LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XX
Rafael Pla López

Si, como alguien ha escrito, el siglo XX comenzó en 1917 con la Revolución de Octubre que tuvo lugar en noviembre, habrá que añadir que el siglo XX habría terminado en 1991 con la disolución de la URSS. Y ciertamente, podemos decir que la Revolución de Octubre fue la revolución del siglo XX. Comprender su naturaleza es esencial para entender no sólo la historia de la URSS, sino la historia del siglo XX en toda la Tierra. Y es importante también entender su naturaleza para analizar con rigor las causas de su hundimiento al final del siglo XX, en vez de atribuirlo a la perversidad de determinado dirigente, sea éste Gorbachov, Brezhnev, Kruschev, Stalin o el mismo Lenin, según las inclinaciones de cada uno.

Y lo primero que habrá que decir es lo que no fue la Revolución de Octubre: no fue una Revolución Comunista, aunque sí lo fueran sus dirigentes. Su objetivo no fue instaurar una sociedad comunista, sin clases y sin Estado, según definieron el comunismo tanto Marx como Lenin.

Singularmente, sólo sus adversarios llamarían "comunista" al sistema derivado de la Revolución de Octubre. Sus dirigentes le denominaron Socialismo.

El problema es que el término "socialismo" ha tenido múltiples acepciones. Ya en el siglo XIX Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista, hablaron de "socialismo reaccionario", "socialismo feudal", "socialismo pequeño-burgués", "socialismo conservador" y "socialismo utópico", además del "socialismo científico" que ellos propugnaban. Y en el siglo XX no tenían el mismo significado lo que existía en el Este de Europa, a veces llamado "socialismo real", que el "socialismo" propugnado por la Segunda Internacional, y menos todavía el "nacionalsocialismo". Ni tampoco, ya puestos, lo que el PCE llamó "socialismo en libertad". O lo que posteriormente, sobre todo en Latinoamérica, se ha llamado "socialismo del siglo XXI".

En la tradición marxista se ha llamado "socialismo" a una fase de transición hacia el comunismo (aunque el mismo Marx, en la "Critica del Programa de Gotha", hablaría en cambio de "primera fase del comunismo"). Pero es muy dudoso que lo que existió en la Unión Soviética durante 74 años pueda considerarse una "fase de transición". Y no sólo porque, de serlo, sería más bien una fase de transición entre el feudalismo zarista y el capitalismo actual existente en Rusia. Sino porque fue un sistema social que se reproducía a sí mismo, tanto en la esfera económica como en la superestructura política, que es precisamente lo que Marx llamó un Modo de Producción.

Así, de hecho, el resultado de la Revolución de Octubre fue un Modo de Producción caracterizado por hacer descansar sobre el Estado la gestión de la economía. Por ello, la ponencia del XIV Congreso del PCE lo denominamos "estatalismo", aunque el Congreso aprobó, por el contrario, denominarlo "Socialismo Burocrático de Estado". Y en una tesis doctoral que dirigí le llamaríamos "socialismo de Estado", en el marco de un modelo matemático de evolución social dual entre Oriente y Occidente que presenté en 2002 en un Congreso científico internacional sobre Cibernética y Sistemas en Pittsburgh, en el cual, por cierto, obtuvo el primer premio (puede encontrarse, con el título "A Learning Model for the Dual Evolution of Human Social Behaviors", en http://www.uv.es/pla/models/pittsburgh ).

Naturalmente, para entender las peculiaridades de su desarrollo en Rusia hay que situarlo en el contexto de su punto de partida, en un marco de atraso económico, que hizo que Gramsci llamara a la Revolución de Octubre una revolución contra "El Capital", en referencia a la obra de Marx de la cual se deduciría que el protagonismo de la revolución socialista correspondería al proletariado de los países capitalistas más desarrollados. Y de hecho, el mismo Lenin, que propugnó romper en Rusia lo que llamó el eslabón más débil de la cadena imperialista, no se hacía ninguna ilusión sobre la posibilidad de su supervivencia si se quedaba aislada. Por ello, podemos encontrar la raíz de su hundimiento en la derrota de la Revolución Espartaquista en Alemania entre 1918 y 1919. Y en ese sentido, lo que requiere explicación no es que la URSS se hundiera en 1991, sino que durara hasta entonces.

De hecho, la elección de la Asamblea Constituyente en Rusia a final de 1917 reveló que los bolcheviques estaban en minoría en el conjunto de la población de Rusia, aunque fueran mayoritarios en los Soviets de Obreros y Soldados (pero no así en los Soviets de Campesinos, donde eran hegemónicos los Socialrevolucionarios de izquierdas). Ello era lógico, dado que el proletariado industrial, que podían representar los bolcheviques, era minoritario en el conjunto de la población.

Pero si se justificó la disolución de la Asamblea Constituyente por el hecho de existir una estructura democrática más avanzada como eran los Soviets, en 1921 el Ejército Rojo, por cierto dirigido por Trotsky, aplastó la insurrección obrera anarquista de Kronstadt , que tenía como reivindicación central la convocatoria de elecciones para los Soviets. Lenin argumentó contra dichas elecciones el hecho de que los destacamentos de vanguardia del proletariado habían pasado a formar parte del Ejército Rojo para enfrentarse con los Ejércitos Blancos contrarrevolucionarios apoyados por tropas de las potencias capitalistas.

Puede resultar fútil, 95 años después, discutir si fue o no correcto disolver la Asamblea Constituyente o incluso aplastar la insurrección de Kronstadt, pero es probablemente cierto que estuviera en juego la supervivencia del Estado soviético amenazada por la contrarrevolución armada.

El argumento de que era prioritario ganar la guerra frente a la contrarrevolución recuerda estrechamente el formulado en España durante la guerra contra la sublevación franquista. Con la diferencia que en España se perdió la guerra, y en Rusia se ganó aunque fuera momentáneamente, cosa que permite cuestionar la legitimidad de los comunistas españoles para discutir lo que hicieron en su día los comunistas rusos. Es cierto que puede aducirse que los comunistas rusos terminarían perdiendo 70 años después. Pero el de Rusia no es el único caso de una ucronía retardada: la victoria del fascista Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas puede también considerarse una revancha de Hitler 70 años después del final de la llamada Segunda Guerra Mundial.

En todo caso, lo ocurrido entonces revela que los bolcheviques eran minoritarios no sólo en el conjunto de la población rusa, sino también dentro de la clase obrera que permanecía en los centros de trabajo, y que su dominio descansaba principalmente sobre el control de los aparatos del Estado. Lo cual creaba las condiciones para la degeneración burocrática de la Revolución, que el mismo Trotsky que dirigió el aplastamiento de Kronstadt describió como que la dictadura del proletariado se sustituía por la dictadura del Partido, ésta por la dictadura del Comité Central y ésta por la dictadura del secretario general.

Pero había también otras razones objetivas, más allá de la coyuntura política, para la burocratización en el Estado Soviético.

En los mismos grandes núcleos industrializados como Petrogrado y Moscú, para poner en marcha la producción tras la Revolución hubo que recurrir como gestores a antiguos empresarios, a miembros de la burguesía. Y ello no derivaba de un atraso pre-industrial, sino de las características del maquinismo industrial, en el que los obreros actúan como apéndice de las máquinas. En estas condiciones, aunque la clase obrera accediera a la propiedad de los medios de producción no podía ejercer su control directo sobre ellos, y al expropiar a los capitalistas éstos debían ser sustituidos por burócratas.

Hay que destacar que lo que se ha llamado "burocratización" no afectó sólo a la atrasada Rusia, sino también, posteriormente, a un país como la República Democrática Alemana que no podía considerarse industrialmente atrasado: la "burocratización", el control por burócratas, respondía a necesidades objetivas de la estructura de las fuerzas productivas en el maquinismo basado en el trabajo en cadena.

Es singular que, bajo el maquinismo, el principal instrumento de lucha obrera era la huelga, es decir la cesación del trabajo: sólo abandonando la cadena de producción la clase obrera podía hacer valer su protagonismo. En estas condiciones, cuando el impulso huelguista o revolucionario se extinguía el control pasaba a manos de capitalistas o burócratas: la Revolución Permanente que propugnaba Trotsky era utópica.

Ciertamente, los bolcheviques querían que la clase obrera accediera al poder de modo no sólo nominal sino efectivo, y su objetivo último era el comunismo, cuyas condiciones Lenin formularía como Soviets más Electrificación, que en el marco actual podríamos formular como Democracia Participativa más Robotización. Pero el problema era que la viabilidad de que los Soviets fuera un instrumento estable para la Democracia Participativa incluyendo la esfera de la producción estaba vinculada a la consecución de una automatización que permitiera superar la sumisión de los obreros a las cadenas de montaje.

Y singularmente, en el siglo XXI, y desde finales del siglo pasado, nos encontramos con una paradoja: a medida que se desarrolla la automatización de las tareas pesadas y rutinarias y el trabajo humano se desplaza hacia actividades de control e innovación, el protagonismo activo de los trabajadores y trabajadoras en la producción se convierte en una necesidad económica objetiva. Pero ello, que ha intentado implementarse en el llamado "Toyotismo", entra en contradicción con el sistema capitalista que da el poder a los empresarios. Así que, si bajo el maquinismo la eventual propiedad social de los medios de producción entraba en contradicción con la necesidad de un control burocrático de los mismos, con la automación la propiedad privada de los medios de producción entra en contradicción con la necesidad de que sean controlados por sus trabajadores.

En este contexto, hay que salir al paso de quienes proclaman la desaparición de la clase obrera identificándola con el proletariado industrial bajo el maquinismo: ésta no era la concepción sobre la clase obrera de Marx, que en "El Capital" pone precisamente como ejemplo de "obrero productivo" a un maestro que moldee su propio trabajo para enriquecer a su patrón. Y cuando se entona la letanía sobre los "emprendedores", hay que recalcar que el desarrollo tecnológico lo que permite es recuperar el sentido original del término que identificaba "emprendedor" con "trabajador", como explico en mi videoconferencia "Innovation and growth in the Economics of Information" presentada en el 10th Hellenic Society for Systemic Studies Conference, en Atenas en mayo de 2014, y que puede encontrarse en https://www.youtube.com/watch?v=3COId6eeTHE . Aunque, por otra parte, la idoneidad de la autogestión obrera para una producción automatizada ya la expuse en mi primera comunicación a un Congreso científico en 1972, la VI  Reunión Nacional de Investigación Operativa en València, con el título "Optimización, para un Sistema de Producción determinado, de los Sistemas 'Control de la Producción' y 'Distribución de los Productos'", que lamentablemente no se encuentra en Internet dado que entonces no existía.

De este modo, si bien podemos decir que la Revolución de Octubre fue en su materialidad una Revolución del siglo XX que condujo finalmente al poder de una burocracia, en sus ideales era una Revolución del siglo XXI que pretendía el empoderamiento de la clase trabajadora. Nuestra tarea es hacerlo realidad.