, “locos”
o “fabricantes de problemas”. Los trabajos
sobre la integridad de la literatura científica de Walter Stewart y Ned Feder,
de la National Institutes of Health
(NIH), y de John Dingell, como se dijo, han sido rechazados por muchas
revistas norteamericanas (incluida Science) por su carácter
“acientífico” y “no pertinente”. Sólo la revista británica Nature (86)
se arriesgó a publicar el trabajo, pero solamente luego de un largo
procedimiento de examen y correcciones. Feder y Stewart, cuando trabajaban como detectives aficionados en
los comienzos de su investigación sobre los fraudes, sufrieron los efectos del antagonismo y amenazas. Trabajaban
como científicos en la NIH, y fueron
informados sin preaviso de que eran trasladados de su espacioso laboratorio a uno pequeño en el subsuelo, sin ventanas. Durante
el traslado, algunos equipos desaparecieron misteriosamente. Finalmente la NIH estableció en 1989 una oficina de
integridad científica (OSI: Office of Scientific Integrity). Entonces,
Feder y Stewart se transformaron en una especia
de héroes. Fueron los primeros en afirmar que los fraudes científicos
constituían un problema real, enfrentando un clima hostil de un mundo
científico que se resistía a admitir el hecho. No obstante, el establishment volvió a la carga, en forma
más solapada. La sucesora de Feder y
Stewart al frente de la OSI, Suzan Hadley, renunció en julio de 1991 aduciendo interferencias en su trabajo. Entre los casos en
que se ocupaba Suzan Hadley, había una encuesta
sobre un fraude supuesto en la Cleveland Clinic Foudation, donde un
biólogo estaba sospechado de haber
manipulado sus resultados a fin de parecieran más prometedores que lo que eran en realidad, con la finalidad de obtener
subsidios del orden de un millón de dólares. Hadley había dictaminado la falta del investigador, una conclusión
diametralmente opuesta a la que
había llegado una investigación llevada a cabo por la misma clínica, dirigida
por Bernardine Healey. En julio de
1991, Healey tomó la dirección de la NIH e inmediatamente se interesó en los trabajos de la OSI, lo que
Hadley consideró una intromisión en su propia investigación del caso. Luego de la partida de Hadley, las funciones de
la OSI comenzaron a andar mucho más lentamente...
Es evidente que la comunidad científica desea que no
se produzcan fraudes relacionados con su trabajo, pero, cuando se producen, prefiere que no se
hable de ellos.
¿Qué
puede hacerse?
Obviamente, lo que no
puede hacerse es ocultar la cabeza en un hoyo en la arena como un avestruz, y pretender que no ocurre nada.
Desgraciadamente,
perece haber poco interés de los científicos en debatir el problema. No se consagran reuniones
científicas al fraude, ni siquiera en forma parcial. Parece que tema carece de interés para los
científicos. Leen los informes que aparecen en Nature, en Science,
en La
Recherche, en Ciencia Hoy, en Scientific American, y otras
revistas por el estilo, pero parecen creer que el problema no se encuentra en su propio
dominio. Si van a un congreso, desean dedicar su tiempo a los temas específicos y no
perder el tiempo en mesas redondas sobre fraude, a veces, ni siquiera sobre fraudes en su
propia disciplina. Las grandes instituciones tales como la Royal Society, o la American
Chemical Society, por lo general no se ocupan del tema.
Una
acción que debería hacerse en todas las universidades e institutos de
investigación es
reducir la posibilidad de fraude y educar a los nuevos investigadores en una
cultura de ética y honestidad
científica. La otra, establecer un sistema que funcione y permita detectar, investigar y sancionar los fraudes científicos, y
exonerar a los inocentes.
Lo
primero es fácil de hacer. Requiere sólo la voluntad de hacerlo. Una forma de reducir la posibilidad de
fraude es llevar buenos registros de laboratorio y una mejor supervisión por
los científicos principales. En contra de esto está la falta de cuidado, impaciencia, y la carrera para obtener resultados.
El fraude deliberado es raro (pero no imposible,
como muestra el affaire Gallo) entre los investigadores de renombre. La fabricación de datos por los alumnos no es poco
común y ocurre más seguido de lo que se reconoce formalmente, muy frecuentemente para cubrir una meta, para
completar una publicación o una
tesis, o para forzar experimentos recalcitrantes a ajustarse a un patrón preconcebido, para establecer la prioridad y para
mejorar la reputación como investigador. También está el tratamiento subjetivo de datos, lo que consiste en
seleccionar selectivamente o rearreglar datos para soportar hipótesis
favorecidas. Mucho de esto es legítimo, y es indudablemente
necesario para destilar una publicación comprensible de una masa de datos acumulados en un largo período. Por otro lado, si
nos volvemos cada vez más enamorados de nuestras hipótesis, el proceso se puede ir de control. Como nuestra
confianza en nuestras propias ideas
y nuestra habilidad para presentar los resultados en la forma más conveniente
crece con la experiencia, es en este punto donde un investigador en la cumbre
de su carrera puede más
frecuentemente salirse del camino correcto (87).
Los cánones de la ciencia demandan que los experimentos deben ser
claramente descritos
y sus resultados honestamente informados. Esto se puede hacer si se mantienen registros completos y
cuidadosos. Que esto ocurra dentro de su grupo es una responsabilidad importante del investigador
principal. Los colegas menos experimentados y los estudiantes deben ser instruidos de cómo, y
con qué detalle, deben mantenerse los registros, y el investigador principal debe
revisarlos periódicamente para comprobar que los registros están bien llevados y están
apropiadamente preservados. Cuanto más importante es el resultado, más importante es que el
investigador principal examine los datos originales y registros, y controle los razonamientos
mediante los cuales se alcanzó una conclusión fundamental. Debe actuar como abogado del
diablo y exigir que sus colegas más jóvenes o sus alumnos lo convenzan (87).
Un
buen registro desanima fuertemente a falsificar datos, hacer desaparecer
resultados inconvenientes,
y muestran fácilmente los trabajos que fueron incompletos o chapuceros. Esto los hace una importante
barrera contra el fraude y el arreglo inapropiado de datos. Además, son vitales para hallar la
fuente de problemas de resultados que no pueden ser reproducidos o cuando el trabajo publicado
es criticado. Es necesario definir más claramente los estándares de la práctica científica
aceptable. ¿Qué tipo de datos debe ser guardado, y por cuánto tiempo? ¿Cómo debe establecerse la
autoría? ¿Cómo deben ser evitados los potenciales conflictos de interés cuando
el investigador tiene un interés económico o afectivo en la aceptación de su trabajo?
Por
otro lado, es importante que un seminario o curso corto sobre ética científica,
y de los
estándares que deben ser cumplidos, sea parte de los cursos que obligatoriamente
deben ser tomados
por los alumnos de posgrado y aspirantes a investigadores, a fin de prevenirlos
de la tentación de cometer fraudes científicos. Al menos debería ser un curso a
aprobar por todos los
estudiantes que están recibiendo becas para su formación científica. El ejemplo
de los que hicieron
trampa y fueron descubiertos debe servir para disuadirlos. Como decía el famoso
general Sherman
de la guerra civil estadounidense, “de vez en cuando, un buen fusilamiento mantiene la disciplina”. Pero esto no sirve si los
tramposos salen impunes o no son descubiertos. Nada favorece más al delito que la
impunidad. Por eso es necesaria la segunda acción.
Este
asunto no es nada fácil. En los EE.UU., donde el tema se ha debatido por largo tiempo, aún no se ha llegado a
un consenso. Hay una fuerte resistencia de los científicos norteamericanos contra permitir
que personas externas a la ciencia examinen cómo ésta
sanciona a los
fraudulentos. Existe una fuerte resistencia a que el congreso legisle contra
los fraudes
científicos, porque la legislación podría terminar sancionando los errores
científicos, o a
los científicos con ideas revolucionarias y contrarias al establishment.
Sería una forma de abrir a los políticos la posibilidad de intromisión en la ciencia, que en
épocas pasadas (y no tan pasadas) causó estragos de infausta memoria.
El
problema tiene una gran variedad de facetas de delicado tratamiento. Una
propuesta es que las mismas
universidades y centros de investigación se encarguen del asunto. El director de la National Coalition for
Universities de los EEUU, Leonard Minsky, dijo que “Hay siempre dudas en cuanto a la motivación y la
voluntad de las universidades en tratar este tipo de problemas
(los fraudes científicos)”. Hay que tener en cuenta que muchas veces estas instituciones tienen conflictos de interés
en cuanto a la investigación en si, como puede verse en diversos casos tratados
en este trabajo.
El
problema de dejar a las mismas universidades la investigación de las
acusaciones de fraude
dentro de su propio ámbito está principalmente ligado a la forma como se eligen
las autoridades
universitarias en la Argentina. Al ser elegidas en un proceso puramente
político en el
cual los méritos académicos no tienen nada que ver con la elección, es muy
difícil que alguien decida tomar una acción contra un posible votante, por un
lado, lo que dificulta la prosecución de las causas. Por otro lado, si el acusado es un enemigo
político o académico, no tiene asegurada la imparcialidad. Los conflictos de intereses aparecen en
todos lados, y el proceso en si es muy desgastante para todos los participantes. En opinión
del autor, las universidades
deberían solamente recibir la denuncia y pasarla con todos los elementos de prueba que puedan asegurar en
el momento a un organismo externo a la universidad, que designe la comisión que
entienda en el caso, formada con personas que no tengan ningún conflicto de intereses.
Hileman
(88) dice que hay bastantes dificultades en el control de la inconducta científica por parte de las
instituciones científicas y académicas. Algunas trampas pueden ser inherentes a
los procedimientos de fraude, aún cuando la institución tome un gran cuidado en
implementar las
políticas de procedimiento, y que llevan finalmente al proceso a los tribunales.
Entre
los factores que contribuyen a esos pleitos es que las universidades tienen
gran dificultad
en mantener las confidencialidad en los procesos de fraude científico. Los profesores asignados a los
comités de investigación, muchos de los cuales son legos en cuestiones legales, tienen
dificultad para seguir el proceso debido y efectuar lo que es un
proceso cuasilegal. Los investigadores
encuentran muy difícil asegurar la evidencia de inconducta- usualmente datos científicos fraudulentos- de modo que
nadie, -el acusado u otro- tienen la
oportunidad de destruir o alterar esa evidencia.
La
mejor forma de evitar litigios legales es tener buenas políticas para asegurar
la conducta
científica al nivel de universidades. Reglas insatisfactorias pueden conducir a
pleitos basados
en el incumplimiento del proceso debido, provocados por el acusado una vez que
el caso es
cerrado, o el acusador puede presentar un pleito contra la institución si ésta
lleva a cabo una
investigación calificada como insatisfactoria o no investiga.
Otro
problema no científico de las investigaciones sobre inconducta es que el comité
investigador
puede llegar a la conclusión correcta científicamente, pero si no siguió los procedimientos legalmente
correctos, es probable que sean demandados.
Las
características de una política de inconducta sana son: definir quién conduce
la encuesta
preliminar, quién conduce la investigación, y quién toma la decisión sobre los hallazgos de esa
investigación. Es necesaria una investigación primaria para determinar si se
justifica una investigación formal. Una política sana debe explicar cómo se
debe proveer las pericias
apropiadas y cómo deben evitarse los conflictos de interés. Tiene también
establecer procedimientos
para mantener la confidencialidad y confiscar los datos sospechosos. Además, debe definir cómo deben serle
provistos al acusado los procedimientos debidos y el rol que los abogados pueden jugar en
los procedimientos.
Una de
las mayores fallas en procesos de inconducta involucra la confidencialidad. Para evitar problemas, la
información acerca del caso debe ser compartida sólo entres quienes necesitan la información y
los que participan en la investigación deben ser advertidos de la necesidad de confidencialidad.
La confidencialidad es un problema grave si hay muchas personas involucradas en las
investigaciones. Por ejemplo, es muy difícil mantenerla si hay varias
instituciones involucradas. Las instituciones involucradas en recolectar o
analizar los datos sospechosos necesitan ser informadas de que hay una
investigación en marcha, pero si una institución no está trabajando sobre los datos
sospechosos, no debe ser informada de esto. Si fue enviado un trabajo a una revista científica
con los datos sospechosos, la universidad debe pedir al editor que suspenda el proceso de
revisión -publicación del artículo, sin revelar detalles del caso.
Un
problema importante es presentado por un investigador acusado que consigue una posición en otra institución
antes de que el caso sea cerrado. Es difícil proseguir la
investigación
cuando el investigador abandona la institución. Pero, además, sólo debe pasarse
información a la
nueva institución empleadora una vez que el caso de fraude ha sido cerrado.
La obtención de la
evidencia más original y primaria disponible es una prioridad crucial en una buena investigación. Debe tenerse
gran cuidado para obtener evidencia de alta calidad, en parte debido a que la protección de la evidencia es
importante para la protección del acusado. La creación de nueva
evidencia para cubrir la inconducta es un fenómeno frecuentemente encontrado en estos casos, y consiste en una inconducta
muy severa. Si la evidencia no es asegurada correctamente, las otras partes
pueden ser pasibles de contrajuicios.
La
evidencia usada en un caso consiste en todos los registros y materiales
ofrecidos por el
acusado, así como registros de laboratorio adicionales relacionados con el
proyecto cuestionado.
La evidencia puede consistir en notas de laboratorio, preimpresiones, geles, muestras de reactivos o
productos, materiales biológicos, registros de ordenador, manuscritos, y registros de comunicación,
entre otros. Cada vez más, la información importante existe sólo en los ordenadores, no en
cuadernos de notas u otros registros escritos, por lo que se necesita personal muy adiestrado para
asegurar el contenido del disco duro. Un problema importante es el de los
ordenadores conectadas a una red, donde muchas personas tienen acceso a los datos. Si se sospechan
modificaciones o borrados de datos en el ordenador, la universidad debe contratar un experto para
investigar. En muchos casos, los únicos datos disponibles están en un ordenador en la casa
del acusado, y el investigador debe apoderarse del ordenador privado del acusado.
Un
problema es que, mientras muchas instituciones tienen buenos derechos sobre los
datos, muchos
investigadores creen que ellos tienen la propiedad total de los mismos. En esos
casos, una
autoridad universitaria debe exigir la entrega de los datos (esto es
frecuentemente muy
difícil, por la tendencia de las autoridades elegidas políticamente a no
comprometerse en situaciones
conflictivas). Esto puede producir problemas porque muchas autoridades no están
entrenadas en
procedimientos legales.
Inevitablemente,
el asegurar la evidencia interfiere con mantener la confidencialidad. No se puede asegurar la
evidencia y mantener la confidencialidad por completo.
Para
evitar la ocurrencia de fraudes científicos, las instituciones deben también
crear un medio ambiente que desanime a los posibles falsarios. Una forma de
efectuar esto es presentar
simposios, conferencias o cursos acerca de la conducta responsable en investigaciones, especialmente
a los estudiantes graduados. Otra forma es instruir a los
investigadores en
los procedimientos apropiados para registrar los datos científicos y establecer políticas sobre
retención de datos y sobre propiedad de los mismos.
Existe
una gran variedad de formas en que los investigadores registran sus datos y en el tiempo durante el cual
estos datos son conservados. Algunos investigadores registran pocos de sus datos, y algunos los
tiran pocos meses tan pronto como los trabajos fueron publicados. La
institución de mentores es una buena forma de generar procedimientos de
investigación sanos.
En parte debido a esas
investigaciones, en parte porque las dificultades aparecen siempre en casos de fraude científico, tanto los
investigadores declarados inocentes como los acusadores usualmente sufren inconvenientes personales y profesionales
luego de una investigación.
El
Research Triangle Institute de los EE.UU. encontró que el 60% de los
científicos exonerados
sufren una o más consecuencias negativas. De esos, el 70% informaron consecuencias severas: pérdida
de posición, de promociones, de aumento de salarios, de posibilidad a acceder a
subsidios o becas y 42% informaron consecuencias menos severas: amenazas de juicios, acusaciones adicionales,
ostracismo, reducción de subsidios o de personal.
En muchos caos, esas acciones negativas continuaron aún luego de la conclusión
de la investigación. Es necesario
restaurar la reputación del científico exonerado, pero en los EE.UU. en 1997 sólo el 25% de los científicos
exonerados fueron satisfechos con los esfuerzos
efectuados por su institución para restaurar su reputación.
Los
acusadores tienen los mismos problemas. El 69% de ellos sufrieron consecuencias
negativas, y para
el 25% de los mismos las consecuencias fueron severas.
Los
mismos institutos de investigación tienen un dilema. Si no verifican las acusaciones de inconducta,
pueden llevar a una pérdida de moral entre los científicos y una pérdida de subsidios. Pero
las investigaciones de inconducta pueden ser muy costosas para la institución, pueden llevar a
juicios caros y pueden dañar la reputación de todos los involucrados.
Una
cuestión importante es si un científico investigado por inconducta científica
debe ser
separado de su cargo durante la investigación. La opinión generalizada es que
esto no debe hacerse
hasta que se haya fallado en contra del acusado, salvo que se pueda determinar
que los cargos
son suficientemente serios y estén suficientemente fundados, y aún en ese caso
sólo deben ser
informados quienes tengan estricta necesidad de saberlo.
Revelar
prematuramente el nombre del investigador acusado puede producir un gran daño, aún cuando se determine
que las acusaciones no son ciertas. Muchos cargos de fraude en realidad son
reclamos de prioridad o de autoría, y pueden ser meros intentos de perjudicar a un enemigo personal o
político.
Otro tema a tener en cuenta
es que la recolección de pruebas y la acusación deben estar en manos de un grupo separado de aquél que finalmente dictamine
si hubo o no fraude. Cuando la
función de fiscal y la del jurado convergen en el mismo grupo, es una fórmula
para el desastre.
¿Cuál es el destino de los falsarios?.
La
mayoría de las veces la suerte de los falsarios queda ignorada. Ciertos
fraudulentos desaparecen sin dejar rastros, pero no sin haber hecho estragos.
En medicina, algunos parecen encontrar
refugio en el trabajo clínico, lejos de las presiones y de las tentaciones de
la investigación a las que sucumbieron en
algún momento. En algunos casos, han terminado en prisión, cuando el fraude científico está
asociado con otros delitos. Y hasta en algunos casos, los falsarios, merced a contactos de alto nivel,
han podido sobrevivir en el medio académico científico, especialmente en países subdesarrollados donde el espíritu
crítico y la influencia de la ética son menos poderosos que los lazos
políticos, de clase o de otros tipos.
Un ejemplo de las reglas de aplicación en caso de
acusación de fraude científico.
El
Department of Health & Human Services de los EE.UU. estableció reglas sobre
el procedimiento
en procesos de inconducta, aplicables en su ámbito de actividades (89). Estas son:
·
Una indagación en una acusación u otra evidencia de posible inconducta
debe ser completada
dentro de los 60 días. Debe ser preparado un informe escrito que incluya las conclusiones de la indagación
y resuma la evidencia revisada.
·
Si la investigación preliminar determina que no es necesaria una
investigación posterior, la documentación detallada que indica por qué se concluyó esto debe ser
guardada por lo menos
por tres años.
·
Si es necesaria una investigación a plena escala, el director de la
Oficina de Integridad Científica (OSI) de los National Institutes of Health
debe ser notificado y la investigación debe
ser comenzada en los siguientes 30 días. La OSI recibe informaciones anónimas
concernientes a fraudes, así
como indicaciones directas provenientes de los investigadores directamente involucrados.
·
La investigación debe normalmente incluir el examen de toda la
documentación, incluyendo
los datos de investigación, propuestas, publicaciones, correspondencia y memoranda de llamadas
telefónicas relevantes. Todos los individuos involucrados en la formulación de los cargos o
contra los cuales se formuló deben ser entrevistados así como cualquiera que tenga
información relevante.
·
Los investigadores no deben tener cualquier conflicto de interés real o
posible.
·
La investigación debe ser completada dentro de los 120 días. El informe
final debe ser remitido a la OSI.
·
Cuando se ha sustanciado la acusación de inconducta deben imponerse
sanciones apropiadas.
Deben hacerse diligentes esfuerzo para restablecer las reputaciones de las
personas acusadas de inconducta cuando las acusaciones no fueran confirmadas.
Las posiciones y
reputaciones de las personas que efectúan acusaciones de buena fe deben ser protegidas.
Sería
conveniente que una oficina central, posiblemente una organización
independiente, formada
por funcionarios sin dependencia con las universidades, se encargue de los
procesos, y que
cada universidad informe anualmente los casos de inconducta científica que
hayan tenido,
para obtener buenas estadísticas del caso. La oficina podría recibir las
acusaciones, designar
comités de investigación preliminar, otros para determinar si corresponde una investigación más extensa, y
otros que establezcan el fallo. También debería establecer las sanciones correspondientes.
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