Insumisión en los cuarteles sobre un fondo de amapolas
Perspectivas antimilitaristas desde la prisión militar


Frente al discurso oficial, paralizador, individualizante y anestesiante que, a través de los altavoces massmediáticos, nos invita a vivir consumiendo en el mejor mundo de todos los posibles, la desobediencia civil se configura como una herramienta de transformación de primer orden hacia formas participativas de organización social. La desobediencia civil se puede definir como un acto ilegal, público, consciente y sin violencia, hecho con la intención explícita de frustrar leyes, políticas o decisiones de un gobierno. En España, desde hace unos 25 años, el movimiento antimilitarista ha sido el principal impulsor y usuario de formas cada vez más creativas de desobediencia, como, por ejemplo, las campañas de objeción fiscal a los gastos militares y de insumisión al servicio militar obligatorio y a su prestación sustitutoria. Esta última estrategia, después de 8 años de vida, ha conseguido el suficiente volumen y presencia como para jugar un papel significativo en el debate sobre la abolición del reclutamiento forzoso en el estado español. A principios de 1997, el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) propone y lleva a la práctica la insumisión en los cuarteles como nueva herramienta de profundización en el trabajo deslegitimador no sólo del ejército sino de toda la estructura militar de defensa. Procedentes de diferentes lugares del estado, hasta el momento son 15 los insumisos en los cuarteles, los insumisos-desertores, que han hecho pública su desobediencia después de haber abandonado los destinos militares que aparentemente habían aceptado, marcando el punto de partida de esta nueva estrategia antimilitarista. Tres de ellos permanecen en la prisión militar de Alcalá de Henares, cumpliendo condenadas de más de dos años, después de ser sometidos a los correspondientes Consejos de Guerra.

Carlos Pérez Barranco

Prisión militar de Alcalá de Henares, agosto de 1997

En la prisión militar de Alcalá de Henares, entre las grietas en el cemento del suelo de su solitario patio, crece una sorprendente variada flora. Mis conocimientos sobre botánica penitenciaria son comparables a la utilidad social del programa Eurofighter pero me alcanzan para identificar esos colores rojos que nacen de la base del muro de ladrillo interior, a salvo de la mirada de la garita de vigilancia. Aquí y allá, las amapolas chillan su escandalosamente vivo y sólido color hacia arriba y hacia adelante, resistiéndose a ser sometidas por un entorno de cemento, ladrillo y valla metálica, de colores apagados, espacios oscuros, rejas y fluorescentes. Su apariencia es frágil pero consiguen aguantar los estirones del viento y el estruendo regular del vuelo de los aviones de caza. Metafóricas compañeras de desobediencia: floral la suya, civil la mía.

Hace unos años se dió también esta conjunción de desobediencias. Entonces, esta arquitectura destinada a vigilar y someter albergó a las primeras oleadas de insumisos. Con un poco de imaginación uno puede verles andando desnudos por los pasillos al negarse a vestir el uniforme militar, obligatorio por entonces, o dirigiendo una charla antimilitarista a los desertores encima de una mesa del comedor tras haber roto el estricto control que les separaba de aquellas, o intentando completar la palabra INSUMISIÓN sobre uno de los muros del patio o, en plena huelga de hambre, llegando al extremo de ejercer una de las peores violencias: la que se dirige contra tu propio cuerpo...

En los 6 ó 7 años que van desde entonces hasta ahora, las amapolas probablemente han seguido floreciendo muros hacia adentro, contempladas como mucho por algún esporádico desobediente visceral que descubre su espíritu antimilitarista (o, al menos, antimilitar) en el interior de un cuartel. Muros hacia afuera, la insumisión dejó de ser percibida por el poder militar como simple rebeldía juvenil, como una protesta inarticulada, y se advirtió su verdadera naturaleza de desobediencia premeditada, consciente y pública, su dimensión colectiva, la profundidad del cuestionamiento al reclutamiento forzoso y a la misma existencia del ejército que lanzaba a la sociedad, su potencial multiplicador y el creciente movimiento de simpatía que despertaba. El ejército eludía el debate planteado por los desobedientes civiles, pidiendo y obteniendo del entonces gobierno socialista protección jurídica a través de una nueva ley del servicio militar que la parapetaba tras la justicia civil, encargada artificialmente desde ese momento de la impopular tarea de reprimir la opción política representada por los insumisos. La negativa a someterse al reclutamiento forzoso pasó a ser un delito perteneciente a la jurisdicción civil.

Paralelamente, los sucesivos gobiernos del partido socialista acometieron una campaña de verdadera vacunación de la opinión pública contra cualquier asomo de simpatía y apoyo hacia los desobedientes, construyendo para ello una imagen oficial de los insumisos como jóvenes egoistas, insolidarios, vagos y oscuramente relacionados con el entorno del terrorismo etarra. Al mismo tiempo, con el fin de amortiguar su resonancia social, se ha tratado de hacer cada vez menos visible la represión ejercida sobre la insumisión. Éste es el ánimo que hay detrás de medidas como la concesión de privilegios penitenciarios a los insumisos presos (paso inmediato a régimen abierto) y, más recientemente, la entrada en vigor del nuevo Código Penal el pasado año 1996, que inaugura una nueva línea de represión silenciosa que sustituye a la prisión: la inhabilitación absoluta, la muerte civil.

Pero, a pesar de los intentos de amordazarla y envenenarla la insumisión ha crecido y florecido irremediablemente hasta llegar a constituirse en cuestión de Estado. Poca gente podía imaginarse a comienzos de 1989 que aquellos primeros 50 insumisos que se presentaron públicamente iban a convertirse ocho años más tarde en alrededor de 15.000, que muchas más personas iban a implicarse en mayor o menor grado a través de grupos antimilitaristas o de apoyo a la insumisión en formas organizativas asamblearias, que la causa de los insumisos despertaría simpatías sólidas en medios sociales tan diversos como los judiciales o los periodísticos, o que conseguiría contagiar el discurso de la desobediencia civil en sectores ideológicos variados.

Este éxito no ha impedido a la imaginación antimilitarista continuar trabajando en estos años en la exploración de nuevos caminos para la desobediencia civil. La insumisión en los cuarteles es su último hallazgo, la más reciente herramienta de lucha noviolenta parida después de varios años (demasiados quizás) de reflexión, planificación, debate y búsqueda del momento más adecuado. Una flor desobediente que quiere elevarse como las amapolas de esta cárcel, en medio de un panorama gris hormigón o gris acero, sombrío y nada esperanzador. El anuncio de la desaparición del reclutamiento forzoso en España para principios del próximo milenio hecho por el gobierno de Aznar el pasado año, no da para muchas alegrías a pesar del papel significativo que ha jugado la insumisión en tal medida, puesto que conduce sin remedio a la profesionalización total del aparato militar y por tanto a su enquistamiento y consolidación.

El nuevo contexto internacional, es, parece, el factor clave que impulsa este proceso. Solamente ejércitos de especialistas, más reducidos, móviles y dotados de la última tecnología de la muerte, pueden asumir el papel de gendarmes planetarios que tienen asignado en el desigual e injusto (y por eso no tan nuevo) orden mundial. Por ello, el final de la guerra fría no es el final de la OTAN sino el comienzo de una (vieja) nueva que asegurará en última instancia la continuidad de las relaciones de sometimiento y saqueo del norte sobre el sur. Este es el marco en el que entender el aumento del gasto militar cuando en nombre de Maastricht se relativizan necesidades sociales básicas, el impulso a la industria armamentística y la entrada del estado español en la estructura militar integrada de la OTAN. Esta huida hacia adelante del militarismo busca legitimarse socialmente a través de la invención de nuevos enemigos (como por ejemplo, el terrorismo islámico o, genéricamente, la inestabilidad política de los estados árabes , y de un humanitarismo armado que camufla la responsabilidad del norte en las causas estructurales y el estallido final (a través del tráfico de armas) de los conflictos que dice aliviar. Todo ello bajo la cobertura de un discurso ideológico que martillea insistentemente las palabras paz, seguridad y defensa, eso sí, entendidas desde la perspectiva militar y estatal en el mejor de los casos.

Evidentemente, nadie excepto una pequeña elite casi sacerdotal ha participado en la confección de esta monstruosidad. Desde el movimiento antimilitarista del Estado español nos resistimos a quedarnos de brazos cruzados, en silencio. Hay que seguir desobedeciendo. La insumisión en los cuarteles hereda la fuerza colectiva de la insumisión al uso por ser una profundización de ésta pero, a la vez, supone un salto cualitativo que permite distinguirla como una nueva herramienta para iluminar el lado oculto del militarismo de hoy, participando sin permiso en sus recientes y próximas metamorfosis con nuestro cuestionamiento y nuestra opción por una alternativa de defensa noviolenta, centrada en la seguridad humana y con la desobediencia civil como herramienta esencial.

Ha sido en este año 1997 cuando han empezado a soplar nuevos vientos de insumisión, encarnados por los quince antimilitaristas de Galicia, Elche, Bilbao, Pamplona, Valencia, Valladolid, Madrid, Sevilla, Palma de Mallorca y Barcelona, doce del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) y dos de la Asamblea de Objeción de Conciencia de Galiza (ANOC), que nos hemos dejado disfrazar de soldados plegándonos en apariencia a la obligatoriedad del servicio militar para luego, seguir como dijo George Brassens, "el primer deber de un soldado consigo mismo: desertar". Pero , eso sí, a diferencia de los 2000 ó 3000 desertores anuales del ejército español, públicamente, con estruendo y buscando la mayor resonancia posible mediante presentaciones colectivas y acciones noviolentas (strip-teases en gobiernos militares, pintadas de techos de barracones de cuarteles, obras simbólicas de demolición de edificios militares, ocupaciones de oficinas de empresas armamentísticas...). De nuevo, puesto que los insumisos en los cuarteles adquieren la condición legal de militares, es el ejército el encargado, a través de la justicia militar, el encargado de articular la represión contra la disidencia antimilitarista al menos sobre el papel. En la práctica, no ha mostrado un excesivo interés en elevar a cabo tal labor porque solamente cuatro de los catorce insumisos en los cuarteles hemos sido encarcelados. La represión selectiva es una respuesta ya desplegada contra la insumisión y busca romper la identidad colectiva de las estrategia desobedientes, dividir y desmoralizar a los participantes. Nada de esto ha sucedido.

Así que la primavera de este año ha vuelto a traer amapolas y desobedientes civiles a la prisión militar de Alcalá de Henares. Los cuatro, Elías, Ramiro, Plácido y yo hemos "visitado" el interior de esta saturación de instituciones disciplinarias: una cárcel dentro de un cuartel. El colmo del militarismo. Y por tanto, un triste cementerio para libertades como la de expresión y pensamiento, un privilegiado observatorio desde el que constatar la impresentable hipocresía que es esencia de la nueva imagen humanitaria y democrática del ejército, cobijo de un rico bestiario que incluye cabecillas del terrorismo de estado, instrumentos del golpismo, espías de altos vuelos y ahora también, antimilitaristas. Cada cual, claro, con su tratamiento individualizado: teléfonos móviles, comedor privado, ausencia de rejas y muros para unos, control ideológico para los otros. Prohibida para nosotros por tanto la posesión de cualquier material de contenidos antimilitaristas o "favorecedores" de la insumisión, verdaderos objetos peligrosos para el "buen orden", la seguridad y la reeducación de los internos de esta cárcel.

Preocupación vana la del coronel que dirige esta prisión ante la nada halagüeña perspectiva de tener circulando aquí dentro un número creciente de materiales antimilitaristas en un soporte especialmente contagioso y móvil: insumisos en los cuarteles de actitud tranquila y abierta, cargándose de razón entre estos muros blancos, y demostrando la firmeza y sinceridad de sus convicciones.

Con este fondo de amapolas desobedientes, en compañía de los cerca de 100 insumisos que habitan las cárceles civiles del estado español.


 Índex d'Insubmissió a les casernes - Índice de Insumisión en los cuarteles