¿ES POSIBLE UNA SOCIEDAD INSUMISA?


Rafael Ajangiz.

[Publicado en En Pie de Paz, nº 40, primavera de 1996 (En Pie de Paz: Gran de Gràcia, 126-130 - 08012 Barcelona - tf 93/ 217 95 27 - fx 93/ 416 10 26). Ajangiz es miembro del KEM/MOC de Bilbo; coautor de "Objetores, Insumisos. La Juventud Vasca ante la Mili y el Ejército", publicado por el Departamento de Cultura y Turismo del Gobierno Vasco, 1991; participó asimismo en el libro colectivo "Objeción e Insumisión. Claves Ideológicas y Sociales", Pedro Ibarra (ed.), Madrid, Fundamentos, 1992.]

Se apelotonan los aniversarios en este tramo final del siglo y no sé muy bien cómo asimilarlo. Por un lado percibo con satisfacción que es posible la promiscuidad, que la simultaneidad lo abraza, confunde y relativiza, que hay un espacio compartido. Pero por otro me desconcierta ver que, en vez de unirse definitivamente para potenciar ese espacio, parece que rivalizan y compiten entre ellos para hacerse un hueco, sabedores de que al final algunos habrán de celebrarse y que otros apenas llegarán a nombrarse. Por si acaso, corro a nombrar mis más cercanos: setenta y cinco años de la Internacional de Resistentes a la Guerra, veinte del Movimiento de Objeción de Conciencia, diez de insumisión.

Diez años también de En Pie de Paz. Esta saludable revista, que nació de un fracaso relativo del movimiento pacifista/antimilitarista, ha sido cómplice y testigo fiel de este éxito del movimiento antimilitarista/pacifista, necesariamente relativo también, que es la insumisión. Estoy, por tanto, en el lugar y en el momento perfecto para resumir el pasado y así pensar mejor el futuro. Y es desde las razones y sinrazones de ese juego entre pacifismo y antimilitarismo desde donde me resulta más sugerente hacerlo.

L@s insumis@s hemos oído ya muchas veces eso de que somos buena gente, que tenemos razón, que hay que quitar la mili, que nuestra postura es de admirar, que no hay derecho a que nos metan en la cárcel y que merecemos todo el apoyo del mundo. Y nos apoyan, y estamos encantad@s. Es lo que esperamos de nuestras madres y padres, de l@s amig@s y de la sociedad en abstracto. Es un puntazo que sean cómplices de una desobediencia y que sean capaces de razonarla y defenderla a su manera.

Pero nuestras expectativas para con las gentes del abanico pacifista y alternativo en general son razonablemente distintas. La insumisión es mucho más que una defensa de la libertad individual o que una cuestión de conciencia y coherencia personal, es un proyecto de sociedad puesto en marcha. Por eso considero decepcionante, y no quiero que nadie se ofenda, que entre compañer@s de utopía sea tan escaso el debate sobre los contenidos más centrales de ese proyecto societario, o que incluso alguien pueda llegar a decir que la insumisión no tiene otra traducción política que la desaparición de la conscripción y la reformulación del modelo de Defensa. Sobre todo, y aquí está la contradicción, cuando al mismo tiempo se reivindica la tarea colectiva de construir una nueva cultura de paz y de igualdad.

No sé si la razón de ese reduccionismo se encuentra en una opción por reformar el modelo básico de democracia formal y de organización social que tenemos pero evitando que se descomponga el orden establecido. O si se entiende por militarización y militarismo sólo aquello que tiene que ver con armas y militares. En cuyo caso, evidentemente, no estamos de acuerdo.

Muy brevemente, como se refleja en nuestra declaración ideológica [del MOC] y como hemos repetido hasta la saciedad, nosotr@s entendemos el antimilitarismo como un compromiso de lucha por la justicia social, por un cambio radical de las relaciones humanas y sociales -basta repasar nuestros escritos en En Pie de Paz para comprobar que hemos sermoneado sobre todo: género, ecología, educación, economía, relaciones internacionales, autodeterminación, participación política...-. Y ahí entre lo verde, lo rojo, lo violeta y lo que haga falta para completar el arcoiris alternativo.

Esta globalidad es la que nos hermana y la que nos permite intersubjetivizar nuestras experiencias, la que hace posible y la vez indeclinable que profundicemos en las movilizaciones como la insumisión. Y es que l@s antimilitaristas, no sólo individualmente, sino sobre todo colectivamente, hemos vivido la evolución de la objeción a la insumisión como un aprendizaje intenso e integral y tenemos cosas que contar y compartir.

Por ejemplo, que hemos aprendido a pensar y a tomar decisiones compartidas. Y eso que cada cual era de su madre y de su padre. Quiero decir que había de todo entre nosotr@s: formad@s en las más diversas ideologías, de esas que lo explican todo o casi todo, informad@s pero no formad@s en ideología alguna, y también desinformad@s -hoy adjetivarían al movimiento de plural, ¡qué tontería!-. Y la verdad es que eso no constituyó ningún problema. Simplemente recurrimos al sentido común, nos pareció de lo más natural volcar ese todo sobre la asamblea, derretirlo en un "melting pot" en el que, huelga decirlo, nunca hubo un a priori indiscutible, y cuyo resultado final era lo que terminaba pasando el tamiz del consenso. Un consenso que, por otra parte y como resultado de nuevas incorporaciones, era algo siempre inacabado, imperfecto, en constante reelaboración.

No éramos de nadie. Lo que salía de allí era lo que nosotr@s decidíamos, ideológica, organizativa y estratégicamente. Y a su vez esos consensos, como la pescadilla que se muerde la cola, nos definían a nosotr@s. Y ello unido a las solidaridades y lazos afectivos que se dan en todo proceso colectivo y a ese subidón de adrenalina que es jugarse la libertad dio como resultado lo que los doctores llaman identidad colectiva y que nosotr@s llamamos movimiento.

Ideológicamente, esa identidad colectiva se fue convirtiendo en vacuna contra el pragmatismo radical, ese que vicia la política de partidos. ¿Que por qué? Pues porque vivíamos la incertidumbre de un proyecto siempre inacabado, siempre decidiéndose, obligadamente utópico. Un proyecto que no se construía sobre pasos necesarios o un diseño preestablecido, sino en referencia constante a unas líneas maestras tan imposibles como irrenunciables. Y la utopía no es algo que nos la podamos jugar a la carta de los pactos a corto plazo y de los posibilismos de la política formal. Y es que además éramos un poco mesiánic@s: ese proyecto nos trascendía, no era nuestro bienestar lo que perseguíamos sino el de la sociedad, el bien común.

Organizativamente, estaba muy claro que había que materializar, ensayar el futuro. Se hace camino al andar, el árbol está en la semilla, y todo eso. Y si queríamos una sociedad horizontal e igualitaria, lo más natural era trabajar en asamblea y prescindir de cargos, jerarquías o diferenciación de funciones. Y allí lo social y lo personal se confundían, se determinaban recíprocamente. La asamblea era el triunfo de lo colectivo y el consenso era el triunfo del individuo. El valor ejecutivo de una asamblea de voluntari@s se cimentaba en que el compromiso era a la vez de tod@s y cada un@. Ah, y las asambleas se subsumían en asambleas mayores, de tal manera que el movimiento se convertía en un red de redes donde la distancias físicas no se traducían en distancias políticas y donde hablar de centro y periferia no tenía sentido.

Estratégicamente, el punto de salida y de llegada era la sociedad. Había que implicarla activamente en su propia transformación, convertirla en la protagonista de su propio destino, eso de recuperar el poder prestado y ejercerlo, eso de la autodeterminación autodeterminada. Aquí el discurso era importante: la movilización del consenso antecede -y acompaña siempre- a la movilización social. Pero igual de importante era diseñar herramientas que tradujesen el consenso en acción y rompiesen la esclavizante equivalencia de participación igual a voto de representación -y de paso esa otra de movilización igual a manifestación convocada para refrendar al representante-.

Pero, claro, toda lucha hace frontera con sus obviedades. Y la nuestra es que no teníamos poder, no éramos nadie en el juego político, tan sólo portador@s de unas ideas tan ambiciosas como poco prácticas, de unos discursos que encajaban mal con los programas de nuestro entorno más próximo. Y entonces decidimos desobedecer. Primero por coherencia, todo hay que decirlo, era nuestra forma de ser. Pero luego porque la desobediencia nos hacía fuertes. Y es que empezamos a comprobar la certeza de ese pensamiento típicamente libertario que dice que el de arriba se mantiene sobre nuestro consentimiento. Una desobediencia noviolenta, claro, no debía reproducir lo que no aceptábamos.

Hasta aquí la teoría, una teoría que debería bastar para entender por qué éramos tan pesad@s en ciertas cosas allá por el referéndum, que nos ganaron -nos llevaron a su mesa de juego, a jugar con sus cartas, y nos empujaron a apostarlo todo a una carta; una y no más, nos prometimos-. Si bien no todo era teoría, también había una práctica, la de la [declaración de objeción] colectiva, los sobrevenidos, la educación para la paz, la objeción fiscal, los campos de tiro... Es decir, que había una base, ciertamente sólida, cuando nos llegó el momento de la verdad, el momento de la desobediencia. Y montamos la insumisión.

Nadie decidió por nosotr@s, lo decidimos en asamblea, entre tod@s. No fue una apuesta sino un caminar sobre seguro, sobre el seguro de nuestra propia grupalidad construida de convicciones y solidaridades -ésta es la fuerza que sostiene a quien se enfrenta a la cárcel-. Elegimos el conflicto sabiendo que la represión se metamorfoseaba en un coste de legitimación para el represor y al mismo tiempo en catalizador de procesos alternativos de participación política, de autogestión social. Que la sociedad se entiende y se construye desde la utopía compartida y no a partir de complejas matrices de elecciones racionales en función del ratio coste/beneficio de cada cual.

Y metimos las manos en el barro, y nos las manchamos bien, no crean, porque conocíamos los límites, la coherencia de nuestro proyecto, nuestra propia identidad colectiva. Y en la vorágine de la acción aprendimos más cosas. Aprendimos a relacionarnos con la selva mediática, a proveer formatos noticiables que se autoexplicaban sin palabras. Aprendimos a servirnos de la potencia simbólica de las instituciones y de las mediaciones políticas y a evitar que decidieran por nosotr@s, a movernos con soltura por encima de las barricadas de siempre para construir consensos resistentes a la manipulación partidaria. Aprendimos a crecer organizativamente, a ser eficaces sin pervertir los modos, a no depender económicamente de nadie. Aprendimos a combatir el desaliento de los abandonos, la frustración de los fracasos, el cansancio de la rutina, aprendimos de nosotr@s mism@s.

Han pasado algunos años de eso -a mí personalmente me parece un siglo- y han pasado muchas cosas en el mundo, también en nuestro mundo alternativo: algunas movilizaciones se han apagado y otras han nacido. Hay quien dice que es ley de vida. También quien se mortifica con el sonsonete de que son malos tiempos para la música. Ahí, en este tipo de creencias, es precisamente donde la movilización antimilitarista tiene el valor de la excepción: lleva veinte años dando la vara y su insumisión sigue siendo hoy de lo más contundente que podemos llevarnos a la boca.

Con todo, habrá personas que no estén de acuerdo con lo escrito, que me acusen de haber exagerado las tintas. Y con razón. Ninguna realidad es tan perfecta. Pero tampoco tan imperfecta como para pasarla por alto. Es decir, que si la insumisión funciona y l@s que estamos en ella consideramos que no hemos renunciado a los principios que nos definen como personas y como movimiento, algo habrá que merezca la pena para otras gentes hermanas. Y viceversa, claro, el aprendizaje vicario es una necesidad de tod@s.

L@s del arcoiris gastamos más tiempo en hablar de emancipación que en emanciparnos. Llevamos demasiados años reivindicando, mirando hacia arriba, volcad@s en la denuncia de lo que hace y deshace el Poder, y esa atracción fatal nos impide ver lo aprovechable que hay en nosotr@s mism@s y en las pequeñas cosas que conseguimos hacer funcionar, las que en verdad construyen la sociedad del futuro. Hay propuestas creativas y globales en marcha y una de ellas es la insumisión. ¿La conocemos? Pues comprobar si todos los verbos que hay en este artículo tienen también conjugación es muy fácil: basta con acercarse al movimiento antimilitarista -salvando algunas distancias geográficas si hace falta-, y sumergirse un poquito en él. Las puertas están abiertas, como siempre. Sean tod@s bienvenid@s.


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