Sabemos que no es sostenible un crecimiento cuantitativo
consistente en
producir más consumiendo más recursos naturales. Por ello, cuando se
habla de "desarrollo sostenible" hay que dejar claro que el único
desarrollo
sostenible posible es el cualitativo, basado en producir y consumir
mejor evitando el despilfarro consumista.
Resulta claro que los valores de la sostenibilidad deben necesariamente
formar parte del curriculum educativo. Pero cuando hablamos de
"educación para la sostenibilidad" no hemos de limitarnos a las tareas
de "concienciación" al respecto en la tarea educativa, sino que además
la educación es un componente esencial de un tal "desarrollo
sostenible".
En efecto, dicho
desarrollo, en la medida en que no consiste en producir más, sino en
producir mejor, descansa fundamentalmente sobre la
creatividad de los
trabajadores y
trabajadoras, la cual depende de su formación y sus condiciones
laborales. Por tanto, priorizar la inversión pública en
educación
no sólo es una exigencia para atender las necesidades individuales de
educación de la ciudadanía, sino también un requisito para un
desarrollo sostenible frente a la crisis
capitalista.
Ello es necesario tenerlo en cuenta para
valorar el significado de los cambios que se proponen en los sistemas
educativos: es importante analizar en qué medida responden a necesidades
objetivas del desarrollo de las fuerzas productivas y en qué
medida
están condicionados
por las relaciones de producción capitalistas bajo
las que se produce dicho desarrollo.
Para ello debemos comenzar analizando los cambios producidos en las
fuerzas productivas en la segunda mitad del siglo XX, y en particular
con la llamada Revolución Científico-Técnica,
singularmente con el paso del maquinismo basado en la
máquina-herramienta a la automatización basada en el uso
de ordenadores: en tanto que la máquina-herramienta introducida
por la revolución industrial en el siglo XIX era un instrumento
de un único uso que sustituía la habilidad manual del
artesano y convertía el trabajo humano en un apéndice de
la máquina, el ordenador es un instrumento de uso
múltiple que sustituye también las actividades mentales
rutinarias, y que a través del cambio de programación
realizado por un operador humano puede adaptarse para la
realización de distintas tareas. De este modo, si con la
máquina herramienta el desarrollo tecnológico se aplicaba
fundamentalmente mediante la inversión en nueva
maquinaria, los ordenadores de programación variable posibilitan
el desarrollo tecnológico a través de la
innovación en el trabajo.
Es así como ya en 1972 escribíamos en el Boletín del Seminario de
Pedagogía del Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras
y en Ciencias de Valencia (posteriormente reeditado en el libro "Por una Reforma
Democrática de la Enseñanza") lo siguiente: "
El
desarrollo de la personalidad humana no es sólo una preocupación
humanista, sino una exigencia del incremento de la producción; no es
sólo deseable, sino económicamente necesario; en los períodos
históricos en los que la mayoría de la población se dedica a un trabajo
manual, de tipo mecánico, no necesita el trabajador más que una
educación elemental y rutinaria; el 'desarrollo del individuo' queda
así restringido a una élite. Ahora bien, el desarrollo de la
automatización convierte en automáticos los trabajos elementales,
desplazando el trabajo humano hacia actividades de preparación y
planificación de la producción, de investigación, de relaciones
inter-humanas, et., en las que es necesaria una mayor creatividad; 'en
el punto más alto del desarrollo tecnológico el
trabajo humano se transforma en una actividad creadora'. La preparación
de los alumnos según las necesidades futuras de la sociedad es una
exigencia ineludible, a la que debe responder una educación activa y
democrática" (la última cita insertada corresponde
a "Progreso técnico y
democracia" de Radovan Richta).
En
este contexto, en los movimientos de renovación pedagógica eran
habituales lemas como "
El
profesor no enseña, el alumno aprende" o
"
Sólo se aprende lo que
se hace":
una renovación pedagógica basada en la introducción de métodos activos,
para un aprendizaje centrado en el estudiantado, era de hecho también
una necesidad económica.
Pero
durante las siguientes décadas el crecimiento económico consustancial
al capitalismo, bajo la égida ascendente del neoliberalismo, oscila
entre la innovación tecnológica, la rapiña de los recursos naturales
del planeta, la sobre-explotación de la mano de obra apoyada en la
"deslocalización" de la producción a países de la periferia, y
finalmente la especulación financiera. De este modo, la renovación
pedagógica requerida para un desarrollo de las fuerzas productivas
basado en la creatividad humana, además de tener que superar
las
inercias de los sistemas educativos tradicionales, resulta frenada y
constreñida por las
relaciones de producción capitalistas bajo las que se desenvuelve, que
se globalizarán con el hundimiento de los sistemas llamados de
"socialismo real" en el Este de Europa.
Hay que subrayar que precisamente en la
última década se ha hecho cada vez más patente, frente a los límites
ecológicos del planeta, la inviabilidad de sostener el
desarrollo
económico en un crecimiento del consumo de recursos naturales, y
por lo tanto la necesidad de poner el acento en un desarrollo basado en
la investigación, plasmado en la fórmula I+D+i,
Investigación+Desarrollo+innovación. Pero no se reconoce palmariamente
que así como la primera I hace referencia a la Investigación científica
y la D al Desarrollo tecnológico, la innovación a que se refiere la
segunda "i", que se sitúa en el ámbito de la empresa, es de hecho
innovación en el trabajo, corresponde al protagonismo de hecho de la
clase trabajadora en la acción para un desarrollo sostenible. El marco
de las relaciones de producción capitalistas, que resultarían
cuestionadas por dicho reconocimiento, supone una traba para el mismo,
que dificulta asimismo llegar hasta las últimas consecuencias en el
ámbito pedagógico sobre el necesario protagonismo de la creatividad en
el trabajo.
En este marco, un desarrollo sostenible deberá conjugar
el decrecimiento en el consumo de recursos naturales con un
crecimiento en la producción
y consumo de información y cultura. Sólo en ese sentido puede
propugnarse una
"educación para la producción", precisamente en tanto que dicha
producción pasaría a ser en buena medida
producción de cultura e
información.
De hecho, la crisis capitalista
ha hecho más perentorio el proyecto de pasar de una economía basada
en la energía a una economía basada en la información, cuyas
posibilidades de crecimiento continuado parecen más viables (no en
vano la llamada Ley de Moore estipula que cada dos años se duplica
la capacidad de los ordenadores para procesar información) y menos
condicionadas por los límites del planeta.
Pero el problema es que la
información
se resiste a ser tratada como una mercancía. Cuando se encontraba
estrechamente vinculada a un soporte físico, éste podía venderse y
comprarse sin problemas. Pero con su tratamiento en soporte
informático, y al ser el coste de su reproducción una porción
ínfima del coste de su producción, las leyes del mercado devienen
inaplicables, y la facilidad de circulación de información a través
de Internet multiplica dicho efecto. Ello ya provocó en su día el
estallido de la burbuja de las “dot.com”, y convierte la llamada
piratería informática en un fenómeno imparable.
En esta situación, la
extensión del
capitalismo a la “economía de la información” no puede dejarse
al libre juego del mercado, y les obliga a olvidarse de los dogmas
neoliberales para recurrir al control político directo, al más puro
estilo feudal. Acciones de ese tipo han tenido lugar en diferentes
Estados. En el Estado Español lo hicieron con el llamado “canon
digital”, y posteriormente con la llamada Ley de Economía Sostenible. No se
trata sólo de la disposición final permitiendo el cierre
administrativo de páginas web de descargas, sino que recorre toda la
Ley bajo la bandera de la llamada “propiedad intelectual”,
concepto aberrante en sí mismo que pretende una inviable extensión
de la propiedad sobre las cosas a la propiedad sobre las ideas, o
sobre una información que, en definitiva, no es sino una sucesión
de ceros y unos.
Los capitalistas están
ahora probando
su propia medicina: después de décadas proclamando la
inevitabilidad de las leyes económicas, topetan ahora con la
inevitabilidad de la libre circulación de información en la era de
Internet: no se trata sólo de que los internautas encuentren
sistemáticamente vías para sortear las prohibiciones, como el P2P o
los anonimizadores, sino que la experiencia industrial china o las
filtraciones de Wikileaks muestran la dificultad de mantener los
secretos encerrados bajo siete llaves.
De hecho, la objetividad
económica a
lo que apunta es al carácter público de la Economía
de la
Información. Y es desde el sector público desde donde puede
impulsarse de forma eficaz, no supeditándola al lucro privado, sino
en una perspectiva socialista.
Por ello, si bien resulta racional propugnar, en el sentido antes
indicado, una "educación para la producción", no lo es una "educación
para el mercado": la mercantilización de la educación es en la práctica
incompatible con una verdadera educación para la sostenibilidad.