A lo largo de la historia, la delimitación territorial entre Sistemas
Sociales en forma de Estados ha ido cambiando. Pero durante siglos se
regían por sistemas monárquicos en los que el monarca tomaba las
decisiones asegurándose la sumisión de sus súbditos, y a través de un
"juego de tronos" los cambios de fronteras, incluyendo anexiones o
secesiones, se resolvían a través de la guerra.
Pero desde finales del siglo XVIII, a raíz de la Revolución Francesa,
los "súbditos" se van convirtiendo en "ciudadanos" con capacidad de
decisión, y se desarrollan formas democráticas de gobierno.
En dicho marco, a finales del siglo XIX y principios del XX se va
planteando que los conflictos "nacionales" sobre la delimitación
territorial no se resuelvan mediante guerras sino a través de una
"autodeterminación" en la que la ciudadanía de un territorio decida
mayoritariamente sobre su adscripción a uno u otro Estado o su
constitución como un Estado independiente.
La autodeterminación se plantea inicialmente en Europa, permitiendo la
independencia de países como Polonia y Finlandia respecto de Rusia. Y
no fue hasta el final de la Segunda Guerra Mundial cuando se estableció
como una regla internacional para los procesos de descolonización.
No obstante, la aplicación del derecho de autodeterminación se realiza
de forma desigual, en un mundo en el que persisten monarquías como
residuos històricos, complementadas o no con formas democráticas.
Así, aunque tanto la Unión Soviética como Yugoslavia reconocían en sus
Constituciones el derecho de autodeterminación, en el primer caso se
ejercitó pacíficamente dando lugar a su separación en distintos
Estados, mientras que en el segundo tuvieron lugar conflictos bélicos
sobre la separación de sus componentes.
Y se han producido también comportamientos contradictorios. Así, Rusia
rechazó la autodeterminación de Chechenia y posteriormente apoyó la de
Crimea. Mientras que otros Estados europeos rechazaron la
autodeterminación de Crimea tras haber apoyado la de Kosovo.
Solidaridad
Por otra parte, en la actualidad se hace patente la interdependencia en
el conjunto del planeta, que hace inviable una independencia económica
o ecológica más allá de la independencia política, de modo que las
decisiones tomadas por un Estado afectan al resto.
En esta situación, por ejemplo, carece de legitimidad el abandono del
acuerdo de París contra el cambio climático. Yo sugería irónicamente
que en todo caso Estados Unidos debería erigir ya no un muro, sino una
cúpula sobre su territorio para tragarse sus propios humos. Pero en
tanto que ello resulte inviable, Estados Unidos no tiene derecho a
contaminar al resto del planeta.
Igualmente, los incendios forestales no se detienen ante fronteras
políticas, por lo que la lucha contra ellos debe gestionarse conjunta y
solidariamente por encima de las fronteras.
Asimismo, cuando un río recorre distintos territorios (como es el caso
del Ebro o del Segura), la gestión del mismo debe realizarse también
conjuntamente. Y del mismo modo, en tanto que la lengua catalana es
compartida por Cataluña, la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares,
debería gestionarse conjuntamente, igual que es razonable que en la
Academia de la Lengua Española participen representantes de los
distintos países en los que se habla.
Así, la autodeterminación sobre los límites territoriales no debería
excluir la solidaridad entre los distintos países en un mundo
interconectado.
Por otra parte, esa interconexión conlleva procesos de emigración entre
distintos países. Y si la acogida de refugiados procedentes de
conflictos bélicos ya está recogida en el derecho internacional, ello
debería ampliarse a los refugiados procedentes de situaciones de
miseria económica, frecuentemente generada por los mismos conflictos
bélicos, o bien por la esquilmación de recursos naturales o los efectos
del cambio climático.
Y la población inmigrante establecida de forma estable en un territorio
debe tener reconocida en él sus derechos de ciudadanía, y no debería
excluirse del eventual ejercicio del derecho de autodeterminación.
Naturalmente, serían rechazables tanto los procesos de sustitución de
poblaciones como la limpieza étnica, que pervertirían dicho ejercicio.
Pero la exclusión de la población inmigrante, y en algunos casos de la
población nativa preexistente, es también una forma implícita de
limpieza étnica, de la cual un caso palmario es el de los Rohingya en
Myanmar, pero también el de la población palestina en el Estado de
Israel.
Hay que tener en cuenta que el origen de conflictos y migraciones
radica frecuentemente en la desigualdad entre distintos territorios.
Por ello, su resolución requiere aplicar el principio de solidaridad
haciendo efectivos derechos universales en todo el mundo, entre ellos
el derecho a la sanidad y la educación.
Y dicha solidaridad requiere también la lucha contra los paraísos
fiscales, estableciendo una homogeneidad fiscal de modo que todo el
mundo aporte según su renta y reciba según sus necesidades, no como una
forma de caridad sino de garantía de los derechos humanos, garantizando
la posibilidad de trabajar ejercitando la educación recibida.
Y tanto la solidaridad como la autodeterminación deberían articularse
sistémicamente a través de una federalidad fractal en los distintos
niveles de la organización social, desde los actuales municipios,
entidades infraestatales, los actuales Estados y las entidades
supraestatales hasta abarcar al conjunto del planeta.
Naturalmente, la autodeterminación se aplicaría de forma distinta en
los distintos ámbitos. Así, para los municipios limítrofes podría
implicar su elección sobre la adscripción a distintas entidades
infraestatales, igual que en un barrio podría atañer a la adcripción a
distintos municipios o su constitución como un municipio autónomo.
Y por otra parte, si Europa estuviera organizada como una Federación
(cosa que no ocurre con la actual Unión Europea), la autodeterminación
de una parte de uno de sus Estados supondría simplemente cambiar la
forma de adscripción en dicha Federación.
Pero en la medida en que el principio de solidaridad esté establecido
con carácter general, los cambios de adscripción tanto a nivel
municipal como Estatal no podrían tener motivaciones egoístas para
buscar ventajas comparativas, en un marco de homogeneidad fiscal y de
garantía de los derechos humanos. Del mismo modo que el abandono de una
determinada entidad o Sistema Social no podría suponer levantar
fronteras contra el acogimiento de refugiados establecido también como
una regla general.
Pues, a no ser que fuera viajando a Marte como propugna Elon Musk,
nadie podría independizarse del planeta Tierra.