EDUCACIÓN PARA LA SOSTENIBILIDAD
Rafael Pla López
miembro del Área Federal de Educación de IU

Sabemos que no es sostenible un crecimiento cuantitativo consistente en producir más consumiendo más recursos naturales. Por ello, cuando se habla de "desarrollo sostenible" hay que dejar claro que el único desarrollo sostenible posible es el cualitativo, basado en producir y consumir mejor evitando el despilfarro consumista.

Resulta claro que los valores de la sostenibilidad deben necesariamente formar parte del curriculum educativo. Pero cuando hablamos de "educación para la sostenibilidad" no hemos de limitarnos a las tareas de "concienciación" al respecto en la tarea educativa, sino que además la educación es un componente esencial de un tal "desarrollo sostenible".

En efecto, dicho desarrollo, en la medida en que no consiste en producir más, sino en producir mejor, descansa fundamentalmente sobre la creatividad de los trabajadores y trabajadoras, la cual depende de su formación y sus condiciones laborales. Por tanto, priorizar la inversión pública en educación no sólo es una exigencia para atender las necesidades individuales de educación de la ciudadanía, sino también un requisito para un desarrollo sostenible frente a la crisis capitalista.

Ello es necesario tenerlo en cuenta para valorar el significado de los cambios que se proponen en los sistemas educativos: es importante analizar en qué medida responden a necesidades objetivas del desarrollo de las fuerzas productivas y en qué medida están condicionados por las relaciones de producción capitalistas bajo las que se produce dicho desarrollo.

Para ello debemos comenzar analizando los cambios producidos en las fuerzas productivas en la segunda mitad del siglo XX, y en particular con la llamada Revolución Científico-Técnica, singularmente con el paso del maquinismo basado en la máquina-herramienta a la automatización basada en el uso de ordenadores: en tanto que la máquina-herramienta introducida por la revolución industrial en el siglo XIX era un instrumento de un único uso que sustituía la habilidad manual del artesano y convertía el trabajo humano en un apéndice de la máquina, el ordenador es un instrumento de uso múltiple que sustituye también las actividades mentales rutinarias, y que a través del cambio de programación realizado por un operador humano puede adaptarse para la realización de distintas tareas. De este modo, si con la máquina herramienta el desarrollo tecnológico se aplicaba fundamentalmente mediante la inversión en nueva maquinaria, los ordenadores de programación variable posibilitan el desarrollo tecnológico a través de la innovación en el trabajo.

Es así como ya en 1972 escribíamos en el Boletín del Seminario de Pedagogía del Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Valencia (posteriormente reeditado en el libro "Por una Reforma Democrática de la Enseñanza") lo siguiente: "El desarrollo de la personalidad humana no es sólo una preocupación humanista, sino una exigencia del incremento de la producción; no es sólo deseable, sino económicamente necesario; en los períodos históricos en los que la mayoría de la población se dedica a un trabajo manual, de tipo mecánico, no necesita el trabajador más que una educación elemental y rutinaria; el 'desarrollo del individuo' queda así restringido a una élite. Ahora bien, el desarrollo de la automatización convierte en automáticos los trabajos elementales, desplazando el trabajo humano hacia actividades de preparación y planificación de la producción, de investigación, de relaciones inter-humanas, et., en las que es necesaria una mayor creatividad; 'en el punto más alto del desarrollo tecnológico el trabajo humano se transforma en una actividad creadora'. La preparación de los alumnos según las necesidades futuras de la sociedad es una exigencia ineludible, a la que debe responder una educación activa y democrática" (la última cita insertada corresponde a "Progreso técnico y democracia" de Radovan Richta).

En este contexto, en los movimientos de renovación pedagógica eran habituales lemas como "El profesor no enseña, el alumno aprende" o "Sólo se aprende lo que se hace": una renovación pedagógica basada en la introducción de métodos activos, para un aprendizaje centrado en el estudiantado, era de hecho también una necesidad económica.

Pero durante las siguientes décadas el crecimiento económico consustancial al capitalismo, bajo la égida ascendente del neoliberalismo, oscila entre la innovación tecnológica, la rapiña de los recursos naturales del planeta, la sobre-explotación de la mano de obra apoyada en la "deslocalización" de la producción a países de la periferia, y finalmente la especulación financiera. De este modo, la renovación pedagógica requerida para un desarrollo de las fuerzas productivas basado en la creatividad humana, además de tener que superar las inercias de los sistemas educativos tradicionales, resulta frenada y constreñida por las relaciones de producción capitalistas bajo las que se desenvuelve, que se globalizarán con el hundimiento de los sistemas llamados de "socialismo real" en el Este de Europa.

Hay que subrayar que precisamente en la última década se ha hecho cada vez más patente, frente a los límites ecológicos del planeta, la inviabilidad de sostener el desarrollo económico en un crecimiento del consumo de recursos naturales, y por lo tanto la necesidad de poner el acento en un desarrollo basado en la investigación, plasmado en la fórmula I+D+i, Investigación+Desarrollo+innovación. Pero no se reconoce palmariamente que así como la primera I hace referencia a la Investigación científica y la D al Desarrollo tecnológico, la innovación a que se refiere la segunda "i", que se sitúa en el ámbito de la empresa, es de hecho innovación en el trabajo, corresponde al protagonismo de hecho de la clase trabajadora en la acción para un desarrollo sostenible. El marco de las relaciones de producción capitalistas, que resultarían cuestionadas por dicho reconocimiento, supone una traba para el mismo, que dificulta asimismo llegar hasta las últimas consecuencias en el ámbito pedagógico sobre el necesario protagonismo de la creatividad en el trabajo.

En este marco, un desarrollo sostenible deberá conjugar el decrecimiento en el consumo de recursos naturales con un crecimiento en la producción y consumo de información y cultura. Sólo en ese sentido puede propugnarse una "educación para la producción", precisamente en tanto que dicha producción pasaría a ser en buena medida producción de cultura e información.

De hecho, la crisis capitalista ha hecho más perentorio el proyecto de pasar de una economía basada en la energía a una economía basada en la información, cuyas posibilidades de crecimiento continuado parecen más viables (no en vano la llamada Ley de Moore estipula que cada dos años se duplica la capacidad de los ordenadores para procesar información) y menos condicionadas por los límites del planeta. 

Pero el problema es que la información se resiste a ser tratada como una mercancía. Cuando se encontraba estrechamente vinculada a un soporte físico, éste podía venderse y comprarse sin problemas. Pero con su tratamiento en soporte informático, y al ser el coste de su reproducción una porción ínfima del coste de su producción, las leyes del mercado devienen inaplicables, y la facilidad de circulación de información a través de Internet multiplica dicho efecto. Ello ya provocó en su día el estallido de la burbuja de las “dot.com”, y convierte la llamada piratería informática en un fenómeno imparable.

En esta situación, la extensión del capitalismo a la “economía de la información” no puede dejarse al libre juego del mercado, y les obliga a olvidarse de los dogmas neoliberales para recurrir al control político directo, al más puro estilo feudal. Acciones de ese tipo han tenido lugar en diferentes Estados. En el Estado Español lo hicieron con el llamado “canon digital”, y posteriormente con la llamada Ley de Economía Sostenible. No se trata sólo de la disposición final permitiendo el cierre administrativo de páginas web de descargas, sino que recorre toda la Ley bajo la bandera de la llamada “propiedad intelectual”, concepto aberrante en sí mismo que pretende una inviable extensión de la propiedad sobre las cosas a la propiedad sobre las ideas, o sobre una información que, en definitiva, no es sino una sucesión de ceros y unos.

Los capitalistas están ahora probando su propia medicina: después de décadas proclamando la inevitabilidad de las leyes económicas, topetan ahora con la inevitabilidad de la libre circulación de información en la era de Internet: no se trata sólo de que los internautas encuentren sistemáticamente vías para sortear las prohibiciones, como el P2P o los anonimizadores, sino que la experiencia industrial china o las filtraciones de Wikileaks muestran la dificultad de mantener los secretos encerrados bajo siete llaves.

De hecho, la objetividad económica a lo que apunta es al carácter público de la Economía de la Información. Y es desde el sector público desde donde puede impulsarse de forma eficaz, no supeditándola al lucro privado, sino en una perspectiva socialista.


Por ello, si bien resulta racional propugnar, en el sentido antes indicado, una "educación para la producción", no lo es una "educación para el mercado": la mercantilización de la educación es en la práctica incompatible con una verdadera educación para la sostenibilidad.