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Debate sobre la  Ley de Calidad de la Educación

REVALORACIÓN DEL ESFUERZO Y LA EXIGENCIA PERSONAL

Enrique Gervilla Castillo

Catedrático de la Universidad de Granada

 

1.      Introducción

Las leyes educativas inician su contenido justificando la necesidad, y hasta urgencia, de cambio personal y social que ponga fin a los errores y males existentes. Los políticos, así, acorde con su ideología, y con el poder de las leyes en sus manos, utilizan la educación en beneficio propio, por lo que todo cambio político va seguido de otro cambio educativo. De este modo, con finalidades diversas y hasta antagónicas, todos justifican su reforma en aras al bien común, por cuanto la neutralidad en este ámbito no es posible, ni tampoco deseable. Nuestra historia reciente es buena prueba de ello: II República, Alzamiento Nacional, UCD, Gobierno Socialista, y actualmente el Gobierno Popular con la reciente Ley de Calidad, son momentos históricos bastante significativos[i].

Conviene insistir, ya desde el inicio, en la naturaleza política del documento que analizamos: una ley educativa, y en cuanto tal, un documento nacido y gestionado por políticos, acorde con su ideología e intereses, de cuya bondad han de convencer y, sino ello no es posible, imponer a los ciudadanos. Tal situación demanda hoy, y hasta con urgencia, un fomento del sentido crítico que facilite la liberación ante los múltiples deseos de “domesticación” educativa. Posiblemente esta Ley haya sido una de las más contestadas por los colectivos más diversos. A pocas personas ha dejado indiferentes, por cuanto en ella se seleccionan, priorizan y especifican los valores y, por tanto, el modelo educativo de las futuras generaciones.

            Nuestro trabajo pretende centrarse sólo en el tema del esfuerzo y su relación con la naturaleza de la educación, lejos de todo interés político, pero también lejos, por cuanto es imposible, de una posición neutral. Para ello, nos ocupamos, en primer lugar, del progreso-retroceso en la educación, su vinculación con el esfuerzo y su re-valoración. Posteriormente, analizamos el contenido específico de la Ley sobre el esfuerzo y su relación con: los valores, la exigencia personal, los grupos sociales menos favorecidos y la cultura actual. Finalmente, tras una reflexión sobre la “carrera” de la educación, concluimos con algunas afirmaciones e interrogantes sobre el tema.

 

2.      Revaloración del esfuerzo. Progreso y retroceso en la educación

Los cambios profundos y acelerados de nuestra sociedad, en tantos y tan diversos ámbitos, demandan un permanente cambio educativo que facilite respuestas a las preguntas, y posibles soluciones a los problemas del hombre y de la sociedad, pues una educación anclada en el pasado, sin pretensión de mejora, de futuro..., deja de ser educación para el hombre de hoy. El problema, pues, de todo cambio educativo radica en el sentido del mismo y en su orientación hacia la humanización, pues no siempre es coincidente el progreso tecnológico con el progreso educativo, el bienestar material y el bien-estar moral. De aquí, la necesidad de un análisis crítico ante el uso, y hasta abuso, de tales vocablos, por cuanto la idea de progreso suele ir asociado a la de prosperidad, desarrollo, comodidad, bienestar, facilidad, placer... Las instituciones educativas, de modo progresivo, han incorporado los avances de las ciencias humanas, para que el contenido y los métodos de enseñanza-aprendizaje sean también más fáciles, rápidos, eficaces y agradables... En  definitiva para ofrecer una educación de mayor calidad.

  En este sentido, el movimiento pedagógico de la Escuela Nueva, surgido a finales del siglo XIX, con la pretensión de perfeccionar y vitalizar la educación, constituyó un gran avance educativo frente a las corrientes pedagógicas tradicionales. La escuela llegó a ser puerocéntrica, activa, funcional, progresiva, centrada en los intereses del niño. Así, entre los principios de la Educación Nueva, establecidos en el Congreso de Calais (1921) el nº. 15 afirma: “La enseñanza está basada en el interés espontáneo de los niños”.

Este modelo educativo cuestionó el valor del esfuerzo, ya bastante desprestigiado en el lenguaje habitual, convirtiéndose en algo ajeno, e incluso incompatible, con los nuevos planteamientos pedagógicos. De este modo, términos tales como: esfuerzo, autoridad, disciplina, sacrificio, voluntad, imposición, obligación... fueron relegados por su vinculación a la escuela tradicional, y entre nosotros a valores propios del Nacional-Catolicismo[ii]; y, por el contrario, tomaron fuerza el interés, la libertad, el estímulo, la motivación, la actividad... En el fondo, la pedagogía del interés ganó la batalla a la pedagogía del esfuerzo.

Así las cosas, cabe preguntarse si la presente ley supone una vuelta al pasado, un retroceso a la escuela tradicional, al recuperar el esfuerzo, la disciplina, la autoridad y la exigencia personal; o por el contrario, tales contenidos pertenecen a la naturaleza misma de la educación, siendo una exigencia de la misma, y, por tanto, fuera de tiempos, ideologías, circunstancias y avatares políticos.

La actual reforma llevada a término por un gobierno de derecha o centro-derecha parece confirmar la primera idea; sin embargo, el título dado por los organizadores a este debate: “revaloración del esfuerzo” parece avalar este último pensamiento. En efecto, re-valorar  es volver a valorar algo que durante un tiempo no ha sido valorado, o también recuperar el valor de algo otorgándole un nuevo sentido. Tal es el caso que nos ocupa en relación al esfuerzo. La opción entre la pedagogía del interés y la pedagogía del esfuerzo es, en principio, una decisión fácil y puede que también errónea, si previamente no se clarifica y analiza el sentido del esfuerzo: si se trata de un esfuerzo razonado, motivado, ilusionado, y, en consecuencia, aceptado voluntariamente por el educando; o por el contrario, es un esfuerzo impuesto y obligado sin previo razonamiento, o sin argumentos aceptados por el sujeto. En uno y otro caso las diferencias pueden ser fundamentales. El tema, en consecuencia, no se centra en la oposición esfuerzo-interés, sino en qué esfuerzo y en qué interés.

Los defensores de la Escuela Nueva ya negaron esta oposición, pues como ya demostró Dewey en sus análisis sobre la motivación, el esfuerzo y el interés se superponen. No son dos procesos antagónicos, sino más bien dos aspectos del dinamismo personal, siempre que el interés se oriente hacia la consecución de objetivos valiosos.“Deseo y esfuerzo son dos fases del interés inmediato. Ambos son correlativos, no opuestos. Uno y otro existen sólo cuando el yo se propone un fin lejano, implicando una tensión interna entre el ideal perseguido y las condiciones que permiten alcanzarlo. Esta tensión se llama esfuerzo” [iii].

 La experiencia personal demuestra que cuando el yo ha descubierto sus necesidades y la forma de llegar a satisfacerlas, tiene interés por los objetos que se encuentran en el camino, y el esfuerzo es el estímulo de este interés. En  tal situación, este esfuerzo está justificado porque el yo comprenderá por qué despliega su energía, siendo este esfuerzo querido sin que sea necesario, como motores del mismo, ni la coacción, ni el placer artificial[iv].

No se trata, pues, de optar entre esfuerzo o interés, sino más bien de interrogarse sobre el sentido humanizante de uno y otro, pues “el niño tiene toda clase de intereses, buenos, malos e indiferentes. Es necesario decidir entre los intereses que son realmente importantes y los intereses triviales, entre los que son fecundos y los que son dañinos (...). Parece como si tuviéramos que ir más allá del interés para obtener una base sobre la que usar el interés[v].

 Aquí radica el progreso o retroceso de la educación, pues ni el esfuerzo, ni el interés poseen color político, sólo se apoderan de ellos ciertas ideologías con la pretensión de asociarlos a sus proyectos educativos, pero, en cuanto tales, no son pertenencia exclusiva de nadie. Autores tan distintos como Platón[vi], Rousseau[vii], Durkheim[viii] o Makarenko[ix] son suficientemente significativos. El único criterio, pues, de decisión ante la opción esfuerzo-interés es su carácter humanizante, siendo el esfuerzo siempre el medio subsidiario cuando no es posible llegar a la meta a través del interés.

Desde estos principios generales nos ocupamos del valor del esfuerzo, atendiendo a la naturaleza de la educación, al margen de intereses políticos o motivos ocultos, pero conscientes también, como ya hemos indicado, de la imposibilidad de una crítica neutral.

 

3.      La Ley Orgánica de Calidad

Con la intención de conseguir una educación de calidad, una vez lograda la escolarización en los niveles obligatorios, la Ley se fundamenta en cinco ejes, que “reflejan los principios de concepción de la Ley, a la vez, orientan, en términos normativos, las políticas que en ellas se formulan, desde el respeto a los  correspondientes ámbitos competencias” (Exposición de Motivos). El primer eje de orientación se centra en el esfuerzo, cuyo análisis educativo hemos ordenado, siguiendo el texto legislativo, en los siguientes contenidos: Valores del esfuerzo, exigencia personal en la construcción humana, atención a los grupos sociales menos favorecidos, y la cultura del esfuerzo frente a la cultura del placer.

 

3.1. “Valores del esfuerzo”

            La LOCE sostiene como un elemento impulsador de la reforma, el convencimiento de la necesidad del esfuerzo, como condición básica en la mejora de la calidad del sistema educativo. Textualmente leemos:

 

“Este nuevo impulso reformador que la Ley promueve se sustenta, también, en la convicción de que los valores del esfuerzo y de la exigencia personal constituyen condiciones básicas para la mejora de la calidad del sistema educativo, valores cuyos perfiles se han ido desdibujando la vez que se debilitaban los conceptos del deber, de la disciplina y del respeto al profesor” (Exposición de Motivos).

 

El esfuerzo y la exigencia personal, según el texto citado, son elementos básicos para mejorar la calidad educativa. Tal tesis se sustenta en la convicción[x], es decir, en el convencimiento firme -aceptado por unos y de lo que hay que convencer a otros- de que, el esfuerzo y la exigencia personal constituyen condiciones básicas de mejora, más aún cuando se han debilitado los conceptos de deber, disciplina y de respeto al profesor.

            En efecto, los tres vocablos, relacionados con la dimensión moral de la persona, frecuentemente, demandan la necesidad del esfuerzo. Éste es necesario para el cumplimiento del deber, pues las obligaciones de cada uno son deberes de justicia, no se siempre acordes con los impulsos naturales y agradables. Igualmente el carácter instrumental de la disciplina, interna o externa, va acompañada de autoexigencia en el proceso educativo, de tal importancia que ya Durkheim afirmó: “la disciplina es un instrumento de educación moral difícilmente sustituible[xi]. Otro tanto cabe afirmar del respeto debido a todo ser humano, pero de modo especial al profesor por coincidir en él un sentimiento singular debido su superioridad, ayuda, cualidades y valía.

            La respuesta a la siguiente pregunta del CIS parece confirmar la convicción legal indicada:

¿Podría Ud. decirme si está más bien de acuerdo o más bien en desacuerdo con cada una de las siguientes frases?

 

Más bien de acuerdo

Más bien en desacuerdo

N.S.

N.C.

(N)

En los colegios e institutos hay suficiente disciplina

23.7

65.5

10.0

.8

(2498)

Los profesores tienen toda la autoridad que necesitan

23.5

64.9

10.9

.7

(2498)

Los alumnos deberían respetar más a los profesores

89.8

4.4

5.2

.6

(2498)

Los directores de los centros deberían tener más autoridad

64.2

19.4

15.3

1.1

(2498)

Estudio CIS 2452, marzo 2002

 

            La primera cuestión a clarificar –básica en el texto legal- es el concepto de esfuerzo, así como el sentido según el cual éste puede ser considerado valor. Aceptando el concepto más genérico de valor, como aquello que vale en algún sentido positivo, nos encontramos con múltiples sinónimos de valor: cualidad, aprecio, importancia, valentía, firmeza, mérito, coraje, esfuerzo etc. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define el esfuerzo como "el empleo de la fuerza física contra algún impulso o resistencia. Empleo energético del vigor o actividad de ánimo para conseguir una cosa venciendo dificultades". La definición expresa dos acepciones distintas y complementarias, una referente al esfuerzo físico y otra alusiva al esfuerzo psíquico o moral. En ambos casos, forman parte del concepto, tanto la fuerza del impulso como la fuerza de la  resistencia: la no-violencia de los movimientos pacifistas, son ejemplos claros de fuerza en este último sentido.

            La etimología del vocablo esfuerzo confirma también lo expresado. La raíz latina "fortis", "fort", precedida del prefijo "ex" expresa la idea de movimiento hacia afuera. El esfuerzo es siempre la acción de esforzarse, es decir, de poner en movimiento, en acción, las fuerzas de que disponemos para vencer una resistencia interior o exterior. Así, es necesario un esfuerzo muscular para subir a un quinto piso que carece de ascensor, un esfuerzo moral para dominar la pereza o decir la verdad cuando nos favorece la mentira, o bien un esfuerzo intelectual para hallar la solución a un difícil problema matemático. El esfuerzo se presenta siempre como sacrificio, privación o renuncia de algo -en sí nada agradable- que se hace para conseguir algún fin valioso. Sin finalidad valiosa el esfuerzo es sólo tensión, lucha ciega e irreflexiva, desgaste inútil de energías. Es, pues, siempre un medio para conseguir algo previamente propuesto. Y, como todo medio, su función es utilitaria, cuya única atención es dirigir nuestra atención al fin, unir la intención con la ejecución, sólo válido en la medida que nos acerca al fin deseado (intención + esfuerzo = consecución). Así lo entendió Aristóteles al afirmar, al comienzo de su “Ética a Nicómaco”, que "hay un fin de nuestros actos que queremos por sí mismo, mientras que los demás fines no los buscamos sino en orden al fin deseado por sí mismo"[xii].

            En relación a los valores, pues, existen valores fines (o valores propios), y valores derivados -instrumentales o económicos- que son medios para conseguir fines. Y, aunque los valores, en algún sentido, son fines, es posible hacer un uso instrumental de los mismos,  empleando los valores bajos para conseguir valores altos, esto es, los valores inferiores para conseguir los valores superiores. Así, no se debe utilizar la religión o el comercio con personas para obtener dinero, pero sí dinero para difundir la religión o defender la dignidad humana. De este modo, el valor/medio o valor/derivado no aparece dotado de un "deber ser" o presión finalista, y es diverso al valor-fin, pues éste se desea por sí mismo, aquél sólo en relación al otro. No obstante, la importancia del medio es grande, por cuanto si éste no se da es imposible alcanzar el fin. Adelgazar sin esfuerzo, sanar sin medicinas o ser gran deportista sin entrenar sería ideal, pero si ello no es posible, mejor que poner los medios, aunque sean dolorosos, si con ello logramos el fin deseado. El medio sin el fin es ilógico e admisible, pues la única razón del medio es conducir hacia el fin. Nos esforzamos para alcanzar algo valioso, que merece la pena, aunque para ello sea necesario, mostrar resistencia o vencer obstáculos.

            Tradicionalmente al esfuerzo se le ha denominado fortaleza, pues su posesión nos hace vencer las dificultades y superar los obstáculos que se oponen al bien obrar. Se trata de un conflicto de bienes circunstanciales, frecuentemente en abierta oposición entre la razón y la decisión, en cuya lucha siempre uno es el vencedor. La vida de todo ser humano es, así, una batalla entre placer y deber, entre lo que vale y lo que más vale, de la cual no es posible huir, sino triunfar o perecer, vencer o ser vencido. De aquí que, hoy la necesidad del esfuerzo se presente con una urgencia especial, para lograr el  triunfo de los valores superiores, dada la situación de comodidad bastante generalizada. Más aún entre adolescentes, como constata Javier Elzo:

 “En muchos adolescentes españoles existe un hiato, una disociación entre los valores finalistas y los valores instrumentales. Los adolescentes españoles de finales de los 90 invierten afectiva y racionalmente en valores finalistas, tales como el pacifismo, tolerancia, ecología, etc., y sin embargo presentan grandes fallos en valores instrumentales sin los cuales es imposible su consecución. Me refiero a los deficits que los jóvenes presentan en valores tales como el esfuerzo, la autorresponsabilidad, la abnegación, el trabajo bien hecho, etc. La falta de articulación entre valores finalistas e instrumentales está poniendo de manifiesto la contradicción de muchos adolescentes y jóvenes para mantener una coherencia entre el discurso y la práctica allí donde sea necesario el esfuerzo sin utilidad inmediata” [xiii].

 

3.2. La “exigencia personal” en la construcción humana

En congruencia con lo indicado, la Ley alude, de modo repetitivo y explícito,

en los diversos niveles educativos, a la necesidad del esfuerzo para el desarrollo personal, si bien, en cada etapa, asociado a la creación y consolidación de hábitos: hábitos de esfuerzo y responsabilidad (Primaria), hábitos de estudio y disciplina (Secundaria), hábitos de lectura, estudio y disciplina (Bachillerato)[xiv].

            La importancia del hábito en la educación es tal –como sostiene J. Dewey- que la misma educación “se define con frecuencia como la adquisición de aquellos hábitos que efectúan un ajuste del individuo y su ambiente[xv]. Gracias a los hábitos, los humanos adquirimos disposiciones estables en el orden intelectual, físico y moral. Se trata de una segunda naturaleza, “éthos”, “un nuevo modo de ser y un nuevo modo de comportarse” [xvi] acorde con unas finalidades. Dada la pluralidad de direcciones en la que es posible orientar los hábitos, tanto en un sentido positivo como negativo, el esfuerzo se hace frecuentemente imprescindible. Y ello de modo constante, por cuanto es imposible el hábito sin la repetición de los actos. De este modo, el esfuerzo se hace doblemente presente: en cada repetición del acto, con intensidad variable, según el proceso de adquisición, y como facilitador del mismo, una vez adquirido, pues el que el acto se realiza con una mayor rapidez y perfección, y con un menor esfuerzo.

            En la formación humana, la exigencia se torna exigencia personal y, por lo mismo, autoexigencia, orientada hacia la humanización o personalización, en su doble dimensión individual y social. La finalidad, pues, de la exigencia personal, en el contexto legislativo, es la construcción humana en la cual la autonomía y la libertad son elementos esenciales de la misma.

            Cada momento histórico, con su sensibilidad y educabilidad, propias de las circunstancias ambientales, demandan una respuesta educativa de acomodación o de superación personal, en cuyo proceso el esfuerzo y la disciplina, en mayor  o menor grado, se orientan a la consecución de la autonomía personal. Ser autónomo ("autos": yo mismo, y "nomos": ley) es el pensamiento y la actuación de la persona por sí misma y, por tanto, opuesto a la heteronomía, dependencia y alienación, en la cual el ser humano deja de ser él mismo para actuar como si fuera otro, al ser dirigido o gobernado por otro. Por eso, la mismidad, no es una cualidad más de los humanos, sino la cualidad por excelencia con una importancia tal que, como afirma E. Fromm, "constituye un fin que nunca debe ser subordinado a propósitos a los que se atribuye una dignidad mayor"[xvii]. De aquí que, perder la autonomía o "mismidad" sería dejar de ser uno mismo, incorporándose a un proceso alienante, lo opuesta a lo que entendemos por educación[xviii].

            Esta autonomía personal demanda, hoy quizás más que en otros tiempos, un constante esfuerzo para no caer en la alienación, sinviendo fielmente las ideas de los otros y privándose del derecho a la diferencia. Ser uno mismo entre los demás, es un objetivo irrenunciable y esencial en la construcción personal, pues la educación jamás podrá realizarse en serie o en masa, por cuanto cada ser humano es único e irrepetible.

            Para muchos, hoy, la nueva alienación se encuentra bajo el rostro del consumismo y hedonismo orientados a la imposición del tener, de  la apariencia y de la comodidad, como valores supremos, a costa incluso del sacrificio de otros de una mayor dignidad y poder humanizador. Así, la autonomía personal es hoy un permanente combate contra la alienación y la despersonalización para no dejarnos caer ante presiones ambientales, pues la propaganda, el consumismo, la moda, el aparecer ("look"), etc. se imponen frecuentemente por encima de las posibilidades económicas, de ideologías y de creencias. De este modo, hacemos lo que, en nuestro interior no queremos, pero forzados por presiones o motivos ajenos a nosotros mismos, alienándonos, así, en provecho de alguien o de algo: ideologías, moda, presión social, poder, consumo, etc. Sólo el sentido crítico y una voluntad firme pueden liberarnos de esta red de alienaciones y esclavitudes, propias de las sociedades opulentas.

            De este modo, las personas, nacidas con la capacidad y el deseo de ser libres, tenemos el riesgo de convertirnos en esclavas a tenor de las circunstancias ambientales, pues no siempre se encuentran en armonía, y en una misma orientación, el deseo, la razón y la situación. Como ya escribió Ovidio: "Video meliora proboque, deteriora sequor": Veo lo mejor y lo apruebo, y sin embargo sigo lo peor[xix]. Esta oposición se presenta frecuentemente problemática, ocasionando conflictos y tensiones internas al no coincidir, en la misma dirección, la razón y el placer, o lo que nos gusta y lo que razón nos dicta como bueno. A este problema, cuya experiencia diaria todos constatamos, en mayor o menor grado, se refirió Pascal con estas palabras:

 "En el hombre hay una guerra intestina entre la razón y las pasiones (...). Poseyendo una y otra, no puede estar sin guerra, dado que no puede estar en paz con una parte sin hallarse en guerra con la otra. De este modo el hombre se halla siempre dividido y contrario a sí mismo"[xx].

 

La armonía del animal ha quedado, así, positivamente rota en los humanos, sin que sea posible identificar siempre bien con placer y el mal con dolor, pues, en palabras de E. Fromm:

            "la conciencia de sí mismo, razón e imaginación han roto la 'armonía' que caracteriza la existencia del animal. Su emergencia ha hecho del hombre una anomalía, la extravagancia del universo. Es parte de la naturaleza y, sin embargo, transciende el resto de la naturaleza (...). La razón, la bendición del hombre, es a la vez su maldición. Ella le obliga a enfrentar sempiternamente la tarea de resolver una dicotomía: la divergencia entre sus apetencias animales y las racionales; en consecuencia, debe proceder a desarrollar su razón hasta llegar a ser el amo de la naturaleza y de sí mismo" [xxi].

 

La construcción de la libertad, pues, se encuentra vinculada a la opción y decisión de esta "agonía" o conflicto humano, al triunfo o fracaso de nuestras decisiones. En éstas, la formación de hábitos, como ya indicamos, constituye los pilares más sólidos de la libertad de arbitrio para decidir en pro o en contra de la inteligencia.

            Frecuentemente en mis escritos me agrada repetir el significativo cuento que Anthony de Mello narra en su libro "El canto del pájaro", muy acorde con la formación del ser humano autónomo y libre:

            Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey. Y le dijo Aristipo:

- "Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas". A lo que Diógenes le replicó:

- "Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey".

 

Hoy quien no ha aprendido a “comer lentejas”, es un ser carente de personalidad propia, sometido a la opinión de los demás: superiores, moda, placer, consumo, etc. Y la libertad, que siempre es autoposesión, no es un regalo, sino una conquista hasta lograr la cualidad más valiosa de la persona, pues sólo es libre quien lucha por serlo, mediante el dominio de sí y la superación de las circunstancias. Ser libre es ser uno mismo, ser capaz de trascender las situaciones, poseer la fuerza necesaria para resistir a los estímulos deshumanizantes. La libertad es liberación, un camino nada fácil, pero sí muy gratificante.

 

3.3. Atención a “los grupos sociales menos favorecidos”

La libertad humana es siempre una libertad referida a los demás, y construida desde y “con-los-otros” , por lo que el crecimiento humano sólo es posible entre personas. De aquí la paradoja, pues sólo aprendemos a ser humanos entre los humanos, pero también entre los humanos aprendemos a deshumanizarnos. La persona, en consecuencia, por ser libre, tiene posibilidad de lo mejor y de lo peor: la guerra o la paz, la igualdad o la discriminación, la ayuda o el domino de unas clases sociales sobre otras... son realidades que conviven entre nosotros. Y la escuela,  como  reflejo y laboratorio de la sociedad, recibe las divisiones y los problemas de la misma, con una finalidad transformadora. De aquí que la educación dejaría de ser tal si ignorara el esfuerzo necesario para la compensación de las desigualdades, prestando una atención especial a los grupos sociales menos favorecidos. En este sentido la Ley afirma:

 

Es precisamente un clima que no reconoce el valor del esfuerzo el que resulta más perjudicial para los grupos sociales menos favorecidos. En cambio, en un clima escolar ordenado, afectuoso pero exigente, y que goza, a la vez, tanto del esfuerzo por parte de los alumnos como la transmisión de expectativas positivas por parte del maestro, la institución escolar es capaz de compensar diferencias asociadas a los factores de origen social” (Exposición de Motivos)

           

El esfuerzo es aquí asociado al ambiente o clima escolar, calificado de  ordenado, afectuosos y exigente, cuya fuerza educadora hace posible la compensación de las diferencias. En efecto, el ambiente educativo, en cuanto conjunto de elementos coexistentes y cooperantes capaces de ofrecer condiciones favorables al proceso educativo, posee una fuerte carga de educatividad, pues, más que el entorno físico, es el ambiente quien configura el poder de las relaciones de afectividad, confianza, seguridad, etc., o bien de discriminación, desprecio, favoritismo... Ello condiciona el nacimiento y crecimiento de un conjunto de valores, y también de antivalores, cuyo “contagio” ambiental es indudable. La responsabilidad de la escuela en este “contagio” es grande, tanto en la integración de la pluralidad, como en el rechazo de toda discriminación. La compensación de los grupos menos favorecidos, sean sus causas de origen familiar, económico, intelectual, físico o cultural..., es esencial de todo centro educativo, por ser humanizar la esencia misma de la educación. Ello, no siempre fácil, demanda la práctica del esfuerzo por quienes se encuentran más y menos favorecidos: la justicia o generosidad para unos, y la crítica y lucha para otros. No todo vale, y a quienes menos interesa la defensa del principio relativista postmoderno es aquellos que se encuentran en situaciones menos favorecidas[xxii].

            Esta atención a los más débiles lleva el nombre de solidaridad, cuyo significado educativo, no es sólo un sentimiento de compasión, sino un compromiso que nace del reconocimiento de la dignidad e igualdad de todos. Es un valor emergente, teóricamente en alza en nuestra sociedad[xxiii] que, en cualquiera de sus significados históricos (marxistas, cristiana, actual), siempre se refiere al deber moral de asistencia a los miembros de una misma o distinta sociedad. Como ya observó Aristóteles, “El bien es ciertamente deseable cuando interesa a un solo individuo, pero se reviste de un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo y a unas ciudades[xxiv].

            Esta sociedad, de recursos humanos limitados y con múltiples posibilidades

de ocio, el ser humano tiene la fuerte tendencia de despreocuparse por los demás para ocuparse sólo de sí mismo. Más aún cuando constatamos que "los países

            económicamente más avanzados, con un producto interior bruto y una renta per cápita elevados, con unos servicios sociales o públicos satisfactorios (educación, sanidad, transporte), suelen ser la imagen más evidente de las insuficiencias de la justicia. Parece existir una relación proporcional entre la mayor abundancia y riqueza de una sociedad y el menor grado de solidaridad entre sus miembros. Suecia y Alemania, no son un ejemplo de reconocimiento y ayuda al prójimo (...). Diríase que a mayor desarrollo corresponde menor grado de humanidad" [xxv].

 

El consumismo actual pretende convencernos de que la felicidad es cuestión de producción y de disfrute ilimitado de bienes, confundiendo así el placer y la felicidad. Ante la aparición de tanta necesidades artificiales, se genera un estilo de vida en el que "tener-producir-consumir" se convierte en el triángulo de la vida y de la cultura insolidaria[xxvi]. La gravedad de ello reside en el afán de poseer y ganar, a cualquier precio, impulsando, así, la competencia y generando hostilidad y violencia.

            Superar críticamente esta cultura insolidaria es un quehacer fundamental de la educación, pues la solidaridad no siempre es coincidente con los intereses y gustos particulares, ni con bienestar propio de la sociedad consumista. Sólo el esfuerzo ante el deber-ser puede hacer realidad la solidaridad entre los miembros de un colectivo humano. La formación de este "ethos" no es una herencia, sino una tarea de construcción, que se alcanza con dominio de sí, sobriedad y austeridad, pues como ya afirmó Freinet que "la educación cívica exige virilidad, valentía y decisión"[xxvii]. La sociedad de la opulencia, del usar y tirar, del bienestar material... exige moderación, -templanza diría Aristóteles- dominio de sí, para salir de los gustos e intereses propios en favor de los demás, fuerza para superar los impulsos más inmediatos, acuciados por la sociedad materialista y consumista, pues "pensar en los demás implica ser austero consigo mismo"[xxviii].

           

3.4.  La cultura del esfuerzo” frente a la  cultura del placer

            El ambiente consumista hace hoy, quizá más necesario que en otros tiempos, el hábito del esfuerzo, y también más difícil de entender la reflexión sobre la cultura del mismo, pues se cultiva (“cultura”, de colere: cultivar), lo que vale y lo que interesa, lo humano y lo inhumano, lo que nos hace progresar como personas y lo conducente a la degradación personal, social y ambiental. Así, hablamos de cultura popular, cultura escolar, de la muerte, del placer, de la paz, del pelotazo, de masas, del cuerpo, etc. La nueva ley ha actualizado la expresión “cultura del esfuerzo” como garantía del progreso personal. Así, en la exposición de motivos, leemos:

 

“La cultura del esfuerzo es una garantía de progreso personal, porque sin esfuerzo no hay aprendizaje. Por eso, que los adolescentes forjen futuro en un sistema educativo que sitúa en un lugar secundario esa realidad, significa sumergirles en un espejismo que comporta, en el medio plazo, un elevado coste personal, económico y social difícil de soportar tanto el plano individual como en el colectivo” .

 

Afirmaciones tales como: “sin esfuerzo no hay aprendizaje” sin más precisión, o bien  negar  un lugar secundario de esa realidad” (esfuerzo), según nuestra opinión, son expresiones inadecuadas a la realidad, por cuanto según leemos en el texto legal, el esfuerzo parece ser el único o principal medio de aprendizaje y de progreso personal. Ello, como ya indicamos anteriormente, no siempre es así, pues, en la construcción humana, se dan aprendizajes agradables en los que, afortunadamente, es innecesario el esfuerzo; sólo en aquellas situaciones en las que se hace presente el conflicto entre el deber-ser y el placer, el esfuerzo se hace imprescindible para llegar a la meta deseable; es, pues, como la medicina, un valor-medio y no un valor-fin, por lo que ha de ocupar un lugar secundario tras el interés. El esfuerzo siempre es para algo y nunca porque sí y, en consecuencia, cuanto menos, mejor... La educación ha de priorizar los aprendizajes agradables, acorde con las tendencias naturales del ser humano. Frente a los aprendizajes impuestos y esforzados, es necesario fomentar los aprendizajes motivados e interesados.

            Dada la importancia de estos cinco ejes, en cuanto reflejo de los principios de concepción y orientación de la Ley, hubiese sido deseable una mejor formulación de esta función educativa del esfuerzo. Algunos calificativos al sustantivo esfuerzo hubiesen sido suficientes. Ello, sin embargo, en modo alguno, supone la ignorancia del interés en el proceso educativo, pues en el articulado de la Ley encontramos varios artículo alusivos al mismo en cada uno de los niveles educativos, así como en los principios referidos a la calidad[xxix]. Un mayor énfasis y prioridad del interés sobre el esfuerzo, así como el lugar secundario de éste, es una de las carencias que detectamos.

            Afortunadamente el progreso científico y tecnológico ha eliminado de nuestras vidas múltiples esfuerzos, pero desgraciadamente no todos. Más aún, muchos progresos de la técnica, además de unilaterales, han ido acompañados de un retroceso humano y moral. Las armas de destrucción masiva y toda la carrera del armamentos ha sido un correr esforzado de los poderosos hacia la destrucción de los menos pudientes. En este sentido, los educadores decimos sí al progreso tecnológico, sí a la cultura del placer, pero no al retroceso en humanización sea este científico, tecnológico, cultural o hedonista.

            La cultura del placer, que pretende fomentar la comodidad y eliminar todo sacrificio, domina actualmente todos los ámbitos de nuestra sociedad. Aprender inglés sin esfuerzo, adelgazar sin esfuerzo, gimnasia pasiva, cremas y tintes a elección de cualquier modelo estético, pastillas para todo... con tal de no tener que hacer nada y todo se nos dé hecho. Es una manera de vivir instalados en la comodidad... Basta conectar con cualquier medio de comunicación para constatar esta orientación hedonista: anuncios de la Tv.,  películas, novelas, canciones, etc. invitan constantemente a pasarlo bien, a vivir de modo placentero el presente. La famosa, olímpica e internacional canción de Los Del Río: Dale a tu cuerpo alegría Macarena es todo un símbolo.

            Actualmente goza de más popularidad y valor el dinero que se posee fruto de la lotería, que el ganado con el esfuerzo del trabajo; la fortuna adquirida por herencia que aquélla lograda tras años de ejercicio profesional; el aprobado conseguido "por suerte", que el alcanzado tras un largo período de estudio... La expresión, acuñada hace pocos años, de la "cultura del pelotazo" se refiere a la habilidad de conseguirlo todo en el mínimo tiempo y con el mínimo esfuerzo posible. Como sostiene Victoria Camps:

"A finales del siglo XX la ostentación y el lujo no están mal vistos. El profesional exitoso no tiene nada de ascético, la capacidad de multiplicar el dinero en el menor tiempo posible es la medida del éxito profesional. La valía del hombre y la mujer, en buena parte, se manifiestan en su poder adquisitivo. El tener es la medida del ser. La prosperidad, la opulencia, la abundancia, el comprar muchas cosas y cambiarlas a menudo son las medidas del valor social"[xxx].

 

Esta minusvaloración, y hasta desprestigio, del esfuerzo hace aumentar la cultura del placer, que con su gran fuerza configuradora, es la circunstancia en la que vive hoy la educación, por lo que hablar de esfuerzo resulta tan problemático como dificultoso. Ya Ortega dejó constancia de ello en su famosa frase: "Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo"[xxxi]. De tales circunstancias no es posible, ni tampoco conveniente, huir, pero sí modificar acorde con el proceso de formación humana, pues las personas y la sociedad no cambiarán -como ya escribió Antonio Machado- mientas no cambien sus dioses. El informe de la Fundación Santa María, "Jóvenes Españoles 99", constata nuevamente la situación actual:

"En el universo de valores de la sociedad española prima la ética de la diversión sobre la ética del esfuerzo, la fiesta sobre el trabajo, la implementación de responsabilidades en los demás sobre la autorresponsabilidad, la crítica continua antes que el discernimiento de la reflexión, la queja sobre la abnegación (término que ha desaparecido del vocabulario español)"[xxxii].

 

Se trata de un nuevo modo de vivir, sobre todo de los jóvenes, generador de nuevas costumbres, modas, cultura y también un nuevo modo de ser ciudadano, de fuerte incidencia en la cultura escolar. Ante esta situación, "conviene edificar de nuevo la demolida  fábrica de la voluntad, para explicar así mejor el comportamiento humano, comprender mejor nuestra situación en el mundo, diseñar mejor lo que desearíamos tener, y encauzar mejor los sistemas educativos"[xxxiii]. Las siguientes respuestas a la pregunta del CIS son suficientemente significativas al respecto.

 En términos generales, ¿qué calificación, de 0 a 10, daría a los actuales jóvenes  españoles que estudian en los colegios e institutos en las siguientes cuestiones?

 

 

Media

Desviación típica

(N)

Conocimientos

5,8

1,6

(2145)

Esfuerzo

4,9

1,9

(2199)

Ganas de aprender

4,9

2,0

(2204)

Responsabilidad

4,4

2,1

(2222)

Modales

3,9

2,0

(2292)

Disciplina

3,9

2,0

(2270)

Estudio CIS 2452, marzo 2002

 

  Tales datos expresan la necesidad de una reforma educativa sin el error de situarse en el extremo opuesto, sino más bien, un cambio en el que se sepan conjugar, según la edad, momento y circunstancias, la cultura del esfuerzo y la cultura del placer, la disciplina, el respeto con el esfuerzo y el interés. Más aún en esta sociedad en la que el cambio o crisis de valores se orienta hacia el pragmatismo y  el individualismo.

 

"Cuando nos lamentamos de que nuestra sociedad carece de valores, queremos decir que el pragmatismo y el individualismo lo invaden todo hasta el punto de que ahogan cualquier otro tipo de motivación" (...). "El miedo al dogmatismo se ha proyectado en miedo e incomprensión hacia la disciplina, y la ausencia de disciplina ha hecho tambalear las bases de la buena educación"(...). "De una formación de los niños y adolescentes casi militar se pasó al desorden y desconcierto esencial. Lo cual ni facilita la tarea pedagógica, ni favorece la madurez de los alumnos"(...). "La educación débil produce seres desorientados y superprotegidos"[xxxiv].

 

Ante esta situación, hoy quizás más que nunca, la educación ha de cumplir su función crítica: analizando lo que hay de valioso en cada momento y situación; clarificando el lenguaje en uso (progreso, libertad, esfuerzo, bienestar, interés, etc.) posible vehículo de manipulación; reflexionando sobre la moda vigente, la opinión de la mayoría, la propaganda; desenmascarando intereses subyacentes en mensajes aparentemente inofensivos; manifestando la cara oculta de un valor, ideología o ambiente... En definitiva, la educación ha de mantener una permanente reflexión sobre los valores de la vida social vigente y el fundamento mismo de la educación, lejos de dogmatismos, intereses políticos, visiones parcializadas, o condenas generalizadas.

 

4.       La "carrera" (currículum) de la educación

            La metáfora de la carrera relacionada con la educación, es bastante ilustrativa y sintética de cuanto venimos diciendo. El vocablo "currículum", en su significado etimológico de "carrera" y de "lucha", muestra un gran paralelismo con la educación. Una y otra, carrera y educación, poseen múltiples elementos comunes: acción personal-insustituible, tiempo y espacio, ambiente o clima, objetivos a alcanzar a través de unos medios, generalmente acompañados de esfuerzo, en los que no todo vale,  ni se consigue la meta a cualquier precio. De aquí que, educar sea educarse.

Frecuentemente la vivencia del valor va acompañada de “sudor”. Nuestra sociedad, de frecuentes contradicciones, nos invita diariamente a la vivencia de un placer y, sin embargo, exige esfuerzo para lograr metas tan importantes como un título académico, la superación de unas oposiciones, el cumplimiento en el trabajo, decir la verdad cuando la mentira nos reporta beneficios, moderación en la bebida, etc. No se trata de inculcar la vivencia de un rigorismo sin sentido, y menos aún de un masoquismo inhumano, sino de aceptar el esfuerzo, cuando sea necesario, como medio para alcanzar valores superiores, pues construirse personas conlleva, no pocas veces, renuncias y sacrificios.

            Rechazar todo esfuerzo en favor del placer es caminar con grandes posibilidades de viciarse, como ya expresó Von Cube en el I Symposion Internacional de Filosofía de la Educación. El título de su ponencia ya es suficientemente significativo: "Exigir en vez de mimar". En ella el profesor alemán se expresaba con estas palabras:

 

            "Bajo las modernas condiciones de vida, de la exonerable técnica y del bienestar material, el hombre ya no necesita entregarse a la búsqueda esforzada y peligrosa de la alimentación; ya no tiene que luchar por la pareja sexual; para satisfacer su curiosidad, ya no tiene que explorar el mundo con esfuerzos y peligros; él goza de la aventura del sillón. El hombre que puede satisfacer sus tendencias rápida y fácilmente, que está en condiciones de proporcionarse placer sin esfuerzo, brevemente tiene la posibilidad de viciarse"[xxxv].

 

El crecimiento de la violencia entre los jóvenes, el aumento del consumo de droga y del alcoholismo, son -en opinión de Von Cube- violencias contra sí mismo, consecuencias de una sociedad de consumo y bienestar, en la que el hombre "se ha dejado caer" al aspirar siempre a un placer sin esfuerzo[xxxvi], pues el ser humano necesita de uno y otro, ya que "una renuncia duradera al placer, lo mismo que una evitación duradera del esfuerzo, conduciría a una mayor agresividad, también contra sí mismo"[xxxvii].

  La educación no es un regalo de la naturaleza, sino una conquista de la misma; una selva que es preciso convertir en jardín, una carrera, -"currículum"- de un "animal racional/pasional, que necesita de la razón y de la pasión, del “sudor” y también de la ilusión, para llegar a la meta. Una vez lograda ésta, disfrutará del triunfo logrado.

 

5. Conclusiones e interrogantes

 

1. La Ley de Calidad ha recuperado el valor del esfuerzo, y con él la disciplina, la autoridad, el deber y la exigencia personal, en la educación. Tal hecho, llevado a término por el Grupo Popular, y con la oposición del resto de los partidos políticos, puede interpretarse como un retroceso al pasado y, por lo mismo, conducente a la implantación de la pedagogía del esfuerzo frente a la pedagogía del interés.

¿Es, pues, un retroceso con el nombre de progreso? ¿Condenaremos nuevamente al niño a realizar “trabajos forzados” ya olvidados y superados en la educación?

2. Por nuestra parte, hemos pretendido, atendiendo sólo a la naturaleza de la educación, ofrecer un análisis del esfuerzo en cuanto elemento integrante de la formación humana, fuera de todo interés político, pero conscientes de la también de la imposibilidad de un tratamiento neutral. Para ello, hemos justificado el sentido del esfuerzo en cuanto valor, su relación con la construcción personal, su importancia social, así como su infravaloración en la cultura del placer.

3. Afirmamos la necesidad del esfuerzo en la formación humana, por cuanto la naturaleza del "ser" nos viene dada y no seleccionada, pero el "deber ser", el "ethos" o segunda naturaleza, es una conquista personal atendiendo a la fuerza de la razón y de la pasión. La función del esfuerzo es, pues, instrumental, un valor medio, orientado hacia la consecueción de una meta valiosa. Pues sin ésta el esfuerzo es sólo tensión, lucha ciega e irreflexiva, desgaste inútil de energías. Mejor es llegar a la meta con esfuerzo que no llegar, pero es mejor llegar con agrado e interés.

4. Hoy, una vez institucionalizada y profesionalizada la ciencia y la cultura, el saber ha perdido su sabor, para ciertos alumnos y profesores, en consecuencia, pues, el esfuerzo se hace imprescindible. La sabiduría, al carecer de sabor (sapientia, sapere = saborear, gustar) ya no se busca por sí misma, ni responde siempre al deseo natural de saber. Así, el saber, divorciado de sabor, ha dejado de ser ocio y placer para convertirse en negocio y trabajo, ajeno frecuentemente,  a los intereses y necesidades vitales de la persona[xxxviii]. Para su adquisición es necesario recurrir a variadas imposiciones y presiones, no siempre exentas de "violencias".

      ¿Será posible, en el avanzado progreso de nuestra sociedad, recuperar el sabor del saber, el interés por la formación, el gusto por las materias escolares?

5. La LOCE ha re-valorado el esfuerzo haciendo de éste un eje prioritario para lograr la calidad en la educación. Tal prioridad, atendiendo a la expresión  de su formulación, resulta inadecuada, pues afirma, sin precisión alguna, que sin esfuerzo no exite aprendizaje, dotando al esfuerzo de prioridad y silenciando el interés como medio primero y natural de aprendizaje y formación humana. El único criterio, pues, de decisión ante la opción esfuerzo-interés es su carácter humanizador, siendo el esfuerzo siempre el medio cuando no es posible llegar a la meta a través del interés.

¿Tiene algún sentido o connotación ideológica dar prioridad al esfuerzo frente al interés?

6. El progreso científico y tecnológico nos va deparando, de modo continuado, una vida más cómoda, más fácil y, por lo mismo, más humana, facilitándonos múltiples placeres, y eliminado esfuerzos y sacrificios. Tal situación, de gran fuerza configuradora, ha olvidada el valor del esfuerzo, sin el cual se hace difícil, y acaso imposible, la vivencia de la autonomía frente a la alienación, la libertad frente a la subordinación, y la solidaridad frente al individualismo. Esta infravaloración del esfuerzo, nos deja, en múltiples casos, sin la vía o camino adecuado para la realización del bien que deseamos, por cuanto la vivencia de éste, en determinadas circunstancias, demanda coraje, valentía y sacrificio.

     ¿Es posible el autodominio y la libertad sin esfuerzo? ¿Existe en el progreso una "cara oculta" es  conveniente descubrir y criticar abiertamente?

7. La felicidad, fin último de los humanos y, por lo mismo, de la educación, no se alcanza con sacrificios y el esfuerzos, pero tampoco se logra en una situación de hedonismo tal que nos lleve a la alienación, impidiendo ser nosotros mismos. Es necesario, pues, clarificar y distinguir entre la libertad y la anarquía, la alegría y el bienestar y la felicidad y el hedonismo.



[i] LEY de Educación Primaria 17 julio 1945 (BOE, 18 julio 1945); LEY 14/1970, de 4 de agosto, General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa (BOE, 6 agosto); LEY 1/1990, de 3 de octubre de Ordenación General del Sistema Educativo (BOE, 4 octubre); LEY ORGÁNICA 10/2002, de 23 de diciembre, de Calidad de la Educación (BOE, 24 diciembre).

[ii] GERVILLA, E. (1990): La escuela del Nacional-Catolicismo.  Granada: Impredisur.

[iii] DEWEY, J. (1922): L’école et l’enfant. Neuchatel: Delachaux et Niestlé, p.70.

[iv] Comentario de E. Planchard (1978): La Pedagogía Contemporánea. Madrid: Ediciones Rialp, p. 386.

[v] DEWEY, J. (1934): La Escuela y el Niño. Madrid: Espasa-Calpe, pp.116-117.

[vi] “La victoria sobre uno mismo es la primera y la más gloriosa de todas las victorias, mientras que la derrota en que uno es vencido por sus propias armas es, sin duda, lo más vergonzoso y denigrante que existe” (PLATÓN, (1991): Obras Completas. Madrid: Aguilar, p.40)

[vii] “¿Sabéis cuál es el medio más seguro de hacer miserable a vuestro hijo? Acostumbrarle a conseguir todo, porque como aumentan sin cesar sus deseos por la facilidad de complacerle, tarde o pronto os obligará, al no poder satisfacerle, a negárselos, y esta negativa inhabitual le apesadumbrará más que la privación de lo que desea. Primero querrá el bastón que lleváis, y pronto querrá vuestro reloj, a continuación el pájaro que vuela, la estrella que ve brillar, todo cuanto vea, y, a menos que seáis Dios, ¿cómo le vais a contentar?” (ROUSSEAU, J.J. (1973): Emilio o de la Educación. Barcelona: Fontanella, p.128, Lib,2º, capt. XX).

[viii] “Lo más esencial del carácter es esa actitud de autodominio, esa facultad de freno o inhibición que nos permite poner coto a nuestras pasiones, a nuestros deseos y a nuestros hábitos, sometiéndolos a nuestra ley. Pues un ser personal es un ser capaz de poner en todo lo que hace una marca que le es propia y constante, y por la cual se reconoce y distingue de todo otro” (DURKHEIM, E. (1963): L’éducation morale, París: PUF, p. 40).

[ix] “Una tarea agradable la puede cumplir cualquier idiota. Lo que se requiere es saber realizar tareas desagradables, pesadas y difíciles (...). Nuestro país necesita disciplina porque estamos realizando una obra heroica (...). Debéis salir de la colonia templados, conociendo el valor de la disciplina” (MAKARENKO, A. (1977): Banderas en las torres.  Barcelona: Planeta, p.187 ss).

[x] Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua la convicción se sustenta en ideas religiosas, éticas o políticas a las que alguien o algunos están fuertemente adheridos. Se trata, pues, de convencer racionalmente de algo a alguien, de manera que no se pueda negar.

[xi] DURKHEIM, E. (1963): L’éducation morale. París: PUF, p.126.

[xii] ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1094 a.

[xiii] ELZO, J. (1998): "Jóvenes, noche y diversión: una interpretación sociológica". En Misión Joven, 258-259, pp. 12-14.

[xiv] Así, entre los objetivos de la Educación Primaria, leemos: “Desarrollar hábitos de esfuerzo y responsabilidad en el estudio, y actitudes de curiosidad e interés por el aprendizaje, con las que descubrir la satisfacción de la tarea bien hecha” (15,2c).  En la Educación Secundaria se afirma: “Desarrollar y consolidar hábitos de estudio y disciplina, como condición necesaria para una realización eficaz de las tareas del aprendizaje, y como medio para el desarrollo personal” (Art. 22,2 b). El Bachillerato contribuirá a desarrollar en los alumnos las siguientes capacidades: “Afianzar la iniciativa personal, así como los hábitos de lectura, estudios y disciplina, como condiciones necesarias para el eficaz aprovechamiento del aprendizaje, y como medio de desarrollo personal” (Art. 34, 2 b).

[xv] DEWEY, J. (1997): Democracia y educación. Madrid: Morata, p. 50.

[xvi] ARISTÓTELES, Metafísica V, 1022b 10-12.

[xvii] FROMM, E. (1968): El miedo a la libertad. Buenos Aires: Paidós, p. 309.

[xviii] La alienación (del "alius" = otro, distinto, diferente; o "alienus" = ajeno, extraño) es la actividad humana realizada por un sujeto como algo objetivo, independiente, ajeno a él mismo. En toda acción alienante la persona deja de ser ella mismo, perdiéndose en provecho de alguien o de algo: poder,  dinero, consumismo, hedonismo, etc.

[xix] Metamorfosis, 7,21

[xx] PASCAL, (1963): Oevres complètes. París: Éditions du Seuil, p. 586.

[xxi] FROMM, E. (1986): Ética y psicoanálisis. México: F.C.E., p. 52.

[xxii] GERVILLA, E. (1997): Postmodernidad y educación. Valores y cultura de los jóvenes. Madrid: Dykinson.

[xxiii] Las estadísticas actuales, a pesar de ser un valor en alza, indican, como denominador común, la baja participación de los jóvenes en ONGs., asociaciones para la defensa de temas específicos: ecologismo, pacifismo, feminismo, homosexuales, objetores de conciencia. Son grupos minoritarios (entre 2 y 3%), más detectores de problemas sociales que de soluciones. Y aunque todos, o mayoritariamente, reconocen y alaban la labor positiva, son pocos los que se interesan prácticamente, implicando parte de su vida en ellas. Cumplen una buena función social, pero sin grandes seguidores.

[xxiv] Ética Nicomaquea, Lib. I, capt. 2º.

[xxv] CAMPS, V. (1990): Virtudes Públicas. Madrid: Espasa Calpe, pp. 35-36.

[xxvi] MARIAS, J. (1993): Razón de la filosofía. Madrid: Alianza Editorial.

[xxvii] FREINET, C. (1975): La educación moral y cívica. Barcelona: Laia, p. 66.

[xxviii] CAMPS, V. (1998): "El valor del civismo". En Educar en valores: un reto educativo actual. Cuadernos monográficos del ICE, Universidad de Deusto, Bilbao, nº 9, p. 16

[xxix] Arts. 1,g; 13,2; 15,c; 16,3; 24,2; 35,9; 75,5.

[xxx] CAMPS,V.-GINER, S. (1998): Manual de civismo. Barcelona: Ariel, pp. 74-75.

[xxxi] ORTEGA Y GASSET, J. (1946-1983): Obras Completas, Vol. I. Madrid: Revista de Occidente, p. 322.

[xxxii] FUNDACIÓN STA. MARÍA (1999): Jóvenes Españoles 99. Madrid: S.M., p. 304.

[xxxiii] MARINA, J. A. (1998): El misterio de la voluntad perdida. Barcelona: Anagrama, p. 154.

[xxxiv] CAMPS, V. (1990): Virtudes públicas. Madrid: Espasa-Calpe, pp. 126, 128, 130-131.

[xxxv] CUBE.V.F. (1988): Actas del I Symposion Internacional de Filosofía de L'educació, Vol. I. Barcelona: Universidad Autónoma, p. 166.

[xxxvi] Ibíd. pp. 167-168.

[xxxvii] Ibíd., p. 170

[xxxviii] Semejante significado tuvo el vocablo griego "scholé" del que se derivó el latino "schola" (escuela) = lugar de ocio y de descanso. Ocio y descanso (culto) destinado a quienes podían "vacar" o despreocuparse de lo estrictamente necesario y material. Sólo quien vivía -tenía cubiertas sus necesidades primarias- podía, con agrado, dedicarse a la búsqueda de la filosofía (sabiduría), como ya dijo Platón.

 

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